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domingo, 27 de septiembre de 2009

EL PROFESOR QUE NO SABÍA LEER

EL PROFESOR QUE NO SABIA LEER
(DISLEXIA)

El siguiente relato es una historia verídica de como superar la adversidad, es un poco largo pero vale la pena leerla. Fue publicada en el libro "Caldo de pollo para el alma" de Jack Canfield.
Hasta donde John Corcoran podía recordar, las palabras siempre lo habían burlado. Las letras de las oraciones se cambiaban de lugar, los sonidos de las vocales se perdían en los túneles de sus oídos.En la escuela se sentaba en su pupitre, estúpido y callado como una piedra, a sabiendas de que siempre sería diferente de todos los demás.

Si tan solo alguien se hubiera sentado al lado de ese pequeño, le hubiera puesto un brazo alrededor de su hombro y le hubiera dicho “yo te ayudaré, no tengas miedo…”.
Pero en aquel entonces nadie había oído hablar de la dislexia, y John no podía decirles que el lado izquierdo de su cerebro, el lóbulo que los humanos emplean para ordenar lógicamente los símbolos en una secuencia, nunca se había encendido.
En vez de eso, en segundo grado lo pusieron en la fila de los “tontos”. En tercer grado, una monja les daba una vara a los demás niños y dejaba que cada uno asestara un golpe a las piernas de John cuando él se negaba a leer o escribir. En cuarto grado, su maestra le encargó que leyera y esperó todo un minuto de completo silencio hasta que el niño creyó que se sofocaba. Luego él pasó al siguiente grado y al siguiente. John Corcoran no reprobó un año jamás en la vida.
En su último año de preparatoria fue elegido rey de la ceremonia de despedida, fue novio que la alumna que pronunció el discurso y jugó de manera sobresaliente con el equipo de basquetbol. Su mamá lo besó cuando se graduó, y él no dejó de hablar de la universidad, ¿La universidad? Sería insensato considerar esa posibilidad, pero finalmente se decidió por la Universidad de Texas en el paso, donde podría competir para ingresar al equipo de basquetbol. Respiró profundamente, cerró los ojos…y volvió a cruzar las filas enemigas.En el campus, John le preguntaba a cada nuevo amigo que maestros calificaban con ensayos, que maestros ponían exámenes de opción múltiple. En cuanto salía de una clase, arrancaba de su cuaderno las páginas de garabatos, por si alguien le pedía mirar sus apuntes. Por las tardes miraba fijamente gruesos libros de texto para que su compañero de cuarto no albergara dudas. Y se acostaba en la cama, exhausto, pero sin poder dormir, sin poder hacer que su mente zumbante se liberara. John prometió ir a misa 30 días consecutivos al romper el alba, si tan sólo Dios le permitía obtener su título académico.
Obtuvo el diploma. Le dio a Dios sus 30 días de misa. ¿Y ahora qué? Quizá fuera adicto a la tensión. Quizás aquello de lo que más inseguro se sentía, su mente, era lo que más necesitaba que la gente admirara. Quizá por eso, en 1961, John se hizo maestro.
John daba clases en California. Cada día le encargaba a un alumno que leyera el libro de texto a la clase. Ponía exámenes uniformados que podía calificar colocando un molde que tenía agujeros sobre cada respuesta correcta, y los fines de semana por la mañana se quedaba horas acostado en la cama, deprimido.
Entonces conoció a Kathy, que era una estudiante aplicada y enfermera. No una hoja, como John. Una roca.
- Hay algo que debo decirte, Kathy – le dijo una noche de 1965, antes de que se casaran -. No… no sé leer.
“Él es maestro”, pensó ella. “Debe querer decir que no sabe leer bien”. Kathy no comprendió sino hasta años después, cuando vio que John no podía leer un libro infantil a su hija de 18 meses de edad.
Kathy llenaba los formularios de John, leía y escribía sus cartas. ¿Por qué no simplemente le pedía a ella que le enseñara a leer y escribir? El no podía creer que alguien pudiera enseñarle.
A la edad de 28 años, John pidió prestados 2,500 dólares, compró una segunda casa, la arregló y la puso en renta. Compró y puso otra en renta. Y otra más. Su negocio creció y creció hasta que necesitó una secretaria, un abogado y un socio.
Un día, su contadora le informó que era millonario. Perfecto. ¿Quién se daría cuenta de que un millonario siempre jalaba las puertas que decían EMPUJE o se detenía un momento antes de entrar a baños públicos, esperando a ver de cual de ellos salían los hombres?.
En 1982, todo se empezó a venir abajo. Sus propiedades comenzaron a quedarse desocupadas y los inversionistas se retiraron. Amenazas de juicios hipotecarios y litigios salían de sus sobres a montones. Parecía como si en todo momento de vigilia él estuviera implorando a los banqueros que extendieran sus préstamos, persuadiendo a los constructores para que no dejaran su trabajo, tratando de encontrar el sentido de la pirámide de papeles. Pronto supo que lo pondrían en la barra de los testigos y que el hombre de la túnica negra diría: “La verdad, John Corcoran. ¿Ni siquiera sabes leer?.
Finalmente, en el otoño de 1986, a los 48 años de edad, John hizo dos cosas que había jurado no hacer jamás. Ofreció su casa como garantía para obtener un último préstamo para construcción, y entró a la biblioteca municipal de Carlsbad y le dijo a la mujer que estaba a cargo del programa de tutorías.
- No sé leer
Y luego lloró.
Lo ubicaron con una abuela de 65 años llamada Eleanor Condit. Esmeradamente - letra por letra, fonéticamente – comenzó a enseñarle. En 14 meses, su compañía de urbanización de terrenos comenzó a revivir. Y John Corcoran estaba aprendiendo a leer.John Corcoran y Eleanor Condit
El siguiente paso fue una confesión: un discurso ante 200 asombrados hombres de negocios en San Diego. Para curarse, necesitaba confesarse. Se le asignó un lugar en la Junta Directiva de la Asamblea de San Diego para la Alfabetización y comenzó a viajar por todo el país para dar discursos.“ ¡El analfabetismo es una especie de esclavitud!”, gritaba. “No podemos perder el tiempo culpando a nadie. ¡Necesitamos obsesionarnos con la idea de enseñar a la gente a leer!”.
Leía todos los libros o revistas que se le ponían enfrente, todos los señalamientos de las carreteras que veía, en voz alta, hasta donde Kathy podía soportarlo. Era glorioso, como cantar, y entonces pudo dormir.
Luego un día se le ocurrió una cosa más que, finalmente, podía hacer. Sí, esa caja polvorienta en su oficina, ese paquete de papeles atados con un listón… un cuarto de siglo después, John Corcoran pudo leer las cartas de amor de su esposa.Epílogo:En 1997, John Corcoran fundó la institución no lucrativa denominada "The John Corcoran Foundation" con sede en Oceanside, CA. y que tiene como objetivo erradicar el analfabetismo en niños y adultos en América. Las fotos mostradas en esta página pertenecen a la página web de su fundación. Asimismo, John es editor del best seller "The teacher who couldn´t read".

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