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viernes, 4 de mayo de 2012

HISTORIA DE LA EDUCACIÓN ARGENTINA-RAMALLO

HISTORIA DE LA EDUCACIÓN ARGENTINA- JORGE MARÍA RAMALLO- Introducción La periodización es un medio idóneo para hacer más inteligible el pasado, pero también se presta para una calificación subjetiva de las etapas históricas, con lo cual se puede distorsionar el verdadero sentido de los hechos. El resguardo de la verdad histórica requiere que la periodización se efectúe con rigurosa objetividad, respetando la sucesión de las épocas, de acuerdo con los cambios políticos, económicos, sociales y culturales que se producen en la sociedad. En el caso de la historia de la educación argentina, los distintos períodos y épocas que pueden distinguirse, están estrechamente vinculados con las diversas concepciones que han primado en el devenir histórico. El sistema educativo vigente en un determinado momento de la historia de un pueblo nunca es neutro, siempre responde a una política educativa, basada en un conjunto de principios políticos, socioeconómicos y culturales, emergentes de un proyecto nacional, concebido de acuerdo con una determinada cosmovisión. Por lo tanto, la periodización no debe estar sujeta a la elucubración, a veces fundada y otras caprichosas, de los estudiosos de las teorías educativas, sino depender de un criterio científico y objetivo que garantice el imperio de la verdad histórica. En consecuencia, los períodos y épocas de la historia de la educación argentina deben considerarse adscriptos a los períodos y épocas de la historia general, de los cuales no pueden ni deben escindirse, so pena de perder autenticidad. De acuerdo con este criterio, en la historia de la educación argentina debemos tener en cuenta la existencia de dos grandes períodos históricos: el período hispánico, que comprende desde el descubrimiento de nuestro territorio hasta la Revolución de Mayo; y el período independiente, que abarca desde este hecho liminar hasta nuestros días. El período hispánico, más dilatado en el tiempo, fue de mayor estabilidad, por lo cual pueden señalarse en él sólo dos épocas: la del reinado de los reyes de la Casa de Austria, durante los siglos XVI y XVII; y la del reinado de los reyes de la Casa de Borbón, durante los siglos XVIII y XIX, hasta la emancipación. En cuanto al período independiente, de menor extensión cronológica, fue de curso inestable, por los constantes cambios producidos en los aspectos político, institucional, económico, social y cultural. En él nos encontramos con siete épocas perfectamente diferenciadas: la primera, de la lucha por la independencia, transcurre desde 1806 hasta 1820; la segunda, de apogeo del federalismo y construcción de la unidad nacional, desde 1820 hasta 1852; la tercera, de la organización constitucional, desde 1852 hasta 1880; la cuarta, de la nueva Argentina cosmopolita, desde 1880 hasta 1916; la quinta, de los gobiernos radicales y la crisis mundial, desde 1916 hasta 1943; la sexta, de los gobiernos militares y el peronismo, desde 1943 hasta 1983; y la séptima y última, del retorno a la vigencia del estado de derecho, desde 1983 hasta nuestros días. A cada una de las épocas enunciadas corresponde una etapa del quehacer educativo, que hemos denominado de la siguiente manera: primera etapa, de la evangelización (siglos XVI y XVII); segunda, de la educación popular (siglo XVIII y comienzos del XIX); tercera, de la educación liberal (1806-1820); cuarta, de la reforma y restauración (1820-1852); quinta, de la educación utilitaria (1852-1880); sexta, del positivismo y normalismo; (1880-1916) séptima, de la escuela nueva (1916-1943); octava, de la democratización de la enseñanza (1943-1983); y novena, de la transformación del sistema (desde 1983 hasta nuestros días). A continuación, pasamos a analizar cada una de estas etapas, para lo cual hacemos primero una breve caracterización de la época a que se adscriben, luego intentamos una definición del modelo de hombre argentino que se pretendía lograr y, por fin, realizamos una descripción de las principales instituciones y centros educativos y de las normas legales que los rigieron, conjuntamente con una referencia sucinta a la trayectoria de las grandes personalidades que los propulsaron. J. M. R. Fundación Nuestra Historia Buenos Aires, 1999 Primera Etapa: Evangelización En la primera etapa del desarrollo de la educación argentina, que abarca la época del descubrimiento y la conquista de América, en la que gobernaron en España los reyes de la Casa de Austria (siglos XVI y XVII), de carácter fundacional, se aplicó, en lo que hoy constituye nuestro territorio, como en el resto del continente americano, la llamada pedagogía de la evangelización o de la conversión, porque la principal preocupación, de acuerdo con el mandato de la reina Isabel, fue la conversión de los indios al catolicismo y su incorporación a la civilización occidental cristiana; lo que no significó que se desatendiera a los españoles residentes y a sus hijos, para los cuales se crearon escuelas de primeras letras y colegios de estudios preparatorios y se fundó la Universidad de Córdoba que, sumada a las de Charcas y Santiago, aledañas a la región, ofreció la posibilidad de cursar estudios superiores a los jóvenes que habitaban el territorio del Río de la Plata. En esta época de la conquista y la colonización, el modelo del hombre argentino se identificó con las características propias del caballero español, que se distinguió por su fidelidad a la profesión de fe cristiana y su lealtad inconmovible a la corona. De ahí que el objetivo fuera formar, ante todo, un buen cristiano, obediente de las leyes de Dios y de la Iglesia, y luego un buen súbdito, respetuoso de la monarquía. Pero, como se trataba de formar principalmente a los indígenas, debió elaborarse a tal efecto un modelo inédito, que contemplara las exigencias del mandato de la Corona y las características de la nueva sociedad que se iba forjando en América. El punto de partida de la política educativa fue el codicilo que la reina Isabel agregó a su testamento en 1504, en el que ordenó a sus sucesores convertir a los indios a la fe católica y enseñarlos y dotarlos de buenas costumbres, sin que recibieran agravio alguno en sus personas ni bienes, y que mandaran “que sean bien y justamente tratados y si algún agravio recibieren lo remedien y provean por manera que no excedan cosa alguna de lo que por las letras apostólicas de la dicha concesión [de la Santa Sede] nos es mandado”. Este documento liminar de la conquista de América fue completado luego con las innumerables leyes dictadas en su consecuencia, que integran el Libro VI de la Recopilación de las Leyes de Indias, de 1680. Un ejemplo de la labor realizada en este sentido fue el formidable ensayo de educación integral llevado a cabo en las misiones guaraníticas por los miembros de la Compañía de Jesús. El ratio studiorum En esta etapa fundacional arribaron al continente americano las ideas pedagógicas predominantes en España, de origen estrictamente medieval. En ese sentido debe tenerse presente la identificación existente entre la Iglesia y el Estado español, por lo cual la educación estuvo casi exclusivamente en manos del clero regular o secular. La mayor influencia fue ejercida por la Compañía de Jesús, que impuso en sus establecimientos el ratio studiorum, sistema pedagógico en el que predominaban los estudios humanísticos, contenido en un documento que data del año 1586, titulado Plan y reglamentación (ratio atque institutio) de estudios recopilados por seis padres comisionados para ello por mandato del R.P prepósito general. El ratio definitivo se publicó en 1599 y estuvo en vigencia hasta la supresión de la Compañía en 1773. Antes de la restauración se editó una nueva versión revisada, que alcanzó a tener validez legal. De acuerdo con sus características, explica el profesor Juan Carlos Ballesteros, el ratio “fue un método intelectual, rechazaba la memoria como único fundamento del aprendizaje, adecuaba la enseñanza al ritmo de aprendizaje de cada alumno, a punto tal que no se dudaba en pasar a una clase más adelantada, incluso durante el curso, a los alumnos que manifiestamente aventajaban a sus compañeros, y postulaba una pedagogía activa, cuya máxima era Excita, que descansaba en una avanzada técnica de la emulación”1. A tal efecto, las clases se dividían en dos grupos que competían entre sí, señalándose sus mutuos errores. Los alumnos aventajados se hacían acreedores a premios que eran entregados con gran solemnidad. El ratio dividía los estudios en cinco cursos: tres de gramática, uno de humanidades y otro de retórica. La gramática inferior o prima, comprendía nociones de latín, que era intensificada en la gramática media, basada en textos de Cicerón y Jubo César. El tercer curso, de gramática superior o suprema, abarcaba la sintaxis y la versificación. En cuanto a las humanidades, comprendían la lectura de obras de Horacio, Virgilio, Salustio y Tito Livio y también de autores griegos, como Platón y Aristóteles. El último curso, de retórica, procuraba que los estudiantes se perfeccionaran en la correcta expresión de sus ideas. Según las investigaciones del padre Guillermo Furlong, “el sistema del ratio studiorum fue el seguido en todas las escuelas que tuvieron los jesuitas en Buenos Aires, Córdoba, Corrientes, Santiago del Estero, La Rioja, Salta, Santa Fe, Tucumán, Catamarca, Mendoza, San Luis y en las sesenta y una reducciones”. A lo que agrega: “En todas esas escuelas que eran las más prestigiosas que había y las más concurridas, y en no pocas otras regentadas por maestros salidos de las escuelas jesuíticas, el ratio studiorum con sus directrices flexibles y firmes fue el método sólido y racional que predominó en el Río de la Plata durante los siglos XVII y XVIII”2. La educación de los indígenas En esta etapa, como hemos dicho, la mayor preocupación fue la educación de los indígenas que, de acuerdo con el mandato de la reina Isabel, debían ser convertidos a la fe católica e instruidos por personas “doctas y temerosas de Dios”. Con tal objeto, desde el comienzo de la conquista llegaron a estas tierras clérigos y religiosos, pertenecientes al clero secular y a las diferentes órdenes y congregaciones de la Iglesia católica, destinados a hacer efectivo ese propósito. Los religiosos, ya sea franciscanos, mercedarios, dominicos, carmelitas, agustinos o jesuitas, tuvieron que afrontar grandes peligros y apelar a todos los recursos a su alcance para realizar su tarea evangelizadora e incorporar a los indios a la civilización cristiana. El primer problema que debieron resolver fue el del idioma. En un principio trataron que los indios hablaran la lengua española, pero bien pronto advirtieron que más efectivo era que ellos aprendieran las lenguas vernáculas. Por ello fue necesario redactar vocabularios y gramáticas. El padre Alonso Barzana, que sabía trece idiomas, escribió el Arte de la lengua toba y el padre Antonio Ruiz de Montoya, el Arte, vocabulario, tesoro y catecismo de la lengua guaraní. No obstante, para facilitar la enseñanza y el aprendizaje, los primeros catecismos fueron pictográficos. La acción educativa se llevaba a cabo en las encomiendas y en las reducciones, por medio de curas doctrineros; o bien en las misiones, a cargo de religiosos, generalmente franciscanos o jesuitas, que fueron los más numerosos en llegar a América. La encomienda era un grupo de familias que se encomendaba a un español o encomendero, quien tenía la obligación de proteger a los indios y asegurarles instrucción religiosa y, a cambio, se beneficiaba con el servicio personal de los encomendados. La encomienda fue una merced real con la que se retribuían los servicios de los conquistadores, aunque en la Ley 1ª del título 9º del libro VI de la Recopilación de 1680, se clarifica que: “El motivo y origen de las encomiendas fue el bien espiritual y temporal de los indios, y su doctrina y enseñanza en los artículos y preceptos de nuestra santa fe Católica, y que los encomenderos los tuviesen a su cargo y defendiesen a sus personas y haciendas, procurando que no reciban ningún agravio”. Los indios que no eran repartidos en encomienda fueron reducidos, es decir, obligados a vivir en poblaciones con autonomía administrativa, que se llamaron reducciones, donde también se desempeñaban curas doctrineros. Un conjunto de reducciones constituía un corregimiento, a cargo de un funcionario llamado corregidor, con obligaciones semejantes a las del encomendero. En cuanto a las misiones, eran reducciones que estaban bajo la responsabilidad de las órdenes religiosas, entre las cuales, las más importantes fueron las misiones jesuíticas del Guayrá, amplia región que abarcaba lo que hoy es el Paraguay y parte del Brasil y de nuestro país (actuales provincias de Misiones y Corrientes). La primera misión en establecerse fue la de San Ignacio Guazú en 1610, durante el gobierno de Hernandarias en el Río de la Plata. Los pueblos de las misiones llegaron a ser 61 en la época de mayor esplendor, y reunieron alrededor de 100.000 indios, atendidos por más de un centenar de sacerdotes. Las misiones perduraron hasta que los jesuitas fueron expulsados de España y de América por real pragmática del 27 de febrero de 1767, del rey Carlos III. En el Río de la Plata el encargado de ejecutar la orden fue el gobernador Francisco de Paula Bucareli. En las misiones se llevó a cabo a partir de mayo de 1768. Tanto en las encomiendas, como en las reducciones y misiones, se enseñaba la doctrina cristiana y nociones elementales de lectura, escritura y cálculo. Aunque en las misiones, especialmente, la educación no se agotaba con ello, sino que los indios eran instruidos, además, en diversas artes y oficios. De esta manera aprendieron a tallar imágenes, fabricar retablos, púlpitos y confesonarios, construir órganos, interpretar música con varios instrumentos y hasta editar libros en una imprenta construida por ellos mismos en ese lugar con la dirección de los jesuitas Juan Bautista Neumann (alemán) y José Serrano (español). Como apunta Ballesteros: “En cada doctrina hubo bibliotecas, algunas de ellas muy importantes, como la de Candelaria, que contaba con unas 4.000 obras, muchas de ellas de varios volúmenes. Así, en las 30 bibliotecas de las doctrinas de guaraníes se han podido contabilizar cerca de 13.000 obras, entre las que se destacan 49 escritas en lengua guaraní y 17 manuscritos” 3. Y, según el testimonio del padre José Cardiel –incorporado a las misiones en 1730–: “Hay escuelas de leer en su lengua, en español y en latín, y de escribir de letras de mano y de la de molde; escuela de música, y también de danzar de cuenta [...]. Estos [indios] de las escuelas son los que, cuando adultos, gobiernan el pueblo”4. La enseñanza, aunque selectiva, abarcaba a ambos sexos -por separado-, lo cual marcaba una notable diferencia con lo que ocurría por la misma época en otros lugares del mundo, incluso en Europa. La edad de los educandos iba desde los 7 hasta los 17 años en los varones y los 15 en las mujeres, que era, generalmente, la edad en que se casaban. Por otra parte, los indios aprendieron también a labrar la tierra y a cuidar el ganado, en un sistema de economía mixta, en el que coexistieron la propiedad privada y la propiedad colectiva, aunque el objetivo final era educarlos para valorar la función social de la propiedad privada. Escuelas para caciques De acuerdo con lo prescripto por el rey Carlos V en las Ordenanzas de Zaragoza, en 1518, con el objeto de obtener un efecto multiplicador, se crearon, además, escuelas para los hijos de los caciques, aunque no estaba vedado el ingreso para los indios del común. El primero de los establecimientos de esta naturaleza, fue el Colegio de Santiago de Tlatelolco o Colegio Imperial de la Santa Cruz, en México, fundado en 1536 por el virrey Antonio de Mendoza y el obispo fray Juan de Zumárraga, que gozó de la protección de la Corona. En sus puertas fueron grabadas las armas imperiales. En cuanto a la región adyacente al Río de la Plata alcanzó a tener gran prestigio el Colegio de San Francisco de Borja, en el Cuzco, donde en el siglo XVIII se educó el famoso caudillo indígena Túpac Amaru. Un aspecto notable es que en estos colegios se enseñaba latín, que era el instrumento básico para acceder a los estudios superiores e inclusive al sacerdocio. En el caso del Colegio de Tlatelolco, los indígenas estudiaban gramática latina, retórica, teología, filosofía, música y medicina natural 5. La educación de los españoles y de sus hijos Además de la educación de los indígenas, debía atenderse la educación de los españoles y de sus hijos. Los negros, zambos y mulatos estaban excluidos. Solamente eran instruidos en la doctrina cristiana. La enseñanza elemental se daba preferentemente en los hogares, por los miembros de la familia o a cargo de maestros particulares, que debían ser “cristianos viejos y de buena vida y costumbres”, que eran autorizados por los cabildos, de acuerdo con reglamentos minuciosos en los que se establecían los contenidos de la enseñanza, los días de asueto, la concurrencia a misa e, incluso, los castigos que debían aplicarse a los niños, propios de aquella época: ponerse de rodillas, el guante, la palmeta y los azotes. Había también escuelas conventuales, que funcionaban en los conventos; parroquiales, en las parroquias, y las llamadas escuelas del rey, que eran sostenidas por los cabildos. En las escuelas conventuales y parroquiales, la enseñanza era gratuita; y en las de los cabildos se becaba a un grupo de alumnos. Los maestros particulares recibían una pequeña retribución pecuniaria. La primera enseñanza o de las primeras letras, comprendía la doctrina cristiana, la lectura, la escritura y las cuatro operaciones fundamentales de la aritmética. La metodología utilizada era la catequística o memorística. La disciplina era rígida e incluía –como mencionamos– los castigos corporales, admitidos entonces universalmente. Las vacaciones de verano eran breves: 20 días a un mes. Finalizaban el miércoles de ceniza. Aunque durante el año había muchos días de fiesta. El nivel secundario se cursaba en los colegios de estudios preparatorios para el ingreso en la universidad, en los que, básicamente, se estudiaba gramática o latinidad, filosofía y teología. Para ejercer la docencia, los maestros debían reunir determinadas condiciones de edad, conducta y linaje de sangre, que fueron reglamentadas por los cabildos y verificadas por un tribunal examinador constituido al efecto. Se requería, además, certificación del ordinario eclesiástico de haber sido examinado y aprobado en la doctrina cristiana y examen sobre la pericia en el arte de leer, escribir y contar. El Colegio de la Inmaculada En agosto de 1610 llegaron a la ciudad de Santa Fe de la Vera Cruz, el padre Francisco del Valle y el hermano Juan de Sigordia, ambos de la Compañía de Jesús, quienes en el curso de ese año fundaron una residencia que, desde 1615, se convirtió en colegio de estudios preparatorios, llamado en un principio del Nombre de Jesús, después Colegio de San Javier y, finalmente, Colegio de la Inmaculada, con motivo de la proclamación de la Inmaculada Concepción de la Virgen María como patrona de España y de las Indias. Este Colegio, aun cuando tuvo interrupciones en su funcionamiento, puede considerarse el establecimiento educativo más antiguo del país en su nivel. Según relata el entonces provincial de la Compañía, padre Pedro de Oñate, en 1615 comenzaron los cursos de nivel secundario, a cargo del padre Miguel de Sotomayor, que dictaba la clase de gramática o latinidad. Dos años después Sotomayor fue reemplazado por el padre Juan de Salas. Hacia mediados del siglo XVII había dos clases de gramática, una para los mayores y otra para los menores. La enseñanza era gratuita, para lo cual el Colegio se sostenía con los réditos de dos estancias, en las que se criaban bueyes y muías, estas últimas muy apreciadas como medio de transporte en la región del Alto Perú. En 1767, debido a la expulsión de los jesuitas, el Colegio dejó de funcionar, durante el rectorado del padre Manuel García. En 1793 los padres mercedarios tomaron posesión del Colegio con la condición de continuar, a su cargo, con las aulas de primeras letras y de gramática. Sin embargo, seis años después todavía no lo habían logrado y el Colegio seguía clausurado por falta de alumnos, aunque los padres de familia sostenían que en realidad era por falta de maestros. Varios intentos realizados posteriormente para reabrir el Colegio fracasaron. Recién en 1860, el presidente de la Nación Santiago Derqui escribió al Papa Pío IX y al general de la Compañía de Jesús para que enviaran algunos padres con el objeto de hacerse cargo nuevamente del Colegio. En consecuencia, en jubo de 1861 llegaron a Paraná el padre Joaquín Suárez, nombrado superior general de los jesuitas, y el hermano Ramón Barbot. Poco después, con motivo de la batalla de Pavón, librada en septiembre de ese año, se interrumpieron las tratativas, y el padre Suárez pudo tomar posesión del Colegio e iglesia recién en abril de 1862. Para ello contó con el apoyo del gobernador de la Provincia de Santa Fe, Patricio Cullen, que facilitó la reapertura del Colegio, la que tuvo lugar formalmente el 9 de noviembre de ese mismo año. Primer rector fue designado el padre Pedro Vigna. En 1867 se agregó una Academia Literaria en la que participaron prominentes escritores, como Juan Zorrilla de San Martín, Gustavo Martínez Zuviría (Hugo Wast), Celestino Pera, Ramón Lassaga y Benito Villanueva. El Colegio de San Ignacio Como lo destaca el padre Furlong: “Los jesuitas fueron los primeros profesores de segunda enseñanza que hubo en Buenos Aires, pero no fueron los primeros maestros de escuela. Antes de ellos habían otros maestros abierto diversas aulas para bien de la niñez porteña”6. Tal el caso, por ejemplo, de Francisco Manzanares, a quien el Cabildo de Buenos Aires, en 1605, le permitió cobrar el salario por haber enseñado la doctrina y a leer y escribir. En 1617 fundaron los jesuitas una escuela de primeras letras en Buenos Aires, y el mismo año un colegio de estudios preparatorios, llamado Colegio de San Ignacio, que perduró hasta la expulsión, en 1767, es decir, exactamente durante un siglo y medio. Era entonces superior de los jesuitas y, por lo tanto, rector del Colegio, el padre Juan Romero, que al poco tiempo fue reemplazado por el padre Francisco del Valle, quien –como dijimos– en 1615 había fundado el Colegio de la Inmaculada en Santa Fe y sido su primer rector. Ese mismo año 1617 habían llegado al Río de la Plata varios jesuitas procedentes de Europa, entre los que se encontraban el músico belga Juan Vaseo, el pintor francés Luis Berger, el misionero alemán Andrés Feldmann y el joven español Francisco Jiménez. Este último se desempeñó como maestro de primeras letras y profesor de gramática; más tarde pasó a enseñar filosofía en Córdoba; y en 1645 fue secretario del padre provincial. Desde 1664 hasta 1666 fue vice provincial del Paraguay. Falleció en Buenos Aires en 1668. En un informe sobre el Colegio, del año 1632, se decía: “en este Colegio de Buenos Aires hay cinco sacerdotes ocupados en los ministerios [...] Uno cuida de la enseñanza de los niños [...] Otro es maestro de gramática en todas las clases [...] Ha menester este Colegio para andar en orden y concierto, y poderse acudir a los ministerios, otros cuatro sacerdotes [...] y así se dividieran las clases de gramática”7. La enseñanza era gratuita –como en todos los institutos jesuíticos–, por lo que el Colegio se sostenía con limosnas que llegaban de Chile y con algunos aportes que la Corona efectuaba a todas las casas de la Compañía del Río de la Plata y del Tucumán. A esto se agregaba parte del producido de las estancias que poseían los jesuitas en esta región. El primer emplazamiento del Colegio estuvo sobre la actual Plaza de Mayo, pero en 1662, por razones estratégicas, vinculadas con la defensa de Buenos Aires, debió trasladarse a la manzana comprendida entre las actuales calles Bolívar, Moreno, Perú y Alsina, que luego se conoció como “manzana de las luces”, expresión que se atribuye al Pbro. Antonio Sáenz, por haberse concentrado en ella una extraordinaria actividad intelectual y cultural. De acuerdo con las órdenes del padre Andrés de Rada, entre 1666 y 1689 se uniformó toda la enseñanza jesuítica. En 1731 se fundó una cátedra pública de filosofía, que comprendía lógica, psicología y metafísica, y desde 1740 se establecieron tres cátedras de teología. Con estas cinco cátedras, en 1757 se fundó una Academia, que debía ser el fundamento de una nueva Universidad, pero como no otorgaba títulos de grado, sus aulas no fueron muy concurridas. Como complemento existía un convictorio o pensionado estudiantil, gracias a la donación efectuada por el padre Juan Antonio de Alquizalete, proveniente de una herencia recibida. Como dijimos, el Colegio se extinguió con la expulsión de los jesuitas en 1767. Para esa época el edificio del Colegio y el de la iglesia contigua estaban casi concluidos. El último rector fue el padre Ignacio Perera, teólogo y canonista de nota. Durante su estada en Buenos Aires, como también lo señalamos, los jesuitas fundaron otro colegio de primeras letras en los Altos de San Pedro, denominación que aludía a la parroquia de San Pedro González Telmo, más conocida como San Telmo, y también tuvieron a su cargo la dirección del Seminario Conciliar para la formación del clero local. Asimismo, establecieron en la Colonia del Sacramento, frente a Buenos Aires, el primer centro de enseñanza en el territorio de la Banda Oriental, con el nombre de San Francisco Javier. Desde comienzos del siglo XVII hasta su expulsión en 1767, los jesuitas llegaron a fundar y dirigir trece colegios en la región del Río de la Plata. El Colegio de Monserrat El Colegio Real Seminario Convictorio de Nuestra Señora de Monserrat, fue establecido por los jesuitas en Córdoba, debido a la preocupación del doctor Ignacio Duarte Quirós –”sacerdote docto y ejemplar” –, el 19 de agosto de 1687, como preparatorio para los estudios universitarios. Quirós proveyó la suma de dinero necesaria para la fundación, que puso a disposición de la Compañía de Jesús, la que incluía el edificio. A su muerte legó todos sus bienes al Colegio. Se trataba de un colegio convictorio, es decir, con internado, para residencia de los alumnos provenientes de otras regiones, puesto bajo la advocación de Nuestra Señora de Monserrat. El 10 de abril de 1695, luego de una solemne misa cantada en la iglesia de la Compañía, que fue celebrada por el padre Duarte Quirós, se tomaron los votos a los primeros colegiales, que se comprometieron a defender el dogma de la Inmaculada Concepción de la Virgen María. El Colegio se rigió por las Constituciones (reglamentos) del Colegio de San Juan Bautista de La Plata (Charcas o Chuquisaca), que a su vez estaban basadas en las de los colegios de Cuzco y Lima. En él se enseñaban las lenguas clásicas (latín y griego), la filosofía, la matemática y nociones de historia, geografía y cosmografía. Por real cédula de 1Q de diciembre de 1800, se dispuso que el Colegio se tuviera por unido e incorporado a la Universidad de Córdoba y se le dieron las normas para su constitución y funcionamiento. En la historia de este instituto se pueden establecer cuatro épocas: 1ª) la de la administración jesuítica, que se extiende desde su fundación hasta la expulsión de los miembros de la Compañía, en 1767; 2ª) la franciscana, que va desde esa fecha hasta 1808; 3ª) la del clero secular, que se hizo cargo entonces del Colegio hasta 1854; y 4ª) la de su nacionalización, a partir de esa fecha, en que dejó de ser un colegio convictorio y comenzó a recibir alumnos externos. En 1907 el Colegio fue incorporado oficialmente a la Universidad Nacional de Córdoba. Las autoridades del Colegio se componían de un rector; un prefecto de disciplina; un pasante, que hacía las veces de director de estudios; y un ministro o administrador. La vida cotidiana de los alumnos estaba regulada por estrictas normas de religiosidad, que incluían las oraciones, la frecuentación de los sacramentos y los retiros espirituales. Semana Santa, el jueves santo los colegiales debían concurrir en compañía del rector y los profesores a la visita de los sagrarios, práctica piadosa que se mantuvo entre nosotros hasta mediados del siglo XX. Cabe señalar que estas prescripciones no fueron suprimidas con la nacionalización del Colegio y están contenidas en el reglamento de 1855, suscripto por el presidente de la Nación Justo José de Urquiza. Desde 1838 hasta 1855, el Colegio fue dirigido por el Pbro. Dr. Eduardo Ramírez de Arellano quien, a la vez, se desempeñó como catedrático de la Universidad y profesor y vicario general de la diócesis. Con él compartían la responsabilidad de la enseñanza los doctores Estanislao Learte, tres veces rector de la Universidad, y ex profesor del Instituto Literario de San Jerónimo, de Santa Fe; y Pedro Nolasco Caballero, también tres veces rector de la Universidad. Ambos fueron al mismo tiempo miembros del cabildo eclesiástico de la docta. En esa época del Colegio, que funcionaba sólo como residencia, las clases se dictaban en la Universidad, donde se estudiaba latín, lógica y ética, filosofía, matemática y física elemental, que incluía elementos de astronomía. De acuerdo con las investigaciones realizadas por el historiador jesuita Pedro Grenon, desde su fundación hasta 1855, pasaron por sus aulas 1.756 alumnos, procedentes de las provincias que integraban el antiguo territorio del Virreinato del Río de la Plata e inclusive de Chile y el Perú. En este instituto cursaron estudios relevantes figuras de nuestro pasado, como Juan José Castelli, Gregorio Funes, José Valentín Gómez, Pedro Medrano, José Ignacio Gorriti; y en época más cercana: Santiago Derqui, Juan Francisco Seguí, Facundo Zuviría, Nicolás Avellaneda, Miguel Juárez Celman y José Figueroa Alcorta. Según la opinión de uno de sus exalumnos, que data de 1780, el Colegio: “Surtía abundantemente las catedrales de canónigos verdaderamente apostólicos; proveía las parroquias tanto de ciudades como de la campaña de pastores celosos, desinteresados y vigilantes; daba a las ciudades magistrados instruidos, íntegros, amadores del bien público; abastecía las casas religiosas de sujetos dignos y de importancia; poblaba las ciudades de cabezas de familias que las supiesen gobernar y mantenerlas en la debida sujeción a Dios, al Rey y a sus representantes o ministros”8. El Colegio de Nuestra Señora de Loreto Íntimamente vinculado con el Colegio de Monserrat, estuvo el Colegio Seminario de Nuestra Señora de Loreto, fundado por el obispo Trejo y Sanabria el 17 de diciembre de 1611 en la ciudad de Santiago del Estero, sede de la diócesis del Tucumán, y destinado a la formación del clero. En 1699 este Colegio fue trasladado a Córdoba y en 1752 se aprobaron las reglas directivas y doctrinales que se han de observar en el Colegio Real y Seminario de Nuestra Señora de Loreto y Santo Tomás de Aquino, dictadas por el obispo Pedro Miguel de Argandoña. Para el ingreso en el Colegio se requería que los postulantes debían tener doce años cumplidos, ser hijos legítimos y saber leer y escribir, además, debían demostrar una marcada vocación religiosa. Los que fueran seminaristas tenían que turnarse en el servicio de culto en la Catedral. El ingreso se realizaba de una manera pública y solemne. En esa ocasión, el postulante debía hacer juramento de defender el misterio de la Purísima Concepción de Nuestra Señora y de guardar las Reglas. Además de los estudios regulares de gramática, filosofía y teología, los alumnos recibían lecciones de música y aprendían a ejecutar en el arpa, el órgano y el violín. Según las Reglas, los alumnos teólogos debían predicar los días de Nuestra Señora de Loreto, de la Purísima y de Santo Tomás de Aquino. También debían defender los casos de moral y dos veces al año exponer alguna cuestión de filosofía. La Universidad de Córdoba Por iniciativa del obispo del Tucumán, fray Fernando de Trejo y Sanabria, el papa Gregorio XV otorgó en 1621 al Colegio Máximo que tenían los jesuitas en la ciudad de Córdoba desde 1610, el privilegio de poder otorgar grados académicos y, por lo tanto, la jerarquía de universidad, la que comenzó a funcionar al año siguiente, de acuerdo con las Constituciones o reglamentos que dictó el padre Pedro de Oñate, reformadas por el padre Andrés de Rada en 1664 y confirmadas en 1680. Sin embargo, sostiene el padre Pedro Grenon, que fue la Compañía de Jesús la que, “exclusivamente y sin ayuda alguna del obispo de Trejo, fundó, costeó y sostuvo con sus propios recursos durante ciento cincuenta y siete años su Colegio Máximo, convertido [...] en la primera Universidad que existió en territorio argentino”9. Durante el período hispánico se fundaron en América 25 universidades. La primera en Santo Domingo, en 1538. Trejo y Sanabria había nacido en las costas del Brasil en 1550. Era nieto de Diego Sanabria, que debió ser el tercer adelantado del Río de la Plata, cuya expedición fue arrastrada por un temporal a las costas de Venezuela. Llamado por su vocación religiosa, se ordenó sacerdote en la comunidad franciscana. Fue elevado a la dignidad episcopal como obispo del Tucumán en 1595. En tal carácter presidió los sínodos de 1599, 1606 y 1607. A través de su labor infatigable, llevó a cabo la reedificación de la iglesia catedral de Santiago del Estero, sede del obispado; protegió a los indios de la región combatiendo el servicio personal a título gratuito; y fundó, además, cofradías religiosas para la participación de los indios, negros y mulatos. Su obra más perdurable fue, sin embargo la promoción de la Universidad de Córdoba, para lo cual donó sus bienes. En efecto, el 19 de junio de 1613 formalizó la donación ante escribano obligándose a su cumplimiento con todos sus bienes y rentas del obispado. El 15 de marzo del año siguiente escribió al rey para suplicarle se dignara “dar licencia para que los padres de la Compañía puedan dar grados de Artes y Teología”. Aunque la fundación de la Universidad tuvo lugar ocho años después, esta petición fue el principio de tan magno acontecimiento. Trejo y Sanabria gobernó la diócesis del Tucumán hasta su muerte, acaecida cerca de Córdoba, el 24 de diciembre de 1614, sin haber visto concretada la fundación de la Universidad. Según las palabras del padre Furlong, fue “un varón verdaderamente egregio, tan sabio como santo”10. El gobierno de la Universidad estaba a cargo de un rector y un cancelario, nombrados por el superior provincial de la Compañía de Jesús. En esta Universidad se cursaban artes, que comprendían el estudio del latín y la filosofía; y teología; y se concedían en el primer caso los grados de bachiller, licenciado y maestro; y en el segundo, los de bachiller, licenciado y doctor, en principio por el término de diez años y desde 1634, a perpetuidad, por decisión del papa Urbano IV. El aprendizaje del latín estaba dividido en doce cursos de un año cada uno, para menores y mayores respectivamente. A su vez, el estudio de la filosofía comprendía un curso de lógica, otro de física y un tercero de metafísica, cada uno de un año de duración. Por su parte, el estudio de la teología, que duraba cinco años, se fundamentaba en la escolástica. Según refiere el historiador Antonino Salvadores: “Se obtenía el grado de doctor después de la licenciatura y de haber cursado dos años como pasante, durante los cuales se rendían cinco exámenes, de los cuales cuatro, llamados parténicas, estaban dedicados a la Virgen María, y el último, más importante y severo, llamado ignaciana, se dedicaba a San Ignacio. Las parténicas versaban sobre la Suma Teológica de Santo Tomás y la ignaciana, debate público en el cual participaban todos los doctores presentes en la ciudad, sobre el Libro de las Sentencias, de Pedro Lombardo, cuyas proposiciones eran comentadas de acuerdo con la doctrina tomista” 11. Los que recibían el grado de doctor debían estar previamente ordenados “de orden sacro”. Recién a partir de 1764 comenzaron a admitirse seglares. La Universidad de Córdoba estuvo en manos de los jesuitas hasta su expulsión, en 1767. Entonces fueron reemplazados provisoriamente por los franciscanos, quienes en 1791 introdujeron el estudio de la jurisprudencia o Instituta con anuencia del virrey Nicolás de Arredondo. De esta manera los estudios que se cursaban dejaban de ser estrictamente teológicos. La cátedra se inauguró con 11 alumnos y fue su primer titular Victorino Rodríguez. En 1795 se autorizó el otorgamiento de grados en derecho civil. Con esto se dio comienzo a la secularización de la Universidad. Por real cédula del 1º de diciembre de 1800, el rey Carlos IV refundó la Universidad y la denominó de San Carlos y de Nuestra Señora de Monserrat, elevándola al rango de Universidad Mayor, con las mismas prerrogativas atribuidas a las de Salamanca y Alcalá de Henares en España y a las de México y Lima en América y con el carácter de Real y Pontificia. Entre los rectores franciscanos, merece recordarse a fray Pedro Nolasco Barrientos, que estuvo diez años a cargo del rectorado; y, entre los profesores, a fray Cayetano Rodríguez, de relevante actuación posterior en los sucesos de la Revolución de Mayo, que enseñó filosofía. A partir de 1808 se hizo cargo de la Universidad el clero secular. Las Universidades de Charcas y de Santiago Trejo y Sanabria fue también el inspirador de la fundación de la Universidad de San Francisco Javier en Charcas o Chuquisaca, y de la de San Miguel en Santiago de Chile. En efecto, los jesuitas dirigían desde fines del siglo XVI el Colegio de San Juan Bautista en la ciudad de Charcas, que en 1621 fue elevado a la categoría de Colegio Real y, a partir de 1624, autorizado para funcionar como universidad y conferir grados en artes, teología, cánones y leyes (derecho civil y canónico). La misma autorización se concedió a los jesuitas en 1625 para convertir en universidad al colegio que poseían desde principios del siglo XVII en Santiago de Chile, que tomó el nombre de Universidad de San Miguel y otorgó los mismos grados que la Universidad de Charcas. En 1634, el Papa Urbano VIII resolvió que los grados académicos otorgados por los jesuitas en estas universidades tuvieran validez en toda la Cristiandad. El segundo rector de esta Universidad fue el Pbro. Pedro de Tula Bazán, nacido en La Rioja, que se desempeñaba como profesor de teología. Posteriormente ocuparon el rectorado varios sacerdotes nacidos en lo que hoy constituye el territorio argentino, como Gregorio Tapia Segarra y José Joaquín Gaete. Varios de los protagonistas de la Revolución de Mayo de 1810, como Vicente López y Planes, Juan José Castelli, Mariano Moreno, Manuel Dorrego y Antonio Álvarez Jonte, cursaron sus estudios de derecho en estas dos universidades; los tres primeros en la de Charcas y los dos últimos en la de Santiago. Notas 1 Juan Carlos Ballesteros. La educación jesuítica en las reducciones de guaraníes. Paraná, Universidad Nacional de Entre Ríos, 1979, págs. 33-34. 2 Guillermo Furlong. “La tradición de la escuela primaria en la Argentina”. En Carlos Aguilar y otros. La enseñanza nacional. Buenos Aires, Espasa Calpe, 1940, pág. 58. 3 J. C. Ballesteros. Ob. cit., pág. 23. 4 Cit. por Cayetano Bruno. Historia de la Iglesia en la Argentina. Buenos Aires, Don Bosco, 1967, V II, pág. 338. 5 Cfr. Ignacio Osorio Romero. La enseñanza del latín a los indios. México, Universidad Nacional Autónoma, 1990. Comentario bibliográfico de Sofía M. Carrizo Rueda. En Stylos. Buenos Aires, Instituto de Estudios Greco latinos, 1992, págs. 119-123. 6 Guillermo Furlong. Historia del Colegio del Salvador y de sus irradiaciones culturales y espirituales en la ciudad de Buenos Aires. 1617-1943. Buenos Aires, Colegio del Salvador, 1944, T. I, pág. 37. 7 Ibídem, pág. 48. 8 Cit. por Francisco J. Miranda. Vida del venerable sacerdote don Domingo Muriel. Córdoba, 1916, pág. 213. 9 Pedro Grenon. Universidad de Córdoba. Rectificación de errores. Córdoba, s/f. 10 Guillermo Furlong. “Las Universidades de la América Hispana con anterioridad a 1810”. En Estudios. Buenos Aires, Academia Literaria del Plata, 1951, Nº 447, pág. 37. 11 Antonino Salvadores. “La Universidad de Córdoba”. En Historia de la Nación Argentina. Buenos Aires, El Ateneo, 1940, V. IV, 2ª Sec., pág. 149. Fuente: http://argentinahistorica.com.ar Segunda Etapa: Educación popular La época de los reyes de la casa de Borbón, del redescubrimiento de América y la crisis del imperio español (siglo XVIII y comienzos del XIX), se caracterizó por la irrupción de las nuevas ideas liberales, del Iluminismo o la Ilustración, que sostenían los principios de la libertad personal, la igualdad y la fraternidad entre los hombres, la soberanía popular, el progreso material y la tolerancia religiosa, lo cual llevaba implícito la necesidad de impulsar la educación popular. De acuerdo con esta tendencia, en Buenos Aires se crearon los Reales Estudios y posteriormente el Real Colegio Convictorio Carolino, con miras a la fundación de una universidad que por el momento no llegó a concretarse. Por otra parte, el abogado Manuel Belgrano, nombrado por la Corona secretario perpetuo del Consulado de Buenos Aires, fundó las Escuelas de Náutica y de Dibujo. En esta etapa de la educación argentina se mantuvieron, en general, las características del hombre argentino señaladas para la época anterior pero, como con el cambio de dinastía en España, penetraron en la península las nuevas ideas, que luego se difundieron en América, fue necesario establecer vallas de contención que canalizaran su influencia dentro de los límites precisos de la doctrina cristiana. Así fue que, sin subestimar los criterios tradicionales, se concedió mayor importancia a la formación práctica y a la educación de la mujer, como se puso de relieve en las ideas volcadas por Belgrano en las célebres Memorias del Consulado de Buenos Aires y en sus realizaciones concretas, que hemos mencionado. Esta nueva actitud también se puso de manifiesto en la obra llevada a cabo por el obispo del Tucumán, fray José Antonio de San Alberto, que apuntó a una educación de carácter pragmático. Asimismo, se procuró suavizar los castigos corporales, para lo cual se recomendó a los maestros tratar a sus alumnos con “dulzura, paciencia, bondad y ternura”. El pragmatismo pedagógico Como hemos dicho, las nuevas ideas repercutieron en el campo de la educación, con una marcada orientación laicista, que procuró erradicar la influencia de la Iglesia católica y del clero, en particular. Los filósofos de la Ilustración o del Iluminismo, que propiciaron este cambio, sostenían que las causas o los efectos de la conducta humana debían encontrarse en las leyes naturales antes que en la voluntad de Dios, para lo cual las personas debían guiarse por la razón y no por la autoridad. Fruto de todas estas preocupaciones fue el Diccionario razonado de las ciencias, las artes y los oficios, más conocido como la Enciclopedia, que comenzó a publicarse en Francia en 1751 y en cuya redacción participaron Diderot, D’Alembert, Condillac, Montesquieu, Voltaire, Rousseau, Turgot y otros pensadores. La Enciclopedia fue un eficaz instrumento de difusión de las nuevas ideas y, a la vez, inspiradora de una nueva corriente educativa, que también tomó elementos de la fisiocracia, doctrina económica elaborada por Francisco Quesnay, que sostuvo que toda la riqueza provenía de la tierra, por lo que sólo el agricultor era el productor auténtico. Los fisiócratas admitían la existencia de la monarquía absoluta y entendían que el rey debía vigilar el cumplimiento de la ley natural. Dentro de esta concepción, se atribuyó al Estado la obligación de ocuparse de la educación popular, con una orientación pragmática, que permitiera a los educandos desempeñarse con eficacia en el mercado del trabajo. En España, Gaspar Melchor de Jovellanos sostuvo, en su famosa Memoria sobre la educación pública, “que las primeras letras son la primera llave de toda instrucción”. A lo que añadía: “Ellas serán entonces la verdadera educación popular. Abridle así [a la masa] la entrada a las profesiones industriosas y ponedle en los senderos de la virtud y de la fortuna”1. Y en el Río de la Plata, Belgrano, imbuido de las ideas de la fisiocracia, escribió en las Memorias del Consulado que: “Uno de los principales medios que se deben aceptar [...] son las escuelas gratuitas [...] allí se les podría dictar buenas máximas e inspirarles amor al trabajo, pues en un pueblo donde no reina éste, decae el comercio y toma su lugar la miseria [...]”2. Asimismo, el obispo del Tucumán, fray José Antonio de San Alberto, bregó desde su cargo por la educación popular y la enseñanza práctica. En sus cartas pastorales, dirigidas a la feligresía de su diócesis, expresó claramente que “el que no sabe leer ni escribir es un ser inútil y perjudicial, tanto para la sociedad como para la religión. Además sostuvo que era necesario “dar a cada uno un oficio, que esté de acuerdo con su naturaleza y talento”3. El Colegio de Niñas Huérfanas de Buenos Aires En 1727, por iniciativa de Juan Guillermo González y Aragón, se fundó en Buenos Aires la Hermandad de la Santa Caridad del Niño Jesús, la que, si bien en un principio se dedicó exclusivamente a dar cristiana sepultura a quienes morían sin dejar deudos, por iniciativa del hermano mayor Francisco Alvarez Campana, incorporó a sus actividades la educación, mediante la creación, en 1755, de un Colegio de Niñas Huérfanas, con el nombre Nuestra Señora de los Remedios, protectora de la Hermandad. Como rectora del nuevo establecimiento, nombró Alvarez Campana a Teresa Basan, educada con las monjas catalinas en el convento que fundara en Córdoba Leonor de Tejeda. El Colegio comenzó a funcionar el 20 de noviembre de 1755 y se componía de dos salas altas y seis bajas, otra sala para enfermería, un refectorio, un salón, zaguán y puerta a la calle, que servía de escuela pública de niñas que concurrían a instruirse en la doctrina cristiana y a aprender a leer y escribir, coser y otras habilidades femeninas. Constaba, además, de tres patios espaciosos, con corredores que servían para las labores de las niñas y de cinco divisiones con destino a la habitación de las huérfanas y colegialas mulatas. En cuanto al número de alumnas, había en aquel momento 52 niñas españolas o indias y 15 mulatas, siendo considerable el número de postulantes por las ventajas que ofrecía el Colegio. Con respecto a la distribución horaria que se observaba en los actos de piedad, instrucción cristiana y atenciones propias del sexo, era la siguiente: comenzaban a las cuatro y media de la mañana en verano y cinco y media en invierno, con misa y rezo de una parte del rosario, en lo que empleaban una hora; desde ésta hasta las once y media se ocupaban en sus respectivas labores y escuelas, que cesaban para dar de comer a las enfermas del Hospital de Mujeres anexo y ayudar a las destinadas a su asistencia. Luego seguían al refectorio, donde durante la comida se leía un libro espiritual y concluida aquélla se retiraban a descansar hasta las dos de la tarde, en que volvían al coro a rezar otra parte del rosario. Seguía un cuarto de hora de oración y después continuaban sus labores y enseñanza como por la mañana, repitiendo la asistencia a las enfermas. Al atardecer volvían al Coro para rezar la tercera parte del rosario. Después tenían examen de conciencia y un cuarto de hora de oración, pasando el resto de la noche, hasta el tiempo de cenar, en la lectura espiritual y ocupaciones de beneficio común. Después de la cena, en que se guardaba la misma distribución que al mediodía, se tocaba a las nueve a silencio y reposo. Cada ocho días tenían comunión y, asimismo, en las festividades particulares y solemnes. En el Colegio funcionaba también una escuela externa, en la que se enseñaba a leer y escribir a las niñas autorizadas por sus padres, puesto que en aquella época tal aprendizaje se consideraba peligroso para las mujeres. A seis kilómetros del centro de la ciudad, en el actual barrio de Floresta, la Hermandad disponía de una chacra que servía de lugar de expansión para las huérfanas. El Pbro. Dr. José González Islas, hijo del benemérito fundador, se desempeñó como capellán de la Hermandad y director del Colegio, desde 1744 hasta su muerte, acaecida en 1801. Tanto el Colegio, como la Hermandad, subsistieron a la Revolución de Mayo, hasta que, al poner en ejecución el ministro Bernardino Rivadavia su plan de reformas eclesiásticas durante el gobierno de Martín Rodríguez en la provincia de Buenos Aires, fueron suprimidos por decreto del 1º de julio de 1822. Los Reales Estudios Pocos años antes de la creación del Virreinato del Río de la Plata, en 1771, el entonces gobernador de Buenos Aires, Juan José de Vértiz y Salcedo, pidió opinión a los cabildos eclesiástico y secular acerca del progreso de la educación en la ciudad de Buenos Aires y la posibilidad de aplicar los bienes de los jesuitas expulsos para ese fin. El cabildo eclesiástico –cuya respuesta fue redactada por el canónigo Juan Baltasar Maziel– propuso crear un colegio convictorio y una universidad. Inclusive, sugirió que “el Patrón y titular de la Universidad, será en obsequio del nombre de nuestro Soberano, el glorioso Arzobispo de Milán San Carlos Borromeo [...]”4. A su vez, el cabildo secular coincidió con esta opinión y propuso, además, trasladar la Universidad de Córdoba a Buenos Aires. Consecuentemente, al año siguiente, como primer paso, el 10 de febrero se abrieron los Reales Estudios con la dirección de Maziel –que había estudiado teología en Córdoba y luego se había graduado en derecho civil y canónico en la Universidad de Santiago, en Chile– en el local que había ocupado el Colegio Grande o de San Ignacio de los jesuitas, cerrado, como hemos dicho, en 1767, con motivo de la expulsión de los religiosos decretada por Carlos III. En los Reales Estudios funcionaron un curso de primeras letras y un aula de gramática. José Manuel García se desempeñó como maestro en el primero y el presbítero Cipriano Villota, con el mismo carácter, en la segunda. Poco después, el presbítero Carlos José Montero fue designado maestro de filosofía. Al año siguiente de su creación, el procurador general Manuel de Basavilbaso informaba que asistían 232 alumnos de primeras letras, 89 de gramática y 17 de filosofía. En 1776 se establecieron, además, tres cátedras de teología y se aprobaron los estatutos, redactados por el canónigo Maziel. El Real Colegio de San Carlos Siete años después, en 1783, habiendo sido nombrado Vértiz virrey, sobre la base del colegio de Reales Estudios, se inauguró, el 3 de noviembre, el Real Colegio Convictorio Carolina o de San Carlos, con más de 80 alumnos inscriptos. Sus constituciones establecían que el Colegio estaría a cargo de un rector, que debía ser clérigo y nombrado por el virrey. Los estudios eran de artes y teología, como en Córdoba. Cabe señalar que el 12 de abril anterior se había inaugurado el Colegio Seminario Conciliar de San Carlos de la Asunción, en el Paraguay, en un acto que fue presidido por el entonces gobernador de esa jurisdicción, Pedro Melo de Portugal, futuro virrey del Río de la Plata. Las primeras autoridades del establecimiento de Buenos Aires fueron los presbíteros Vicente Anastasio Juanzarás y Escobar, rector; Marcos Salcedo, vicerrector y Pantaleón Rivarola, regente de estudios. El canónigo Maziel, a quien el historiador Juan Probst llama “el maestro de la generación de Mayo”5, continuó desempeñándose como cancelario. En 1786 falleció Juanzarás a temprana edad y fue reemplazado por el padre Luis José Chorroarín, canónigo de la catedral de Buenos Aires. Dos años más tarde murió Maziel y le sucedió el doctor Montero, como cancelario y primer catedrático de teología, quien renunció en 1804, por lo cual los cargos de rector y cancelario quedaron concentrados en Chorroarín. El régimen del Colegio era de internado y muy estricto. Según cuenta su exalumno Manuel Moreno: “A las cinco de la mañana los despiertan en verano para ir a la capilla a hacer oración mental y oír la misa, y en invierno a las siete. Comen en una mesa común, entretenidos por la importuna lectura de un libro devoto [...]”6. Expresión, esta última, que revela un espíritu anticlerical. El día de San Carlos Borromeo se celebraba en forma solemne en la capilla. Los alumnos vestían uniforme y eran enseñados a tener buenos modales y acostumbrados al trato con personas distinguidas. Para ingresar en el Colegio debían ser cristianos viejos (no conversos), de buenas costumbres, saber leer y escribir y haber cumplido diez años de edad por lo menos. Una vez inscriptos, debían pagar la pensión puntualmente, aunque había algunas becas de gracia y becas extraordinarias para los de escasos recursos. No obstante, el Colegio tuvo dificultades para subsistir, por lo cual, la Junta de Temporalidades –que administraba los bienes de los jesuitas expulsos– le entregó la estancia de Areco y la chacarita (chacrita) del Colegio de San Ignacio, que habían pertenecido a la Compañía. En esta última pasaban las vacaciones de verano los alumnos del Colegio. Durante el mes de enero y parte de febrero los colegiales se trasladaban a la chacarita. El año escolar comenzaba el miércoles de ceniza y se extendía hasta el 6 de noviembre. La iniciación de los exámenes tenía lugar a partir del día 20 de ese mes. Las constituciones del Colegio, aprobadas el 9 de diciembre de 1783, autorizaban castigos corporales por faltas graves, los más frecuentes eran azotes, y, en casos extraordinarios, el cepo, aunque se prefería enviar al culpable a la casa de sus padres. La Constitución 17º, decía expresamente: “procurarán no aplicar con frecuencia el castigo de azotes cuando contemplen que por medio de otros penales ejercicios se pueden remediar sus faltas [...]”. El Colegio era de estudios preparatorios, por lo que se cursaban en él: teología dogmática, teología escolástica, sagrados cánones y escrituras sagradas, además de gramática, filosofía y latín. El curso de filosofía duraba tres años y el de teología, cuatro. Los profesores en un principio fueron nombrados directamente por el virrey, pero luego, por concursos de oposición extremadamente rigurosos, lo que originó una sana competencia y un movimiento intelectual de proporciones. Las oposiciones duraban aproximadamente una semana y constituían una verdadera “justa solemne de inteligencia”, según la expresión de Guillermo Furlong, que tenía lugar en la iglesia de San Ignacio. Salvo la cátedra de teología, que era a perpetuidad, las demás se renovaban cada tres años. Los alumnos eran también entrenados en la defensa de tesis. Los días jueves, viernes y domingos había debates. Los temas se sacaban en suerte con una semana de anticipación. En 1788 había 95 alumnos de gramática, 65 de filosofía y 55 de teología, que hacían un total de 225, por lo cual, en un informe enviado a España, se resaltaba “los muchos y graves perjuicios que se siguen de que los estudiantes después de concluidos pasen a Córdoba, Chile y La Plata [Charcas] a recibir los grados de doctor, insumiendo en estos viajes crecidos gastos con perjuicios de sus familias”, por lo cual se solicitaba que el Real Colegio de San Carlos pudiera conceder grados universitarios. El Colegio perduró hasta 1807 en que, con motivo de la segunda invasión inglesa al Río de la Plata, fue desalojado y se transformó en cuartel del Regimiento de Patricios. A partir de entonces el Seminario Conciliar se hizo cargo de la educación de los jóvenes. En 1813 se unificó oficialmente el Colegio Seminario con el de San Carlos. Desde el punto de vista ideológico, el Colegio no parece haber ejercido influencia sobre los protagonistas de la Revolución de Mayo, aunque no cabe duda que en sus claustros se discutieron las nuevas ideas de la Ilustración. Por sus aulas pasaron, entre otros, Cornelio Saavedra, Mariano Moreno, Juan José Paso, Manuel Belgrano, Bernardino Rivadavia, Francisco Castañeda, Antonio Sáenz, Tomás Manuel de Anchorena y Manuel Dorrego, que tuvieron como profesores a figuras de relieve, como Mariano Medrano, Diego Estanislao Zavaleta y José Valentín Gómez. El Colegio de la Enseñanza En febrero de 1780, las religiosas de Santa Clara, María Josefa Madariaga, Alfonsa Vargas Lescano y Teresa Sotomayor, procedentes de Santiago de Chile, iniciaron en la ciudad de Mendoza, las actividades del Colegio de la Enseñanza, o de María, o de la Compañía de María, que se estableció en un predio situado entre las actuales calles Córdoba, José F. Moreno, Corrientes y Salta. El edificio que se levantó al efecto, estuvo terminado recién en 1803. La iniciativa de esta creación fue de Juana Josefa de Torres y Salguero, oriunda de la ciudad de Córdoba que, al quedar viuda del general Bartolomé Ugalde, se trasladó a Santiago de Chile para ingresar en el monasterio de Santa Clara, pero no pudo hacerlo por su precaria salud, por lo cual pasó a Mendoza, con la intención de instalar un monasterio, que estaría a cargo de religiosas de la Compañía de María, congregación fundada en Burdeos, Francia, en 1607, por la beata María Juana de Lestonnac, a semejanza de la Compañía de Jesús. Como no fue posible traer a estas religiosas de Europa, recurrió a las de Santa Clara de Chile. En el Colegio de la Enseñanza se recibían alumnas de todos los sectores sociales. Además existía una dependencia especial para las esclavas y otra para las indias adultas. Los Colegios de Niñas Huérfanas de Córdoba y Catamarca José Antonio de San Alberto nació en el Fresno, provincia de Aragón, España, el 17 de febrero de 1727. Luego de cursar las primeras letras, se sintió llamado por la vocación religiosa y después de aprobar los estudios correspondientes fue consagrado sacerdote en la orden de los carmelitas descalzos en 1742, en el Convento de San José de Zaragoza. A partir de entonces realizó una brillante carrera eclesiástica, que lo llevó a desempeñar importantes cargos, como el de prior general y procurador de los conventos de su orden. Fue, además, predicador de Su Majestad y examinador sinodal del arzobispado de Toledo. Posteriormente, el rey Carlos III le ofreció el obispado de Cádiz, que no quiso aceptar; en cambio, se avino a ocupar la diócesis del Tucumán, en el lejano Virreinato del Río de la Plata. Llegó a estas tierras en 1780 y luego de asumir sus funciones, emprendió una intensa labor, a la vez apostólica y educativa. Ante todo, se propuso inculcar en el clero la vocación docente, obligando a los sacerdotes a perfeccionar sus conocimientos. “No es bastante la santidad sola para entrar en el ministerio -afirmaba-, son menester también la ciencia y la doctrina”7. Con el apoyo del virrey Vértiz, inauguró en 1782 el primer Colegio de Niñas Huérfanas en la ciudad de Córdoba, que encomendó a las hermanas terciarias carmelitas descalzas de Santa Teresa de Jesús, entre las que se recuerdan los nombres de las hermanas María Josefa de los Dolores Echeverría, Feliciana de Santa Teresa, María de las Mercedes Cañete y María Ignacia de San José Yedros; y, posteriormente, en 1783, otro semejante en Catamarca, que puso a cargo de mujeres seglares, las hermanas Agustina, Juana Rosa y María Manuela Villagrán. Estos Colegios –donde aplicó una verdadera pedagogía del huérfano, como la denomina Alberto Caturelli 8– tenían por objeto “familiarizar a los educandos con el trabajo y dar a cada uno aquel oficio que corresponda a su naturaleza y a su talento”. El obispo San Alberto pretendía que los niños fueran “labradores industriosos, artesanos diestros, comerciantes ingeniosos y, en una palabra, otras tantas manos fuertes que, aplicadas al cultivo, a las manufacturas y al comercio, preparen al Estado y a la Patria, en lo sucesivo, la abundancia y la felicidad”9. Para ser utilizado en sus colegios, publicó un Catecismo civil, con lo cual culminó su obra en la región del Tucumán, ya que en 1784 fue promovido a la arquidiócesis de Charcas. Al mismo tiempo, el virrey Vértiz lo nombró visitador de la Universidad de Córdoba, con la misión de redactar sus nuevas Constituciones. El obispo San Alberto mantuvo en dicha Universidad a los franciscanos que, como hemos dicho, habían sucedido a los jesuitas en 1767, con motivo de la expulsión. Esta posición le valió un conflicto con los hermanos Funes –Ambrosio y Gregorio–, que propiciaban su entrega al clero secular. La cuestión fue zanjada en 1808 por una Real Cédula que separó a los franciscanos de la Universidad. Al año siguiente regresó a España, donde desempeñó un alto cargo. El 25 de marzo de 1804 falleció en Madrid, luego de una larga vida consagrada al servicio de Dios y de sus semejantes. La Real Academia Carolina de Charcas Desde 1681 se pudo cursar en la Universidad de Charcas derecho civil y en 1776 comenzó a funcionar la Real Academia Carolina de Jurisprudencia, para formar a los abogados en el ejercicio práctico de la profesión. La Academia fue organizada a partir de su aprobación real, por cédula del 28 de agosto de 1780, con la presidencia de un ministro de la Real Audiencia de aquella ciudad altoperuana. Para redactar sus Constituciones, se tomaron como modelo las de la Academia similar de Santiago de Chile. En la Academia de Charcas, luego de rendir un examen de admisión, ingresaban los abogados, a quienes se entregaba un resumen de los casos que había considerado el Tribunal de la Real Audiencia, para que éstos lo resolvieran, previa distribución de roles, como demandante y demandado. El curso duraba tres años, lapso que se consideraba suficiente para adquirir la necesaria experiencia profesional. Belgrano propulsor de la educación Otro gran propulsor de la educación en esta etapa fue Manuel Belgrano, que nació en Buenos Aires el 3 de jumo de 1770. Luego de haber aprobado las primeras letras, siguió sus estudios preparatorios en el Real Colegio de San Carlos. En 1786 viajó a España, donde se inscribió en la Universidad de Salamanca para completar sus estudios superiores en derecho. Sin embargo, atraído por las nuevas ideas de la Ilustración, se trasladó a Madrid, donde se entusiasmó con la doctrina económica de la fisiocracia, que propugnaba el desarrollo de la educación popular para el mejoramiento de las tareas agrarias. Allí se vinculó con Pedro Rodríguez conde de Campomanes y con Gaspar Melchor de Jovellanos, quienes por entonces lideraban un movimiento renovador de la educación. También recibió la influencia del abate Benito Jerónimo Feijóo –introductor del realismo pedagógico en España–, quien valorizaba la ciencia experimental en contraste con el predominio del verbalismo en la enseñanza tradicional. Posteriormente reanudó sus estudios de derecho en la Universidad de Valladolid, donde se graduó de bachiller en leyes y en 1793 obtuvo el título de abogado. Ese mismo año, el rey Carlos III lo nombró secretario perpetuo del Real Consulado que debía instalarse en Buenos Aires, por lo que emprendió el regreso a su ciudad natal donde, al año siguiente, asumió el cargo asignado. Como parte de sus obligaciones, anualmente debía redactar una Memoria que se leía al abrir las sesiones de la corporación, circunstancia que aprovechó para dar a conocer sus ideas renovadoras, inspiradas en la fisiocracia, aunque adaptadas a la realidad rioplatense. De esta manera, en una región donde predominaba la ganadería, propuso el fomento de la agricultura, la industria y el comercio; y, en particular, la introducción del cultivo del lino y del cáñamo y el establecimiento de curtiembres. Para facilitar el desarrollo de estas actividades, se pronunció por la promoción de la educación técnica de la juventud y de los adultos y la elevación de la condición social de la mujer, mediante la educación. Particular atención merece la Memoria que leyó el 15 de junio de 1796 que, según Esteban Fontana, “lo consagra como una de las mentes más claras que haya tenido nuestro país en materia educacional” 10 En este documento, entre otros aspectos, propicia la creación de una escuela práctica de agricultura y de escuelas gratuitas para niñas. Las Escuelas de Dibujo y de Náutica Por iniciativa de Belgrano, el 29 de mayo de 1799 se instaló en Buenos Aires una Escuela de Dibujo, con la dirección del escultor y tallista español Juan Antonio Gaspar Hernández, cuya denominación completa era Academia de Geometría, Perspectiva, Arquitectura y toda especie de Dibujo. Hernández se comprometió a ser el maestro director “sin estipendio alguno”, hasta que se hallaran los fondos suficientes para sostenerla. Esta Escuela, que funcionó en una de las salas del edificio del Consulado, llegó a tener 64 alumnos y subsistió hasta fines de 1800, en que se cerró por real orden del rey Carlos IV del 4 de abril de ese año, que adujo razones de economía. En cuanto a Hernández, cabe agregar que era considerado el maestro tallista de la ciudad. A él se le deben, por ejemplo, el retablo y la imagen de la iglesia de San Nicolás. Debido al empeño de Belgrano, el 11 de noviembre del mismo año 1799 comenzó a funcionar, también en Buenos Aires, una Escuela de Náutica, cuyo director fue el ingeniero Pedro Cervino y subdirector el piloto agrimensor Juan Alsina. En su organización la Escuela siguió el modelo de los establecimientos similares existentes en España. Como patrono se nombró a San Pedro González Telmo, que ya lo era de la Escuela de Cádiz. La Escuela de Náutica funcionó en el edificio del Consulado, junto con la Escuela de Dibujo. En ella se enseñaban elementos de aritmética y álgebra y nociones de geodesia y cosmografía. El plan abarcaba cuatro años de estudios, que incluían ejercicios prácticos en embarcaciones. Además de las cátedras, la Escuela contaba con una biblioteca y un archivo de documentos, secciones de investigación para adquirir el conocimiento físico del territorio, un observatorio para determinaciones topográficas y una sociedad de instrucción general anexa a la Academia. Esta Escuela fue clausurada en junio de 1806, debido a que no había contado con la autorización del comandante de Marina de Montevideo que, por razones de jurisdicción, sostuvo que debía depender del Real Apostadero de Marina de esa ciudad. Una real orden del 22 de enero de 1807, dio cuenta de la desaprobación de la Corona a la creación de la Escuela. En marzo de 1810 Belgrano inició la publicación de un periódico, el Correo de Comercio, de efímera existencia, pues desapareció en junio de 1811, en cuyas páginas también volcó sus preocupaciones por la educación. Con los sucesos que tuvieron lugar a partir de la Revolución de Mayo, Belgrano pasó a formar parte de la Junta de Gobierno como segundo vocal y, de inmediato, por exigencias del proceso revolucionario se transformó en un improvisado militar, convirtiéndose en el protagonista de las importantes campañas al Paraguay, a la Banda Oriental y al Alto Perú. Durante el transcurso de esta última, por su victoria en la batalla de Salta, librada el 20 de febrero de 1813, recibió de la Asamblea reunida en Buenos Aires una donación de 40.000 pesos que destinó a la fundación de cuatro escuelas públicas de primeras letras, para las cuales redactó un reglamento modelo Luego de haber acompañado a Rivadavia en el cumplimiento de una misión diplomática en Europa y de haber ejercido nuevamente el mando del Ejército Auxiliar del Perú, en forma transitoria, falleció en la ciudad de Buenos Aires el 20 de junio de 1820. El historiador Antonino Salvadores considera que Belgrano “es el verdadero propulsor de la educación”, “el verdadero padre de la escuela primaria argentina”11 El Protomedicato y la Escuela de Medicina Por iniciativa del Dr. Miguel O’Gorman, de origen irlandés –llegado al Río de la Plata con la expedición del virrey Pedro de Ceballos–, con estudios de medicina realizados en Francia y el título de médico revalidado en Madrid, el 17 de agosto de 1780 se instaló en Buenos Aires el Tribunal del Protomedicato, destinado a otorgar las licencias para el ejercicio de la medicina y, a la vez, velar por la salud pública. El 22 de octubre de 1783, el rey aprobó su creación, aunque dejó en suspenso la designación de O’Gorman, cuya nacionalidad fue objetada. Recién el 1º de julio de 1798 se reconoció el establecimiento definitivo delProtomedicato Independiente de Buenos Aires, y el 18 de septiembre de 1799 inició sus actividades oficialmente. Bajo su dependencia comenzó a funcionar, el 2 de marzo de 1801, con 14 alumnos, la Escuela de Medicina, según el plan de la Universidad de Edimburgo, en la que se enseñaba medicina, cirugía, farmacia y flebotomía. El cuerpo docente estaba integrado por el protomédico general y los catedráticos, ante quienes debían rendir las pruebas de competencia los médicos, cirujanos, sangradores y farmacéuticos. Los cursos se iniciaban cada trienio y las clases se extendían entre el 1º de marzo y el 20 de diciembre de cada año. Para el ingreso se exigía limpieza de sangre, fe de bautismo y certificación de haber cursado lógica y física experimental. El plan de estudios se desarrollaba en seis años lectivos y abarcaba las siguientes materias: 1er. año: anatomía y vendajes; 2°: elementos de química farmacéutica y filosofía botánica; 3º: instituciones médicas y materia médica; 4º: heridas, tumores, úlceras y enfermedades de los huesos; 5º: operaciones y partos; 6º: elementos de medicina clínica. Los catedráticos dictaban las clases teóricas en sus domicilios particulares y las clases prácticas se daban en el hospital de los padres bethlemitas. Los alumnos eran promovidos mediante exámenes. Con O’Gorman colaboraron inicialmente Francisco Argerich y José Alberto Capdevilla, como conjueces y examinadores. Además, se desempeñó Joaquín Terrero como segundo examinador de “algebristas, hernistas, oculistas, flebotomianos y parteras”. Después se incorporaron Cosme Mariano Argerich –nacido en Buenos Aires y graduado en España–, como secretario, conjuez y catedrático de medicina; y Agustín Ensebio Fabre –gaditano, cirujano de la Real Armada y médico del Real Colegio de San Carlos–, como conjuez y catedrático de anatomía y cirugía. Durante las invasiones inglesas de 1806 y 1807, los estudiantes de medicina se desempeñaron en los improvisados hospitales de sangre para atender a los numerosos heridos. O’Gorman fue jubilado a principios de 1816, sucediéndole en el cargo de protomédico Justo García Valdez. Notas 1 Cit. por Manuel Horacio Solari. Historia de la educación Argentina. Buenos Aires Paidós, 1949, pág. 43. 2 Ibídem, pág. 47. 3 Ibídem, pág. 37. 4 Cit. por Juan María Gutiérrez. Origen y desarrollo de la enseñanza pública superior en Buenos Aires. Buenos Aires, La Cultura Argentina, 1915, pág. 260. 5 Juan Probst. Juan Baltazar Maziel, el maestro de la generación de Mayo. Buenos Aires, Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires, 1946. 6 Cit. por J. M. Gutiérrez. Ob. cit., pág. 54. 7 Cit. por Abel Cháneton. La instrucción primaria en la época colonial. Buenos Aires, Sociedad de Historia Argentina, 1942, pág. 73. 8 Alberto Caturelli. “Perfiles sacerdotales. José Antonio de San Alberto”. En Mikael. Paraná, Seminario Arquidiocesano, 1982, Nº 29, pág. 100. 9 A. Cháneton. Ob. cit., pág. 75. 10 Esteban Fontana. “Esquema hipotético para una historia de la educación argentina”. En Cuyo. Anuario de Historia del Pensamiento Argentino. Mendoza, 1973 T. IX. págs 189-190. 11 Antonino Salvadores. La instrucción primaria desde 1810 hasta la sanción de la ley 1.420. Buenos Aires, Consejo Nacional de Educación, 1941, págs. 25-26. BELGRANO y la educación Manuel Belgrano ha sido uno de nuestros próceres que más se ha ocupado por fomentar la educación. Se destaca su labor como secretario del Consulado, a partir de 1794 hasta los sucesos revolucionarios de 1810. Se preocupa por fomentar la agricultura, la industria y el comercio, tendiendo al desarrollo económico, sin descuidar el aspecto social. Para lograr un bienestar, no sólo material sino también a nivel humano, es necesario fomentar la educación, en los diferentes niveles. En la primera Memoria de mediados de 1796, propicia la creación de una Escuela Práctica de Agricultores y otra de Comercio. Su profundo idealismo, hace que se sensibilice frente a la situación de los habitantes de la campaña:“…Esos miserables ranchos donde se ven multitud de criaturas, que llegan a la edad de la pubertad, sin haberse ejercitado en otra cosa que la ociosidad, deben ser atendidos hasta el último punto. Uno de los principales medios que se deben adoptar a este fin son las escuelas gratuitas, a donde puedan los infelices mandar sus hijos, sin tener que pagar cosa alguna por su instrucción; allí se les podrán dictar buenas máximas, e inspirarles amor al trabajo, pues en un pueblo donde reine la ociosidad, decae el comercio y toma su lugar la miseria”. Belgrano propone que los niños aprendan las primeras letras, conocimientos matemáticos básicos junto con el catecismo, para luego ser admitidos por los Maestros menestrales, quienes les enseñarían su oficio, teniendo éstos la obligación de mandarlos a la Escuela de dibujo. El cuidado de las escuelas gratuitas debía confiarse “a aquellos hombres y mujeres que, por oposición, hubiesen mostrado su habilidad y cuya conducta fuese de público y notorio irreprensible”. El Consulado debía velar sobre “las operaciones de maestros y maestras”, comisionando a tal efecto a dos consiliarios. Otro punto de importancia era el de la distribución de los establecimientos. Belgrano manifestaba lo siguiente; “Estas escuelas debían ponerse con distinción de barrios, y debían promoverse en todas las ciudades, villas y lugares que están sujetas a nuestra jurisdicción, comisionando para ello a los diputados, y pidiendo auxilio al excelentísimo señor virrey, a fin de que comunicase sus órdenes para que todos los gobernadores y demás jefes cooperasen a estos establecimientos tan útiles”. Al estudiar estos proyectos que Belgrano presentara en 1796, al igual que los conceptos que sobre educación expusiera en el Correo de Comercio en 1810, Antonino Salvadores considera a Belgrano como “el verdadero propulsor de la educación, el verdadero padre de la escuela primaria argentina, pues él dio a la revolución la fórmula concreta de política educacional un cuarto de siglo antes de que Rivadavia iniciase las fundaciones que le han dado justo renombre’’. Sus ideales tomaron los principios de la Ilustración Española, y siendo Belgrano profundamente católico promovía el estudio del catecismo en las escuelas. Belgrano también se ocupaba de la educación de las niñas; proponía la creación de escuelas gratuitas para niñas, en donde se les enseñaría a leer, escribir, bordar, coser, etc., para combatir en ellas la ociosidad, y hacerlas útiles en su hogar, y permitirles ganarse la vida en forma decorosa y provechosa. Para dar ocupación a las gentes pobres y especialmente a los niñas, Belgrano señalaba la utilidad de escuelas de hilar lanas. Recordemos que hilanderas y tejedoras eran oficios considerados “mujeriles”. La prédica de Belgrano a favor de la difusión de la instrucción y educación pública como esencial para el fomento de la industria y riqueza, nos recuerda los discursos de Campomanes. Belgrano también se ocupó del fomento del comercio y para difundir los nuevos principios y prácticas en la materia, proponía la creación de una Escuela de comercio. Comprendía una serie de materias que puede llamarse el ciclo matemático a saber: aritmética, llevar la cuenta y tener los libros y el cálculo y regla de cambio. El ciclo jurídico comprendía; reglas de la navegación mercantil, los seguros, modo de establecer la correspondencia mercantil, las leyes y costumbres usadas entre negociantes, etc. Por último señala las dos asignaturas esenciales del ciclo que podría llamarse económico; “los principios generales de la geografía y las producciones de que abundan o escasean los países”. Los orígenes de las Facultades de Agronomía y de Ciencias Económicas se encuentran en los planes de estudios que proyectara Manuel Belgrano. Asimismo fomenta la enseñanza técnica, enemiga del verbalismo y la rutina. 1 Belgrano para mejorar el desarrollo del comercio, proponía una compañía de seguros tanto para el comercio marítimo como para el terrestre, la necesidad de cuidar de caminos, muelles, y la erección de una Escuela de Náutica, “sin cuyos principios nadie pudiese ser patrón de lancha en este río. La utilidad y ventaja que proporcionará este establecimiento, aún para los que no quieren seguir la carrera de navegación, no será bien ponderada jamás, ni yo puedo hacerla ver más claramente que llamando la atención de V.V.S.S. a los progresos que han hecho los jóvenes en las innumerables escuelas que de estos principios tiene”. El vasto plan que Belgrano proponía en la Memoria de 1796, abarcaba la creación de escuelas de agricultura, dibujo, arquitectura, primarias para niñas, de hilazas de lana, comercio y náutica. Sólo pudo ver realizada una mínima parte de su programa; la creación de escuelas de dibujo y náutica. La escuela de geometría, arquitectura, perspectiva y todas las demás especies de dibujo contaría con el profesor Juan Antonio Gaspar Hernández y fue inaugurada el 29 de mayo de 1799. La Academia no iba a tener larga vida. Por orden real de 4 de abril de 1800, se manifestaba al Consulado que no se dispondría de dinero para mantenerla. A pesar de ello, el Consulado pretendió seguir sosteniendo la Academia, pero sin éxito, y por otra Real Orden del 26 de julio de 1804 fue finalmente clausurada. La Academia de Náutica comenzó a funcionar el 25 de noviembre de 1799, bajo la dirección de Pedro Antonio Cerviño. Los cursos de la Academia, de una duración de cuatro años, abarcaban el estudio de la aritmética, geometría, trigonometría plana y esférica, álgebra, dibujo, hidrografía, principios de mecánica, geografía y navegación. Si bien Belgrano seguía con interés la marcha del instituto, ésta cerró sus puertas al producirse la primera invasión inglesa en 1806. Es constante el interés de Belgrano por fomentar la educación, pero lamentablemente la crisis política de la época hizo que muchos de sus proyectos no pudieran realizarse. En 1813, la Asamblea Constituyente, a raíz de la victoria de Salta, dona a Belgrano la cantidad de 40.000 pesos. Este los destina a la fundación de cuatro escuelas; en Tarija, Jujuy, Tucumán y Santiago del Estero, y elabora un Reglamento, que debía regir en las mismas. Belgrano presentó a consideración del gobierno el Reglamento. EL reglamento disponía en su artículo primero que se destinaba a cada una un capital de 10.000 pesos, cuya renta de quinientos pesos costearía el sueldo del maestro de cuatrocientos pesos, y los útiles y libros de los niños de padres pobres, si resultaba un sobrante, se destinaba a premios de estímulo. Las escuelas quedaban bajo la protección y vigilancia de los ayuntamientos; la provisión de cargo de maestro se hacía por oposición, debiéndosele dar cuenta a Belgrano de su resultado, para hacer el nombramiento, función que pasaría a su muerte al Cabildo. Es importante ver la consideración que recibía el maestro. En el artículo 8 se disponía que en las principales ceremonias se le debía dar “asiento al maestro en cuerpo de Cabildo, reputándosele como Padre de la Patria”. En el artículo 18 se establecía; “El maestro procurará con su conducta, y en todas sus expresiones y modos, inspirar a sus alumnos amor al orden, respeto a la Religión, consideración y dulzura en el trato, sentimiento de honor, amor a la virtud y a las ciencias, horror al vicio, inclinación al trabajo, despego del interés, desprecio de todo lo que diga a profusión y lujo en el comer, vestir y demás necesidades de la vida, y un espíritu nacional que les haga preferir el bien público al privado, y estimar en más la calidad de Americano que la de Extranjero”. En otros artículos Belgrano reglamentaba lo pertinente al régimen interno de las escuelas, la distribución del tiempo, y las recompensas a conceder a los mejores alumnos. En relación a los castigos, se autorizaba a aplicar azotes en casos graves, no pudiendo pasar de doce y “haciéndolo esto siempre separado de la vista de los demás jóvenes”. En el artículo 19, recomienda que los niños se presentaran correctamente, y que “no se permitiera que nadie use lujo, aunque sus padres puedan y quieran costearlo”. Este reglamento refleja el interés de Belgrano por la educación, aún en tiempos de guerra. El mismo fue conocido en Buenos Aires en julio de 1813 e influyó en la formación de los reglamentos de la provincia, pero especialmente tuvo una influencia decisiva en el reglamento de las escuelas de Córdoba del 10 septiembre de 1813. Podemos decir que Manuel Belgrano se interesó por la educación en los distintos niveles, ya sea primario como terciario, y fue un precursor en fomentar la educación femenina, para que ésta gracias a la educación pudiera tener una mayor participación social. REGLAMENTO PARA CONSTRUIR 4 ESCUELAS. Manuel Belgrano Por el triunfo de la batalla Salta (20/02/1813), logrado tras la victoria de Tucumán (24/09/1812)la Asamblea del año XIII le otorgó a Belgrano 40.000 pesos oro. (1) Manuel Belgrano respondió: “he creído propio de mi honor y de los deseos que me inflaman por la prosperidad de mi patria, destinar los expresados 40.000 pesos para la dotación de cuatro escuelas públicas de primeras letras en las que se enseñe a leer y a escribir, la doctrina cristiana, y los primeros rudimentos y obligaciones del hombre en sociedad”. Reglamento para el establecimiento de las cuatro escuelas de Tarija, Jujuy, Tucumán y Santiago de Estero Jujuy, 25 de Mayo de 1813 Reglamento que deberá regir el establecimiento de las quatro Escuelas de Tarija, Jujuy, Tucumán, y Santiago del Estero que he resuelto dotar con los quarenta mil pesos de premio que me señaló la Soberana Asamblea General Consti tuyente, mientras que el Supremo Poder Executivo quien se remite para su aprobación, se sirve con mejores luces enmendarlo y perfeccionarlo según estime más conveniente al interés la educación de la Juventud de los Pueblos. Articulo 1°. Habiendo destinado con aprovación del Supre mo Poder Executivo, el fondo de los quarenta mil pesos que me concedió en premio la Asamblea Constituyente por su soberano Decreto de ocho de Marzo de este año, para que sus réditos se do ten quatro Escuelas, una, en Tarija, otra en esta Ciudad, y las dos restantes en Tucumán y .Santiago del Estero, de á cada una de ellas el capital de diez mil pesos para que el rédito anual de quinientos se le paguen quatrocientos pesosde sueldo al Maestro, y los cientos restantes se destinen para papel, pluma, tin ta, libros y catecismo para los Niños de Padres pobres que no tengan como costearlo. Si hu biere algún ahorro se empleará el sobrante en premios, con que se estimule el adelanta miento de los Jóvenes. 2° Estableciéndose estas Escuelas baxo la protección., inmediata inspección y vigilancia de los Ayuntamientos, el pago del sueldo se hará por mitad en cada seis meses por conducto del Governador del Pueblo, del Alcalde de primer voto, y del Rexidor más antiguo, con inter vención del síndico, quién solo tendrá la facultad de presentar; u oponerse a él, quando el Maestro no haya cumplido sus deberes. Los mismos individuos entenderán en la inversión de los cien pesos destinados para auxilio de los Niños pobres: en la distribución que se haga de los útiles que se compren con ellos; y en el repartimiento de los premios. 3° La provisión de estas Escuelas se hará por oposición. El cabildo publicará un aviso convocatorio, que se hará saver en las ciudades mas inmediatas; admitirá los memoriales de los opositores con los documentos que califi quen su idoneidad y costumbres oirá á cerca de ellos al síndico Procurador; y cumplido el termino de la convocación. que nunca será me nor de veinte y cinco días nombrará dos su jetos de los mas capaces, e instruidos del Pue blo, para que ante ellos, el vicario Eclesiástico y el Procurador de la Ciudad se verifique la oposición públicamente, en el día ó días seña lados. Los vocales y el Procurador informa rán juntos ó separadamente al Ayuntamiento á cerca del mérito de la oposición y circunstancias de los pretendientes, y con el informe que este tenga por conveniente, me dará cuenta de todo para hacer el nombramiento, debiendo los mismos vocales informarse tambien en derechura quanto juzguen conducente al acierto de la elección. Después de mis días será esta del resorte del cabildo, procediendo siempre la oposición pública en los terminos indicados. 4° Cada tres años podrá el Ayuntamiento abrir nueva oposición, y convocar opositores, si los hubiere por conveniente ó hubiese proporción de mejorar de Maestro. El que ha servido ó desempeñado la Escuela en igualdad de merito y circunstancias deberá ser preferido. 5° Se enseñará en estas Escuelas á leér, escribir y contar; la gramatica castellana; los funda mentos de nuestra sagrada Religión y Doctri na Cristiana por el catecismo de Astete (2), Fleu ri (3), y el compendio de Pouget (4): los primeros rudimentos sobre el origen y objeto de la so ciedad, los derechos del hombre en ésta, y sus obligaciones acia ella, y al Govierno que la rige. 6° Cada seis meses habrían examenes publicos á presencia de los mismos individuos, ante quie nes se verifica la oposición. A los Jovenes que sobresalgan, se les daré asiento de preferencia, algun premio, distinción de honor, pro cediéndose en esto con justicia. 7° En los Domingos de renovación, y en los dias de rogaciones publicas, asistirán todos los Jovenes á la Iglesia presididos de su Maes tro: oiran la misa Parroquial, tomarán asiento en la banca que se les destine, y acompa ñarán en la procesión de Nuestro amo, To dos los Domingos de Quaresma concurrirán en la misma forma á oir la Misa Parroquial y las exortaciones ó platicas doctrinales de su Pastor. 8° En las Funciones del Patrono de la Ciudad, del aniversario de nuestra regeneración política,y otras de celebridad, se le dará asiento al Maestro en Cuerpo de Cavildo, reputándosele por un Padre de la .Patria. 9° Todos los dias asistirán los Jovenes á Misa conducidos por su Maestro; al concluirse la Escuela por la tarde rezarán las letanias á laVirgen, teniendo por Patrona á nuestra Señora de Mercedes. El sabado a la tarde le rezaran un tercio de rosario, 10º Se entrará en la Escuela desde el mes de oc tubre hasta el de marzo á las siete por la mañana para salir á las diez; y á las tres de la tarde para salir á las seis; y desde el mes de Abril hasta, el de Setiembre á las ocho de la mañana para salir á las once, y á las dos de la tarde para salir á las cinco. 11º Los que escriban harán solo dos planas al dia y ninguna pasará de una llana de quartilla. El tiempo sobrante despues de la plana,se destinara á que lean en libro o carta, apren dan la doctrina Cristiana, la aritmetica, la gramatica castellana. 12º Tendran asueto general el día 31 de Enero, 20 de Febrero, 25 de Mayo, 24 de Setiembre, cuidando el Maestro de darles una idea de nuestra grata memoria, tambien lo tendrán de el día del Maestro, el 1° de Enero, el de su Fundador, y los Jueves por la tarde. 13º Las mañanas de los jueves y tarde de los sa bados se destinarán al estudio de memoria del Catecismo de Astete (1) que se usa en nuestras Escuelas y a explicarles la doctrina por el Pouget. 14º Los sabados por la mañana se concluirán las bandas semanales que deberán promoverse hasta que haia premios, con que estimular la juventud al maior adelantamiento, pero sin que se saquen, ni aun se designen porros, como ha sido antes de ahora de costumbre. 15º Solo se podrá dar de penitencia á los Jóvenes el que se hinquen de rodillas; pero por ningún motibo se le expondrá á la verguenza pública haciendo que se pongan en cuatro pies, ni de otro cualquier modo impropio. 16º A ninguno se le podrán dar arriba de seis azotes por defectos graves; y solo por un hecho que pruebe mucha malicia, ó se de muy malas conseqüencias en la Juventud, se le podrán dar hasta doce, haciendolo esto siempre sepa rado de la vista de los demas Jovenes 17º Si hubiese algún joven de tan mala indole ó de costumbres tan corrompidas que se manifieste incorregible, podrá ser despedido se cretamente de la Escuela con intervención del Alcalde de Primer voto, del Regidor mas anti guo y del vicario de la Ciudad, quienes se re unirán a deliberar en vista de lo que previa y privada les informe el Preceptor. 18º El Maestro procurará con su conducta y en toda sus expresiones y modos inspirar á sus Alumnos, amor al orden, respeto á la Reli gion, moderación y dulzura en el trato, sentimientos de honor, amor á la verdad y á las Ciencias, horror al vicio, inclinación al trabajo, despego del interés, desprecio de todo lo que diga á profusión, y luxo en el comer, vestir y demas necesidades de la vida, y un espiritu nacional, que les haga preferir el bien publico al privado, y estimar en mas la cali dad de Americano, que la de Extranjero. 19º Tendrá gran cuidado en que todos se presenten con aseo en su persona y vestido, pero no permitirá que nadie use luxo aunque sus Padres puedan y quieran costearlo. 20º Se fixarán a la Puerta de la Escuela las Ar mas de la Soberana Asamblea Gral. constituyente. 21º Los Ayuntamientos cuidarán de la puntual observancia de este Reglamento y de todo lo re lativo al buen orden y adelantamiento de estas Esqüelas, á cuyo efectos los Rexidores se tur narán por semana para visitarlas, y reprender al Maestro de los defectos que adviertan. Cada uno en el Cavildo siguiente a la semana, que le haya correspondido por turno, darán parte al cuerpo por escrito de lo que hubiere notado en la visita, y se archivará dicho parte para que sir va de constancia de la conducta del Maestro para lo que pueda convenir. 22º Me será facultativo nombrar quando lo tenga por conveniente un sujeto que haga una visita Extraordinaria, de estas Esqüelas [escuelas]. Me reser vo asimismo la facultad de hacer las mejoras que el tiempo y la experiencia indiquen para perfeccionar este Reglamento. Jujuy y Mayo 25 de 1813. - M. Belgrano NOTAS: (1) 191 años después el Ministro de Educación Daniel Filmus (presidencia de Néstor Kirchner 2003-2007) inauguró la Escuela Nro. 452 “Legado Belgraniano” en la ciudad de San Salvador de Jujuy. (2) Gaspar Astete (1537-1601) escribió el Catecisma de la Doctrina Cristiana que se utilizó acompañando la dominación hispana, expandiendo la visión de la Contrarreforma católica sobre los textos sacros cristianos. (3) Con respecto al Historia Eclesiástica del abad Claudio Fleury. Poco tiempo antes en México Miguel de Hidalgo y Costilla muy criticado y desplazado de su cargo como Rector del Real y Primitivo Colegio de San Nicolás Obispo de Valladolid, según sostiene Castillo Ledón “¿y qué se murmuraba, qué se decía de él? Que gustaba de discutirlo todo, aun con sus superiores en dignidad; que leía autores vedados, como la Historia Eclesiástica del abad Claudio Fleury y las obras de Voltaire, de las que en Valladolid existía oculta una colección; que tenía conversaciones reservadas sobre religión y política… y, por último, que tenía relaciones íntimas con una mujer “que vestía de todas modas”.” En Salas López, Emilio: “Miguel Hidalgo y Costilla”. 8 de mayo de 2001. El Universal. www.eluniversal.com.mx (4) El Compendio de Amado Pouget también fue uno de los textos utilizados por el cura mexicano Hidalgo. Ver Herrera Peña, José: Maestro y discipulo. Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo. México 1995. Tercera etapa: Educación liberal Ya en el segundo período de nuestra historia, en la época de la Revolución y de la Independencia (1806-1820), la preocupación absorbente de la guerra, necesaria para alcanzar la soberanía, impidió el desarrollo orgánico de la educación. No obstante, en esta nueva etapa se produjeron algunas iniciativas de importancia, como la supresión de los castigos corporales “bajo las más severas conminaciones” —aunque de relativa vigencia— y se introdujo el sistema lancasteriano, que facilitó la multiplicación de la acción educativa en el nivel elemental; en tanto que, en el nivel medio, en Mendoza se fundó el Colegio de la Santísima Trinidad, y en Buenos Aires el Colegio de la Unión del Sud, más tarde transformado en el de Ciencias Morales. Con la Revolución de Mayo se inició una época contradictoria, durante la cual, mientras algunos dirigentes pretendieron alterar el orden tradicional, ya conmovido durante la época anterior, otros trataron de sostener los fundamentos básicos de la nacionalidad consagrados en el período hispánico. Esto se ve claramente reflejado, en lo que se refiere al aspecto educativo, en la actitud del segundo secretario de la Junta, Mariano Moreno, que propició la impresión del Contrato Social de Juan Jacobo Rousseau —aunque expurgado de los delirios religiosos del autor—, para reafirmar los derechos del hombre; y, paralelamente, en la decisión del Cabildo de Buenos Aires, de editar el Tratado de las obligaciones del hombre, de Juan de Escoiquiz. Ya en 1807 se había recibido una real orden por la cual se imponía como libro de texto en las escuelas una obra compuesta por el carmelita descalzo fray Manuel de San José, titulada: El niño instruido por la divina palabra, que estaba destinada a exponer las obligaciones para con Dios, para consigo mismo y para con sus semejantes. El libro del presbítero Escoiquiz, que había sido preceptor de Fernando VII y más tarde su ministro y consejero, también señalaba las obligaciones para con Dios, para consigo mismo, para con el prójimo y, por fin, las obligaciones particulares, todo en forma precisamente didáctica. Tal circunstancia demostró el peso de la concepción anterior, que está claramente expuesta en el Reglamento redactado por Manuel Belgrano para las cuatro escuelas que donara con el importe del premio que le otorgó la Asamblea General Constituyente de 1813 por su triunfo en la batalla de Salta. El Reglamento de Belgrano El Reglamento está fechado en San Salvador de Jujuy, el 25 de mayo de 1813, y en su artículo 1º establece Belgrano que el fondo de 40.000 pesos que le concedió en premio la Asamblea, por decreto del 8 de marzo de ese año, lo destina “para que con sus réditos se doten cuatro escuelas: una en [San Bernardo de la Frontera de] Tarija, otra en esta Ciudad [San Salvador de Jujuy], y las dos restantes en [San Miguel de] Tucumán y Santiago del Estero”. Estas escuelas, según lo prescripto en el artículo 2º, debían instalarse “bajo la protección, inmediata inspección y vigilancia de los Ayuntamientos” El artículo 3º contiene una interesante disposición, en virtud de la cual la provisión del cargo de maestro de estas escuelas se haría por oposición. “Cada tres años —señala el artículo 4º— podrá el Ayuntamiento abrir nueva oposición, y convocar opositores si lo tuviere por conveniente o hubiese proporción de mejorar de maestro. El que ha servido o desempeñado la escuela en igualdad de mérito y circunstancias, deberá ser preferido”. En estas escuelas debía enseñarse “a leer, escribir y contar; la gramática castellana; los fundamentos de nuestra sagrada Religión y la Doctrina Cristiana por el Catecismo de Astete, Fleurí y el compendio de Pouget; los primeros rudimentos sobre el origen y objeto de la Sociedad, los derechos del hombre en ésta, y sus obligaciones hacia ella y al Gobierno que la rige” (art. 5º). Cada seis meses habría exámenes públicos y a los jóvenes sobresalientes se les daría asiento de preferencia, algún premio o distinción de honor, “procediéndose en esto con justicia” (art. 6º). Los artículos 7º y 9º se refieren al aspecto religioso: “En los Domingos de renovación, y en los días de rogaciones públicas, asistirán todos los jóvenes a la Iglesia presididos de su maestro; oirán la Misa Parroquial, tomarán asiento en la banca que se les destine y acompañarán la Procesión de nuestro Amo. Todos los domingos de Cuaresma concurrirán en la misma forma a oír la Misa Parroquial, y las exhortaciones o pláticas doctrinales de su pastor” (art. 7º). “Todos los días asistirán los jóvenes a Misa, conducidos por su maestro; al concluirse la Escuela por la tarde, rezarán las Letanías a la Virgen, teniendo por Patrona a Nuestra Señora de Mercedes. El sábado por la tarde rezarán un tercio de rosario” (art. 9º). En cuanto al artículo 8º, merece destacarse en especial por el elevado concepto que encierra de la profesión docente: “En las funciones del Patrono de la Ciudad, del Aniversario de nuestra regeneración política, y otras de celebridad, se le dará asiento al Maestro en Cuerpo de Cabildo, reputándosele por un Padre de la Patria”. Los artículos subsiguientes, hasta el 14º, inclusive, se refieren al calendario y el horario escolar; y los artículos 15º, 16º y 17º, a la disciplina. En este último aspecto se disponía que: “Sólo se podrá dar de penitencia a los jóvenes el que se hinquen de rodillas; pero por ningún motivo se les expondrá a la vergüenza pública, haciendo que se pongan en cuatro pies ni de otro cualquier modo impropio” (15º). “A ninguno se le podrán dar arriba de 6 azotes por defectos graves; y sólo por un hecho que pruebe mucha malicia, o sea de muy malas consecuencias en la juventud, se le podrán dar hasta 12, haciendo esto siempre separado de la vista de los demás jóvenes” (16º). “Si hubiere algún joven de tan mala índole o de costumbres tan corrompidas que se manifieste incorregible, podrá ser despedido secretamente de la Escuela, con acuerdo del Alcalde de Primer Voto, del Regidor más antiguo y del Vicario de la Ciudad, quienes se reunirán a deliberar en vista de lo que previa y privadamente les informe el Preceptor” (17º). El artículo 18 es también digno de destacarse y debiera grabarse en la conciencia de todos los docentes del país; en él se prescribe que: “El Maestro procurará con su conducta, y en todas sus expresiones y modos, inspirar a sus alumnos amor al orden, respeto a la Religión, moderación y dulzura en el trato, sentimientos de honor, amor a la virtud y a las ciencias, horror al vicio, inclinación al trabajo, desapego del interés, desprecio de todo lo que diga a profusión y lujo en el comer, vestir y demás necesidades de la vida, y un espíritu nacional que les haga preferir el bien público al privado, y estimar en más la calidad de Americano que la de Extranjero”. Los artículos subsiguientes hasta el 22º, con que finaliza, contienen disposiciones formales. En cuanto a la instalación y funcionamiento de las escuelas donadas, la Provincia de Jujuy fue la primera que dispuso en 1813 la habilitación de una escuela, de acuerdo con lo establecido por Belgrano, que se inauguró en 1825; en Santiago del Estero, en 1822, el Cabildo resolvió cumplir con la creación de la escuela; en Tarija, el legado de Belgrano estuvo a punto de concretarse en 1825, pero recién en 1967, nuestro país financió el proyecto y construcción de una escuela, que donó a la República de Bolivia; y en Tucumán, a pesar de la preocupación de algunos de sus gobernantes, en especial de Alejandro Heredia, desde 1832 hasta su asesinato en 1838, no se ha concretado todavía la fundación. En el presupuesto nacional para 1994 se incluyó una partida especial para su construcción, que tampoco se llevó a cabo. Por fin, en 1997, por resolución ministerial 114, se dispuso destinar el dinero recibido por las herencias vacantes al cumplimiento del mandato histórico de Belgrano. Las Escuelas y Academias de Matemáticas La Escuela de Matemáticas —que apuntaba a convertirse en una escuela militar— creada en Buenos Aires por la Junta, el 19 de agosto de 1810, e inaugurada el 12 de setiembre siguiente, estuvo abierta hasta 1812, con la dirección del teniente coronel Felipe Sentenach que, por su participación en la conspiración que encabezó Martín de Álzaga, fue ejecutado en ese año. El proyecto de creación de esta Escuela se le debe también a Belgrano. El plan de estudios comprendía: aritmética, geometría y trigonometría, geometría práctica, álgebra inferior y superior, secciones cónicas, principios de mecánica y estática y nociones generales de geografía. Según relata Juan María Gutiérrez: “El día que tuvo lugar la inauguración de la Escuela de Matemáticas, fue de verdadera fiesta. Los salones de la casa del Consulado se abrieron para la ceremonia, a que concurrió la Junta Gubernativa, la Real Audiencia, el Excmo. Cabildo y una numerosa oficialidad” 1. En esa ocasión Belgrano, designado protector de la Escuela, pronunció el discurso de apertura. Posteriormente se realizaron nuevos intentos con el mismo objetivo, mediante la fundación de una nueva Escuela de Matemáticas, que funcionó entre 1815 y 1817; y una Academia para la Enseñanza de las Matemáticas y las Artes Militares, que data de 1816, dirigida por Felipe Senillosa, que perduró hasta 1820. En la Academia se cursaban las siguientes materias: 1er año: Aritmética, cuatro reglas de álgebra y propiedades de la línea recta. 2º año: Aplicaciones del álgebra a la aritmética, trigonometría rectilínea y esférica, aplicaciones del álgebra a la geometría, secciones cónicas y principios de geometría descriptiva. En 1828 durante el breve lapso del gobierno de Manuel Borrego en la Provincia de Buenos Aires, se creó una Academia Teórico-práctica de Artillería, cuyo director fue Francisco Biedma. El Instituto Médico Militar El 31 de mayo de 1813, por imperio de las circunstancias políticas, la Escuela de Medicina se transformó en el Instituto Médico Militar, destinado a formar los médicos necesarios para las campañas libertadoras, con la dirección de Cosme Mariano Argerich, que permaneció en el cargo hasta 1820, año en que falleció repentinamente y fue reemplazado por Cristóbal Martín de Montúfar. En 1814 el director supremo, Gervasio Antonio de Posadas, dictó un Reglamento para su funcionamiento, dándole el carácter de Cuerpo de Medicina Militar. Los estudios duraban seis años y el currículo del Instituto se integraba con anatomía y fisiología, patología general, química farmacéutica, materia médica, patología quirúrgica, enfermedades internas, huesos, partos y medicina legal. Al año siguiente de su instalación, se inscribieron sólo diez alumnos, entre quienes sobresalió Francisco Javier Muñiz, a quien, por su actuación posterior, puede considerarse el primer sabio argentino. Los profesores tuvieron grado militar y los alumnos debieron someterse a la disciplina castrense. Este Instituto subsistió hasta la creación del Departamento de Medicina de la Universidad de Buenos Aires, en 1821, que comenzó a funcionar el 7 de marzo del año siguiente. A su vez, el Protomedicato, que había continuado existiendo como institución no docente, fue disuelto el 11 de febrero de 1822. Dos meses más tarde, con fecha 9 de abril, fue aprobado el Reglamento de Medicina, en el cual se contemplaba la existencia de un Tribunal de Medicina y Farmacia, cuyo primer presidente fue Juan Antonio Fernández y vocales, los profesores Francisco Cosme Argerich y Francisco de Paula Rivero. Este nuevo organismo subsistió hasta 1852 en que fue reemplazado por el Consejo de Higiene Pública. Reglamentos para las escuelas de primeras letras En 1816, Rufino Sánchez y Francisco Javier Argerich redactaron un Reglamento para las escuelas de primeras letras de la campaña de la provincia de Buenos Aires. En este Reglamento se disponía que: “el preceptor, así como debe tratar a sus discípulos con amor y liberalidad, sin oprimirlos despóticamente, debe también exigir de ellos todo el respeto y obediencia dignos de su autoridad”. A tal efecto, en casos graves podían aplicar a sus alumnos la pena de hasta seis azotes, pero a condición que lo hiciera “en un lugar separado de la vista de los demás, para que no se pierdan la vergüenza con la publicidad y frecuencia de estos actos”. En el Reglamento se establecían también los contenidos de la enseñanza, que incluían “los primeros rudimentos sobre el origen y objeto de la sociedad, derechos del hombre, obligaciones hacia ella y al gobierno que la rige, haciéndoles entender el legítimo sentido en que deben tomarse las palabras seguridad, libertad e igualdad”. Asimismo, por el carácter rural de las escuelas, se contemplaba la enseñanza de la agricultura, incluyendo la previsión del tiempo de vacaciones de los alumnos. Es interesante destacar la imposición del principio de obligatoriedad de la enseñanza, responsabilizándose de su cumplimiento al alcalde y al cura del lugar, quienes “obligarán precisamente con todo el rigor de la justicia, a los padres de familia o tutores, manden a sus hijos o pupilos a la escuela, de la cual no saldrán ni se les dispensará falta de asistencia hasta que estén suficientemente instruidos”. Los mismos autores redactaron otro Reglamento para el funcionamiento de las Juntas Inspectoras de las escuelas de primeras letras de los pueblos de campaña, en el que se disponía que la misión principal de las Juntas —que se integrarían con el alcalde de hermandad, el cura o teniente cura y un vecino—, sería la de inspeccionar la conducta del preceptor y el adelanto de los alumnos. Se establecía también que los cargos de preceptor se cubrirían por oposición y se fijaba el sueldo que debían cobrar. La preocupación del Padre Segurola por la educación Saturnino Segurola y Lezica vio la luz en la ciudad de Buenos Aires el 11 de febrero de 1776. Como muchos jóvenes de su generación cursó estudios en el Real Colegio de San Carlos y luego se doctoró en teología en la Universidad de Santiago, en Chile. Una vez ordenado sacerdote regresó a Buenos Aires, donde alternó el ejercicio de su misión sagrada con los estudios e investigaciones históricas, actividad esta última que le permitió reunir un importante archivo y una valiosa biblioteca. Cuando, en 1810, se fundó la Biblioteca Pública, fue nombrado bibliotecario juntamente con fray Cayetano Rodríguez. Dos años después fue electo diputado a la Asamblea General Constituyente que se reunió en Buenos Aires a partir de 1813. En 1817 se hizo cargo de la Casa de Niños Expósitos, entonces bajo dependencia de la Hermandad de la Caridad, donde desarrolló una proficua labor. En ese mismo año fue designado por el Cabildo de Buenos Aires como director general de Escuelas, porque, según sostiene Salvadores, “tenía clara visión de lo que debía ser la enseñanza” y era capaz de “barrer con innumerables prejuicios que gravitaban sobre el prestigio de la enseñanza”2. Segurola se distinguió en el desempeño de estas funciones, procediendo a la reorganización de las escuelas de la ciudad y la campaña. En ese entonces se publicaron dos libros para la enseñanza, uno de gramática y otro de aritmética. El primero fue compuesto por el periodista cubano Antonio Valdés y el segundo se debe a la pluma del director de la Academia de Matemáticas, Felipe Senillosa. Al año siguiente —1818— Segurola puso en vigencia un nuevo Reglamento que redactó para las escuelas de la ciudad, de fecha 16 de julio, y otro de fecha 18 del mismo mes para las escuelas de la campaña, en los que se reconocía al Cabildo como autoridad escolar suprema. En el primero se establecía que la designación de los maestros debía efectuarse mediante un examen ante una comisión designada ad-hoc y dos maestros. Los maestros procurarían “no ultrajar a los niños con dicterios indecentes, ni estropearlos con golpes”, previniéndoles “que sustituyan el castigo de azotes por otras reprensiones que miren al pundonor de los niños”. Se fijaba, además, el período de vacaciones, que se reducía a 16 días. En el segundo, se preveía la formación de Juntas Protectoras en cada partido, en lugar de Juntas Inspectoras, que estarían integradas por el cura o su teniente, el alcalde y un vecino distinguido, cuyas funciones serían las de vigilar las escuelas, recaudar fondos y administrar el sostenimiento de las mismas. En los dos reglamentos se dispuso que los maestros debían pasar cada seis meses “una lista de los niños que existieran en sus respectivos escuelas” y remitir “una plana de cada niño para que se archive, después de reconocerse por ellas los progresos de los niños”. Segurola se mantuvo en el cargo hasta 1819 en que renunció, probablemente porque en esos momentos se favorecía la difusión del sistema lancasteriano, con el que no estaba de acuerdo. El sistema lancasteriano En esta etapa de la educación argentina, aunque siguió penetrando con mayor vigor la nueva corriente pragmática europea, permaneció subyacente la corriente tradicional. No obstante, a través de sus artículos en La Gaceta, Mariano Moreno trató de promover una renovación en la concepción educativa, que trascendiera los límites de la escuela y se manifestara en el periodismo y en el libro. Posteriormente, Bernardino Rivadavia, durante su gestión como ministro de Gobierno de la Provincia de Buenos Aires, ensayó una reforma eclesiástica que repercutió en el sistema educativo y generó una gran resistencia, sobre todo en el interior del país, y con mayor énfasis en aquellos lugares, como la Provincia de San Juan, donde se pretendió imitarla. Entre sus principales iniciativas en materia de educación, se encuentra la implantación, por decreto de 1822, del método de enseñanza concebido en Inglaterra por José Lancaster, introducido por el predicador protestante escocés Diego Thomson —secretario de la Sociedad Lancasteriana de Londres y de la Sociedad Bíblica Británica y Extranjera—, llegado a Buenos Aires en octubre de 1818 y que en 1819 ejerció el cargo de director general de Escuelas de la Provincia en reemplazo de Segurola. En 1821 se le confirió a Thomson la ciudadanía argentina en mérito a sus servicios El sistema lancasteriano o de enseñanza mutua, consistía en la enseñanza por monitores o maestros ayudantes, que colaboraban con el maestro titular. Debido a que Thomson como dijimos era, a la vez, agente de la Sociedad Bíblica Británica y predicador protestante, su presencia en Buenos Aires fue considerada peligrosa, por lo que debió salir de la provincia y radicarse en Cuyo en 1821, de donde pasó a Chile y el Perú. Poco antes había fundado en Buenos Aires la Sociedad Lancasteriana, que efectuaba reuniones en el convento de San Francisco, que había sido confiscado por el gobierno como parte de la reforma eclesiástica y que también fue utilizado para establecer una escuela de primeras letras, que estuvo a cargo, primero del español José Cátala y luego de Juana Hyne. Como secretario de la Sociedad se desempeñó el Pbro. Bartolomé Muñoz. En su paso por Mendoza y San Juan, Thomson fundó sociedades semejantes. En sus cartas, publicadas en 1827, cuenta que pudo desembarcar sin dificultades en el puerto de Buenos Aires, 4.000 Nuevos Testamentos. A pesar del alejamiento de Thomson, la aplicación del sistema lancasteriano, despojado de su connotación religiosa, prosperó como un eficaz instrumento didáctico y fue adoptado también en otras provincias, donde contribuyó al progreso de la enseñanza de las primeras letras. En 1819 se publicó en Buenos Aires un folleto titulado Origen y progresos del sistema de Lancaster, destinado a su difusión, y en un artículo titulado “Reflexiones sobre el método de Lancaster”, aparecido en enero de 1821, el padre Francisco de Paula Castañeda recomienda la adopción de este procedimiento didáctico. Durante la efímera presidencia de Rivadavia, en 1826, recibió un nuevo impulso desde el gobierno. El Colegio de la Santísima Trinidad Una vez producida la declaración de la independencia y alejada la guerra de nuestras fronteras naturales, asistimos a la creación de dos nuevos centros educativos de gran repercusión: el Colegio de la Santísima Trinidad, en Mendoza, en 1817; y el Colegio de la Unión del Sud, en Buenos Aires, en 1818. El Colegio de la Santísima Trinidad, de Mendoza, fundado por iniciativa de Joaquín de Sosa y Lima, con el apoyo del gobernador intendente de Cuyo, coronel mayor José de San Martín, inició sus actividades durante el mandato transitorio del coronel Toribio Luzuriaga, el 17 de noviembre de 1817, nombrándose rector interino al Pbro. José Lorenzo Guiraldes, que había integrado la comisión encargada de los trabajos fundacionales. Los estudios que se cursaban en este Colegio tenían una duración de tres años y comprendían cuatro cátedras: idioma (gramática, ortografía, latín y francés); filosofía (lógica, física, metafísica y moral); matemática (aritmética, álgebra, geometría, trigonometría, geometría descriptiva, astronomía y geografía); y dibujo (teórico y práctico). Al claustro de profesores se sumaron un matemático francés, recién arribado al país, Carlos Francisco Ambrosio Lozier, que incorporó la enseñanza experimental de la física, y un profesor español de dibujo, Vicente Muñoz. La cátedra de idioma fue desempeñada por el Pbro. Nolasco Mayorga y la de filosofía, por fray Benito Gómez. En 1822 se agregó al plan de estudios una cátedra de leyes y al año siguiente se hizo cargo de la cátedra de filosofía, Juan Crisóstomo Lafinur, de discutida actuación, fundador de la Sociedad Lancasteriana en Mendoza y agente de la política rivadaviana; lo cual provocó la resistencia del sector tradicionalista de la población, de arraigada convicción católica. Esta situación determinó el alejamiento del Colegio, de Lafinur y del rector que, años más tarde, en 1825, fue sustituido por su hermano, el Pbro. Sebastián Guiraldes. En esa época funcionaban, con escaso número de alumnos, las cátedras de gramática, filosofía y jurisprudencia a cargo, respectivamente, de Jesús Mayorga, Marcos González y Francisco de Borja Correas. En cuanto a Lafinur, pasó a Chile, donde falleció en 1824, luego de retractarse de todos sus “delirios y extravíos”, según sus propias palabras. Cabe señalar que, desde su fundación se advirtió en el plan de estudios y Constitución del Colegio, redactados por José Lorenzo Guireddes, Manuel Calle, José Cabero y Clemente Godoy como lo destaca el historiador Héctor C. Quesada, un “amplio espíritu de renovación, libertad y rebeldía”. En su introducción se decía: “Felices tiempos en que disfrutamos al fin, la dulce libertad de proporcionar a nuestra preciosa juventud una educación literaria digna de sus bellas disposiciones, rotas en el despotismo las trabas, con que una política maligna la ligaba a la rutina miserable de las antiguas Universidades Españolas”3. Consiguientemente, en sus aulas no se enseñó teología. Por esa época también se proyectó crear un colegio en la ciudad de San Juan, que se instalaría en la Casa de Ejercicios, que entonces servía de cuartel provisorio a la guarnición local, pero la idea no prosperó. Durante la época de Rosas, el Colegio debió competir con un nuevo establecimiento, el de San Agustín. También funcionó una escuela normal con ese nombre. Después de Caseros, en 1852, el Colegio de la Santísima Trinidad fue reestructurado e incluyó también una escuela normal. En ese entonces el rectorado era ejercido por Alfonso Bernal, que ya se había desempeñado con éxito en San Juan. Con la colaboración de la Junta Protectora, redactó un nuevo Reglamento para el Colegio. El Colegio desapareció con el terremoto de 1861, que destruyó a la ciudad de Mendoza. Cuando se llevó a cabo la reconstrucción, en su lugar se creó el Colegio Nacional, a semejanza del existente en Buenos Aires, que comenzó a funcionar en 1865. El Colegio de la Unión del Sud En cuanto al Colegio de la Unión del Sud, de Buenos Aires, reconoce su origen en el decreto suscripto por el director del Estado, Juan Martín de Pueyrredón, el 2 de junio de 1817, por el cual se dispuso el restablecimiento del Colegio de San Carlos y de los estudios públicos “bajo un plan de la extensión que sea correspondiente a los altos destinos a que es llamada nuestra patria”. Un año después, por nuevo decreto del 15 de junio de 1818, Pueyrredón ordenó la apertura del Colegio, que se denominaría de la Unión del Sud. El Colegio se inauguró oficialmente el 16 de julio siguiente en el templo de San Ignacio, y poco después fue puesto bajo la advocación de Santa Rosa de Lima, que había sido declarada patrona de la independencia por el Congreso de Tucumán. Se desempeñó como rector el Pbro. Domingo Victorio de Achega, canónigo de la catedral de Buenos Aires y ex alumno del Colegio de San Carlos; y en calidad de vicerrector el Pbro. José María Terrero, que había sido profesor de latín en dicho Colegio. La enseñanza que se impartía estaba dividida en las siguientes cátedras: teología, tres cursos; gramática latina, dos cursos; inglés, francés e italiano. Al año siguiente de su creación, se suprimieron dos cátedras de teología, reemplazándolas por una de derecho público y otra de historia natural. Para esta última cátedra fue designado el luego famoso naturalista francés Amadeo Bonpland, entonces residente entre nosotros. Como director de estudios actuó el Pbro. Dr. Andrés Florencio Ramírez, que era arcediano de la catedral. En 1820, el profesor Juan Crisóstomo Lafinur fue acusado de haberse pronunciado contra el dogma católico, por lo cual se vio obligado a dejar su cátedra y dirigirse a Mendoza donde, como vimos, tuvo análogas dificultades. Lafinur había inaugurado la cátedra de ideología, disciplina que se basaba en las doctrinas de los enciclopedistas franceses. Para ingresar en el Colegio se requería tener diez años de edad como mínimo y haber cursado las primeras letras. Los estudios eran pagos, pero se concedieron numerosas becas, que fueron costeadas por funcionarios civiles y eclesiásticos. Los alumnos debían subordinarse a sus superiores y confesar y comulgar en comunidad. Les estaba prohibido leer libros contrarios a la religión, al Estado y a las buenas costumbres. La disciplina estaba a cargo de celadores. Las vacaciones duraban dos meses, aunque durante quince días los estudiantes debían residir en la casa de campo del Colegio. Las actividades docentes se realizaban dentro de un horario riguroso. Los alumnos se levantaban al amanecer y después de higienizarse y desayunar, rezaban sus oraciones en la capilla del Colegio. Luego concurrían a las aulas donde se dictaban las clases, de 8 a 11 por la mañana y de 14 a 17 por la tarde. Durante el almuerzo los estudiantes escuchaban la lectura de un texto de historia. Según el testimonio de un inglés anónimo, radicado entre nosotros por aquella época, a quien se identifica con Thomas George Love, fundador del semanario British Packet: “El Colegio cuenta con 125 alumnos, entre 15, 16 y 17 años de edad. En sus paseos visten uniforme negro con una cinta azul en la casaca. Su comportamiento es superior al de los muchachos de nuestras escuelas públicas [...] En el Colegio de Buenos Aires se instruye a los pupilos en todas las ramas de la cultura clásica”4. Si bien en este Colegio se mantuvieron los lineamientos fundamentales de la educación tradicional, ya apuntaba en él un espíritu liberal, propio de los principales dirigentes de la Revolución. Como se ve, se introdujo en el plan de estudios el aprendizaje de los idiomas vivos, a cuyo efecto se nombró como catedrático a Vicente Virgil; y, entre otros aspectos, se sustituyó la lectura espiritual por otra pragmática. El Padre Funes y la Universidad de Córdoba A partir de 1808, por influencia del virrey Santiago de Liniers, se retiraron los franciscanos de la Universidad de Córdoba, la que pasó a depender del clero secular, nombrándose rector al padre Gregorio Funes, de intensa actuación en los sucesos posteriores a la Revolución de Mayo. El padre Funes proyectó en 1813 un nuevo plan de estudios en el que incorporó el conocimiento de la matemática y la física experimental. El plan comprendía los estudios preparatorios, en los que se enseñaba gramática castellana y latina, lógica y metafísica, aritmética, geometría, física, trigonometría y filosofía; y los estudios superiores, que abarcaban teología y jurisprudencia. Al año siguiente se honró a Funes con el título de Protector de la Universidad. En 1820, debido a la preocupación del entonces gobernador de Córdoba, general Juan Bautista Bustos, la Universidad pasó a jurisdicción provincial. El canónigo José Gregorio Baigorri, nombrado visitador, propició algunas reformas en el plan de estudios y en 1824 dictó nuevas Constituciones. En 1822 se había creado una Junta Protectora de Escuelas, integrada por el rector y el cancelario de la Universidad y el alcalde de primer voto y el síndico procurador del Cabildo. La Junta tuvo por objetivo la fundación de una escuela de primeras letras en cada curato de la campaña y la aplicación del sistema lancasteriano. Durante la época de la Confederación Argentina, la Universidad siguió funcionando normalmente, con la conducción, entre otros, del padre Pedro Nolasco Caballero, “sacerdote esclarecido, una de las mentes más altas de su tiempo”, en opinión de Enrique Martínez Paz 5. En 1854, la provincia cedió la Universidad a la Nación, que fue aceptada por decreto del presidente Justo José de Urquiza, ratificado por ley nacional del 11 de septiembre de 1856. Dos años después la Universidad aprobó su Constitución con carácter provisorio, hasta 1879, en que se dictó la definitiva, que estuvo en vigencia hasta que se sancionó la ley Avellaneda, en 1885. La Academia de Jurisprudencia de Buenos Aires La Academia de Jurisprudencia Teórico-Práctica de Buenos Aires, comenzó a funcionar el 16 de marzo de 1815, durante el efímero directorio de Carlos de Alvear Fue su fundador Manuel Antonio de Castro, doctorado en teología en Córdoba y en jurisprudencia en Charcas. Según sus Constituciones, redactadas por su fundador con fecha 22 de noviembre de 1814, y aprobadas por el Gobierno el 20 de diciembre siguiente, la Academia de Jurisprudencia tenía por objeto “el adelantamiento y esplendor de la Jurisprudencia tanto para la instrucción de los jóvenes, que aspiran a profesarla, como para la mayor perfección de los Profesores”. La creación de la Academia se inspiraba en la existencia de las anteriores de Santiago de Chile y de Charcas; sobre todo de esta última, que le sirvió de modelo, fundada, como dijimos, en 1776. De acuerdo con lo establecido en las mencionadas Constituciones, la Academia tenía un director, un presidente, un vicepresidente, dos censores, un celador fiscal, un secretario, un prosecretario, un maestro de ceremonias y un portero. La elección del director se hacía siempre por nombramiento del Superior Gobierno en alguno de los miembros de la Cámara de Apelaciones, tribunal que había sustituido a la antigua Audiencia de Buenos Aires en 1812. La elección de los demás oficios se hacía por votación de todos los miembros de la Academia el segundo día de enero de cada año, con cédulas secretas, a propuesta en terna del director para cada empleo. La elección de vicepresidente, censores y celador fiscal, debía recaer en abogados recibidos, pero la de secretario, prosecretario, procurador y maestro de ceremonias, en académicos practicantes. En consonancia con estas disposiciones, por decreto del 16 de enero de 1815, fue nombrado director de la Academia el Dr. Castro y presidente el Pbro. Dr. Antonio Sáenz, futuro fundador y primer rector de la Universidad de Buenos Aires. En cuanto a los miembros, según lo determinado por las Constituciones, serían socios natos de la Academia todos los abogados del distrito de la Cámara de Apelaciones; también serían socios de número todos los egresados como doctores, licenciados o bachilleres en derecho civil, que lo solicitaran. En ese caso, debían acompañar la fe de bautismo y el título del grado obtenido y rendir luego una prueba o examen académico. Si resultaban aprobados, tomarían posesión “pronunciando una brevísima oración jaculatoria”. Nadie podía oír práctica en los estrados de la Cámara de Apelaciones sin haber ingresado en la Academia como socio practicante, ni recibirse de abogado sin haber cumplido tres años de asistencia continua y Rendido los exámenes y disertaciones correspondientes. La Academia celebraba sesiones ordinarias, de dos horas por lo menos, los días martes y viernes por las noches, destinándose el último martes o viernes de cada mes para las disertaciones. El director de la Academia era quien establecía los temas de las doce disertaciones anuales, las que eran distribuidas por orden de antigüedad entre los académicos practicantes. Una vez realizada su disertación, el indicado debía contestar dos réplicas. Con motivo de los exámenes de ingreso e incorporación de nuevos miembros y de los exámenes de práctica, al concluir el lapso de ejercitación establecido, la Academia realizaba sesiones extraordinarias. A través de la intensa labor desarrollada, la Academia de Jurisprudencia, según la autorizada opinión del historiador Ricardo Levene, “preparó la conciencia sobre la necesidad del estudio del derecho patrio y la reforma de la legislación” 6. La Academia funcionó regularmente hasta 1872 en que fue suprimida, creándose en su lugar una cátedra de procedimientos judiciales, que se agregó al plan de estudios en vigencia. La educación en los primeros ensayos constitucionales Como lo señala el académico Héctor F. Bravo, en los primeros ensayos constitucionales: “Tibiamente aparece lo que más tarde ha de ser el derecho de aprender, como un deber impuesto a la sociedad con carácter de asistencia social”. En el Estatuto provisional sancionado en 1815, se establece que es deber del cuerpo social: “Aliviar la miseria y desgracia de los ciudadanos, proporcionándoles los medios de prosperar e instruirse”. También se dispone que: “Todas las provincias pueden, sin necesidad de licencia, y con solo aviso al Director [del Estado], hacer todos los establecimientos que crea serles útiles y promuevan su industria, artes y ciencias, con los fondos que ellas arbitren sin perjuicio de las del Estado”. Además se incluye una providencia general, por la cual: “Queda revocado el decreto del 9 de octubre de 1813, que desautoriza a los maestros de la enseñanza y educación pública para la corrección de sus discípulos; debiendo, en caso de exceso o inmoderación, acudir los padres o los que tengan a su cargo niños, a los regidores diputados de escuelas, para que refrenen y castiguen a dichos maestros cuando fueren culpables”. Las dos primeras disposiciones se mantuvieron en el Estatuto provisional de 1816 y en el Reglamento de 1817. Posteriormente, en la Constitución de 1819 aparece como atribución del Congreso: “Formar planes uniformes de educación pública y proveer de medios para el sostén de los establecimientos de esta clase”. Y como facultad del Poder Ejecutivo la supervisión de todos “los establecimientos públicos nacionales científicos y de otro género, formados o sostenidos con fondos del Estado bajo las leyes u ordenanzas que los rigen”. Estas disposiciones perduraron en la Constitución de 1826 y, como veremos, en la de 1853; y se agregó el principio, plenamente vigente en la actualidad, de que la educación primaria es de competencia provincial. Notas 1 J. M. Gutiérrez. Ob. cit., pág. 141. 2 A. Salvadores. Ob. cit., pág. 75. 3 Héctor C. Quesada. El Colegio de la Santísima Trinidad. Antecedentes de su creación. Mendoza, Junta de Estudios Históricos, 1945, pág. 39. 4 Un inglés [Thomas George Love?]. Cinco años en Buenos Aires. 1820-1825. Buenos Aires, Hyspamérica, 1986, pág. 109. 5 Enrique Martínez Paz. La formación histórica de la Provincia de Córdoba. Córdoba, Universidad Nacional de Córdoba, 1983, pág. 180. 6 Ricardo Levene. La Academia de Jurisprudencia y la vida de su fundador, Manuel Antonio de Castro. Buenos Aires, Instituto del Derecho Argentino, 1941, pág. 91. 7 Héctor E Bravo. Bases constitucionales de la educación argentina. Buenos Aires, Paidós, 1972, pág. 31. Cuarta etapa: Reforma y restauración En esta etapa, que coincide con la época del apogeo del federalismo y la construcción de la unidad nacional (1820-1852), también turbulenta por el desarrollo de las luchas civiles y las intervenciones extranjeras, hubo, sin embargo, una intensa acción educativa, de la cual fueron propulsores los gobernadores de las distintas provincias confederadas. En Buenos Aires, durante el gobierno de Martín Rodríguez, por empeño del Pbro. Dr. Antonio Sáenz se fundó la Universidad de Buenos Aires y, por inspiración de Rivadavia, se estableció el Colegio de Ciencias Morales; luego, por iniciativa de Juan Manuel de Rosas, se reabrió el Colegio de los jesuitas, que más tarde se transformó en el Colegio Republicano Federal. En Entre Ríos descolló primero la acción de Pascual Echagüe y luego la de Justo José de Urquiza, que fundó el Colegio del Uruguay. En Santa Fe, Estanislao López dio existencia al Gimnasio Santafesino y al Instituto Literario de San Jerónimo. En Catamarca se estableció el Colegio Patriótico Federal Nuestra Señora de la Merced y en Salta, el Colegio de la Independencia. Con la crisis de 1820 y el posterior advenimiento del gobierno de Rodríguez en la Provincia de Buenos Aires quien, a partir de agosto de 1821, nombró a Rivadavia como ministro de Gobierno, tuvo lugar un intento más profundo de transformación del modelo tradicional del hombre argentino, acompañado de una reforma eclesiástica lesiva de los derechos de la Iglesia, que provocó la reacción de los católicos argentinos. Entre los principales opositores a la reforma, descuella el nombre del padre Francisco de Paula Castañeda, a quien un escritor moderno, Arturo Capdevila, llamó por ello “aquél de la santa furia”. El nuevo modelo implicaba el estímulo de los conocimientos científicos que fascinaban a los hombres de la época, hasta poner en duda la existencia misma de Dios, como en el caso del profesor de la Universidad de Buenos Aires, Miguel Fernández de Agüero. Posteriormente, durante el dilatado gobierno de Rosas, se restauró el modelo tradicional del hombre argentino, tal como surge del decreto de 1844, que exigía profesión de fe católica en los docentes y de los objetivos del Colegio Republicano Federal formulados por su director, el padre Francisco Majesté, en 1845: “Patriotismo federal, religión católica, ilustración sólida, han sido y serán siempre la base de educación de este establecimiento argentino”. El aporte del padre Castañeda a la educación Francisco de Paula Castañeda nació en Buenos Aires en 1776. Estudió primeramente en el Real Colegio de San Carlos y en 1793 se incorporó a la orden franciscana. A principios de 1798 viajó a Córdoba y allí se ordenó sacerdote dos años después. De regreso en Buenos Aires ocupó una cátedra de teología y se desempeñó como capellán militar durante las invasiones inglesas al Río de la Plata, de 1806 y 1807. En su convento de la Recoleta dictó clases gratuitas de primeras letras a los niños del lugar. A fines de 1814 añadió unaAcademia de Dibujo, la que en agosto del año siguiente trasladó al edificio del Consulado de la ciudad, donde se incorporaron dos profesores españoles, José Ledesma y Vicente Muñoz. Las clases se inauguraron el 10 de agosto de 1815, con un acto solemne en el que habló el padre Castañeda. En 1817 se sumó el pintor y escultor francés José Guth como director La Academia fue clausurada en 1820 por falta de recursos, pero Castañeda logró que fuera reabierta el 25 de octubre del mismo año, con la dirección del grabador francés José Rousseau, aunque sólo perduró hasta la erección de la Universidad de Buenos Aires, en agosto de 1821. Al propio tiempo que se instalaba la Academia de Dibujo, el padre Castañeda fundó la Sociedad Filantrópica de Amantes de la Educación, en agosto de 1815, primera de este carácter entre nosotros, que fue inaugurada en el mes de diciembre siguiente y cuyo objeto era promover la educación como sustento imprescindible de la prosperidad pública. El padre Castañeda fue un decidido opositor a la reforma eclesiástica rivadaviana y llegó a fundar hasta once periódicos para expresar sus ideas contrarias al gobierno. Rivadavia, que no pudo soportar esta oposición sistemática, cerró sucesivamente los periódicos publicados y terminó por desterrar a Castañeda de la Provincia, por cuatro años. No obstante, éste no se silenció y continuó su prédica, primero desde Montevideo y luego desde Santa Fe. En esta última provincia, con el apoyo del gobernador Estanislao López, pudo proseguir también su obra educativa y en 1823 fundó una escuela en San José del Rincón, donde, además de las primeras letras, se enseñaban artes y oficios, como carpintería, herrería y relojería, y funcionaba, asimismo, una escuela de pintura. Más tarde añadió un aula de gramática, correspondiente entonces al nivel secundario o de estudios preparatorios, en la que también se enseñaba geografía, dibujo y música. A este establecimiento no sólo concurrieron alumnos de Santa Fe, sino también de Entre Ríos y hasta de Buenos Aires. En 1827 pasó Castañeda a Entre Ríos, donde estableció una escuela de primeras letras en San Miguel de la Bajada del Paraná y otra en San José Feliciano, que funcionó de acuerdo con el sistema lancasteriano, y un aula de gramática. Castañeda dejó de existir el 11 de marzo de 1832, en la ciudad de Paraná. Por expreso pedido de Rosas, entonces gobernador de la Provincia de Buenos Aires, sus restos fueron trasladados a la ciudad porteña, donde fueron depositados en el panteón del Convento de San Francisco, el 28 de julio del mismo año. En ocasión de sus exequias, su hermano en religión, el franciscano fray Nicolás Aldazor dijo de él: “detestó las falsas doctrinas tan opuestas al bien de los pueblos y terminó sus alientos confesando el amor a la religión en que había nacido y a la patria, que habían sido siempre el objeto de sus tareas” 1. La Sociedad de Beneficencia Como vimos, una vez superada la crisis de 1820, que provocó la caída del Directorio, durante el gobierno de Rodríguez en la Provincia de Buenos Aires, al hacerse cargo Rivadavia del Ministerio de Gobierno, en agosto de 1821, se llevó a cabo una reforma eclesiástica de vastas proyecciones, que lesionó seriamente la situación de la Iglesia católica en el país y repercutió sobre la educación, a la que aquélla estaba íntimamente ligada. Entre las medidas de mayor trascendencia que se tomaron, vinculadas con la educación, se encuentra la introducción del sistema lancasteriano, a la que ya nos hemos referido, y la secularización de la Hermandad de la Caridad. En lugar de esta última, cuyos bienes fueron confiscados, se creó la Sociedad de Beneficencia, el 12 de abril de 1823, a quien se le encomendó la atención del antiguo Colegio de Niñas Huérfanas y de las escuelas de mujeres de la capital. La nueva institución fue gobernada por una comisión de damas presidida por Mercedes Lasala de Riglos y llevó a cabo una meritoria labor, que se extendió por más de un siglo. El 20 de agosto de ese mismo año, la Sociedad de Beneficencia instaló su primera escuela en la parroquia de las Catalinas. En 1835 la Sociedad administraba 17 escuelas, de las cuales 10 correspondían a la ciudad y el resto a la campaña. Para la enseñanza se adoptó el sistema lancasteriano y como libro de texto se utilizó el Manual para las escuelas elementales de niñas o resumen de enseñanza mutua aplicada a la lectura, escritura, cálculos y costura, de madame Guignon, traducido del francés por Isabel Casamayor de Luca. Sin embargo, los hechos más importantes en el campo de la educación fueron la fundación de la Universidad de Buenos Aires, en 1821, debido al empeño del Pbro. Dr Antonio Sáenz; y la transformación del Colegio de la Unión del Sud en Colegio de Ciencias Morales, a instancias del propio Rivadavia, en 1823. La Universidad de Buenos Aires El origen de la fundación de la Universidad de Buenos Aires se encuentra —como ya hemos dicho— en una iniciativa del Cabildo de la ciudad, de 1767, que propuso dirigirse al rey para que cediera el antiguo edificio del Colegio Grande de los jesuitas expulsos, con el objeto de instalar en él una Universidad pública y convictorio de estudios. Tal iniciativa fue muy bien acogida posteriormente por el virrey Vértiz quien, a partir de 1778, se convirtió en su gestor, aunque no llegó a concretar la fundación. Varias décadas después, el director Juan Martín de Pueyrredón retomó la idea y solicitó al Congreso Nacional, reunido entonces en Buenos Aires, las más amplias facultades para proceder a la fundación, tarea que quedó a cargo del Pbro. Sáenz, quien luego fue ratificado por el nuevo director José Rondeau y, posteriormente, por el gobernador Rodríguez y su primer ministro de Gobierno Juan Manuel de Luca, otorgándole “todas las facultades para que proceda inmediatamente a fundarla en clase de encargado o comisionado especial del Gobierno” 2. Sáenz había nacido en Buenos Aires el 6 de junio de 1780. Luego de cursar las primeras letras ingresó en el Real Colegio de San Carlos y en 1800 viajó a Charcas, en cuya Universidad obtuvo el título de doctor en leyes cuatro años después. De regreso en su ciudad natal, fue ordenado sacerdote en 1806. Más tarde formó parte de la Real Audiencia, en la que se desempeñó en calidad de defensor de pobres. Se incorporó luego al movimiento de Mayo de 1810 y participó en la Sociedad Patriótica y en la Logia Lautaro. En 1815 integró la Junta de Observación que dictó el Estatuto Provisional y convocó al Congreso de Tucumán. Designado representante por Buenos Aires, tuvo una destacada actuación en sus deliberaciones. Cuando el Congreso se trasladó a Buenos Aires, le fueron encomendados los trabajos para la fundación de la Universidad. El 9 de agosto de 1821, Rodríguez firmó el edicto ereccional de la Universidad, refrendado por su nuevo ministro Rivadavia, recién llegado de Europa e incorporado al gabinete como ministro de Gobierno. Tres días después se llevó a cabo la solemne ceremonia de inauguración en el templo de San Ignacio. En esa ocasión, el Gobierno tomó juramento al rector, cargo que recayó en el Pbro. Sáenz. La Universidad se organizó en seis departamentos o facultades: el de Primeras Letras, con la dirección inmediata del rector, que comprendía las escuelas de la ciudad, los suburbios y la campaña, con una Escuela Normal, que comenzó a funcionar en 1826, en la que se enseñaba con el sistema lancasteriano; el de Estudios Preparatorios, constituido en un principio por el Colegio de la Unión del Sud; el de Ciencias Exactas, formado por las cátedras de dibujo, geometría descriptiva, cálculo y mecánica y física experimental y astronomía; el de Medicina, integrado por las cátedras de instituciones médicas, instituciones quirúrgicas y clínica médica y quirúrgica; el de Jurisprudencia, compuesto por las cátedras de derecho natural y de gentes y de derecho civil; y el de Ciencias Sagradas, con las cátedras de escritura, dogma y cánones, que se establecieron a partir de 1825. Como se ve, la organización era centralizada, de acuerdo con la concepción de la universidad imperial aplicada por Napoleón Bonaparte en Francia, en 1806. El Pbro. Sáenz tuvo una especial preocupación por la atención de las escuelas de primeras letras, que se mantuvieron en la órbita de la Universidad hasta 1828. En 1825, el español Pablo Baladia fue designado director general de Escuelas de la Provincia de Buenos Aires. En tal carácter dirigió la escuela lancasteriana de la Universidad. Además de ejercer el rectorado de la nueva casa de estudios y de hacerse cargo directamente de la conducción del Departamento de Primeras Letras, Sáenz dictó en el Departamento de Jurisprudencia la cátedra de derecho natural y de gentes. Como fruto de esta última labor, escribió una obra en dos tomos, titulada Instituciones elementales sobre el derecho natural y de gentes formadas para el estudio y enseñanza de los alumnos de la Universidad de Buenos Aires. El Pbro. Sáenz falleció a temprana edad, el 25 de julio de 1825. Sus restos fueron sepultados en el cementerio de la Recoleta, de la ciudad de Buenos Aires. Reorganización de la Universidad Entre 1826 y 1827, el nuevo rector, Pbro. José Valentín Gómez, llevó a cabo una serie de reformas que modificaron parcialmente la organización anterior. Concentró en el rectorado el gobierno universitario que hasta entonces era compartido por el rector con el Tribunal Literario (académico) y la Sala de Doctores. Se creó, además, el cargo de vicerrector, en el que se nombró a Antonio Ezquerrenea. En el orden académico, los estudios universitarios se dividieron en generales y especiales; los generales se subdividieron, a su vez, en preparatorios y de ciencias fundamentales; y los especiales comprendieron a los departamentos de Ciencias Exactas, Medicina, Jurisprudencia y Ciencias Sagradas. A Gómez le sucedió en el rectorado, en 1830, el Pbro. Dr. Santiago Figueredo, quien al poco tiempo se vio obligado a renunciar por razones de salud. Fue reemplazado por el Pbro. Dr. Paulino Gari. En 1833, durante el rectorado de Gari, tuvo lugar una nueva reorganización de la Universidad, que perduró hasta 1852. Según la reforma, contenida en el Manual o Colección de los decretos orgánicos de la Universidad, los estudios universitarios comprendían un ciclo preparatorio de ciencias y letras y una etapa superior que debía efectuarse en las facultades mayores. Los estudios preparatorios se cursaban en seis años; los de ciencias sagradas y los de jurisprudencia en tres; los de medicina y cirugía en cinco y los de ciencias exactas en dos. El cargo de vicerrector fue suprimido y se creó el de secretario de la Universidad. Al año siguiente dejó de funcionar el Departamento de Ciencias Exactas. La Universidad desarrolló normalmente sus actividades hasta el año 1838, en que, debido al grave conflicto a que se vio sometido el país por la arbitraria intervención francesa, unido a la guerra pendiente con la Confederación Perú- Boliviana, iniciada el año anterior, determinaron la adopción de serias medidas que perturbaron su funcionamiento, pero sin que por ello tuviese que cerrar sus puertas un solo día. Entre esas medidas estuvo la suspensión, por decreto del 27 de abril, de las partidas de presupuesto destinadas a la Universidad. A partir de entonces, privada de suficiente apoyo económico —solamente recibió pequeñas partidas para su sostenimiento—, los alumnos debieron abonar una cuota mensual, aunque los que fueran notoriamente pobres podían concurrir libremente, sin cargo. El Gobierno dispuso que los catedráticos de la Universidad debían ser adictos a la Causa Nacional de la Federación. Además se impuso la divisa punzó como distintivo obligatorio y más tarde se estableció que a la fórmula de juramento de los egresados se agregara el compromiso de ser “constantemente adicto y fiel a la Causa Nacional de la Federación”. Estos requisitos no impidieron que los profesores dictasen normalmente sus clases y que se graduasen gran número de estudiantes. Desde 1831 a 1852 egresaron 178 doctores en jurisprudencia, 207 en medicina, 9 en derecho canónico, 17 en teología y 6 en cirugía. A la muerte de Gari, producida en 1849, le sucedió en el rectorado el Pbro. Dr. Miguel García, quien conservó el cargo hasta la caída de Rosas. García actuó, además, como presidente de la Junta de Representantes y como deán de la catedral y vicario capitular de la diócesis de Buenos Aires, después del fallecimiento del obispo Mariano Medrano ocurrido en 1851. Contrariamente a lo que podría suponerse, la enseñanza que se impartía en la Universidad durante la época de Rosas no fue absolutamente ortodoxa desde el punto de vista religioso, pues se continuaron difundiendo las teorías racionalistas y utilitaristas de la época rivadaviana. Entre los profesores, quien mayor influencia ejerció sobre sus discípulos, fue el catedrático de filosofía Diego Alcorta, de orientación racionalista, que llegó a desempeñar el cargo de vicerrector. En la época posterior a Caseros, por decreto del 27 de febrero de 1852 se dispuso que el sostenimiento de la Universidad quedara a cargo del tesoro público. Sobresalió el rectorado de Juan María Gutiérrez, quien le dio una nueva orientación a los estudios humanísticos y recreó el Departamento de Ciencias Exactas con la participación de profesores europeos como Emilio Rosetti, Bernardi Speluzzi y Pellegrino Strobel. Además, elaboró un nuevo reglamento por el cual se creó el Consejo de Catedráticos, a cuyo cargo estuvo el gobierno universitario. Con la federalización de la ciudad de Buenos Aires, en 1880, la Universidad pasó a la jurisdicción nacional. La enseñanza de las primeras letras Según hemos dicho, en 1821, con la fundación de la Universidad de Buenos Aires, las escuelas elementales pasaron a depender del Departamento de Primeras Letras de la misma, situación que se prolongó hasta 1828 en que el gobernador Dorrego, por pedido del rector, las separó de la Universidad y designó al padre Segurola inspector general de Escuelas, quien, de inmediato restableció la vigencia de los Reglamentos de 1818 y procedió a reorganizar la enseñanza. En 1829 dictó un nuevo Reglamento general, en el que recogió la mayoría de las disposiciones contenidas en los anteriores. Además, reimplantó la lectura obligatoria del Tratado de las obligaciones del hombre, de Escoiquiz, y mandó reimprimir el Catecismo del padre Gaspar Astete y las Lecciones de moral cristiana, que debieron ser utilizados como libros de texto. Segurola permaneció en el cargo durante la época de Rosas, desde el cual reaccionó contra la penetración protestante y la aplicación del sistema lancasteriano. Además del cumplimiento de las funciones propias de su ministerio sacerdotal y de su intensa actividad docente, el padre Segurola fue un gran propagador de la vacuna antivariólica, a tal punto que en sus sermones exhortaba a los padres para que vacunaran a sus hijos. Este eminente sacerdote y apóstol de Buenos Aires, falleció en esa ciudad el 23 de abril de 1854. En una nota necrológica publicada en el periódico El Nacional, Bartolomé Mitre dijo de él: “Hombres de su temple no se encuentran entre nosotros; hombres de tan alta virtud, poseídos por un amor tan puro por el bien de sus semejantes y de un desinterés tan grande, son raros, rarísimos entre nosotros”. La primera Escuela Normal Como ya hemos adelantado, con dependencia del Departamento de Primeras Letras de la Universidad de Buenos Aires, se proyectó la creación de una Escuela Normal, que debía funcionar de acuerdo con el sistema lancasteriano, monitorial o de enseñanza mutua, que fue fundada por decreto del 3 de diciembre de 1825, suscripto por el gobernador, general Juan Gregorio de las Heras y refrendado por su ministro de Gobierno Manuel José García. En dicho decreto se dispuso que la Escuela Normal estaría a cargo de un director general de Escuelas, cuyas obligaciones serían: dirigir la Escuela Normal; representar al prefecto del Departamento de Primeras Letras “para uniformar en todas las escuelas dotadas por el Erario, el sistema de enseñanza mutua”; inspeccionar el servicio de dichas escuelas; formar un plantel de preceptores para las demás escuelas públicas; establecer en los cuarteles escuelas para la instrucción de la tropa y presentar a la aprobación del gobierno un reglamento para el régimen de las escuelas. Pocos días después, el 15 de diciembre, el prefecto del Departamento de Primeras Letras, Antonio de Ezquerrenea, propuso el nombramiento del salteño Mariano Cabezón en el carácter de segundo director de la Escuela Normal. Éste era hijo del educador español José León Cabezón, radicado primero en Salta y llamado luego a Buenos Aires en 1817, por su prestigio como docente, donde permaneció sólo dos años. Según hemos dicho, como director general de Escuelas se desempeñaba el español Pablo Baladia, que fue quien dictó las normas para el funcionamiento de la Escuela Normal. Los maestros de la ciudad fueron obligados a asistir a esta Escuela, acompañados de ocho alumnos, para ser formados como monitores y los de campaña debieron hacerlo en vacaciones. La inscripción estaba abierta a los preceptores particulares y a cualquier otra persona que deseara aprender el sistema. A Baladia también se le debe la redacción del Reglamento de enseñanza mutua. En diciembre de 1826, Baladia fundó, además, una escuela privada con el nombre deGimnasio Argentino, que funcionó durante el año 1827, pero al año siguiente, el maestro español José Andrés García, enviado por la Sociedad Lancasteriana de Londres, fundó otra escuela, que gozó del respaldo de la colectividad inglesa. Según los términos de un informe sobre la marcha de la Escuela Normal, fechado en noviembre de 1826, los progresos alcanzados con la aplicación del método de enseñanza mutua, eran notorios. La existencia de esta Escuela se prolongó por el lapso de seis años, hasta el fin del primer gobierno de Rosas. El Colegio de Ciencias Morales Rivadavia, que se inspiraba en el pensamiento de los filósofos europeos Benjamín Constant, Jeremías Bentham y Destut de Tracy, que reaccionaron contra los excesos del racionalismo, se propuso reorganizar los estudios preparatorios, mediante la fundación de dos establecimientos paralelos: el Colegio de Ciencias Morales, de concepción clásica humanística, que sucedió al Colegio de la Unión del Sud; y el Colegio de Ciencias Naturales, dedicado a la formación científica, que no llegó a funcionar. El Colegio de Ciencias Morales, instalado en Buenos Aires el 23 de abril de 1823, tenía, como su antecesor, el Colegio de la Unión del Sud, el carácter de estudios preparatorios para el ingreso en la Universidad. Su primer rector fue Miguel Belgrano, vicerrector el Pbro. Martín Boneo y prefecto de estudios Luis José de la Peña. El sistema vigente de becas costeadas por los funcionarios y empleados de la administración pública y de las distintas corporaciones, fue reemplazado por otro que comprendía sólo doce becas para hijos de “ciudadanos beneméritos”, lo que dio lugar a que se beneficiaran los hijos de las familias más distinguidas; y veinte para hijos de oficiales del Ejército; que serían pagadas por el Gobierno de la Provincia de Buenos Aires. Además, se concedían seis becas a cada provincia del interior, dos para estudios eclesiásticos y cuatro para los de ciencias físicas y morales. Los jóvenes que desearan inscribirse en el Colegio debían tener diez años de edad mínima y haber recibido la enseñanza elemental completa, es decir, saber leer y escribir, manejar las cuatro operaciones de la aritmética, tener nociones de gramática y conocer la doctrina cristiana. En 1826 el Colegio contaba con 132 alumnos, de los cuales 93 eran becados, por lo cual, dos años después la situación financiera era ya insostenible, lo que obligó al gobernador Manuel Dorrego a suspender la provisión de becas. El Colegio era administrado por el Ministerio de Hacienda, aunque en la práctica dependía del Ministerio de Gobierno, que se reservaba el derecho de otorgar las becas y admitir los colegiales, sea cual fuere su procedencia. Como en los casos de los colegios anteriores, el Reglamento era estricto y minucioso: Los colegiales debían levantarse a las 6 y media de la mañana en invierno y a las 5 y media en verano. Luego de asearse hacían las preces en comunidad. Desde entonces alternaban el estudio en sus aposentos con la concurrencia a las aulas. Durante la comida se leían en voz alta los periódicos que se publicaban en la ciudad. Cada noche, una hora antes de cenar, debían asistir a conferencias literarias, por turno. Antes de dormir correspondían las oraciones. Los castigos estaban reducidos a tres modalidades: privaciones, prisión y expulsión del Colegio. Según el testimonio de Juan María Gutiérrez: “La educación científica la recibían en las clases públicas de la Universidad con arreglo a los programas dictados para régimen de esta institución. La gimnástica, la música, el baile, se ejercitaban en el interior del Colegio, bajo la dirección de maestros especiales. Todas las noches tenían los alumnos conferencias, por clases, presididas por el prefecto de estudios, a cuya dirección estaba también confiada la conducta de los jóvenes en las horas de juego y recreo” 3. A partir de 1824, los alumnos sobresalientes pudieron desempeñarse como profesores adjuntos o suplentes, lo que les daba derecho a pensión y sueldo. Al año siguiente falleció el rector, que fue reemplazado por Miguel de Irigoyen; y poco después renunció Boneo, por lo cual De la Peña se hizo cargo de la vicerrectoría. Por entonces se incorporó al claustro un profesor francés, Amadeo Brodart, recién llegado al país, quien tuvo a su cargo un curso de su idioma y otro de materias de comercio, semejante al que había dictado en París. Fue por esta época, el 2 de febrero de 1825, que se firmó el Tratado de Paz, Amistad, Comercio y Navegación con Gran Bretaña, que dio lugar al aumento del intercambio comercial y, consiguientemente, a la instalación de colegios y academias privadas en las que se enseñaban idiomas y materias vinculados con la actividad mercantil. Academias privadas El desarrollo notable de la enseñanza privada determinó la incorporación de numerosos profesores extranjeros, la mayoría de origen anglosajón. El 20 de noviembre de 1827 se fundó la Buenos Ayrean British School Society, con la presidencia del reverendo John Amstrong, de la que dependieron varias escuelas de primeras letras, que funcionaron de acuerdo con el sistema lancasteriano. A su vez, la Presbiterian Congregation, estableció una escuela dominical de instrucción religiosa, denominada Buenos Ayrean Sunday School. El mismo año comenzó a funcionar una Academia Literaria y Comercial, que luego cambió su nombre por el de Academia Clásica Comercial y, finalmente, por el deAcademia Comercial Inglesa con la dirección del profesor de inglés Enrique Tomás Bradish, en la que inicialmente se enseñaba latín, francés, inglés, geografía, aritmética y caligrafía; materias a las que luego se agregaron: gramática, álgebra, correspondencia y teneduría de libros. También del mismo año, pródigo en fundaciones escolares, datan elColegio Argentino, para niñas, dirigido por Melanie Dayet de De Angelis y Fanny de Mora y una Academia Argentina, establecida por dos ingleses: Gilbert Ramsay y Hull, en la que se impartían conocimientos análogos. Luego Hull se separó, para fundar la Academia de las Provincias Unidas, en la que, además de las materias prácticas, se enseñaba doctrina cristiana. Como se puede apreciar, el auge de este tipo de establecimientos fue notable en esta etapa. En 1828, el polígrafo italiano Pedro de Angelis, de fecunda actuación entre nosotros, fundó también una Escuela Lancasteriana y el Ateneo, conjuntamente con José Joaquín de Mora y Francisco Curel, que poco después se separaron. El plan de estudios era de carácter humanístico y se complementaba con materias prácticas, como teneduría de libros, nociones de derecho y economía política. Por la misma época, los arquitectos Carlos Zucchi y Pablo Caccianiga, establecieron una Academia de Arquitectura, en la que se enseñaba arquitectura civil. La Academia Jujeña En julio de 1829, siendo gobernador de Salta José Ignacio de Gorriti —egresado como abogado de la Universidad de Charcas—, cuando todavía la provincia de Jujuy no se había separado de su jurisdicción, se fundó una escuela lancasteriana en la ciudad de San Salvador de Jujuy, cuya dirección se encomendó al francés Carlos M. Deluze, que había estudiado en la Academia de París. En este instituto, al que se llamó Academia Jujeña, se brindaba un nivel de enseñanza que superaba al de las de primeras letras. No obstante, la Academia debió cerrar sus puertas al año siguiente por el alejamiento de Deluze, a quien no se le había pagado la renta que se le había prometido. En 1831, María Josefa Hernández intentó la fundación de otra escuela lancasteriana para señoritas, en la misma ciudad, pero no se tiene noticia de que haya llegado a funcionar. El Colegio de la Provincia de Buenos Aires Entre tanto, en Buenos Aires, con la caída de Rivadavia y el apogeo del federalismo, durante el breve gobierno del general Juan José Viamonte, el Colegio de Ciencias Morales, reunido en uno con el Colegio de Estudios Eclesiásticos, pasó a ser el Colegio de la Provincia de Buenos Aires, que fue establecido oficialmente por decreto del 23 de setiembre de 1829 y, debido a las serias dificultades económicas que tuvo que afrontar, fue suprimido un año después, el 28 de setiembre de 1830, por decreto del gobernador interino general Juan Ramón Balcarce, que debía efectivizarse a partir del 31 de diciembre de ese año. En ese momento había 55 alumnos becados y su presupuesto era mayor que el de la Universidad. Posteriormente, en 1835, al comenzar Rosas su segundo gobierno en la Provincia de Buenos Aires, se preocupó por lograr el retorno de los jesuitas al Río de la Plata para que se hicieran cargo de este Colegio. El Colegio de Buenos Aires Efectivamente, en agosto de 1836 llegaron de regreso al país, los miembros de la Compañía de Jesús —expulsados en 1767—, quienes abrieron nuevamente el Colegio de Buenos Aires, que comenzó a funcionar regularmente a partir del curso escolar de 1837. La enseñanza se ajustó al ratio studiorum, sistema pedagógico que, según hemos dicho, era propio de los jesuitas, y se abrieron aulas de primeras letras y de gramática o secundaria. El principal objeto del Colegio fue “formar el corazón de los jóvenes sobre las máximas de una moral pura y una religión ilustrada”. El cargo de rector fue ocupado por el padre Mariano Berdugo que, a la vez, se desempeñaba como superior general de los jesuitas; vicerrector fue el padre Bernardo Pares y prefecto general de estudios el padre Francisco Majesté, de prominente actuación posterior entre nosotros. Nacido en Valladolid, España, el 8 de enero de 1807, luego de cursar sus primeros estudios ingresó en la Compañía de Jesús en 1819 y a los 22 años de edad ya predicaba en las iglesias de Madrid. Los disturbios de 1834 hicieron que pasara a Sevilla, y dos años después al Río de la Plata, donde permaneció hasta su muerte. Durante su estada en Buenos Aires, los jesuitas procuraron ubicarse en una posición equidistante entre unitarios y federales, lo que disgustó al Gobierno que los había traído y provocó el deterioro de las relaciones, que se fue agudizando hasta 1841, en que la situación hizo crisis. El Colegio debió cerrar sus puertas y los jesuitas fueron nuevamente expulsados, por un decreto de Rosas, de fecha 22 de marzo de 1843, salvo los padres Majesté e Ildefonso García, que pasaron al clero secular. El Colegio Republicano Federal de Buenos Aires Inmediatamente después del alejamiento de los jesuitas, Rosas promovió la reapertura del Colegio, con la dirección del padre Majesté, que tuvo lugar el 18 de abril de 1843. El nuevo establecimiento siguió funcionando inicialmente con el nombre de Colegio de Buenos Aires,pero al año siguiente cambió su denominación, llamándose Colegio Republicano Federal de Buenos Aires. Los objetivos de este nuevo Colegio, según los deseos de Rosas, fueron: “formar una juventud sumisa a sus mayores, decidida por la sagrada Causa Nacional de la Federación, enemiga de la impiedad, y de sus viles secuaces los salvajes unitarios”. Lo que quedaba sintetizado en el tríptico: “Patriotismo federal, Religión católica. Ilustración sólida”4. El sistema educativo respondía entonces, como ha ocurrido en todas las épocas, a los fines superiores del Estado, empeñado como estaba en sostener la tradición católica y en derrotar al agresor extranjero y a sus aliados nativos, en un esfuerzo supremo por consolidar la unidad nacional La enseñanza comprendía, además de la doctrina cristiana, el latín, francés, inglés, filosofía, historia, matemática y física experimental. Paralelamente, podían seguirse estudios de aritmética mercantil, teneduría de libros, arquitectura, agricultura y taquigrafía. Hasta 1843, las escuelas privadas que se instalaron en Buenos Aires debieron ajustarse a lo dispuesto por el decreto del 8 de febrero de 1831, por el que se otorgaba al inspector general de Escuelas la facultad de autorizar el funcionamiento de estos establecimientos. Al año siguiente el gobierno dictó el decreto del 26 de mayo, por el cual en lo sucesivo no podrían abrir colegios ni escuelas, ni ser directores, preceptores, maestros o ayudantes de enseñanza pública, sea a cargo del Estado o de los particulares, los individuos que no obtuviesen previamente permiso del gobierno “y acreditaren ante él su virtud, moralidad ejemplar, profesión de Fe Católica Apostólica Romana, adhesión firme a la causa nacional de la Confederación Argentina, capacidad e instrucción suficientes”.Este permiso debía ser renovado anualmente, sin lo cual no podrían continuar abiertos los establecimientos de enseñanza pública, ni en ejercicio sus directores, preceptores, maestros y ayudantes. El Reglamento, redactado por Marcos Sastre, que se desempeñaba como subdirector del Colegio, establecía que los alumnos debían levantarse a las cinco y media de la mañana y luego de lavarse, peinarse y arreglar los cuartos, debían concurrir a la sala de estudios donde rezarían las oraciones y se pondrían a estudiar. Más tarde asistían a sus respectivas clases y después de comer, luego de dos horas de descanso, volvían a la sala de estudios. Después del estudio de la tarde tenían asueto en el jardín hasta ponerse el sol. A esa hora rezaban en la capilla el Santo Rosario y pasaban a la sala de estudio hasta las nueve de la noche. De allí volvían a la capilla, donde tenían un cuarto de hora de lectura y oración y luego debían retirarse a sus dormitorios. A las diez de la noche se tocaba a silencio. Cada mes los alumnos estaban obligados a confesar y comulgar. Se prohibía la introducción y el uso de vinos y licores y de naipes. Los juegos de damas, dominó y ajedrez necesitaban permiso especial del director. Fuera de los libros indispensables para los estudios, los colegiales no podían leer ningún otro sin permiso del director. Los castigos o penitencias eran: privación de recreo, de visitas y de salidas, recargo de tareas, reprensiones privadas y públicas, último asiento, arresto si fuese grave el delito y, finalmente, expulsión. Marcos Sastre había nacido en Montevideo el 2 de octubre de 1808, y en 1817 se trasladó con su familia a Concepción del Uruguay y luego a Santa Fe. Posteriormente realizó estudios en el Colegio de Monserrat y en la Universidad de Córdoba. En 1824 se hizo acreedor de una beca para seguir estudios de pintura en Buenos Aires, donde permaneció un año aproximadamente. Luego volvió a Córdoba, donde comenzó su actividad docente en una escuela de primeras letras que estuvo a su cargo y cursó paralelamente sus estudios universitarios. En 1830 regresó a Buenos Aires y poco después pasó a su ciudad natal. Al año siguiente se trasladó nuevamente a Buenos Aires, donde prosiguió su carrera universitaria, que finalmente no concluyó, e instaló una librería, a la que concurrían estudiantes y profesores de la Universidad. En 1837 abrió el famoso Salón Literario en la trastienda de su librería, en el que reunió a los jóvenes intelectuales de la época. El Salón fue disuelto al año siguiente por el Gobierno, por lo cual Sastre se estableció en la localidad de San Fernando. En 1844 fue nombrado subdirector del Colegio Republicano Federal y en ese mismo año escribió una obra titulada Discurso sobre la educación pública. En 1846 se alejó del Colegio, debido al ingreso de Alberto Larroque, y se estableció nuevamente en su residencia de San Fernando, donde instaló una escuela primaria. En 1849 se trasladó a Santa Fe, a instancias del gobernador Pascual Echagüe, para dirigir el Instituto Literario de San Jerónimo. Allí compuso un Himno Patriótico para el Instituto y publicó su célebreCartilla Americana o Anagnosia. Verdadero método para enseñar y aprender a leer con facilidad, inspirando a los niños a la lectura y amor a la virtud y al trabajo. Método que fue utilizado por muchos años como texto de aprendizaje de la lectura en la escuela primaria en la Argentina y en el Uruguay. Luego pasó a Entre Ríos, llamado por Urquiza, donde fue designado inspector general de las Escuelas Primarias de la Provincia. En 1852 proyectó el Reglamento General de Escuelas de la Provincia. Después de la caída de Rosas regresó a Buenos Aires, donde se desempeñó, sucesivamente, como director de la Biblioteca Nacional, regente de la Escuela Normal e inspector general de Escuelas. En 1864 fue nombrado jefe del Departamento General del mismo ramo y en 1882, vocal del Consejo Nacional de Educación. Falleció en Buenos Aires el 15 de febrero de 1887. Los certificados de estudios que otorgaba el Colegio Republicano Federal habilitaban para el ingreso en la Universidad de Buenos Aires. El Colegio, aunque era de carácter privado, gozó siempre de la decidida protección oficial, que se manifestó, no sólo a través de un apoyo moral, sino también por medio de una subvención pecuniaria anual. En 1846 el Colegio Republicano Federal se fusionó con el Colegio del Plata, que dirigía el educador francés Alberto Larroque. En consecuencia, éste pasó a desempeñarse como codirector y el sacerdote irlandés Miguel Gannon, que enseñaba en el Colegio de San Martín, como subdirector, en reemplazo de Sastre, que se retiró en desacuerdo. En ese mismo año se dictó un importante decreto por el cual se instituyó una Comisión Inspectora de los programas de enseñanza y de los libros de texto, presidida por el canónigo Miguel García e integrada por Nicolás Anchorena, Lorenzo Torres, José Arenales y Miguel Rivera. El Colegio y Seminario Eclesiástico El Colegio Republicano Federal permaneció abierto hasta junio de 1851, en que, a raíz del pronunciamiento del gobernador de Entre Ríos, general Justo José de Urquiza, contra Rosas, fue ocupado por 300 soldados de la división de Palermo, instalándose, además, un depósito de pólvora, por lo cual Majesté presentó su renuncia y emigró al Uruguay. Consiguientemente, las clases se interrumpieron, sobrevino luego la caída de Rosas, el 3 de febrero de 1852, y el 20 de marzo las tropas se retiraron del Colegio, aunque recién el 3 de enero de 1854 el establecimiento fue reabierto por el gobernador Pastor Obligado, con el nombre de Colegio y Seminario Eclesiástico, que fue instituto de estudios generales y seminario a la vez, con la dirección del canónigo Eusebio Agüero, quien procuró recuperar las características del extinguido Colegio de Ciencias Morales. En cuanto a Majesté, después de Caseros volvió a Buenos Aires donde trabó relación con Urquiza y en ocasión de la reunión de gobernadores celebrada en San Nicolás, el 25 de mayo de 1852 pronunció una oración patriótica en el templo de aquella localidad. Luego pasó a Santa Fe, donde, desde enero a abril de 1853, publicó el semanario La Voz de la Nación Argentina, dedicado a efectuar la crónica del Congreso Constituyente. Además, presidió la Comisión de Instrucción Primaria de esa provincia, creada por el gobernador Domingo Crespo, que fue el primer organismo permanente de educación en ella. Más tarde se dirigió nuevamente a Montevideo, donde desempeñó la secretaría del Vicariato Apostólico desde 1854 a 1856, año en que fue distinguido con el nombramiento de rector de la Universidad Mayor de la República, que ejerció hasta 1858, desempeñando al mismo tiempo varias cátedras. En 1859 fue nombrado fiscal eclesiástico y en 1862 catedrático de derecho canónico. Falleció en Montevideo el 24 de diciembre de 1864. El historiador uruguayo Silvestre Pérez considera que el padre Majesté “es uno de los hombres que más obra de espiritualización ha hecho en el Río de la Plata”5. El Colegio Filantrópico Bonaerense El Colegio Filantrópico Bonaerense fue instalado en Buenos Aires también en 1843, con la dirección de Mariano Martínez quien, de acuerdo con la opinión de Rafael Hernández, fue el “principal educacionista de su época”6. No obstante, no existen referencias concretas sobre sus antecedentes, ni sobre su actuación en ese entonces. Sólo se sabe que después del fracaso del sitio de Buenos Aires por el general Hilario Lagos en diciembre de 1852, emigró de Buenos Aires. En 1860 actuó en Corrientes y dos años después en Entre Ríos, donde llegó a desempeñarse como secretario privado de Urquiza. Más tarde, en 1870, participó en la revolución de Ricardo López Jordán. Durante esa época también ejerció la profesión de periodista. En el Colegio Filantrópico Bonaerense, que también gozó de la protección oficial, se enseñaba latinidad, retórica, filosofía, matemática, dibujo, pintura y música; materias que satisfacían el currículo de la educación media en aquella época. En 1847 se publicó en laGaceta Mercantil la nómina de todas las asignaturas que se cursaban, con motivo del examen general y público de ese año. Allí también consta que en el Colegio se usaba como libro de texto la obra: Rasgos de la vida pública de S.E. el Sr. Brigadier General D. Juan Manuel de Rosas, publicada por la Legislatura de Buenos Aires en 1842. El Colegio del Plata El Colegio del Plata comenzó a funcionar en Buenos Aires el 10 de mayo de 1844, con la conducción de Alberto Larroque. Como dijimos, dos años después se fusionó con el Colegio Republicano Federal, pero en noviembre de 1849 volvió a separarse, siempre con la dirección de Larroque. Este Colegio, como el Filantrópico Bonaerense y el Republicano Federal, también brindó enseñanza de gramática, retórica y latinidad —propia de los estudios preparatorios—, y fue considerado como uno de los de mayor prestigio de la época. Nacido en Bayona, Francia, en 1819, Larroque había llegado al Río de la Plata en 1841. En Montevideo publicó un periódico titulado Le Moniteur y luego pasó a Buenos Aires, donde fue primero profesor del establecimiento de Juan Bautista Percy y luego abrió el Colegio del Plata. Cinco años después se graduó en Jurisprudencia en el Departamento correspondiente de la Universidad de Buenos Aires. También incursionó en la actividad teatral, colaborando en la adaptación y traducción de algunas obras extranjeras y en la confección de obras originales. En 1850 fue recomendado para ejercer el rectorado del Colegio del Uruguay, fundado el año anterior por Urquiza. A la caída de Rosas, identificado como estaba con el régimen federal, emigró a Montevideo y en 1854 pasó a Concepción del Uruguay, donde primero fue nombrado profesor de derecho civil y posteriormente designado rector de dicho Colegio. En 1864 regresó a Buenos Aires, disgustado por la nacionalización del Colegio y se dedicó al ejercicio de la abogacía. Posteriormente fue miembro del Consejo Nacional de Educación. Falleció el 9 de julio de 1881. Sus restos fueron despedidos por Miguel Navarro Viola, que había sido su alumno en el Colegio Republicano Federal, con estas elocuentes palabras: “sus discípulos sabían; he aquí su mejor elogio”. El Colegio Argentino de San Martín Este Colegio, fundado en Buenos Aires el 1º de abril de 1845, funcionó con la dirección del sacerdote irlandés Pbro. Dr. Miguel Gannon, graduado en el Real Colegio de San Patricio, y del educador francés Carlos Clarmont quien, según testimonio del diplomático de la misma nacionalidad Alfredo de Brossard, que cumplió una misión en nuestro país en aquella época, era egresado de la Escuela Politécnica de París; y de acuerdo con lo expresado por su exalumno Lucio V Mansilla, de la Escuela Normal de esa ciudad. Según las referencias de Mansilla, registradas en sus Memorias, acompañaban a Clarmont en la actividad docente: el padre Gannon, que enseñaba inglés, y Juan Francisco Seguí, ex-alumno del Colegio Republicano Federal, que tenía a su cargo la gramática castellana y el latín. Por lo tanto, la enseñanza que se brindaba en este Colegio comprendía gramática castellana y latín, inglés e historia, esta última a cargo del propio Clarmont, que realizaba los comentarios en francés. Además, se trataban temas literarios y se recitaban poemas clásicos. A estar con lo relatado por Brossard: “Los estudios pasan por ser más difíciles en el San Martín que en el Colegio Republicano Federal” 7. Asimismo, Brossard sostiene que en 1847 al Colegio de San Martín concurrían entre 120 y 150 alumnos, en tanto que al Republicano Federal lo hacían 300. Desde 1852 hasta 1860 el Colegio fue dirigido por Roberto Hempel, prusiano de religión católica, que reemplazó a Clarmont. Hempel también fue profesor en la Universidad de Buenos Aires e inspector de escuelas en la Provincia de Buenos Aires. La Escuela Escocesa San Andrés Además de los mencionados, durante la época de Rosas se fundaron varios establecimientos educativos estrechamente vinculados con las colectividades extranjeras que se iban radicando en nuestro país. Uno de ellos fue la Scotch National School (Escuela Nacional Escocesa), fundada en 1838 por inspiración del reverendo William Brown, ministro de la comunidad escocesa. La idea original fue la creación de una escuela mixta pero, como las instalaciones eran insuficientes, el 1º de septiembre de ese año se abrió en la sacristía de la iglesia presbiteriana —que había sido inaugurada en 1835—, una escuela para niñas exclusivamente. Las clases se iniciaron con 8 alumnas, pero durante el curso del año llegaron a 50. A partir del año siguiente se inscribieron alumnos varones, con lo que se cumplió el propósito inicial. En 1841 se publicó el primer informe anual de las actividades desarrolladas por la Escuela, en el que se expresaba la necesidad de la enseñanza del idioma español. En 1844 el Gobierno prohibió a las familias católicas enviar a sus hijos a establecimientos educativos de otra religión, lo que redujo sensiblemente la matrícula. En un acta de 1851 se destaca que “muchos hijos de nativos y británicos católicos han solicitado su admisión a la escuela, pero a consecuencia de las restricciones establecidas por el Gobierno han sido invariablemente rechazados” 8. Para esta época se alejó el Rev. Brown, que regresó a su patria, donde fue nombrado profesor de teología en Saint Andrew’s University (Universidad de San Andrés), y fue reemplazado interinamente por Gilbert Ramsay, miembro del comité de la Escuela y a la vez director del periódico British Packet, que se publicaba por entonces en Buenos Aires. Después de la caída de Rosas la Escuela siguió prosperando, con una matrícula en pleno crecimiento. Desde 1860, además del inglés y el español, se enseñaban el latín y el francés. Por entonces se presentó un valioso informe en el que se afirmaba que: “Durante los veintitrés años de existencia de la Escuela, el nivel de la educación se ha elevado y los métodos de enseñanza han progresado; pero lo que había sido considerado suficiente para entonces, ahora lo consideramos insatisfactorio. Los residentes escoceses y británicos han aumentado en número, en poder económico e influencia. Este progreso de la comunidad le permite mantener un establecimiento mejor y crear la necesidad de una educación más liberal que la que antes era considerada satisfactoria”9. No obstante, no se produjeron cambios sustanciales y la Escuela fue declinando; en 1881 sólo contaba con 26 alumnos, de los cuales, sólo 6 pagaban sus aranceles. Ese mismo año se aprobó un nuevo Reglamento y con él comenzó una nueva etapa de la Escuela. Se contrató un headmaster en Escocia, Mr. Alexander Watson Hutton, graduado en Edimburgo y maestro en el Colegio George Watson de esa ciudad; y también una lady teacher, Miss Budge. Con esta nueva conducción se operó una transformación del establecimiento, que cambió su nombre por el actual de St. Andrew ‘s Scotch School(Escuela Escocesa San Andrés). En 1883 había 129 alumnos, más 11 becados. Desde entonces hasta la actualidad la Escuela ha mantenido su prestigio e incorporado nuevos niveles de enseñanza, hasta llegar en 1985 a la inauguración de una Universidad que compite con las más representativas del país. El Gimnasio Santafesino También el general Estanislao López, gobernador de la Provincia de Santa Fe, llevó a cabo en su jurisdicción una labor memorable en materia de educación. En 1831 fundó elGimnasio Santafesino, que puso bajo la dirección de Antonio Ruiz de Guzmán y en el que se brindó una enseñanza elemental. El Reglamento, que constaba de 19 artículos, establecía las normas de comportamiento de los alumnos, dentro y fuera del establecimiento. Como lo ha hecho notar el profesor Manuel H. Solari: “El reglamento de esta escuela tuvo un curioso artículo que, adelantándose visiblemente a la época, establecía el sistema disciplinario del selfgovernment (gobierno propio) al determinar que cualquier acto de indisciplina merecedor de una sanción grave sería ‘ventilado ante el juri, cuyo juzgado lo compondrá, un educando de cada clase y dos de la superior, con el ayudante que lo presidirá’. El fallo del jurado disciplinario debía ser aprobado por el director del Gimnasio” 10. Este Reglamento se aplicó luego durante los gobiernos de Juan Pablo López y Pascual Echagüe. A fines de 1832, el Gimnasio tenía 13 niños pagos, 10 gratuitos y 21 a cargo del Estado. El Instituto Literario de San Jerónimo Al año siguiente, 1832, López creó, por decreto del 16 de julio, el Instituto Literario de San Jerónimo, de estudios preparatorios, en el que se podía cursar gramática, latinidad y filosofía, que estuvieron a cargo de Manuel Cabrera y Francisco Solano Cabrera, respectivamente. Este Instituto, cuyo rector fue el padre José Amenábar y secretario José Gelabert, estuvo en funcionamiento en el antiguo convento de La Merced, hasta 1838 en que, debido sil fallecimiento de López, fue cerrado por el nuevo gobierno de su hermano Juan Pablo. El Colegio de Latinidad Paralelamente a la acción de Rosas en Buenos Aires y de López en Santa Fe, el general Pascual Echagüe, en la Provincia de Entre Ríos primero (1832-1841) y en la de Santa Fe, después (1842-1851), llevó a cabo una acción educativa de relevancia para la época. Echagüe, antes que militar y político, era graduado universitario, doctorado en ambos derechos —civil y canónico— en Córdoba, por lo cual poseía las condiciones personales necesarias para implementar una política educativa coherente. Consecuentemente, en 1834, la Legislatura de Entre Ríos sancionó una ley por la que dispuso la fundación de un colegio complementario de la enseñanza primaria, en el que se creaban una cátedra de filosofía, otra de teología y se restablecía una tercera de latinidad, que había sido establecida dos años antes. El 25 de mayo se inauguraron los cursos de este instituto, que se conoció como Colegio de Latinidad. Posteriormente, instalado Echagüe a partir de 1842 en el Gobierno de Santa Fe, se preocupó por la reorganización del Gimnasio Santafesino y dispuso que se aplicara para el aprendizaje el sistema lancasteriano y se enseñara la doctrina cristiana, lectura, escritura, aritmética y gramática castellana. En los fundamentos del decreto, del 1º de julio de 1843, afirmaba que la educación es “el primer paso que abre el camino a la civilización, prosperidad y engrandecimiento de los pueblos”. En reemplazo del rector Ruiz de Guzmán, que falleció al año siguiente, fue nombrado Manuel Ignacio Pujato. También ordenó Echagüe en 1845, el restablecimiento del Instituto Literario de San Jerónimo. El día 28 de octubre en que tuvo lugar la solemne ceremonia de reapertura, en el convento de San Francisco, Echagüe dictó la primera clase de filosofía. Como sostiene el profesor Carlos Uzin: “el pensamiento educacional de Pascual Echagüe representó el genuino espíritu de la tradición pedagógica hispánica” 11. Como complemento del Instituto, por decreto del 16 de junio de 1849, creó la Biblioteca Pública, que fue dotada de los libros pertenecientes al antiguo Colegio de la Inmaculada y a la comunidad de los mercedarios. El rector del Instituto sería, a la vez, el director de la Biblioteca. Ese mismo año fue nombrado el prestigioso educador Marcos Sastre para ocupar ese cargo. En el Instituto se utilizaron sus difundidos textos: Anagnosia y Consejos de Oro. El Colegio de la Independencia En 1847, el padre Agustín Bailón, jesuita español secularizado en oportunidad de los sucesos de 1841 en Buenos Aires, fundó en la ciudad de Salta, adonde se había dirigido por prescripción médica, el Colegio de la Independencia, que comenzó a funcionar con 28 alumnos el 9 de juño de ese año, en el edificio del convento que había pertenecido a los mercedarios, cedido por el gobernador de la provincia, José Manuel Saravia, razón por la cual se lo conoció también como Colegio de la Merced. Con la colaboración de Robustiano Patrón, que fue primero alumno y luego se desempeñó como secretario general del establecimiento, el padre Bailón organizó cursos de gramática y latinidad a los que concurrieron estudiantes no sólo de Salta, sino también de las provincias vecinas de Jujuy, Tucumán, Catamarca y Santiago del Estero. En el Colegio también se dictaban clases de geografía, historia universal, inglés, francés y música. En 1850 se agregaron cursos de filosofía y matemática. Según referencias del historiador salteño Atilio Cornejo 12, cooperó también en la empresa educativa el canónigo de la catedral de Salta, José Domingo de la Riostra. El 31 de enero de 1850 el gobernador nombró una comisión integrada por el padre Bailón, Facundo Zuviría y Ladislao Velazco, para redactar el Estatuto del Colegio. Del Colegio de la Independencia egresaron renombrados latinistas, como Bernardo Fábregas Mollinedo, graduado luego en el Colegio Pío Latinoamericano de Roma. Otros alumnos destacados fueron el mencionado Patrón; Napoleón Latorre, luego profesor del Colegio; Benjamín Zorrilla; Joaquín Díaz de Bedoya; Cleto Aguirre y Federico Ibarguren, más tarde juez federal, senador nacional y ministro de la Suprema Corte de Justicia de la Nación. El Colegio tomó en 1860 el nombre de San José y, posteriormente, se transformó en el Colegio Nacional de Salta, que se inauguró el 5 de marzo de 1865 con la dirección del Pbro. Dr. Juan Francisco Castro y funcionó en el mismo edificio hasta 1945 en que se trasladó a su nuevo emplazamiento en la avenida general Güemes. En el primitivo solar tiene su sede actualmente la escuela primaria Benjamín Zorrilla. En cuanto al padre Bailón, que dirigió el Colegio con eficacia en su primera etapa, se destacó como latinista y poeta. En Buenos Aires había dictado un curso de teología moral en el Colegio Argentino, establecimiento de primeras letras que todavía funcionaba en 1846. Falleció en Salta en 1872. El Colegio del Uruguay El 28 de julio de 1849, por decisión del gobernador de la Provincia de Entre Ríos, general Urquiza, inició sus actividades en Concepción del Uruguay un Colegio de estudios preparatorios que por muchos años habría de ser modelo de establecimiento educativo. En su primera etapa de conducido por el joven educador español Lorenzo Jordana, quien hasta entonces había sostenido un colegio particular en sociedad con el oro. Juan Casas, que se desempeñó como vicedirector. Los estudios se dividían en cuatro secciones: 1ª sección: gramática castellana. 2ª sección: clase ínfima de latinidad. 3ª sección: geografía universal. 4ª sección: región. Los exámenes eran públicos, dados ante la Comisión de Instrucción Pública de la Provincia. No obstante su formal instalación, este Colegio tuvo carácter provisional, hasta que, dos años después, el 11 de marzo de 1851, con el nombramiento del Pbro. Manuel María Erausquin como director, se lo dotó de un nuevo edificio y se le dio su organización definitiva. Desde entonces hasta 1854, se enseñó latinidad, filosofía, matemática, francés, inglés, teneduría de libros, jurisprudencia y música. El Pbro. Erausquin había sido rector del Colegio del Paraná, fundado el 22 de noviembre de 1848, y que dejó de funcionar en agosto de 1850; los alumnos de este establecimiento pasaron al Colegio del Uruguay. En 1852 el número de inscriptos alcanzaba a 300. En cuanto a Jordana, pasó a Buenos Aires, donde fundó el Colegio de la América del Sur. Fue autor de varios libros de texto para la enseñanza. En 1861 apareció su Curso Elemental de Historia Argentina. Falleció en la ciudad porteña en 1882. Con la dirección de Erausquin, el horario de actividades del Colegio se distribuía de la siguiente manera: los alumnos se levantaban a las cinco de la mañana y después de higienizarse iban a la capilla para oír misa. Luego pasaban a la sala de estudios hasta la hora de desayunar. Posteriormente se dictaban las clases de latín, filosofía, francés e inglés, hasta el mediodía. Después de comer se pasaba a recreo hasta las dos de la tarde, en que comenzaban las clases de idioma nacional y aritmética. A las cuatro había otro recreo, hasta las cinco y media. Desde entonces hasta las ocho se dirigían a la sala de estudios. En 1854 el Pbro. Erausquin fue reemplazado en la dirección del Colegio por Alberto Larroque que, como hemos dicho, había sido director del Colegio del Plata y del Colegio Republicano Federal de Buenos Aires y cuya colaboración se venía gestionando desde 1850. Según la opinión de la historiadora entrerriana Beatriz Bosch: “Por sus antecedentes en la docencia y por sus brillantes aptitudes intelectuales [Larroque] estará en condiciones de dar a la casa su sello definitivo. Renueva los planes de estudio hasta lograr un sistema de educación integral; da un reglamento minucioso, que contempla todos los aspectos de la vida del internado; atrae a la cátedra a los más competentes profesores; establece una disciplina rigurosa y asocia el espíritu del Colegio a la obra del creador de la Constitución”13. En efecto, ya en el curso de 1854 se incorporaron nuevas disciplinas al plan de estudios, como teodicea, derecho internacional, derecho canónico y derecho civil. Con posterioridad, entre 1855 y 1856, se inauguraron cursos elementales para el ingreso en los estudios preparatorios. Además, en 1857, a propuesta del teniente coronel Nicolás Martínez Fontes, se incorporaron estudios de carácter militar, que duraban dos años, cuyo objeto era servir de fundamento a un instituto politécnico. En 1858 se añadieron clases de agricultura, mineralogía y taquigrafía. Posteriormente se creó el cargo de capellán y se nombró vicerrector al Pbro. Domingo Ereño. En la resolución pertinente se decía que: “Un sistema de educación que no tiene por base la enseñanza religiosa, lejos de favorecer nuestra sociedad, no podía menos de traerle futuras consecuencias”. Para esta época el prestigio del Colegio iba creciendo, a tal punto que en 1860 el número de alumnos llegó a 403. El rectorado de Larroque se extendió hasta 1863, salvo un breve lapso —de 1861 a 1862— en que fue reemplazado interinamente por Jorge Eduardo Clark. En ese año se retiró, debido a que el gobierno nacional destacó al inspector Juan Domingo Vico para que informara sobre los planes de estudios del Colegio, lo que fue considerado por Larroque como una intromisión. A partir de 1864, el instituto debió seguir los planes del Colegio Nacional de Buenos Aires, recientemente creado. Vico continuó como rector-interventor hasta 1867. El 19 de julio de 1869 se estableció un curso de preceptores o maestros, anexo al Colegio y se creó una Escuela Normal para señoritas. Años más tarde se unificaron ambos institutos para formar la Escuela Normal Nacional Mixta. La revolución de Ricardo López Jordán, de 1870, que se inició trágicamente con la muerte de Urquiza, obligó a cerrar el Colegio hasta que se restableció el orden en la provincia. Entonces se nombró rector a Agustín M. Alió. En este Colegio se formaron brillantes personalidades, de destacada actuación en la vida política, económica y cultural de nuestro país, entre las cuales cabe citar a Julio A. Roca, Eduardo Wilde, Onésimo Leguizamón y Olegario Víctor Andrade, entre otros. El Colegio Patriótico Federal de la Merced El 5 de septiembre de 1849, el gobernador de Catamarca, Manuel Navarro, en inteligencia con las autoridades eclesiásticas, fundó el Colegio Seminario Patriótico Federal de Nuestra Señora de la Merced. El 18 de diciembre siguiente, la Legislatura aprobó la creación y el 21 de abril de 1850 abrió solemnemente sus puertas en una ceremonia a la que asistió el propio gobernador y habló a los concurrentes. En la ocasión tuvo lugar una procesión hasta la iglesia matriz, donde el Pbro. Luis Gabriel Segura celebró una misa cantada, en honor de la Virgen. Como lo destaca el padre Cayetano Bruno, el gobernador Navarro destinó para el sostenimiento de este Colegio el producido de “la venta de las capellanías tanto laicales como eclesiásticas, calificadas por vacantes e incongruas [...] lo mismo que de los legados píos cuyas pensiones nada o mal se cumplen y cuyos fondos van en deterioro” 14. También se le destinaron parte de las multas impuestas a los juegos de azar. El instituto, en el que se cursaban estudios de latinidad y filosofía, funcionó en el edificio del antiguo hospicio de los padres mercedarios, que ya había sido usado con los mismos fines por los jesuitas, desde 1845 a 1848. En este Colegio, cuyo rector fue el padre José Domingo Molina y vicerrector el Pbro. José Facundo Segura, enseñaron distinguidos profesores, entre los cuales sobresalió fray Mamerto Esquiú, novel sacerdote franciscano, ordenado en 1848, que se desempeñó como lector de filosofía. El nuevo gobernador, Pedro Segura, designó en 1852 una comisión integrada por los presbíteros Luis Gabriel Segura y Joaquín Acuña y los padres Esquiú y José Eulogio Pozado, encargada de redactar un reglamento para dicha casa de estudios. Varios años después, en 1861, otro gobernador, Samuel Molina, constituyó una nueva comisión formada por el propio Molina, algunos sacerdotes del convento de San Francisco y los ciudadanos Vicente Bascoy, Fidel Mardoqueo Castro y José Angelini Caraffa, con el objeto de reestructurar el plan de estudios. Una vez elaborado, fue aprobado por decreto del 16 de setiembre de 1861. Tres años después, el gobernador Víctor Maubecin destacaba en su mensaje anual a la Legislatura el “estado floreciente” del Colegio. De este Colegio egresaron distinguidas figuras del quehacer provincial, como el mencionado Castro, el futuro gobernador Maubecin, Marcos A. Figueroa y el Pbro. José León Zenteno, de lucida actuación en el Congreso Nacional Constituyente de Santa Fe, de 1852-53, en el que defendió la recta doctrina. El Colegio Patriótico Federal subsistió hasta 1868, en que cerró sus puertas por la falta de recursos. A partir de esa fecha el edificio fue ocupado por el Colegio Nacional de Catamarca, fundado en 1865 por iniciativa del presidente Mitre, con la dirección de Fidel Mardoqueo Castro. La prédica educativa de los emigrados Durante la época de Rosas, varios jóvenes intelectuales, disidentes con su gobierno, emigraron a los países vecinos, desde donde, además de conspirar para el derrocamiento del régimen político imperante en su patria, desarrollaron sus ideas en diversos aspectos, inclusive sobre educación. Entre ellos sobresalieron Esteban Echeverría y Domingo Faustino Sarmiento. Estos jóvenes consideraban a la Revolución de Mayo como una ruptura con las ideas del pasado hispánico y católico. Al respecto, opinaba Echeverría —a su regreso de un viaje a Europa, donde se había puesto en contacto con el romanticismo— que: “El gran pensamiento de la Revolución no se ha realizado. Somos independientes, pero no libres. Los brazos de España no nos oprimen; pero sus tradiciones nos abruman”15. Por ello creía necesaria una reforma que debía lograrse por medio de la educación. En 1844, exiliado en Montevideo, publicó un Manual de enseñanza moral para las escuelas de primeras letras de la Banda Oriental, en el que propugnaba el desarrollo de la educación popular para ampliar el ejercicio del voto con el cual el individuo realiza la soberanía. Ese mismo año dio a conocer un trabajo sobre Mayo y la educación popular en el Plata, donde planteaba: “¿Por qué la Democracia, hija primogénita de Mayo, no ha logrado convertirse en incontrastable y reguladora institución, y peleamos aún por asegurar su imperio? Porque la tierra donde Mayo desparramó sus principios —se contestaba— estaba inculta, porque el pueblo no la comprendía y no supo apreciar los derechos y obligaciones de su nuevo rango social; y porque nuestros gobiernos [...] descuidaron iniciarlo en ese conocimiento, proporcionándole la educación necesaria”16. El pedagogo Juan Mantovani considera al respecto que: “Se puede decir que la doctrina de la educación popular argentina se elaboró en el destierro y a Echeverría tuvo como a uno de sus decisivos voceros y alentadores”17. Echeverría había nacido en Buenos Aires en 1815 y falleció en Montevideo en 1851. Fue alumno del Colegio de Ciencias Morales. En cuanto a Sarmiento, nacido en San Juan en 1811, se enroló en las filas del partido unitario y en 1831 decidió emigrar a Chile, donde desempeñó las funciones de maestro, primero en Santa Rosa de los Andes y posteriormente en Pocuro. Más tarde, en 1833, se dirigió a Copiapó, donde trabajó como minero. Debido a que enfermó de gravedad, a fines de 1835 regresó a San Juan, con la autorización del gobernador, general Nazario Benavídez. Asociado con otros jóvenes de la época fundó dos colegios, uno de varones y otro de mujeres, que no prosperaron. También escribió el periódico El Zonda, desde cuyas páginas fustigó al gobierno. Más tarde fue arrestado, pero logró escapar y pasó nuevamente a Chile en 1840. Radicado en el país vecino, dirigió una escuela normal, fundó un liceo, publicó textos escolares, entre ellos un Método gradual de lectura, y se dedicó al periodismo. Entre 1845 y 1848, comisionado por el gobierno de Chile, realizó varios viajes por países europeos y americanos, con el objeto de estudiar métodos educativos. En Estados Unidos conoció a Horacio Mann, que ya era famoso por sus ideas pedagógicas. A su regreso a Chile presentó un informe al gobierno de ese país, que fue publicado en 1849 con el título de Educación popular. Estos jóvenes integraron la llamada generación de 1837 que, en opinión de Diego E. Pró, pretendían “formar la conciencia nacional mediante una fuerte voluntad política” y para ello “rompen con la tradición y el pasado histórico, desde las instituciones y las costumbres hasta la misma lengua”. Creían que el Estado debía crear la conciencia nacional y modelar el alma del pueblo “mediante la legislación, las nuevas instigaciones y la educación” 18. Entre los emigrados también debe mencionarse al canónigo Juan Ignacio de Gorriti, establecido en Bolivia, donde dirigió un colegio y escribió un libro titulado Reflexiones sobre las causas morales de las convulsiones interiores de nuestros estados americanos y examen de los medios eficaces para reprimirlas, publicado en Valparaíso, Chile, en 1836, en el que le atribuye a la educación popular un papel decisivo en la lucha contra la ignorancia y la corrupción, que perturbaban el buen funcionamiento de las instituciones republicanas. Este trabajo constituye el primer ensayo de pedagogía social entre nosotros, aparecido doce años antes que la obra citada de Sarmiento. Gorriti había nacido en Jujuy en 1766 y en 1790 egresó de la Universidad de Córdoba con el grado de doctor en teología. En 1810 formó parte de la Junta Grande y en 1824 representó a Salta en el Congreso General Constituyente reunido en Buenos Aires. De regreso en su provincia, fue elegido gobernador para el período 1829-1831. Exiliado por razones políticas, falleció en Charcas en 1842. Notas 1 Cit. por C. Bruno. Ob. cit., V. VIII, pág. 546. 2 Cit. por Nicolás Fasolino. Vida y obra del primer rector y cancelario de la Universidad de Buenos Aires, presbítero Dr. Antonio Sáenz. Buenos Aires, Universidad de Buenos Aires, 1968, pág. 221. 3 J. M. Gutiérrez. Ob. cit., pág. 187. 4 Jorge María Ramallo. El Colegio y la Universidad de Buenos Aires en la época de Rosas. Buenos Aires, Braga, 1992, pág. 43. 5 Silvestre Pérez. Filosofía del federalismo en el Río de la Plata. Montevideo Atlántida, 1948, pág. 203. 6 Cit. por Fermín Chávez. La cultura en la época de Rosas. La descolonización mental. Buenos Aires, Theoría, 1973, pág. 55. 7 Alfredo de Brossard. Rosas visto por un diplomático francés. Buenos Aires, Americana, 1942, pág. 315. 8 Un siglo y medio después. Escuela Escocesa San Andrés. 1838-1988. Buenos Aires, Gaglianone, 1988, pág. 39. 9 Ibídem, págs. 41-42. 10 M. H. Solari. Ob. cit., págs. 115-116. 11 Carlos A. Uzin. “La educación en los gobiernos de Pascual Echagüe”. En Mikael. Paraná, Seminario Arquidiocesano, 1975, Nº 9, pág. 27. 12 Atilio Cornejo. Apuntes históricos sobre Salta. Buenos Aires, La Facultad, 1937. pág. 623. 13 Beatriz Bosch. El Colegio del Uruguay. Sus orígenes. Su edad de oro. Buenos Aires, Peuser, 1949, pág. 43. 14 C. Bruno. Ob. cit., V. X, pág. 86. 15 Cit. por Juan Mantovani. Echeverría y la doctrina de la educación popular. Buenos Aires, Perrot, 1957, pág. 21. 16 Cit. por M. H. Solari. Ob. cit., págs. 124-125. 17 J. Mantovani. Ob. cit., pág. 40. 18 Diego F. Pró. Historia del pensamiento filosófico argentino. Mendoza, Universidad Nacional de Cuyo, 1973, pág. 162. Quinta Etapa: Educación utilitaria Quinta Etapa: Educación utilitaria En esta etapa, que corresponde a la época de la organización constitucional del país (1852-1880), durante el transcurso de las llamadas “presidencias históricas”, de Bartolomé Mitre, Domingo Faustino Sarmiento y Nicolás Avellaneda, se llevó a cabo la implementación de un nuevo sistema educativo, acorde con los principios liberales consagrados por la Constitución Nacional de 1853-60. Mitre fundó el Colegio Nacional de Buenos Aires, que de inmediato se reprodujo en las provincias del interior; Sarmiento creó la Escuela Normal de Paraná, también rápidamente extendida en el resto del país; y Avellaneda difundió la enseñanza primaria, primero como ministro de Justicia e Instrucción Pública de Sarmiento y luego como presidente de la Nación. Paralelamente, se nacionalizó la Universidad de Córdoba. La caída de Rosas en 1852 y la inmediata sanción de la Constitución Nacional, perfiló el nuevo modelo del hombre argentino, de acuerdo con una concepción liberal y mercantil subyacente en la etapa anterior. El objetivo, según Esteban Echeverría, fue formar al futuro ciudadano para que se desempeñara en la nueva sociedad democrática, que debía romper con las ideas del pasado colonial. De acuerdo con su pensamiento, éramos independientes, pero no libres. Y Juan Bautista Alberdi, por su parte, agregaba que: “En nuestros planes de instrucción debemos huir de los sofistas, que hacen demagogos, y del monaquismo, que hace esclavos y caracteres disimulados. Que el clero se eduque a sí mismo, pero no se encargue de formar nuestros abogados y estadistas, nuestros negociantes, marinos y guerreros”1. Lo que suponía erradicar la enseñanza religiosa de los planes de estudios y los sacerdotes de los establecimientos educativos. Y a este concepto, le añadía Alberdi lo siguiente: “La instrucción, para ser fecunda, ha de contraerse a ciencias y artes de aplicaron, a cosas prácticas, a lenguas vivas, a conocimientos de utilidad material inmediata”. “El idioma inglés —continuaba—, como idioma de la libertad, de la industria y del orden, debe ser aun más obligatorio que el latín; no debiera darse diploma ni título universitario al joven que no lo hable y escriba”2. Era la vuelta al pragmatismo borbónico y rivadaviano. El predominio de la educación utilitaria, con olvido o prescindencia del destino trascendente del hombre. Al logro de estos objetivos contribuya la masonería —instalada oficialmente en nuestro país a partir de 1856 y organizada definitivamente en 1858—, que propugnaba el laicismo de Estado. Esta tendencia se concretó más tarde con la acción educativa de Sarmiento, que introdujo las nuevas corrientes de la pedagogía francesa y luego de la pedagogía norteamericana. Durante el transcurso de sus viajes, Sarmiento había observado, tanto en Francia como en los Estados Unidos, las características de esta nueva pedagogía, que se proponía formar al futuro ciudadano, consciente de sus derechos y obligaciones; mejorar la condición de la mujer; y estimular la participación popular en el gobierno de la enseñanza. Asimismo, tuvo especial preocupación en asegurar la formación de los maestros, mediante la creación de escuelas normales, que en un principio estuvieron a cargo de educadores norteamericanos traídos al efecto. No obstante todo el esfuerzo empeñado, primero como director general de Escuelas de la Provincia de Buenos Aires y luego como presidente de la Nación, no alcanzó a cubrir la necesidad de la enseñanza técnica, requerida por Alberdi. Apuntó más a la formación del ciudadano que a la del trabajador especializado. De esta época data también la obra pedagógica, poco conocida, de Mons. Martín Avelino Pinero, a quien puede considerarse, en opinión de Alberto Caturelli, el primer filósofo argentino de la educación. Nacido en Córdoba en 1820, se ordenó sacerdote en 1832 e ingresó en la Compañía de Jesús cinco años después, aunque en 1849 pasó al clero secular. En 1855 publicó Principios de educación y tres años más tarde Teoría de organización de un Colegio Nacional. Ambas obras configuran la primera expresión de una filosofía pedagógica argentina, que se nutre en un tradicionalismo muy moderado que se opone a la “secularización absoluta de la enseñanza”3. Con notable anticipación, admite que la vocación pedagógica es natural a la mujer y que le corresponde la formación científica y cívica. En 1862 Mons. Pinero fue senador nacional. Falleció en 1885. La educación en la Constitución Nacional de 1853 El texto constitucional de 1853, que consagró el sistema federal de gobierno, por el artículo 5º acordó a cada provincia la facultad de dictar su propia constitución, “bajo el sistema representativo republicano, de acuerdo con los principios, declaraciones y garantías de la Constitución Nacional; y que asegure su administración de justicia, su régimen municipal y la educación primaria”. De esta manera se reconoció el derecho de las provincias de organizar su propio sistema educativo en el ámbito de su jurisdicción. No obstante, como veremos, primó en los hechos la tendencia centralista de los antiguos unitarios que, a partir de la presidencia de Mitre construyeron un sistema educativo nacional absolutamente dependiente de la administración central, que recién comenzó a revertirse un siglo después. Por otra parte, en el artículo 14º de la Constitución de 1853, se reconoció el derecho de enseñar y aprender, conforme a las leyes que reglamentaran su ejercicio, pero desvirtuado en la práctica por una manifiesta restricción de la libertad de enseñanza, principalmente en el nivel universitario, que demoró también una centuria en modificarse. En el artículo 25º se estableció, además, que: “El gobierno federal fomentará la inmigración europea; y no podrá restringir, limitar ni gravar con impuesto alguno la entrada en el territorio argentino de los extranjeros que traigan por objeto labrar la tierra, mejorar las industrias, e introducir y enseñar las ciencias y las artes”. Disposición esta última, que permitió el ingreso de distinguidos educadores que contribuyeron al mejoramiento de nuestra educación. Finalmente, en el artículo 67º, inciso 16º, se atribuyó al Congreso: “Proveer lo conducente a la prosperidad del país, al adelanto y bienestar de todas las provincias, y al progreso de la ilustración, dictando planes de instrucción general y universitaria [...]”. Acorde con este mandato, en 1884 se sancionó la ley 1.420 de educación común y al año siguiente la ley 1.597 sobre universidades nacionales; pero, en cambio, hasta 1993 no se legisló sobre la enseñanza media, salvo el caso de la ley 15.240, de 1959, que reguló la educación técnica en ese nivel. El Estado de Buenos Aires y la Confederación En la primera década de esta etapa, durante la secesión de la Provincia de Buenos Aires, la Confederación Argentina, que agrupaba a trece provincias, y el Estado de Buenos Aires, que había dado forma jurídica a la separación con la sanción de su propia Constitución en 1854, rivalizaron en materia de acción educativa, mediante la organización técnica y administrativa de los servicios y la creación de nuevas escuelas y colegios. En el Estado de Buenos Aires, el gobernador Pastor Obligado creó en 1854 el Colegio Seminario y de Ciencias Morales, en tanto la Universidad continuó su existencia normalmente, destacándose, como ya lo hemos dicho, el rectorado de Juan María Gutiérrez, quien proyectó su reorganización y abogó por su autonomía. La Constitución provincial de 1873 reconoció la autonomía de la Universidad y le concedió los recursos necesarios para sustentarla. Al reintegrarse definitivamente la Provincia de Buenos Aires al territorio de la Confederación Argentina, en 1861, conformando lo que desde entonces se llamó la República Argentina, bajo la presidencia de Mitre, tuvo lugar la creación del Colegio Nacional de Buenos Aires, que como también dijimos, habría de servir de modelo para la fundación dé institutos similares en las provincias. En cuanto a la Confederación, se destacaron por su labor en favor de la educación primaria: Urquiza, en Entre Ríos; Justo Daract, en San Luis —también promotor del primer establecimiento de enseñanza secundaria en esa provincia— y Juan Pujol, en Corrientes, durante cuyo mandato se sancionó la primera ley argentina sobre educación, el 19 de abril de 1853. Dicha ley establecía que la instrucción primaria estaría a cargo del Estado y sería gratuita. Habría dos clases de escuelas: elementales y normales. En las primeras se enseñaría lectura y escritura, doctrina y moral cristiana y elementos de aritmética práctica; y en las segundas, se daría, además, “mayor ensanche a la instrucción religiosa, comprendiendo el dogma y los fundamentos de la fe”. Se enseñaría también gramática castellana, retórica epistolar, reglas de urbanidad y de declamación, historia, geografía y cronología, matemática, física y mecánica, dibujo lineal, historia de América y en especial de nuestro país, teneduría de libros, elementos de agricultura, vacunación y pedagogía teórica y práctica y la Constitución del Estado. En los niveles secundario y universitario, siguió funcionando en Entre Ríos el Colegio del Uruguay; en Tucumán se creó el Colegio San Miguel; en Corrientes funcionó el Colegio Argentino y en Córdoba se nacionalizaron el Colegio de Monserrat y la Universidad. Como consecuencia, en 1864 se suprimieron los estudios teológicos y de derecho canónico, cuyas cátedras pasaron al Seminario conciliar. El Departamento de Escuelas de Buenos Aires En 1852, en el Estado de Buenos Aires se creó el Ministerio de Instrucción Pública, cuyo primer titular fue Vicente Fidel López. De efímera existencia, durante la cual se proyectó la creación de una Escuela Normal de enseñanza elemental con la dirección de Marcos Sastre y vicedirección de Germán Frers —que no llegó a abrir sus puertas—, fue reemplazado por el Departamento de Primeras Letras, que primero estuvo bajo dependencia de la Universidad y luego se separó de ella. Posteriormente se creó una Inspección General de Escuelas, a cargo de Frers, lo que provocó la reacción de los católicos por su profesión de fe protestante, por lo que tuvo que renunciar. Frers, nacido en Alemania, había llegado a Buenos Aires en 1843, donde fundó con el pastor Augusto Siegel —arribado al país en el mismo año—, la primera escuela de la congregación alemana, en 1845. En 1854 se encomendó el mantenimiento y vigilancia de la instrucción pública a la Municipalidad de la ciudad, a través de una Comisión de Educación. Al año siguiente se creó un Consejo de Instrucción Pública, presidido por el rector de la Universidad y, por fin, el Departamento de Escuelas, cuya jefatura ejerció Sarmiento desde 1856 a 1860. Por ley del 21 de julio de 1857 se confiscaron los bienes de Rosas, que fueron destinados al sostenimiento de las escuelas. El 18 de julio de 1860, con la presencia del presidente de la Nación, Santiago Derqui, y del gobernador de la Provincia de Buenos Aires, Bartolomé Mitre, Sarmiento inauguró el primer edificio construido para una escuela estatal, en el centro de la ciudad porteña, que se conoció con el nombre de Escuela Catedral al Norte. Ante la falta de maestros, en 1856 se proyectó la creación de dos escuelas normales para varones y mujeres, respectivamente, pero la iniciativa no prosperó. Sarmiento también propició la publicación de los Anales de Educación Común, que apareció el 1º de noviembre de 1858 y se constituyó en la primera revista de contenido pedagógico publicada en nuestro país. En la dirección de esta revista le sucedió en 1865 Juana Paula Manso de Noronha, desde cuyas páginas difundió las ideas pedagógicas de Federico Froebel sobre la educación de los infantes mediante el juego y la necesidad de la educación de la mujer. Juana Manso, que en 1841 había fundado un Ateneo de Señoritas en Montevideo, donde se encontraba exiliada con sus padres, a su regreso a Buenos Aires publicó un semanario titulado Álbum de Señoritas, que apareció el 1º de enero de 1854, y dirigió luego, durante seis años, hasta su extinción, la Escuela Primaria de Ambos Sexos Nº 1, primera de este carácter entre nosotros. Asimismo, Sarmiento promovió la difusión de obras complementarias de la enseñanza, como El tempe argentino, de Marcos Sastre; Álbum literario, de Toribio Arauz; y sus propios libros: Catecismo de la Doctrina Cristiana o sea la conciencia de un niño y Vida de Jesucristo. En una circular dirigida a los preceptores, del 12 de mayo de 1857, les impuso “prescripciones que seguirán puntualmente”: a) plegaria cotidiana “a la apertura de la escuela por la mañana”; b) “el maestro en persona conducirá sus alumnos a la misa parroquial, diariamente”; c) “el jueves santo, el maestro conducirá sus alumnos a las estaciones”; d) “otro tanto hará el 25 de Mayo y cuando la autoridad local lo juzgue oportuno”; e) “El maestro proveerá de alumnos a los señores Curas para ayudar a misa”. Disposiciones todas que nos hacen recordar el Reglamento de Belgrano de 1813, al que ya nos hemos referido, y que se contradicen con su actitud posterior contraria a la enseñanza religiosa, durante la década de 1880. Cuando Sarmiento cesó en su cargo, las escuelas de primeras 1 volvieron a depender, una vez más, de la Universidad. El Colegio Argentino En 1841, durante el gobierno de Pedro Ferré en la Provincia de Corrientes, se autorizó, por dos leyes de fecha 16 de febrero, la creación de un colegio de estudios preparatorios con el nombre de Nuestra Señora de las Mercedes, a la que debía reconocerse como patrona y protectora; y de una Universidad, llamada de San Juan Bautista, de la que sería rector Santiago Derqui. Estas dos iniciativas no llegaron a concretarse por carecerse de los medios necesarios. Recién en 1842 se abrió un aula de latinidad, y en 1850 el Colegio Argentino ,que comenzó a funcionar en 1853, durante el gobierno del general Benjamín Virasoro. El director de este Colegio, Eulogio Cabral, al año siguiente fue reemplazado por el canónigo José María Rolón. En 1855 se aprobó el plan de estudios, que comprendía lectura, escritura, aritmética, doctrina cristiana y gramática castellana para los cursos elementales anexos; en tanto que en los cursos superiores se enseñaba gramática latina, filosofía (lógica y metafísica), geografía, teneduría de libros y dibujo. En 1856 renunció Rolón, por haber sido trasladado el Colegio al Convento de San Francisco, y el 2 de febrero de 1857 fue nombrado Miguel Antonio Ruiz. Debe mencionarse también la destacada actuación del maestro José Eusebio Gómez, que adoptó el sistema lancasteriano y publicó varias obras didácticas. En 1860 el Colegio fue nacionalizado con el nombre de Instituto Argentino y la dirección de Felipe J. Cabral, que perduró hasta 1865 en que se inició la Guerra con el Paraguay, hecho que obligó a la suspensión de las clases. Dos años antes, el Instituto había absorbido a la Escuela Normal y se había instalado en el antiguo convento de Santo Domingo, con la dirección del polígrafo gibraltarino Antonio Zinny, que había llegado a Buenos Aires en 1842, donde se dedicó a la enseñanza y también se desempeñó como traductor, aunque su mayor contribución fue su obra de carácter bibliográfico. El 3 de mayo de 1869 fue fundado el Colegio Nacional de Corrientes, cuyo primer rector y director de estudios fue Patricio Fitz Simón, de origen irlandés, hasta 1871, en que le sucedió su hijo Santiago, que permaneció en el cargo durante dos décadas. El Colegio San Miguel Por ley del 19 de mayo de 1854, a solicitud del educador francés Edmundo Buessard, la Legislatura de Tucumán acordó una partida para fundación del Colegio San Miguel en la ciudad capital de la Provincia. En el mensaje del gobernador José Posse a la Legislatura, reconocía “la utilidad de patrocinar el pensamiento de establecer una casa de educación de nuestra provincia, donde no ha existido desde muchos años una escuela de primeras letras que pueda merecer el nombre de tal”4. El Colegio comenzó a funcionar de inmediato en el edificio del antiguo convento de la orden mercedaria, con la dirección de Buessard y de José María Rojas, educador chileno. Más tarde se alejó el primero y quedó Rojas, que incorporó a Jorge Boden, alemán. Esta primera etapa del Colegio se extendió hasta 1857. En octubre de ese año se hicieron cargo del mismo los profesores Filiberto Pellisot y Juan Eugenio Labougle, de origen francés —llegados al país en 1852—, aunque a los tres meses concluyeron su labor y se dirigieron a Buenos Aires. El 19 de abril del año siguiente el Colegio reabrió sus puertas con la dirección de otro educador francés que habría de adquirir merecida fama entre nosotros con el curso de los años, Amadeo Jacques. Nacido en París y graduado en el Liceo de Borbón y en la Escuela Normal Superior, había emigrado a nuestro país en 1850, durante la dictadura bonapartista. En el Colegio se cursaban la enseñanza primaria, con la conducción de José E. Acha, y los estudios preparatorios bajo la inmediata supervisión de Jacques. Estos últimos comprendían la doctrina cristiana e historia santa, aritmética y teneduría de libros, gramática y ortografía castellana, idioma francés, historia del descubrimiento y de la conquista de América y del establecimiento de los principales estados de Sudamérica y geografía del país. Entre los profesores se destacaron, además de Jacques, Alfredo Cosson, que enseñó historia y geografía y Aimable Baudry, latín y literatura. Jacques concibió un ambicioso plan de realizaciones que comprendía la instalación de un museo, laboratorios de física y química, estación meteorológica, biblioteca pública, granja modelo, escuela de minería y jardín botánico; de los cuales sólo pudo concretar el laboratorio de física y la biblioteca, con una donación de libros efectuada por el futuro vice-presidente de la República, Marcos Paz. “No aspiramos a formar sabios —sostenía Jacques— pero sí hombres útiles y prácticos que sepan, en cualquier circunstancia que les tenga reservado el porvenir, evitar la pobreza, recurriendo al arte, para aprovechar la riqueza natural de su suelo natal” 5. En 1859 egresaron los primeros bachilleres, que habían comenzado con Buessard en 1854. Jacques renunció el 1º de setiembre de 1862, para trasladarse a Buenos Aires, donde se hizo cargo de la dirección de estudios del Colegio Nacional. Según su opinión, para esa época el Colegio su Miguel había decaído en su funcionamiento, debido a la indiferencia del pueblo con respecto a la educación, “y a su espíritu exclusivamente mercantil”. Sin embargo, de acuerdo con el testimonio del sabio alemán Germán Burmeister, radicado por entonces en Tucumán, el Colegio era “superior a un gimnasio alemán de primera clase, en cuanto a las ciencias físicas, cosmografía, geografía, física y en matemática” y “en nada inferior a aquél en latín y en francés” 6. A la salida de Jacques, el gobierno de la Provincia ofreció la dirección del Colegio a los jesuitas de Córdoba, pero la propuesta no tuvo éxito. El Colegio desapareció definitivamente en 1864, con la creación del Colegio Nacional, según el modelo del de Buenos Aires. El 1º de marzo de 1865 tuvo lugar la inauguración oficial del nuevo establecimiento, que en su primera etapa fue conducido por Benjamín Villafañe, quien renunció en 1870 por haber sido electo senador. Los Colegios San José y del Salvador El 19 de marzo de 1858, el padre Diego Barbé, que encabezaba una misión de los sacerdotes de la Congregación del Sagrado Corazón de Jesús de Betharram, creada en Francia por San Miguel Garicoits, fundó en la ciudad de Buenos Aires el Colegio San José. El nuevo establecimiento ocupó primero una casa frente a la iglesia de Nuestra Señora de Balvanera y a los pocos meses se instaló en un terreno contiguo a la iglesia y luego se fue extendiendo hasta abarcar toda la manzana comprendida por las actuales calles Bartolomé Mitre, Azcuénaga, Perón y Larrea. En el acto de fundación acompañaron al padre Barbé, el padre Juan Magendie y el hermano Joannés Arostegui. Los fundadores contaron con el entusiasta apoyo del párroco de Balvanera, padre Angel Brid. A fines de 1861, el general Mitre visitó el Colegio, donde conversó largamente con el padre Barbé, quien le sugirió ideas para la fundación del Colegio Nacional de Buenos Aires. En 1868 se fundó la Academia Literaria San José, con el lema “Ciencia y Virtud” y la dirección del padre Magendie quien, al año siguiente, sucedió en la conducción del Colegio al padre Barbé, que falleció. El padre Magendie estuvo al frente del Colegio durante 33 años. En el lapso de su gestión, en 1880, el Colegio se incorporó al Colegio Nacional de Buenos Aires, con lo cual fue el primer establecimiento de nivel secundario incorporado a la enseñanza oficial. El tercer rector fue el padre Juan B. Tournedou, que ejerció sus funciones desde fines del siglo XIX hasta las primeras décadas del siglo XX. Fue entonces cuando el Colegio alcanzó su mayor prestigio en cuanto a la formación cristiana de sus alumnos, la disciplina, la preocupación pedagógica y la organización de la docencia. Entre sus ex-alumnos, constituidos en sociedad desde 1893, se cuentan notorias personalidades como Hipólito Yrigoyen, Benito Villanueva, Luis María Drago, Ernesto Quesada, Osvaldo Magnasco, el cardenal Santiago Copello y el arzobispo Juan Nepomuceno Terrero. En cuanto al Colegio del Salvador, fue establecido por los sacerdotes de la Compañía de Jesús el 1º de mayo de 1868, luego de su nuevo regreso al país, ocurrido en 1857, por iniciativa del arzobispo de Buenos Aires, monseñor Mariano José de Escalada. Entonces se hicieron cargo del antiguo seminario Regina Martyrum; en tanto que la iglesia de San Ignacio continuó en manos del clero secular, y el Colegio, reorganizado en 1863, bajo dependencia, primero del Gobierno nacional y luego de la Universidad. En ese entonces, la comunidad jesuita contaba con ocho sacerdotes, tres estudiantes y siete hermanos coadjutores. En el primer curso se inscribieron 50 alumnos y al año siguiente ya eran 130. Como rector del Colegio fue designado el padre Juan Coris, que había sido profesor del Colegio de Buenos Aires en la época de Rosas. Como prefecto de estudios y de disciplina se desempeñó el padre Luciano Puigdollers. En 1875, con motivo de un intento de devolución de la iglesia de San Ignacio a los religiosos, por el nuevo arzobispo de Buenos Aires, monseñor Federico Aneiros —que había sido su alumno—, el Colegio del Salvador, ya en su nuevo emplazamiento sobre la avenida Callao, fue atacado e incendiado por una turba incitada por la masonería 7. En 1879, se fundó en el Colegio la Academia Literaria del Plata, para el fomento de las actividades culturales, con la dirección del padre Vicente Gambón. Como miembros honorarios fueron nombrados: José Manuel Estrada, Pedro Goyena, Félix Frías, Manuel D. Pizarro y Carlos Guido Spano. El primer presidente fue Santiago Klappenbach. En 1911, la Academia comenzó a publicar la revista Estudios, de larga y fructífera trayectoria en la historia de la cultura argentina. El Colegio Nacional de Buenos Aires Por la misma época en que Juan Domingo Vico fue designado delegado del gobierno nacional para inspeccionar el Colegio del Uruguay, Eusebio Bedoya lo fue para visitar el Colegio de Monserrat en Córdoba. De acuerdo con el informe de Vico, el Colegio del Uruguay no cumplía cabalmente con su cometido, porque no se obligaba a los alumnos a cursar un determinado número de materias por año. En cuanto al informe de Bedoya, era todavía más lapidario, porque sostenía que en el Colegio de Monserrat no se daba ninguna enseñanza y estaba convertido en una mera casa de huéspedes en la que se alojaban los estudiantes que concurrían a la Universidad. En posesión de estos informes, Mitre, por entonces presidente de la Nación, decidió por decreto del 14 de marzo de 1863, la creación del Colegio Nacional de Buenos Aires, sobre la base del Colegio Seminario y de Ciencias Morales, cuyo modelo pensaba reeditar en el interior del país. Dicho instituto sería “una casa de educación científica preparatoria, en la que se cursarán las Letras y las Humanidades, las Ciencias Morales y las Ciencias Físicas y Exactas”. Por consiguiente el plan de estudios comprendió, en el área de las letras y humanidades: castellano literatura, preceptiva, historia de la literatura, latín, francés, inglés y alemán; en el área de las ciencias morales: filosofía, historia y geografía; y en el área de las ciencias exactas: matemática, física, química y cosmografía. El curso duraba cinco años y los certificados de estudios eran válidos para el ingreso en las universidades de la República. AI Colegio concurrían alumnos internos y externos y se otorgaron cuarenta becas para alumnos de las provincias. En sus aulas se siguió formando el clero porteño hasta que, el 15 de febrero de 1865, se creó el Seminario Conciliar de Buenos Aires, con dependencia del Arzobispado, que se erigió ese mismo año. El nuevo Colegio se puso bajo el rectorado del padre Eusebio Agüero —exiliado durante la época de Rosas—, en tanto que la dirección de estudios se confió al francés Amadeo Jacques. La Memoria de 1865 es considerada el testamento pedagógico de este prestigioso maestro. En ella se pronuncia por un plan de enseñanza integral, a la vez clásico y científico. En opinión de Mantovani: “La Memoria es un documento argentino. Pertenece a nuestros mejores antecedentes nacionales. Escrita por un francés llegado doce años antes al país, está impregnada de materia y meditación nacionales. No disimula la honda inspiración francesa que alienta en su espíritu, pero sus reflexiones y proposiciones, en cuanto aluden a circunstancias del país, están envueltas y conformadas por presiones y urgencias de la vida argentina” Los primeros años de existencia del Colegio (1863-68) están descriptos con gracejo por uno de sus distinguidos ex-alumnos, Miguel Cañé, en su libro Juvenilia,publicado en 1882. En 1870 se aplicó un nuevo plan de estudios cuyo objeto era no sólo “servir para los jóvenes que se dedican a seguir una profesión universitaria, sino para todos los que quieran ilustrarse, constituyendo y combinando un conjunto de enseñanzas que los preparen para todas las carreras activas de la vida social”. Este plan abarcaba seis años de estudios y comprendía las siguientes asignaturas: castellano, francés, inglés, alemán, latín, aritmética, álgebra, geometría práctica razonada analítica y descriptiva, contabilidad, trigonometría, agrimensura, ejercicios literarios, literatura, historia, revista de la historia, geografía, física, química, historia natural, instrucción cívica, dibujo lineal y natural y música En los años subsiguientes se encararon nuevas reformas del plan de estudios con un criterio siempre renovador que apuntaba a considerar la enseñanza media no meramente preparatoria de estudios profesionales. Al padre Agüero, fallecido en 1864, le sucedieron en la dirección del Colegio, hasta comienzos del siglo XX: Alfredo Cosson, José Manuel Estrada, Amancio Alcorta, Adolfo F. Orma, Valentín Valbín, Juan P. Aguirre, Manuel B. Bahía y Enrique de Vedia. Durante el rectorado de este último (1902-1911), se inició la construcción del actual edificio del Colegio y se crearon cuatro secciones anexas en la Capital Federal. La Inspección de Colegios Nacionales Como ya hemos dicho, según el modelo de este Colegio se fundaron otros semejantes en el interior del país, dependientes de Buenos Aires, con lo que se inició la centralización de la enseñanza secundaria y del sistema educativo en el país, en pugna con el federalismo consagrado en la Constitución Nacional. A fines de 1864, por decreto del 9 de diciembre, se crearon los colegios nacionales de Catamarca, Tucumán, Mendoza, San Juan y Salta, estableciéndose que sus cursos, de una duración de cinco años, se ajustarían al plan de estudios en vigor en el Colegio Nacional de Buenos Aires y lo mismo en cuanto al reglamento interno. Los Colegios fueron instalados por delegados del gobierno nacional y como culminación del proceso se creó, en 1865, la Inspección de Colegios Nacionales, nombrándose el 1º de febrero de ese año, como primer titular, al educador español José María Torres, que había sido vicerrector del Colegio Nacional de Buenos Aires. Con posterioridad, en 1869, durante la presidencia de Sarmiento, se crearon nuevos colegios nacionales en San Luis, Santiago del Estero, Corrientes y La Rioja. En Jujuy funcionaba una Casa Nacional de Estudios con el plan de los colegios nacionales. Al llegar a 1876 había 14 colegios nacionales en todo el país, con 5.195 alumnos, lo cual hacía prever un futuro promisorio en el desarrollo de estos establecimientos; sin embargo, para 1887, la cantidad de alumnos matriculados había bajado a 2.407. El proyecto de plan de instrucción general y universitaria Al mismo tiempo de la creación de la Inspección de Colegios Nacionales, por decreto del 3 de marzo de 1865, se designó una comisión para elaborar un proyecto de plan de instrucción general y universitaria, de acuerdo con lo establecido en el artículo 67º, inciso 16º de la Constitución Nacional, integrada por Juan María Gutiérrez, Juan Thompson, José Benjamín Gorostiaga, Amadeo Jacques y Alberto Larroque. La comisión se pronunció el 6 de noviembre siguiente por un bachillerato de seis años, cuyo objeto sería preparar un ciudadano sólidamente instruido y a la vez capacitado para los estudios universitarios, que se dividían “en cuatro ramas principales o Facultades”: de leyes y ciencias políticas, de medicina y cirugía, de ciencias exactas y de filosofía y humanidades. Para ese momento, Thompson había renunciado y Jacques había muerto. El informe presentado por la comisión incluye un proyecto de ley de 45 artículos y 2 disposiciones transitorias, que comprenden 5 títulos, con los siguientes tópicos: I. Del objeto general de la enseñanza universitaria. II. De la enseñanza preparatoria en los colegios. III. De las escuelas profesionales. IV. De la enseñanza superior. V. De la administración y dirección superior de la enseñanza universitaria. El proyecto iba acompañado de diez anexos referidos a los siguientes aspectos: I. Programa y reglamento de estudios para los colegios nacionales. II. Reglamento para los exámenes en los colegios nacionales. III. Reglamento para las bibliotecas, colecciones y depósitos de los colegios nacionales. III bis. Lista de los libros e instrumentos de enseñanza inmediatamente necesarios para el primero y segundo año de estudios preparatorios en los colegios nacionales. IV. Reglamento del certamen de oposición para obtener las becas de alumnos-maestros en el Colegio Nacional de Buenos Aires. V. Programa y reglamento de estudios en la Facultad de Leyes. VI. Programa y reglamento de estudios en la Facultad de Medicina. VII. Programa y reglamento de estudios en la Facultad de Ciencias Exactas. VIII. Programa y reglamento de estudios en la Facultad de Filosofía y Humanidades. IX. Reglamento del certamen de oposición para obtener las cátedras vacantes en las facultades. Como iniciativa novedosa, el proyecto autorizaba al gobierno nacional “a proteger el desarrollo de ciertas industrias especiales por medio de la creación de escuelas profesionales”, que podrían ser de minería, agricultura o comercio. La Escuela Normal de Preceptores El 16 de abril de 1855 se fundó en Buenos Aires una Escuela Normal dirigida por Grermán Frers, que fue sostenida por la Sociedad de Beneficencia. A Frers le sucedió en la dirección de la Escuela la maestra norteamericana Inés A. Tregent. La Escuela subsistió hasta 1876, año en que la Sociedad de Beneficencia dejó la atención de las escuelas para niñas en la ciudad y en la Provincia de Buenos Aires. Paralelamente a la existencia de esta Escuela, también durante la presidencia de Mitre, por iniciativa del gobernador de la Provincia de Buenos Aires, Mariano Saavedra, se creó en la ciudad de Buenos Aires, el 20 de junio de 1865, la Escuela Normal de preceptores de instrucción primaria, elemental y superior ,nombrándose director al veterano educador Marcos Sastre y vicedirector a Enrique M. de Santa Olalla, de origen español y vasta actuación posterior entre nosotros. Los estudios se cursaban en dos años, al cabo de los cuales se obtenía el título de profesor de enseñanza primaria. En los seis años de existencia de este instituto educativo sólo se recibieron siete preceptores. La Sociedad Damas de Caridad de San Vicente de Paul Una de las instituciones de carácter religioso, de mayor repercusión en la época, fue laSociedad Damas de Caridad de San Vicente de Paul, fundada en 1866, que incluyó entre sus actividades el fomento de la educación, para lo cual contaba con hogares maternales, asilos de huérfanos y escuelas para niños pobres de ambos sexos. El 2 de julio de 1874 se inauguró en Buenos Aires el primer hogar maternal, que luego se llamó Instituto Constanza Ramos Mejía de Bunge, en homenaje a una de las fundadoras. De acuerdo con los registros que se conservan, en 1916 la Sociedad contaba una inscripción de 3.470 alumnos que seguían la escuela primaria, de 1º a 4º grado, según los programas del Consejo Nacional de Educación y tenían cursos complementarios de costura y bordado para niñas. La Escuela Normal de Paraná A Mitre le sucedió en la presidencia de la Nación Sarmiento quien, como vimos, durante su gestión como director del Departamento de Escuelas de la Provincia de Buenos Aires, había demostrado una gran inquietud por el desarrollo de la educación primaria. Ya como presidente. Sarmiento propició la fundación de la Escuela Normal de Paraná, que también habría de convertirse en el modelo para la creación de establecimientos semejantes en la ciudad de Buenos Aires y en las provincias. Durante su permanencia en los Estados Unidos como embajador de la República Argentina, Sarmiento había observado el funcionamiento de las escuelas normales, establecidas desde 1839 por iniciativa de Carlos Brooks, de acuerdo con el modelo prusiano, difundido luego por Horacio Mann. La expansión de la enseñanza primaria, necesaria para combatir el analfabetismo, que entonces era del 71% de la población, requería la existencia de numerosos maestros, por lo cual era imprescindible la creación de institutos especializados para formarlos. De ahí que Sarmiento solicitó al Congreso Nacional la sanción de una ley que autorizaba la creación de dos escuelas normales, lo que recién obtuvo a fines de 1869. Consecuentemente, por decreto del 13 de junio de 1870, dispuso la fundación de una Escuela Normal en Paraná, con un curso de cuatro años para la formación de maestros, competentes para las escuelas comunes y otro llamado de aplicación, de enseñanza elemental, de seis años, para la realización de las clases prácticas de los futuros educadores. Estableció, además, que la Escuela Normal sería instalada en el edificio que había sido la Casa de Gobierno de la Confederación Argentina. Debido a las luchas fratricidas que por entonces ensangrentaban a la Provincia de Entre Ríos, que se habían iniciado con la trágica muerte de Urquiza, el 11 de abril de ese año, las clases se iniciaron recién el 16 de agosto de 1871 con la dirección del profesor norteamericano Jorge Alberto Stearns —egresado de la Universidad de Harvard—, a quien se sumaron otros educadores de la misma nacionalidad, traídos especialmente por Sarmiento. Como todos eran de religión protestante, este hecho provocó la reacción de quienes, una vez más, veían avasallada la tradición católica argentina. No obstante, los recién llegados lograron una rápida asimilación al medio, de fecunda eficiencia. En un principio no se incluyó en el currículo la enseñanza religiosa; recién a partir de 1874 se autorizó a impartirla los días sábados, fuera del horario escolar, a solicitud expresa de los padres de los alumnos, aunque desde 1887 no se dictó más. El plan de estudios de la Escuela Normal se inspiró en la pedagogía positivista de la época, como se refleja en los informes y memorias anuales suscriptos por el director Stearns. Así, por ejemplo, según la opinión de Maximio Sabá Victoria —egresado y futuro director de la Escuela— Stearns, “como medio de poner en comunicación la escuela con el pueblo y de educar a los jóvenes en las prácticas democráticas y en el ejercicio de la palabra hablada y escrita, aboga por la fundación de un ‘Ateneo’, de la conveniencia de instalar gabinetes, biblioteca y aula de lectura y la necesidad de estimular la producción de libros didácticos o de traducirlos, para guía de los alumnos. Describe lo que es y debe ser una escuela de aplicación, con su triple carácter de experimental, modelo y de aplicación pedagógica para los alumnos maestros”9. En un principio, el curso normal estuvo destinado con exclusividad a alumnos varones, pero desde 1876, a propuesta del director, se admitieron mujeres. En 1877 se aplicó un nuevo plan de estudios, aunque se mantuvo la duración del curso normal en cuatro años. Tres años después el establecimiento fue reconocido como Escuela Normal de Profesores, por lo cual se extendió a cinco años la duración de los estudios. Varios años después, en 1884, se incorporó a la Escuela el kindergarten (jardín de infantes), con la dirección de la maestra estadounidense Sara Emily Chamberlain de Eccleston, egresada de la Escuela Normal de Filadelfia quien, en 1893 creó la Unión Froebeliana Argentina y en 1897 inició en Buenos Aires el primer profesorado para maestras jardineras, que perduró hasta 1905, año en que fue transformado en la Escuela Normal de Maestras Nº 3. De acuerdo con lo establecido en el decreto de creación de la Escuela Normal, serían admitidos gratuitamente en calidad de alumnos maestros, los aspirantes que tuvieran más de 16 años de edad, buena salud, intachable moralidad y una instrucción que les permitiera emprender los estudios del curso normal. Para acreditar estas condiciones debían rendir un examen sobre lectura, escritura, ortografía, aritmética y geografía. La enseñanza era gratuita, pero se distribuyeron 70 becas para el pago de la pensión, por cuanto no existía el régimen de internado. Cada provincia podía becar alumnos en un número igual al de los diputados que tuviese en el Congreso. De acuerdo con la duración de los estudios establecida en el plan inicial, los primeros egresados en 1874 fueron Félix F. Avellaneda y Delfín Jijena. El primero ejerció de inmediato la docencia en Catamarca, y el segundo enseñó en la misma Escuela Normal de Paraná hasta que fue nombrado vicedirector de la de Tucumán. A Stearns, que regresó a su patria en 1876, le sucedió en la dirección de la Escuela, José María Torres, a quien se le debe la organización definitiva del establecimiento, que se había convertido, como dijimos, en Escuela Normal de Profesores. Torres introdujo la filosofía pestalozziana, que expuso en los tres tomos de su Curso de Pedagogía. En 1887 publicó un libro titulado Primeros elementos de educación, que es un verdadero tratado de pedagogía. En dicha obra se ocupa de la importancia de esta ciencia. Torres había nacido en Málaga, España, el 19 de abril de 1823. Después de cursar las primeras letras siguió los estudios preparatorios y en 1846 egresó como maestro de la Escuela Normal de Madrid y casi de inmediato fue designado vicedirector de la Escuela Normal de su ciudad natal. Luego fue llamado a Cádiz, donde organizó la primera escuela de ese tipo. A comienzos de 1864 llegó Torres a Montevideo, donde se le había ofrecido el cargo de director general de Escuelas, hecho que no llegó a concretarse, por lo cual pasó a Buenos Aires donde, como vimos, fue nombrado vicerrector del Colegio Nacional de Buenos Aires, cuyo rectorado estaba entonces a cargo de Amadeo Jacques, y luego inspector de Colegios Nacionales. En 1869, por decisión de Sarmiento, se convirtió en inspector general, lo que le obligó a visitar todos los establecimientos similares fundados hasta entonces en el interior del país. Torres permaneció en el cargo de director de la Escuela Normal de Paraná hasta 1883, en que retornó a la Inspección General de Colegios Nacionales por dos años más. Sintiéndose enfermo decidió entonces jubilarse. Cuando ya parecía que había agotado su trayectoria, volvió en 1893, por escaso tiempo, a hacerse cargo de la dirección de la Escuela Normal de Paraná. El 17 de setiembre de 1895 dejó de existir en la ciudad de Gualeguay, Provincia de Entre Ríos. Torres fue un precursor de la escuela activa difundida más tarde por Víctor Mercante y Rodolfo Senet. “El ejemplo y la práctica —sostenía— son más eficaces que el precepto y la teoría; el discípulo aprende mejor lo que él descubre por el esfuerzo de su inteligencia, que por lo que se dice”10. Con posterioridad se desempeñaron en el cargo de director de la Escuela: Gustavo Ferrari, Alejandro Carbó, Leopoldo Herrera, Maximio Victoria. Y con ellos un excelente plantel de profesores, entre los cuales se destacaron: Antonio Lauría, Pedro Scalabrini, Carlos N. Vergara, Ernesto A. Bavio, Víctor Mercante, Angel Graffigna y Francisco Romay, que fueron los encargados de formar a decenas de normalistas, imbuidos de una verdadera pasión educadora. Como lo destaca el historiador Antonino Salvadores: “Esparcidos por toda la República, los normalistas de Paraná llevaron a todos los rincones conceptos de orden, de disciplina y de método”11. En 1921 la Escuela Normal de Paraná fue anexada a la Facultad de Ciencias Educacionales de la Universidad Nacional de Litoral, de reciente fundación, y ocho años después se creó elInstituto de Pedagogía para realizar “investigaciones y experiencias de carácter pedagógico”. Como director fue nombrado Hugo Calzetti, que por entonces dirigía la Escuela Normal y era profesor de pedagogía. Calzetti sostuvo que era necesario “convertir la vieja escuela normal —baluarte del fenecido positivismo pedagógico de la pasada centuria— en una nueva Escuela de Pedagogía, órgano universitario que permita ir realizando las admirables conquistas de la técnica educativa de nuestra época”12. Calzetti fue luego profesor adjunto de ciencias de la educación en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires y autor de unos Elementos de Pedagogía, en tres tomos, que fueron utilizados por varias generaciones de normalistas. Calzetti se destacó, asimismo, por su crítica a los liberales y a los marxistas. En 1932 se creó en Paraná la Escuela Normal Superior, de efímera existencia, pues al año siguiente se transformó en el Instituto Nacional Superior del Profesorado que, con el curso de los años adquirió justa fama de establecimiento modelo. Las Comisiones de Escuelas de Catamarca El 2 de noviembre de 1871, la Sala de Representantes de la Provincia de Catamarca sancionó una ley en virtud de la cual se dividió a la provincia en quince distritos escolares y se dispuso que en cada uno de ellos se elegiría una Comisión de Escuelas, compuesta de tres vecinos como titulares y dos suplentes, cuya misión sería: “1º Administrar y distribuir el ‘Fondo Propio’ de escuelas correspondiente a cada distrito. 2º Establecer nuevas escuelas en los lugares del distrito que creyere conveniente, [...] 3º Nombrar y destituir los empleados de las escuelas. 4º Contratar nuevos edificios o mejorar los existentes, [...]. 5º Proponer los nuevos impuestos que creyere convenientes para el aumento del ‘Fondo propio’ en sus respectivos distritos”. Sería también su deber “vigilar las escuelas y exigir el fiel cumplimiento de las disposiciones generales tomadas por la Inspección, dar a ésta todos los informes que solicitare con relación a la instrucción, propender a la formación de Bibliotecas Populares, [...]”. Las Comisiones se renovarían cada año, pudiendo ser sus miembros reelegibles. La Escuela Normal de Concepción del Uruguay En el transcurso de una visita realizada a Concepción del Uruguay por el inspector de Colegios Nacionales José María Torres, acordó con Urquiza la creación de un curso de preceptores, con el anexo de una escuela de aplicación, que debía funcionar en el Colegio Nacional y la de una escuela normal para mujeres. En consecuencia, el 19 de julio de 1869, el presidente Sarmiento dictó un decreto de creación de la Escuela de Preceptores, que debía funcionar en el Colegio Nacional y estaría a cargo del rector y los profesores de éste. Por el mismo decreto se creaba una escuela primaria de aplicación, que comenzó sus actividades con 60 alumnos externos, que estuvieron a cargo del maestro Antonio Rodríguez. En cuanto a la Escuela Normal, recién el 7 de mayo de 1872 fue sancionada la ley de creación por la Legislatura de la Provincia de Entre Ríos y la inauguración se llevó a cabo el 16 de marzo de 1873, con la presencia del gobernador de la Provincia, Leónidas Echagüe. En el acto hablaron el jefe del Departamento de Educación, Martín Ruiz Moreno y el rector del Colegio Nacional, Agustín Alió. Como directora del establecimiento se designó a Clementina Comte de Alió y como vicedirectora a Victoria Reingueissen, porque ambas, ajuicio de Ruiz Moreno: “reúnen condiciones de instrucción y moralidad que conviene exigir”13. El reglamento general para el funcionamiento de la Escuela Normal —redactado por Ruiz Moreno—, estaba dividido en cinco capítulos. El primero se refería al plan de estudios y determinaba que la carrera duraría cuatro años. A partir del segundo año se cursaba pedagogía y en los dos últimos se realizaba práctica de la enseñanza. En primero y segundo año se enseñaba moral y religión. El segundo capítulo estaba dedicado a las alumnas. Para el ingreso se les exigía tener catorce años de edad buena salud, moralidad intachable certificada por el juez de paz, saber leer, escribir al dictado y las cuatro operaciones y tener un encargado residente en la ciudad. Las alumnas becadas debían comprometerse al ejercicio de la docencia en la provincia durante cuatro años después de recibidas. El capítulo tercero contemplaba las obligaciones del personal el cuarto hacía alusión a los exámenes y el quinto contenía disposiciones generales. De acuerdo con lo establecido en el reglamento general, debía dictarse otro reglamento interno, que fue elaborado por la directora. En 1876 la Escuela Normal de Concepción del Uruguay fue nacionalizada y, al año siguiente, egresaron las primeras maestras. Con la nacionalización, la Escuela se organizó, según lo dispuesto por el decreto del presidente Avellaneda del 3 de marzo de 1876, con un curso normal de tres años “para niñas aspirantes al profesorado de las escuelas primarias, y una escuela graduada de dos años para la enseñanza primaria de niños de ambos sexos y para la práctica de las alumnas maestras en dicha enseñanza”. Ese mismo año se incorporaron a la planta funcional los primeros docentes varones: Juan Czetz —que sería luego el organizador y primer director del Colegio Militar de la Nación—, Agustín Alió, Lorenzo Presas y José María Hidalgo. Intento de diversificación de la enseñanza media Por la misma época, como lo señala el historiador Néstor Tomás Auza, se llevó a cabo un intento de diversificar la enseñanza secundaria 14, mediante la creación de dos escuelas de minería ubicadas en San Juan y Catamarca y tres escuelas agronómicas, en Salta, Tucumán y Mendoza, que tomaron como modelo los Colegios de Agricultura de los Estados Unidos de América y tuvieron el carácter de anexos de los Colegios Nacionales de esas ciudades. Las Escuelas de San Juan y Catamarca comenzaron a funcionar en 1870 y las de Salta y Tucumán al año siguiente, con una inscripción superior a los 20 alumnos. Debido a que no existía un plan de estudios oficial, las Escuelas Agronómicas de Tucumán y Salta tuvieron planes propios, proyectados por sus directores. La enseñanza fue teórico-práctica. Los estudiantes transcurrían su tiempo, alternativamente, en las aulas, los laboratorios y el trabajo de campo. Los gobiernos provinciales contribuyeron con la donación de tierras para el establecimiento de granjas modelo, donde los alumnos realizaban sus actividades prácticas. Cada establecimiento debía constituir una Comisión de Vecinos para el control de la educación y de la venta de los productos de la granja. Sin embargo, estas escuelas no prosperaron y en 1876 fueron suprimidas por el Congreso Nacional y sus bienes entregados a los gobiernos provinciales. En esta decisión gravitaron factores de diversa índole, entre los que sobresale la crisis económicofinanciera que afectó al país por entonces. En cuanto a la Escuela Agronómica de Mendoza, cuyo origen y trayectoria ha estudiado con prolijidad el investigador Juan Carlos Arias Divito, abrió sus puertas en 1874 y tuvo características semejantes a las anteriores; en 1887 pasó a jurisdicción del gobierno de la Provincia y en 1898 se convirtió en la Escuela Nacional de Vitivinicultura. En la primera época se sucedieron tres directores: Francisco Roca Sanz, Manuel Vázquez de la Morena y Aaron Pavlovsky. Según Arias Divito, Vázquez de la Morena —de origen español— “deberá ser incorporado a la galería de nuestros grandes educadores de fines del siglo XIX”15. El Colegio Militar de la Nación y la Escuela Naval Militar En 1861 el coronel Manuel A. Pueyrredón proyectó la creación de una Escuela Militar, que no tuvo éxito. Varios años después, por ley nacional del 11 de octubre de 1869, auspiciada por el presidente Sarmiento, se creó el Colegio Militar de la Nación, que quedó instalado el 19 de julio del año siguiente, en la antigua residencia de Rosas, en Palermo, en las afueras de la ciudad de Buenos Aires, con la dirección del coronel Juan Czetz. Nacido en Hungría en 1822 y casado en España en 1859 con una sobrina de Rosas, Czetz pasó luego a Buenos Aires donde revalidó su título de agrimensor en 1861 y fue nombrado jefe de la sección ingenieros del Ejército. En 1865 fue ascendido a coronel y desde junio de 1870 se hizo cargo de la organización del Colegio Militar. También participó en la guerra contra el indio en la frontera sur El plan de estudios de este Colegio comprendía cinco años, en los cuales se estudiaba: artillería-fortificaciones y topografía, matemática-cosmografía, física y química, historia nacional y general, geografía, idiomas francés e inglés, caligrafía y gramática, telegrafía, dibujo lineal y topográfico, esgrima de florete y gimnasia. En 1892 el Colegio se trasladó a la ciudad de San Martín, en la Provincia de Buenos Aires, aledaña a la Capital Federal, donde hoy se encuentra el Liceo Militar General San Martín,y en 1937 a su actual emplazamiento, con amplias instalaciones, en la localidad de El Palomar, también en las proximidades de la ciudad de Buenos Aires. Asimism0, durante la presidencia de Sarmiento, por ley nacional del 5 de octubre de 1872, se creó la Escuela Naval Militar que, inicialmente, se llamó Escuela de Náutica y funcionó a bordo del vapor General Brown, con la dirección del sargento mayor Clodomiro Urtubey, nombrado a la vez comandante del buque, quien había propuesto su creación el año anterior En 1877 el establecimiento tomó la denominación de Escuela Naval Teórico-práctica y fue dirigida por el teniente coronel Martín Guerrico, quien extendió la duración de los estudios a cinco años. Para asiento de la Escuela se destinó la corbeta Uruguay. A partir de 1892 se la llamó Escuela Naval y al año siguiente fue trasladada a la residencia de Rosas, en Palermo, que había sido desocupada por el Colegio Militar; en 1899, se instaló en el barrio de Caballito de la ciudad de Buenos Aires, frente al antiguo parque Lezica —hoy Rivadavia—; y, finalmente, en 1909, se estableció en su actual emplazamiento en Río Santiago, en las proximidades de la ciudad de La Plata, donde estuvo, primero en el edificio que hoy ocupa el Liceo Naval Militar Almirante Brown, y desde 1942 en las nuevas instalaciones. Como buque de aplicación, destinado a la práctica de los alumnos del último curso, se hizo construir en Gran Bretaña la fragata escuela Presidente Sarmiento, que realizó su primer viaje alrededor del mundo en 1899. En 1938 se agregó otro buque-escuela, el crucero La Argentina. La Escuela Normal de Profesores Mariano Acosta Dos años después de la instalación de la Escuela Normal de Paraná, el gobernador de la Provincia de Buenos Aires, Mariano Acosta, propuso la fundación en la capital de la Provincia, de dos escuelas similares a aquélla, una de varones y otra de mujeres. Los acontecimientos políticos de la época demoraron la sanción de la ley pertinente, hasta fines de 1873, y recién el 16 de junio siguiente se expidió el decreto por el cual se creaba laEscuela Normal de Varones “con el objeto de formar maestros competentes para las escuelas comunes”, nombrándose director a Adolfo van Gelderen, educador holandés de vasta trayectoria, llegado al país en 1856, que había dictado clases en el Colegio San Miguel de Tucumán y sido rector del Colegio Nacional de Paraná. Por otro decreto semejante, se dio existencia a la Escuela Normal de Mujeres, con la dirección de Emma Nicolay de Caprile. El plan de estudios, aprobado pocos meses más tarde, establecía un curso normal de cuatro años, al cabo de los cuales se obtenían inicialmente los títulos de preceptor infantil, elemental o superior. Los alumnos debían aprobar pedagogía, metodología y práctica de la enseñanza, moral religiosa, francés, inglés, alemán, gimnasia y música. Se enseñaba, además, trigonometría y contabilidad general y agronomía. También se contemplaba la existencia de una escuela de aplicación, que comprendía ocho grados. En ambos casos, el año escolar se dividía en tres términos lectivos que concluían con un examen final. La inscripción en el curso normal debía hacerse con 14 años de edad cumplidos. Además, debía acreditarse buena salud, moral y buena conducta y rendir un examen de ingreso. Los alumnos del curso normal recibían una subvención mensual y libros y útiles gratuitos. En el curso de aplicación se exigían 6 años de edad cumplidos, certificado de vacunación antivariólica y no padecer enfermedad contagiosa. La Escuela abrió sus puertas el 9 de julio de 1874, con 109 alumnos, de los cuales 27 eran del curso normal y 82 del de aplicación. En 1881, con motivo de la federalización de la ciudad de Buenos Aires, la Escuela pasó a jurisdicción nacional y se otorgaron los títulos de maestro y profesor normal. Ese mismo año, el presidente Julio A. Roca aprobó un nuevo plan de estudios para la Escuela, proyectado por Van Gelderen, que comprendía cuatro años de enseñanza para el curso del magisterio y uno más para obtener el título de profesor normal. Pocos años después, en 1887, se aumentó a dos años el curso del profesorado; y en 1915 a tres, con opción en ciencias y letras. Sus egresados debían desempeñarse en los cursos del magisterio de las escuelas normales pero, como lo subraya el historiador de la Escuela, José Carlos Astolfi: “Los egresados de los profesorados en ciencias y letras [...] demostraron su aptitud no sólo en las escuelas normales, para las que habían sido creados, sino en otros numerosos establecimientos de enseñanza media y especial, donde fueron también admitidos; inclusive llegaron, sin otro título, al profesorado universitario. También se distinguieron en altos cargos del Ministerio de Educación”16. Al primer director y organizador, le siguieron en el cargo talentosos educadores, como Honorio Leguizamón, Victoriano E. Montes, Clemente Fregeiro, Pablo A. Pizzurno, Alejandro Bergalli, Alfredo C. Villalba, Juan L. González Zimmermann y Pedro L. Comi. No menos memorable es el cuerpo de profesores y maestros que se desempeñó en el establecimiento durante las primeras décadas. En 1924, al cumplirse el cincuentenario de su creación, por un decreto del presidente Marcelo T. de Alvear, se dio a la Escuela el nombre de Mariano Acosta, en homenaje a su fundador La ley de educación común de la Provincia de Buenos Aires Nicolás Avellaneda siguió a Sarmiento en el desempeño de la primera magistratura del país, y en el transcurso de su mandato se sancionó, en 1875, en la Provincia de Buenos Aires, la ley 988 de enseñanza primaria, durante el gobierno de Carlos Casares, de acuerdo con un proyecto presentado en 1872 por el jefe del Departamento de Escuelas, Antonio E. Malaver. Entre los antecedentes de esta ley, deben mencionarse la ley de educación primaria de Corrientes, promulgada por el gobernador Juan Pujol en 1853, ya mencionada, y la ley de educación común de Catamarca de 1871, proyectada por Lindor B. Sotomayor que, aunque de origen riojano, se desempeñaba como profesor del Colegio Nacional de la capital de esa provincia. En la ley 988 se estableció que la educación común debía ser gratuita y obligatoria. La obligación sería de ocho años para los varones y de seis para las mujeres. El varón de 14 años y la mujer de 12 podrían ser retirados de la escuela. La instrucción primaria podría ser recibida en las escuelas comunes, en establecimientos particulares o en la casa de los padres, tutores o personas en cuyo poder se encontraran los niños. En el art. 2º se dispuso que: “Los padres están obligados a dar a sus hijos un mínimum de instrucción (que se compondrá de los conocimientos generales sobre religión, idioma nacional, lectura, escritura, cálculo, geografía, historia nacional, ciencias naturales, gimnasia, canto y dibujo [...] considerando la necesidad esencial de formar el carácter de los hombres por la enseñanza de la religión y de las instituciones republicanas”. Para asegurar el gobierno de la educación, la ley dividió a la Provincia en distritos escolares, cada uno a cargo de un Consejo Escolar compuesto de cinco miembros electos por los vecinos, que tenían por objeto visitar las escuelas del distrito, nombrar y contratar los maestros y vigilar su conducta, cuidar que se practicaran los sistemas de enseñanza y se cumplieran los reglamentos y establecer nuevas escuelas donde fuese necesario. En la ley se establecía expresamente que la Provincia se acogía a los beneficios de la ley nacional 8.608, de 1871, que reglamentaba las subvenciones para el fomento de la educación primaria en las provincias. Esta ley provincial de educación común fue precursora de la ley nacional 1.420, sancionada en 1884. Integraban la Legislatura provincial que la votó, entre otros, José Manuel Estrada, Miguel Cané, Rafael Hernández, Marcos Paz, Miguel Navarro Viola, Emilio Bunge, Alfredo Lahitte, Manuel Obarrio y Luis Sáenz Peña. La ley sobre colegios particulares En 1878, de acuerdo con un proyecto presentado por el senador Jerónimo Cortés, se sancionó la ley nacional 934, impropiamente llamada “de libertad de enseñanza”. En la fundamentación de su proyecto. Cortés sostuvo que en la práctica, la libertad de enseñanza era “el monopolio más desvergonzado, cimentado en los privilegios más absurdos y que contrasta horriblemente con los más bellos principios consignados en la Constitución”. Y en el curso del debate, el diputado Juan Garro, miembro formante de la comisión, declaró: “Para que la libertad de enseñanza consagrada en el artículo 14º de la Constitución sea práctica y dé resultados satisfactorios es necesario, a juicio de la comisión de legislación, que los establecimientos particulares de enseñanza sean colocados en el mismo pie de igualdad, en lo posible, con los sostenidos por la Nación”. En dicha ley se estableció que los alumnos de los colegios particulares tendrían derecho de presentarse a examen parcial o general de las materias que comprendía la enseñanza secundaria de los colegios nacionales ante cualquiera de ellos, con tal de que acreditaran haber seguido cursos regulares y siempre que los colegios particulares llenaran las siguientes condiciones: 1. Que pasaran anualmente al Ministerio de Justicia e Instrucción Pública una nómina de alumnos matriculados en cada uno de los cursos y el programa de los mismos. 2. Que el plan de estudios comprendiera las mismas materias que el de los institutos nacionales. 3. Que sus directores suministraran los informes que les fueren pedidos, relativos al estado de los estudios y a la marcha del establecimiento. También se dispuso que toda persona tendría derecho de presentarse a examen ante cualquier establecimiento nacional de enseñanza secundaria, debiendo sujetarse en todo a las prescripciones de los programas y reglamentos de los respectivos colegios. A dichos alumnos se les expediría los certificados correspondientes en igual forma que los que se daban en los Colegios Nacionales y serían respetados en todos ellos y en las Universidades Nacionales. Por último, se estableció que los egresados de los institutos de enseñanza superior o profesional, fundados por particulares o por gobiernos de provincia, podrían igualmente incorporarse a las facultades universitarias en el curso correspondiente, previo examen de las materias que hubiesen cursado. El escritor Vicente G. Quesada, que integraba entonces la Cámara de Diputados, sostuvo que: “Lo que se propone en el proyecto es lo menos que podíamos dar de libertad. [...] Para que haya verdadera libertad de enseñanza sería necesario que hubiera verdadera competencia de escuelas y de métodos y la posibilidad de que los discípulos pudieran elegir libremente el profesor [...]”. Por otra parte, como lo señala el profesor Fernando Martínez Paz: “Si bien la ley resolvió una cuestión importante en ese momento (la situación general de los certificados de estudios de los colegios secundarios, provinciales y particulares) dejó planteado el problema institucional de la libertad de enseñanza, uno de los temas recurrentes en la organización del sistema educativo nacional, al no reglamentar, en todos sus aspectos el derecho consagrado en el 14º de la Constitución Nacional” La ley fue reglamentada por decreto del 8 de marzo de 1879, modificado luego por decreto del 1 de marzo de 1886, en el que se estableció que la inspección de los colegios particulares que estuviesen acogidos a los beneficios de la ley, debía practicarse, a lo menos, una vez por año En la Capital Federal la verificación la haría la Inspección de Colegios Nacionales, y en las provincias, cuando ésta no pudiera hacerlo, la efectuarían los rectores de los Colegios Nacionales, acompañados por dos profesores. Incorporación a la enseñanza oficial La ley benefició, entre otros, al Colegio de la Inmaculada, de Santa Fe, restablecido —como hemos dicho— en 1862, por convenio entre la Provincia y la Compañía de Jesús. La incorporación le fue conferida por decreto del Poder Ejecutivo Nacional en 1881, aunque tres años después fue anulada por otro decreto. El Colegio estuvo cerrado hasta 1889 y, por un nuevo decreto de 1892, se le volvió a reconocer el derecho de acogerse a los términos de la ley 934. En 1896, por un breve lapso se repitió esta situación, en la que debe verse una nueva muestra de intolerancia de la corriente positivista ante la persistencia de la enseñanza religiosa. En Buenos Aires, el Colegio del Salvador que, como también hemos dicho, fue fundado por los jesuitas en 1868, tuvo un régimen semejante. En 1943, por decreto del Gobierno Nacional, se le acordó expresamente a este Colegio el estatuto que regía a su establecimiento similar, el Colegio de la Inmaculada de Santa Fe. De acuerdo con lo establecido en la ley 934, la incorporación a la enseñanza oficial alcanzaba sólo a los institutos que seguían los planes de estudios de los colegios nacionales. En 1890 el Colegio del Salvador solicitó autorización para inscribir como alumnos de primer año a quienes, sin haber cursado los seis grados de la escuela primaria, estuvieran, a juicio de los profesores del establecimiento, suficientemente preparados para los estudios de segunda enseñanza, pero el pedido fue denegado “pues conceder tal cosa [...], importaría colocar a los alumnos de aquel establecimiento en condiciones muy superiores a los de los colegios de la Nación, donde se cumplen y se hacen cumplir estrictamente los reglamentos” Esta resolución incluyó también al Colegio San José, que había hecho un pedido análogo. Por otra parte, recién en 1897 se autorizó, por decreto, la incorporación de las escuelas normales particulares; en 1899, la de las escuelas comerciales e industriales; y en 1933 la de las escuelas técnicas. La posterior sanción de la ley 13.047 sobre enseñanza privada, en 1947, regularizó esta dispersión normativa. Notas 1 Juan Bautista Alberdi. Bases y puntos de partida para la organización política de la República Argentina. Buenos Aires, Eudeba, 1966, pág. 57. 2 Ibídem, págs. 57-58. 3 Alberto Caturelli. “Monseñor Martín Avelino Pinero. El primer filósofo argentino de la educación”. En Archivum. Buenos Aires, Junta de Historia Eclesiástica Argentina, 1994, T. XVI, pág. 182. 4 Cit. por Rodolfo A. Cerviño. Del Colegio San Miguel al Colegio Nacional. Dos etapas de cultura en Tucumán. San Miguel de Tucumán, Universidad Nacional de Tucumán, 1964, pág. 9. 5 Cit. por M. H. Solari. Ob. cit., pág. 163. 6 Ibídem, pág. 149. 7 Cfr Jorge María Ramallo. “La Comuna en Buenos Aires. Dimensión de la crisis anticlerical de 1875”. En Tercer Congreso Nacional y Regional de Historia Argentina. Buenos Aires, Academia Nacional de la Historia, 1977. 8 Cit. por M. H. Solari. Ob. cit., págs. 195-196. 9 Cit. por Juan Manuel Chavarría. “Un siglo de normalismo fecundo”. En La Prensa. Buenos Aires, 7 de junio de 1970. 10 Cit. por Carlos A Veronelli. “Los grandes maestros. José María Torres”. En Limen. Buenos Aires, Kapelusz, N-14, Junio de 1964. 11 Antonino Salvadores. Historia de la Instrucción Pública en Entre Ríos. Paraná, Dirección de Cultura de la Provincia, 1966, pág. 164. 12 Cit. por Carlos A. Uzin. La Escuela Normal de Paraná. Paraná, Universidad Nacional de Entre Ríos, 1979, pág. 67. 13 Cit. por Manuel E. Macchi. Normalismo argentino. La Escuela Normal de Concepción del Uruguay en su centenario. 1873-1973. Santa Fe, Castellví, 1974, pág. 32. 14 Néstor T. Auza. “Un intento de diversificar la enseñanza secundaria en la década del setenta. Las escuelas agronómicas”. En IIE. Revista del Instituto de Investigaciones Educativas. Buenos Aires, 1985, Nº 52. 15 Juan Carlos Arias Divito. La Escuela Nacional de Agronomía de Mendoza (1874-1887). Buenos Aires, Fundación Nuestra Historia, 1998, pág. 47. 16 José Carlos Astolfi. Historia de la Escuela Normal de Profesores Mariano Acosta. Buenos Aires, Asociación de Exalumnos, 1974, pág. 292. 17 Fernando Martínez Paz. El sistema educativo nacional. Formación. Desarrollo, Crisis. Tucumán, Fundación Banco Comercial del Norte, 1978, pág. 40. 18 En La Nación. Buenos Aires, 23 de abril de 1890. Sexta etapa: Positivismo y normalismo En la época de la Nueva Argentina cosmopolita (1880-1916), de predominio de la filosofía positivista, el normalismo, como corriente educativa emanada de las escuelas normales, extendió su influencia a toda la República a través del imperio de la ley 1.420 de educación común, convirtiendo en realidad el ideal de Sarmiento, de “hacer del país una escuela”. Del 71 % de analfabetos registrado en el Censo Nacional de 1869, se pasó al 54% en el de 1895 y al 34,1% en el de 1914. Asimismo, se elaboraron numerosos proyectos y se sancionó la ley que debía regir el funcionamiento de las universidades nacionales. También data de entonces la nacionalización de la Universidad de La Plata, que habría de señalar rumbos en la investigación científica del país. Paralelamente, con la llegada de la gran inmigración, se consolidó el modelo liberal y mercantil y, a través de la ley de educación común, quedó definitivamente acabado el perfil del hombre argentino: la escuela primaria tendría “por único objeto favorecer y dirigir simultáneamente el desarrollo moral, intelectual y físico” del niño, con prescindencia de su formación religiosa. Se trataba, como lo había expresado Alberdi en las Bases, de que nuestra juventud fuera “educada en la vida industrial, y para ello ser instruida en las artes y ciencias auxiliares de la industria. El tipo de nuestro hombre sudamericano —agregaba— debe ser el hombre formado para vencer al grande y agobiante enemigo de nuestro progreso: el desierto, el atraso material, la naturaleza bruta y primitiva de nuestro continente”. Tal modelo significaba el abandono de “nociones abstractas sobre religión”1. En consecuencia, se reemplazaron los santos por los próceres y, para limitar la influencia deletérea de la inmigración y evitar la acción disolvente de los anarquistas y de la izquierda revolucionaria, se dio impulso a una educación patriótica, que se expresó fundamentalmente en el culto a los símbolos nacionales y en el estudio de la historia y la geografía vernáculas, que incluía, como ingrediente básico, la reivindicación del territorio de las Islas Malvinas, usurpado por los ingleses en 1833. La organización institucional dio paso a la denominada “generación del 80”, que fue la constructora de la Argentina del siglo XX. Esta generación, integrada por terratenientes, abogados, periodistas, comerciantes y banqueros, estaba unida por una ideología liberal y mercantil aunque algunos de sus miembros, entre los que sobresalió José Manuel Estrada, no comulgaran con la filosofía positivista predominante y sostuvieran la vigencia de la tradición católica heredada de España, por lo que debieron enfrentarse duramente con la masonería. En el campo de la educación, la “generación del 80” puso énfasis en la alfabetización y en el cumplimiento de los primeros grados de la escolaridad primaria, con escaso desarrollo de los niveles secundario y terciario universitario y no universitario. Sobre todo, a pesar de lo pregonado por Alberdi, hubo una marcada carencia en cuanto a la educación técnica. Recién a partir de la crisis de 1890 comenzaron a proponerse, sin éxito, proyectos de reforma del sistema, que pretendían vincular la educación con la realidad económica y social del país. El normalismo y el positivismo pedagógico Como hemos dicho, la mayor influencia estuvo dada por la corriente positivista, que abrevaba en el pensamiento de Augusto Comte y de Heriberto Spencer y cuyas notas fundamentales fueron la valorización de las ciencias naturales, la aplicación del método experimental y la aceptación del evolucionismo como explicación del origen del universo y del hombre, con desapego de toda concepción religiosa, descalificada por oscurantista. El positivismo tuvo su principal centro de difusión en la Escuela Normal de Paraná y en las subsiguientes escuelas de esa modalidad diseminadas por el país, en las que se originó una nueva corriente educativa conocida con el nombre de normalismo. Según lo explica el profesor Carlos A. Uzin, el normalismo se caracterizó por “la valoración de lo europeo frente a lo hispano-criollo, que es despreciado”; “la adhesión reverente al mito del progreso cientificista, que se traduce pedagógicamente en un enciclopedismo”; y “el criterio de que el magisterio es un sacerdocio laico, con una sacralización de la idea de patria y de sus símbolos, y un fuerte sentido de la autoridad” 2 El positivismo y el normalismo aportaron nombres sobresalientes dentro de la pedagogía argentina, como Pedro Scalabrini —profesor italiano llegado al país en 1868—, que promovió el estudio de las ciencias naturales desde su cátedra de Paraná; Carlos N. Vergara, que sostenía que la educación debe tener por meta la libertad moral; Francisco Berra, profesor de la novel Facultad de Filosofía y Letras de Buenos Aires, que rescató el pragmatismo pedagógico; y Carlos Octavio Bunge, que sostuvo la necesidad de educar para el contexto social en que se inserta e individuo. De todos ellos, merece especial atención Vergara quien, desde su cargo de director de la Escuela Normal Mixta de Mercedes, Provincia de Buenos Aires, en opinión de la profesora Adriana Puiggros: “Rompió con casi todas las reglas sagradas de los ‘normalizadores’ [por normalistas], alteró el vínculo pedagógico bancario, otorgó poder a los alumnos, promovió la autonomía de decisiones del cuerpo de maestros respecto del poder central, rompió el espacio y el tiempo escolares, [...]” constituyéndose de esta manera en un claro precursor de la pedagogía subversiva del educador brasileño contemporáneo Paulo Freiré, difundida entre nosotros a partir de 1968. La corriente positivista y normalista también introdujo el psicologismo y el sociologismoen la pedagogía. Exponente de la primera tendencia fue Víctor Mercante, autor de La crisis de la pubertad y sus consecuencias pedagógicas; y de la segunda, Rodolfo Senet, que escribió Educación y evolución y también Psicología de la adolescencia, de la pubertad y de la juventud. Frente a estas concepciones innovadoras, se debatieron impotentes los pensadores católicos, que defendían la corriente tradicional con los argumentos del filósofo español Jaime Balmes. En esta etapa, la reunión del Congreso Pedagógico en 1882; la sanción de la ley 1.420 de educación común, en 1884; de la ley 1.597 sobre universidades nacionales, en 1885; y de la denominada ley Láinez, en 1905, fueron los hechos más significativos ocurridos en el ámbito de la educación. El Consejo Nacional de Educación El 25 de enero de 1881, como consecuencia de la capitalización de la ciudad de Buenos Aires, ocurrida a fines del año anterior, se creó el Consejo Nacional de Educación, para gobernar las escuelas primarias situadas dentro del nuevo distrito federal, que habían dejado de pertenecer a jurisdicción provincial. Como superintendente general de educación y presidente del Consejo, fue nombrado Sarmiento, y como consejeros: Miguel Navarro Viola, José Antonio Wilde, Adolfo van Gelderen, Federico de la Barra y Carlos Guido Spano. Ese mismo año el ministro de Justicia e Instrucción Pública, Manuel D. Pizarro, tomó la iniciativa de convocar a un Congreso Pedagógico. El decreto pertinente establecía que, sin perjuicio de las cuestiones que el Consejo Nacional de Educación pueda someterle, el programa del Congreso deberá incluir cuatro temas: 1) Estado de la educación común en el país y causas que obstan a su desarrollo, independiente de la extensión del territorio y de la densidad de la población; 2) Medios prácticos y eficaces de renovar las causas “retardatrices”, impulsando el progreso a educación; 3) Acción e influencia de los poderes políticos, su desenvolvimiento y papel que en la educación les corresponde con arreglo a la Constitución; 4) Estudios de la legislación vigente en materia de educación común y su reforma. El Congreso Pedagógico de 1882 El Congreso Pedagógico dio comienzo el 10 de abril de 1882. Ínterin, Sarmiento había renunciado a la presidencia del Consejo, actitud que había sido imitada por los vocales. Ante la situación planteada, el ministro Pizarro nombró a Benjamín Zorrilla como presidente de una Comisión Nacional de Educación para hacerse cargo provisoriamente del Consejo. Poco después renunció el propio Pizarro y fue sustituido por Eduardo Wilde, que se constituyó en el principal promotor de la legislación laicista de la década del 80. La Comisión creó, a su vez, una Comisión Organizadora del Congreso, que fue presidida por Onésimo Leguizamón, quien fue, en definitiva, el que condujo la sesión inaugural. Había entonces 275 inscriptos, entre quienes se encontraban delegados de países extranjeros, de las provincias, de los municipios, directores de escuelas normales, maestros y representantes de sociedades diversas. Entre los extranjeros había representantes del Uruguay, Bolivia, Paraguay, Brasil, Estados Unidos y Centroamérica, aunque varios de ellos con residencia permanente en Buenos Aires. Si bien la Comisión Organizadora había designado a Sarmiento presidente honorario del Congreso, éste no concurrió. En cambio, publicó una serie de artículos críticos en el periódico El Nacional, que contribuyeron a crear un clima de hostilidad en el Congreso, que no fue el más propicio para asegurar la tranquilidad de las deliberaciones. Las sesiones del Congreso transcurrieron con la exposición y debate de trabajos previamente encargados a algunos especialistas: Paul Groussac hizo un diagnóstico sobre el estado de la educación común; Enrique M. de Santa Olalla se refirió a la difusión de la educación primaria, para lo cual propuso la creación de escuelas ambulantes de medio curso y de escuelas para adultos; José Posse sostuvo que el medio mas eficaz para combatir el analfabetismo era la obligatoriedad y la gratuidad de la enseñanza; José María Torres analizó la necesidad de reglamentar el ejercicio del derecho de enseñar y la formación del magisterio, el representante del Uruguay, Jacobo A. Várela, consideró la importancia de la educación de la mujer y sostuvo que los poderes públicos debían ocuparse de promover a las mujeres a los puestos adecuados de la administración; Nicomedes Antelo propuso la división del trabajo aplicada a la enseñanza pública, lo que implicaba la creación de escuelas especiales para las distintas profesiones; Nicanor Larrain expuso sobre la reforma de la legislación escolar argentina e incluyó la propuesta de laicidad de la escuela, con lo cual introdujo la cuestión religiosa en las deliberaciones lo que provocó, en última instancia, el retiro de quince congresistas católicos, entre los que se encontraban José Manuel Estrada —vicepresidente del Congreso—, Pedro Goyena, Tristán Achával Rodríguez, Miguel Navarro Viola, Emilio Lamarca y Adolfo van Gelderen. Estos habían presentado un proyecto para que el Congreso, “en homenaje a Dios, a los derechos de la familia, a la ley y a la paz pública”, declarara que la escuela argentina debe dar una enseñanza “esencialmente católica”, expresión esta última que luego se modificó por “esencialmente religiosa”. Finalmente el Congreso decidió “eliminar de sus debates la cuestión de la enseñanza laica y de la enseñanza religiosa”. Estrada, desde las columnas del periódico La Unión, afirmó en esa oportunidad que: “Ese Congreso, totalmente infecundo para el bien social, sirvió sólo para que se desenmascararan los designios naturalistas y paganos, infiltrados poco a poco en la educación pública, pero que aun no habían tenido la audacia de exhibirse con las pretensiones de un plan doctrinal y sistemático”4. Estrada había nacido en Buenos Aires el 13 de julio de 1842. Cursó las primeras letras con maestros particulares y los estudios secundarios en la escuela del convento de San Francisco. A los 16 años de edad ganó un premio en un certamen histórico sobre el Descubrimiento de América y a los 24 dictó un curso de historia argentina. Desde su juventud se dedicó al periodismo. Fue fundador, redactor y colaborador de numerosos diarios y revistas, entre las que se destacó la Revista Argentina (1868-1872), donde publicó sus notables Lecciones de Historia Argentina. Al propio tiempo se ocupó tanto de la educación primaria, secundaria, como superior, a pesar de no haber obtenido un grado universitario. En 1869 el gobierno de la provincia de Buenos Aires lo nombró jefe del Departamento General de Escuelas. En esa ocasión dejó testimonio de su pensamiento pedagógico en su obra Memorias sobre la educación común de la provincia de Buenos Aires. En ella considera que se debe educar la inteligencia como facultad para conocer a Dios como objeto más alto de contemplación. Para ello propuso que la religión se enseñara en las parroquias, por no contar las escuelas con el personal docente adecuado, maestro debía llevar a los niños a la parroquia cercana en un horario determinado, sin obligar a los no católicos. Estrada fue también legislador en la Convención Provincial Constituyente de 1870 y diputado en la Legislatura de Buenos Aires y en el Congreso Nacional. En 1876 fue nombrado rector del Colegio Nacional de Buenos Aires por el presidente Avellaneda. En el desempeño de sus funciones se propuso conceder mayor importancia a los estudios clásicos, para corregir la tendencia al positivismo que se manifestaba entonces. Al respecto, sostenía que era preciso “no trasladar del dominio de las humanidades al de las matemáticas y ciencias naturales fundamento de una educación que si se ha de proporcionar a sus fines necesita desarrollarse en torno al núcleo de conocimientos que atañen directamente al hombre y no a las cosas”. Como entendía que el cuerpo de profesores necesitaba una formación especial, proyectó crear una escuela normal anexa al Colegio. Según su criterio esta escuela debía dividirse en cuatro secciones: ciencias morales, ciencias positivas, literatura y lenguas clásicas y literatura y lenguas vivas. Además, se dictaría metodología aplicada a la enseñanza secundaria. Los aspirantes debían tener cursado el bachillerato y los estudios demandarían tres años. El proyecto no fue aceptado por el gobierno. En 1882 Estrada fundó el periódico La Unión, que difundió el pensamiento católico combatiendo al gobierno de Roca con vigor. Ese mismo año participó en el Congreso Pedagógico. Las resoluciones aprobadas por el Congreso se reunieron en un solo cuerpo de doctrina, con el nombre de Declaraciones, ordenadas en los siguientes capítulos: I. Difusión de la enseñanza primaria. II. Principios generales de la educación del pueblo y de la organización e higiene escolares. III. Régimen económico, dirección y administración de las escuelas comunes. IV. Organización y dotación del personal docente. V. Programas de enseñanza y principios de su distribución en las escuelas comunes. VI. Métodos de enseñanza y su aplicación genéricas. VII. Educación de sordomudos. Las Declaraciones excluyeron a la religión como ingrediente necesario para la formación integral de la personalidad educando, aunque destacaron la labor formativa de la familia. Su enunciado comprende por igual a la escuela de iniciativa estatal o privada abarca un conjunto abigarrado de propuestas doctrinarias y técnicas para el mejoramiento de la enseñanza primaria que, sin embargo, no fueron tenidas mayormente en cuenta en los años posteriores. El Censo Escolar de 1883 En 1883 se realizó un Censo Escolar Nacional, que reveló la existencia de una población escolar infantil, comprensiva de los establecimientos estatales y privados, de 156.325 alumnos, sobre 500.000 aproximadamente en edad de concurrir a los establecimientos educativos, es decir, poco menos del 29,1% del total. Estas cifras pusieron de manifiesto la magnitud de un problema que sólo fue resuelto con la sanción de la ley 1.420 de educación común. De acuerdo con las cifras obtenidas, el total de alfabetos era de 127.038; el de semialfabetos, de 51.814 y el de analfabetos, de 324.739. La ley de educación común Como vimos, al convertirse la ciudad de Buenos Aires en Capital Federal de la República, la Provincia cedió a la Nación las escuelas ubicadas dentro de su jurisdicción, para las cuales, por decreto del Poder Ejecutivo Nacional del 28 de enero de 1881, continuó rigiendo provisoriamente la ley provincial de 1875, que establecía la obligatoriedad y la gratuidad de la enseñanza. A los efectos de contar con una ley definitiva, el presidente de la Nación, Julio A. Roca, envió al Congreso Nacional, para su aprobación con carácter de ley, el texto del decreto aludido, en el que se mantenía la enseñanza de la doctrina cristiana. En la Cámara de Senadores no hubo ningún inconveniente en aceptarlo, pero en la de Diputados, luego de un prolongado estudio por la Comisión pertinente, que mantuvo la enseñanza religiosa, al iniciarse el debate se presentó un proyecto alternativo, propuesto por Onésimo Leguizamón —ex ministro de Instrucción Pública de Avellaneda, de activa militancia masónica—, que fue aprobado y pasó en revisión al Senado, que también lo aprobó. El Poder Ejecutivo promulgó la ley con el número 1.420, el 8 de julio de 1884. Según la expresión de Juan P Ramos: “Con la ley 1.420 el país tuvo por primera vez en su historia un verdadero código de principios educacionales”5. Por esta ley, se estableció que la enseñanza primaria sería obligatoria y gratuita y la religión podría ser impartida por los ministros autorizados de los diferentes cultos, fuera del horario escolar, lo que en la práctica significó el fin de la enseñanza de la doctrina cristiana en las escuelas oficiales. En 1904 el Consejo Nacional de Educación prohibió al personal directivo y docente “tomar ninguna participación en esta enseñanza” y posteriormente se dispuso que la clase de religión no podría comenzar hasta media hora después de terminada la última de la tarde o había de terminar media hora antes que comenzaran las clases, si era por la mañana. Al decir de Juan B. Terán, ilustre fundador de la Universidad de Tucumán: “La escuela laica estableció la hostilidad en las clases sociales y rompió nuestra continuidad histórica y espiritual. Al perder su carácter religioso perdió también el carácter patriótico; pues, al despojarse de la fuerza religiosa que significaba tradición y savia argentina la gran masa popular permaneció indiferente por falta de enlace valioso con el pasado de la Nación. A las numerosas deficiencias sociales añadió una nueva, a saber: quiénes pueden costear y quiénes no pueden costear la enseñanza religiosa para sus hijos”.6 En la nueva ley, la obligación escolar comprendía a todos los padres, tutores o encargados de los niños. Los contenidos mínimos abarcaban las siguientes materias: lectura y escritura; aritmética; geografía particular de la República y nociones de geografía universal; historia particular de la República y nociones de historia general; idioma nacional; moral y urbanidad; nociones de dibujo y música vocal; gimnástica y conocimiento de la Constitución Nacional. Además de las escuelas comunes, se contemplaba la existencia de jardines de infantes, escuelas para adultos y escuelas ambulantes en la campaña. La dirección y administración de las escuelas públicas estaría cargo de un Consejo Nacional de Educación, que funcionaría en la Capital de la República, bajo la dependencia del Ministerio de Justicia e Instrucción Pública y estaría compuesto de un presidente y cuatro vocales. El nombramiento de los consejeros sería hecho por el Poder Ejecutivo y el del presidente con acuerdo del Senado. Todos durarían en su empleo cinco años, pudiendo ser reelectos. Además, se preveía la existencia de Consejos Escolares de distrito, dependientes del Consejo Nacional, cuyos integrantes durarían dos años en sus funciones. El cargo de consejero de distrito sería gratuito y considerado como una carga pública. En la ley se establecía, asimismo, la constitución del tesoro común de las escuelas y de un fondo escolar permanente. Las escuelas y colegios particulares debían someterse a la supervisión de los inspectores de las escuelas primarias y el Consejo Escolar de distrito. Por decreto reglamentario del 28 de julio de 1885, se estableció que la obligación de asistir a la escuela pública duraba seis años y que la gratuidad implicaba la obligación de proveer textos y útiles escolares a los niños que no pudieran costeárselos. Además se dispuso que: “Ningún padre, tutor, patrón, director de fábrica o de cualquier otro establecimiento industrial o comercial, podrá sustraer de la obligación escolar a los niños que estén bajo su dependencia”. En cuanto a la enseñanza religiosa, se estableció que: “cuando los ministros de los diferentes cultos quisieran dar en las escuelas públicas conferencias sobre enseñanza religiosa, se dirigirán a los consejos escolares, para que éstos designen el local y la hora, no pudiendo celebrarse aquéllas si no hubiese una concurrencia de más de quince alumnos”. En principio, la ley se aplicó para las escuelas de la Capital Federal, posteriormente se extendió a los territorios nacionales, creados en ese mismo año 1884 por la ley 1.532, como consecuencia de la conquista del desierto; y más tarde, con la sanción de la denominada ley Láinez, en 1905, a las escuelas nacionales fundadas en las provincias. Esta situación se prolongó hasta 1978, en que se completó la transferencia de las escuelas primarias nacionales a los gobiernos provinciales, iniciada en 1961. Al momento de sancionarse la ley de educación común, la Capital Federal tenía una extensión menor que la actual, porque todavía no se habían incorporado los partidos de San José de Flores y de Belgrano, hasta entonces pertenecientes a la Provincia de Buenos Aires, que lo hicieron a partir de 1885, en virtud de la ley 1.585, del 31 de octubre del año anterior. Sin embargo, según el informe del jefe de Estadística del Consejo Nacional de Educación, el número de escuelas era notable, pues llegaba a 162, de las cuales 11 eran graduadas; 87, elementales; 47, infantiles y 14, nocturnas. También se contabilizaban un jardín de infantes una escuela dominical y una carcelaria. La parroquia con mayor cantidad de escuelas, era la de Balvanera. En la totalidad se desempeñaban 586 maestros, de los que 196 eran varones y 390 mujeres. Los alumnos sumaban 24.903, de los cuales 11.749 eran varones y 13.154, mujeres. En la enseñanza privada había 119 escuelas, con 565 maestros, de los que 381 eran varones y 184 mujeres; y 11.194 alumnos, de los que 6.546 eran varones y 4.648, mujeres. La primera Asamblea de los Católicos Argentinos Al mes siguiente de la promulgación de la ley 1.420, tuvo lugar la primera Asamblea de los Católicos Argentinos, que fue presidida por Estrada. La Asamblea abrió sus sesiones el 15 de agosto, festividad de la Asunción de la Santísima Virgen María, con la presidencia del arzobispo de Buenos Aires, Mons. Federico Aneiros, y la presencia de representantes de casi todas las provincias e inclusive del Uruguay, cuya delegación fue presidida por Juan Zorrilla de San Martín. Entre los once puntos que se trataron ocupó un lugar preferente la escuela. La Asamblea manifestó su preocupación por la “creación de Escuelas Católicas y fomento y protección directa a las existentes, combatiendo las llamadas laicas y ateas”. Asimismo, la Asamblea consideró que era deber de los católicos “combatir la escuela laica” y “favorecer la religiosa por todos los medios a su alcance”; que ningún católico debía enviar a sus hijos “a las escuelas dirigidas por protestantes, o por personas que sean reconocidamente anticatólicas”; que los centros y asociaciones católicas “deben incluir entre sus fines principales la creación y sostenimiento de escuelas cristianas”; que las asociaciones católicas “deben tomar nota de las escuelas que en sus respectivos lugares merezcan confianza para la educación religiosa de los niños de uno y otro sexo, a fin de recomendarlas a las familias”; y, finalmente, que: “Conviene que las escuelas populares católicas sean puestas bajo la dirección inmediata de los Hermanos de las Escuelas Cristianas, u otras Congregaciones religiosas consagradas como ésta, por su instituto a la enseñanza primaria”. De la Asamblea participaron distinguidas personalidades, como Pizarro, Achával Rodríguez, Goyena, Garro, Navarro Viola y Lamarca. En el discurso de clausura. Estrada hizo referencia a “una conspiración conscientemente dada a desarrollar el programa masónico de la revolución anticristiana”.7 Las sesiones concluyeron el 31 de agosto con una gran peregrinación al santuario de la Virgen de Lujan. Impotente para contener la prédica de Estrada, el gobierno de Roca lo despojó de su cátedra en el Colegio Nacional de Buenos Aires. En su despedida, les dijo a sus alumnos: “De las astillas de las cátedras destrozadas por la tiranía, haremos tribunas para enseñar la justicia y predicar la libertad”. Estrada falleció en Asunción del Paraguay, donde se desempeñaba entonces como embajador y ministro plenipotenciario argentino, el 17 de septiembre de 1894. Maestro ejemplar de la juventud, dedicó su vida a la enseñanza de la verdad. Intolerancia liberal Contemporáneamente con estos sucesos, se produjo un conflicto entre el gobierno nacional y el delegado apostólico de la Santa Sede, monseñor Luis Matera, que culminó con la expulsión del país de este último. En efecto, debido al fallecimiento del obispo de Córdoba, Mons. Mamerto Esquiú, ocurrido en enero de 1883, fue designado vicario capitular Mons. Jerónimo Clara, quien prohibió a los católicos enviar a sus hijos a la Escuela Normal dirigida entonces por una de las maestras protestantes norteamericanas traídas por Sarmiento. El gobierno respondió separando a Mons. Clara de la sede del obispado. Ante esta circunstancia, Mons. Clara redactó una pastoral en la que sostuvo la libertad de la Iglesia como derecho divino. De inmediato, el delegado apostólico de la Santa Sede, Mons. Matera, fue a Córdoba para consagrar al nuevo obispo, Mons. Capistrano Tissera. Allí se entrevistó con la directora de la Escuela Normal, Francisca de Amstrong, y le impuso como condiciones para que las alumnas retornaran a la misma: que enviara una nota al obispo, permitiera la enseñanza del catecismo y autorizara al obispo a visitar periódicamente el establecimiento para comprobar si efectivamente se impartía esa enseñanza. Esta actitud del delegado apostólico fue interpretada capciosamente por el gobierno argentino como una intromisión extranjera, por lo que el ministro de Relaciones Exteriores pidió explicaciones. Matera hizo lo propio por los ataques de que era objeto por la prensa. El ministro le devolvió la nota. Matera le escribió una carta a Roca, pero la respuesta fue su expulsión del país, decidida el 14 de octubre de 1884. En esta forma se produjo la ruptura de relaciones con la Santa Sede, que fueron reanudadas recién en 1900 durante la segunda presidencia de Roca. El informe Fitz Simón Por esta época, el rector del Colegio Nacional de Corrientes, Santiago Fitz Simón, con motivo de la aplicación de un nuevo plan de estudios remitido por el Ministerio de Instrucción Pública, con fecha 27 de marzo de 1884, elevó a las autoridades un interesante informe en el que propuso que: “La educación secundaria debe tener un fin y un carácter nacional. Debemos siempre —agregaba— tener presente que enseñamos en la República Argentina, y los jóvenes que en los colegios nacionales reciben una liberal instrucción y que mañana desempeñarán en su país cualquiera de los cargos a que un ciudadano puede legítimamente aspirar deben seguramente conocer a fondo la geografía y la historia de la República, su fauna, flora y reino mineral, y el origen y naturaleza de las instituciones que nos rigen [...]. Con la literatura nacional —decía luego— se estudiarán las producciones de los grandes escritores argentinos, cosa que hasta hoy no se ha hecho en estos colegios. En la economía política podrá el profesor hacer comprender a sus discípulos la importancia de los grandes problemas económicos de cuya solución depende en mucho el porvenir de la República, y las nociones de derecho general, especialmente del político y civil, completarán la educación cívica del joven argentino. Nuestra educación secundaria —insistía finalmente— debe ser nacional, debe ser republicana; nuestro sistema de educación debe propender a robustecer las instituciones republicanas bajo las cuales vivimos [...]8. Las escuelas para adultos Las primeras escuelas para adultos fueron creadas en 1856 en la provincia de Buenos Aires. A mediados de 1859 se fundó en la ciudad de Buenos Aires la escuela nocturna para adultos que funcionó en el local de la Escuela Catedral al Sud, llamada Escuela Modelo. Se enseñaba lectura, escritura y aritmética, en el horario de 20 a 21. Posteriormente, en 1884, la ley 1.420 de educación común dispuso en su artículo 11º que se establecerían “escuelas para adultos en los cuarteles, guarniciones, buques de guerra, cárceles, fábricas y otros establecimientos donde pueda encontrarse un número, cuando menos, de cuarenta adultos ineducados”. Yen su artículo 12º, determinó que: “El mínimo de enseñanza para las escuelas ambulantes y de adultos comprenderá estas ramas: lectura, escritura, aritmética (las cuatro primeras reglas y el sistema métrico decimal), moral y urbanidad, nociones de idioma nacional, de geografía nacional y de historia nacional, explicaciones de la Constitución Nacional y enseñanza de los objetos más comunes que se relacionan con la industria habitual de los alumnos de la escuela”. Uno de los primeros y más entusiastas propulsores de las escuelas para adultos, fue el inspector general de Escuelas de la Provincia de Buenos Aires, José P Berrutti, quien en 1912 creó en La Plata la primera escuela popular nocturna de puertas abiertas, con el objeto de estimular la concurrencia de los adultos. En 1920 se nombró a Enrique Codino primer inspector general de Escuelas para Adultos y se crearon, además, los primeros establecimientos en los que se enseñaban materias prácticas como aritmética comercial, contabilidad, dactilografía, dibujo, francés, inglés, labores y taquigrafía. Estas escuelas se llamaron complementarias y en 1924 se fusionaron con las escuelas para adultos. Francisco E Moreno, que se desempeñó como vicepresidente del Consejo Nacional de Educación, fue un decidido promotor de la enseñanza práctica en las escuelas para adultos. “La escuela de adultos —sostenía—, debe ser primaria y especial y su mínimum de enseñanza desarrollarse [...] de acuerdo con las necesidades del país [...] abarcando la de los objetos comunes a la industria habitual de los alumnos”9. Diez años más tarde se sancionó la ley 12.119, modificatoria de la 1.420, en la cual, en su artículo 1º se dispuso que: “El mínimum de la enseñanza para las escuelas ambulantes y de adultos comprenderá estas ramas: lectura, escritura, aritmética (las cuatro primeras reglas y el sistema métrico decimal), moral y urbanidad, nociones de idioma nacional, explicación de la Constitución Nacional, enseñanza de los objetos más comunes y cursos especiales elementales relacionados con las actividades industriales de carácter general o regional. En la sanción de esta ley influyó la realización de la Primera Exposición Central de Trabajosefectuados por los alumnos, en la Escuela Presidente Roca, de la Capital Federal, desde el 11 al 18 de diciembre de 1933. Reorganización de las escuelas normales En 1886 se procedió a la reorganización de las escuelas normales mediante la aprobación de un nuevo plan de estudios que dividió a los establecimientos de esta modalidad en dos categorías: las Escuelas Normales Elementales, cuyo objetivo era la formación de maestros para la escuela primaria elemental, en cuatro años de estudios; y las Escuelas Normales Superiores destinadas, además, a formar profesores en cinco años “para la superintendencia, inspección y dirección de las escuelas comunes y para el magisterio de las escuelas normales”. Al año siguiente se redujo a tres años el lapso para la formación de maestros. Después del segundo año los alumnos podían obtener el título de subpreceptor. En 1911, las escuelas normales fueron puestas bajo la jurisdicción del Consejo Nacional de Educación, que debía organizar el servicio de administración e inspección que requiriera su funcionamiento, pero en 1916 volvieron a la dependencia del Ministerio de Justicia e Instrucción Pública. Ínterin, el plan de estudios fue nuevamente reformado y se le dio mayor importancia a la formación pedagógica (pedagogía y observación en primer año; metodología general y práctica de la enseñanza en segundo; metodología especial y práctica de la enseñanza en tercero y práctica de la enseñanza en cuarto). Este plan estuvo vigente hasta 1941, en el que se implantó un ciclo básico común al magisterio y bachillerato, de tres años, y otro superior de formación profesional de dos años. En 1948 se elevó a tres años la duración del ciclo superior del magisterio, pero en 1951 se redujo nuevamente a dos. Esta estructura perduró hasta 1968 en que se suprimieron las escuelas normales y la formación de maestros pasó al nivel terciario de la enseñanza, con el carácter de profesorado de nivel elemental. Esta reforma mejoró la formación académica de los futuros docentes, pero destruyó la mística y el carácter de apostolado laico que hasta entonces había tenido el magisterio, forjado por la escuela normal. La Asociación Nacional de Educación En 1886, con la presidencia de José B. Zubiaur —ex rector del Colegio del Uruguay y conspicuo masón—, se constituyó en Buenos Aires la Asociación Nacional de Educación,cuyo objetivo fue la democratización de la enseñanza. La entidad publicó una revista que se llamó La Educación, cuyo principal inspirador fue Carlos N. Vergara que, a la vez, era vicepresidente de la Asociación. A Vergara lo acompañaron en esta empresa: Zubiaur y M. Sarsfield Escobar Los redactores se mostraron reconocidos con José María Torres, a quien honraban como su maestro y con Joaquín V. González, al que le publicaron fragmentos de su obra El Estado y la educación. Sin embargo, la mayor parte del espacio disponible fue dedicada a la enseñanza práctica y el trabajo manual, el problema de la disciplina, la organización de las escuelas normales, la educación de la mujer y la educación patriótica. De la Asociación derivó la Sociedad Progresista, fundada en el mismo año 1886, con idénticos fines, que llegó a tener filiales en Mendoza, Salta y Concepción del Uruguay. Las escuelas Morris William C. Morris nació el 16 de febrero de 1863 en Sohan, Cambridge, Inglaterra. En 1886 viajó a América del Sur y residió alternativamente en las ciudades de Asunción —Paraguay—, Rosario y Buenos Aires. En 1888 fundó la primera escuela en el barrio de la Boca, de la ciudad de Buenos Aires. En 1897 viajó de regreso a su país natal y volvió al año siguiente consagrado pastor de la Iglesia metodista. A partir de entonces se dedicó con gran entusiasmo a la actividad docente, con excelentes resultados, a tal punto que en 1923 había logrado fundar diez escuelas diurnas y cuatro nocturnas en el territorio de la Capital Federal, a las que concurrían 6.200 alumnos que eran atendidos por 150 maestros; también estableció un taller de artes y oficios; el Hogar “El Alba” para el cuidado de 350 huérfanos; un museo de historia natural; un gabinete de física y un laboratorio de química. Además publicó una revista de educación, La Reforma, y una revista para niños, Albores.Morris falleció en Inglaterra el 15 de septiembre de 1932. En el lapso de treinta y cuatro años transcurridos desde la primera fundación, pasaron más de 200.000 niños por las escuelas que creara. Desmembramiento del Colegio Nacional de Buenos Aires Hacia 1890, el Colegio Nacional de Buenos Aires resultaba insuficiente para absorber la demanda de estudiantes que pretendían ingresar en sus aulas, por lo cual se pensó en desmembrarlo, creando dos establecimientos auxiliares en zonas equidistantes de la ciudad. El problema fue considerado por Juan Balestra, ministro de Justicia e Instrucción Pública del presidente Carlos Pellegrini, quien resolvió llevar a cabo el proyecto. Así fue creado, en primer término, durante 1891, el Colegio Nacional del Sur, después Bernardino Rivadavia, y pocos meses después, ya en 1892, el Colegio Nacional del Norte, luego Domingo Faustino Sarmiento; y más tarde el Colegio Nacional del Oeste, después Mariano Moreno; y, por último, el Colegio Nacional del Noroeste, luego Nicolás Avellaneda. Todos estos institutos dependieron del Colegio Nacional de Buenos Aires o Colegio Nacional Central, hasta 1899 en que adquirieron plena autonomía. En 1911 el Colegio Nacional Central fue incorporado a la Universidad de Buenos Aires, de la que depende hasta ahora, lo que determinó la renuncia del rector Enrique De Vedia, que estaba en desacuerdo. Entre tanto, los colegios dependientes pasaron a jurisdicción del Ministerio de Justicia e Instrucción Pública de la Nación. En 1938 se inauguró el nuevo y actual edificio del Colegio Nacional de Buenos Aires, en ocasión de celebrarse el 75º aniversario de su fundación. El Instituto Libre de Segunda Enseñanza A raíz de la exoneración en 1891 del rector del Colegio Nacional de Buenos Aires, Adolfo F. Orma, como consecuencia de un desorden estudiantil producido durante la visita del inspector general Fitz Simón al establecimiento, tras lo cual treinta y ocho profesores presentaron la renuncia a sus cátedras, quienes se sintieron agraviados decidieron fundar un instituto libre de enseñanza, semejante a los que ya existían en Inglaterra, Francia, España y los Estados Unidos de América. Uno de los fundadores, Calixto Oyuela, afirmó luego en un discurso conmemorativo que: “El Instituto Libre se fundó con un doble propósito: establecer un Colegio de Segunda Enseñanza independiente del Ministerio público y ajeno a los continuos y poco meditados cambios que la falta de un Consejo de Dirección permanente ha ocasionado a sus similares, con grave daño de la segunda instrucción en la República; y formar un hogar de educación esmerada, de carácter clásico y de tendencia universitaria, subsanando ciertas evidentes deficiencias de los colegios nacionales comunes” 10. Por consiguiente, luego de las tramitaciones necesarias, el 16 de mayo de 1892, con una inscripción de 90 alumnos, se inauguró el Instituto Libre de Segunda Enseñanza, cuyo primer rector fue Orma, a quien siguieron en el cargo figuras de la talla de Aristóbulo del Valle, Mariano Domaría, Juan José Montes de Oca, Rafael Ruiz de los Llanos, Ildefonso Ramos Mejía, Coriolano Alberini y Osvaldo Loudet. Por su parte, Vicente Fidel López, que pronunció la alocución inaugural, y Bartolomé Mitre, ambos ya septuagenarios, se ofrecieron para dictar clases. Al año siguiente el Instituto fue reconocido como el primer establecimiento de enseñanza secundaria bajo la superintendencia académica de la Universidad de Buenos Aires, con lo cual obtuvo el derecho de formular sus propios planes y programas de estudio. Desde entonces, el Consejo Superior del Instituto se integra con dos representantes de cada Facultad. El primer Consejo Superior fue presidido por Vicente Fidel López, como vemos íntimamente ligado al establecimiento, a quien acompañaron, entre otros: Mitre, Amancio Alcorta, Del Valle, Antonio Malaver y Luis A. Huergo. La Comisión de Enseñanza fue constituida por López, Alcorta y Del Valle. Las escuelas de los Círculos de Obreros Los Círculos de Obreros, creados en Buenos Aires por el sacerdote redentorista alemán Federico Grote a partir de 1892, en consonancia con lo pregonado por el Papa León XIII en la encíclica Rerum Novarum, el año anterior, con el objeto de mejorar la situación en que se encongaban los trabajadores, incluyeron desde un principio la acción educaba, mediante la creación de escuelas primarias diurnas para niños y de escuelas nocturnas para adultos. La primera escuela primaria de varones se fundó en 1893 en el Círculo Central. En el acto inaugural hablaron el presidente del Círculo, Santiago O’Farrell y los tres jóvenes estudiantes: Juan Ochoa, J. Perdriel e Isaac Pearson, que tuvieron a su cargo la atención de la escuela. A partir de entonces las escuelas se multiplicaron en los distintos barrios de la ciudad de Buenos Aires y en diversos lugares del interior del país, donde estaban establecidos los Círculos. A fines de 1896 había 17 Círculos y en 1924 llegaban a 87. El Congreso Pedagógico de 1900 En el año 1900, del 2 al 9 de diciembre, tuvo lugar un nuevo Congreso Pedagógico, que no alcanzó la repercusión del realizado en 1882, pero generó inquietudes en la docencia de la época. Presidió las sesiones el destacado educador J. Alfredo Ferreyra y participaron numerosos docentes e intelectuales de entonces. Durante su transcurso se consideraron los siguientes aspectos: 1) Educación física. 2) Educación moral. 3) Educación literaria. 4) Educación estética. 5) Educación científica. 6) Educación industrial. 7) Legislación escolar. 8) Plan de estudios, programas y horarios. 9) Estudios antropológicos. 10) Textos. 11) Escuelas especiales. 12) Personal docente. 13) Intervención personal en las escuelas. 14) Jubilación y pensión de maestros. Como se ve, el temario era amplio y diverso, lo que dio lugar a un interesante intercambio de opiniones. Entre los trabajos presentados, pueden destacarse los referentes a: “Edificación escolar”, de Víctor Mercante; “Educación de la mujer”, de José Campi; “Escuelas populares”, de Antonio E. Díaz; “La tendencia utilitaria en la enseñanza”, de Leopoldo Herrera; y “La educación primaria en los lugares remotos de la República”, de Manuel A. Lafone Quevedo. También presentaron ponencias: Pedro Scalabrini, Federico Basaldúa, Maximio Victoria, José M. Aubin, José Blanco, Pedro Caratcoche y José Berrutti. La Obra de Conservación de la Fe El 21 de setiembre de 1901, en una reunión efectuada en la sala rectoral de la iglesia de San Miguel, el arzobispo de Buenos Aires, Mons. Mariano Antonio Espinosa, fundó la Obra de Conservación de la Fe, institución de carácter privado, destinada a la educación de los niños según los mandamientos y preceptos de la Iglesia católica, cuyo lema era: “Por Dios, por la Patria y el niño”. Consecuentemente con el pensamiento de su fundador, el fin primordial de la Obra —según se expresa en el Reglamento para el personal directivo y docente— fue “difundir entre los hijos del pueblo [...] el conocimiento y el amor de la Religión Católica, sin lo cual consideraría fracasada la porción más esencial de su misión”. A tal efecto, “la enseñanza religiosa debe ocupar el mismo lugar entre todas las demás asignaturas y ser objeto especial de la dedicación de los maestros el procurar que todos sus alumnos la adquieran de la manera más completa posible”. La Obra estuvo inicialmente bajo la dirección espiritual del R.P Francisco Laphitz y del Pbro. Juan Delheye y la primera comisión directiva fue presidida por la señora Florencia G. de Peña. El ámbito de acción de la Obra se circunscribió exclusivamente al territorio de la Capital Federal, especialmente de los barrios periféricos que fueron surgiendo con la radicación de los numerosos inmigrantes que llegaban por entonces al país, en los cuales encontraba mayor eco la prédica de socialistas y protestantes. El impulso inicial fue formidable. En los primeros cinco meses se pudieron abrir 5 escuelas gratuitas. Al año siguiente las escuelas eran 6, con un promedio de 800 alumnos; dos años después llegaban a 8 y en 1910 eran 14 las escuelas fundadas. En 1916, según registro del Consejo Nacional de Educación, la Obra contaba con 22 escuelas, con un total de 5.955 alumnos de instrucción primaria, bordado, enfermería, dactilografía, carpintería y telegrafía. Desde 1902 también se crearon talleres, el primero de los cuales fue de costura y planchado. El de mayor envergadura fue la Escuela-taller Fray Mamerto Esquiú, erigida en el barrio de Nueva Pompeya en 1922. De acuerdo con el régimen vigente, regulado por la ley 1.420 de educación común, las escuelas creadas dependían del Consejo Nacional de Educación y debían dar el mínimo de enseñanza obligatoria establecida en su artículo 6º. Cumplido el medio siglo de existencia, en 1951, la Obra de Conservación de la Fe declinó visiblemente en su actividad, hecho en el que influyeron varias causas: en primer lugar, la multiplicación de la oferta educativa por la gran cantidad de colegios religiosos fundados hasta entonces, algunos de los cuales, en edificios cedidos por la Obra; en segundo término, el restablecimiento de la enseñanza religiosa en las escuelas oficiales desde 1943; en tercero, el monopolio de la beneficencia ejercido por la Fundación Eva Perón que, aunque eficaz en su cometido, ahogaba toda iniciativa privada; y, por último, la persecución desatada por el Gobierno contra las organizaciones de la Iglesia en 1954. Si bien a partir de 1955, con la revolución militar del 16 de septiembre de ese año desaparecieron la mayor parte de estas causas, ya no se recuperó el nivel alcanzado hasta entonces y la acción emprendida a principios de siglo se desvaneció lentamente. Asistencia a las provincias Debido a la escasez de recursos de las provincias para promover la expansión de la educación primaria, a la que estaban obligadas por el artículo 5º de la Constitución Nacional, en 1857, el Congreso de la Confederación Argentina, reunido entonces en Paraná, dictó la ley 153, por la que se autorizaba al Poder Ejecutivo para “invertir hasta la cantidad de ocho mil pesos en subvencionar la instrucción primaria en las provincias que más lo necesitan”; y en 1871 se sancionó la ley 463, llamada ley de subvenciones, por la que se concedió una contribución económica permanente a las provincias, para la construcción de edificios; adquisición de mobiliario, libros y útiles escolares y el pago de sueldos de preceptores y maestros. Casi dos décadas más tarde, el 4 de octubre de 1890 se sancionó una nueva ley, la 2.737, en virtud de la cual las subvenciones nacionales para el fomento de la instrucción pública se concederían a las provincias que se sujetaran a las siguientes prescripciones: 1. Dictar un presupuesto escolar por el órgano de sus autoridades institucionales, con determinación de la renta destinada al sostén y fomento de sus escuelas. 2. La cantidad total del presupuesto escolar o la cantidad destinada en el presupuesto general, con aquel fin, no podría ser menor al 10 % de sus entradas o rentas generales. 3. Suministrar los datos requeridos por el Consejo Nacional de Educación. No fue ésta la última ley de ese carácter. El 20 de octubre de 1897 se sancionó la ley 3.559 sobre subvenciones nacionales, en la que se estableció un régimen de entregas anticipadas para subvenciones a las provincias. La ley Láinez Posteriormente, el destacado periodista fundador de El Diario, y entonces diputado nacional, Manuel Láinez, presentó un proyecto de ley, que fue sancionado el 19 de octubre de 1905, con el número 4.874. Por esta ley se cometido, ahogaba toda iniciativa privada; y, por último, la persecución desatada por el Gobierno contra las organizaciones de la Iglesia en 1954. Si bien a partir de 1955, con la revolución militar del 16 de septiembre de ese año desaparecieron la mayor parte de estas causas, ya no se recuperó el nivel alcanzado hasta entonces y la acción emprendida a principios de siglo se desvaneció lentamente. Asistencia a las provincias Debido a la escasez de recursos de las provincias para promover la expansión de la educación primaria, a la que estaban obligadas por el artículo 5º de la Constitución Nacional, en 1857, el Congreso de la Confederación Argentina, reunido entonces en Paraná, dictó la ley 153, por la que se autorizaba al Poder Ejecutivo para “invertir hasta la cantidad de ocho mil pesos en subvencionar la instrucción primaria en las provincias que más lo necesitan”; y en 1871 se sancionó la ley 463, llamada ley de subvenciones, por la que se concedió una contribución económica permanente a las provincias, para la construcción de edificios; adquisición de mobiliario, libros y útiles escolares y el pago de sueldos de preceptores y maestros. Casi dos décadas más tarde, el 4 de octubre de 1890 se sancionó una nueva ley, la 2.737, en virtud de la cual las subvenciones nacionales para el fomento de la instrucción pública se concederían a las provincias que se sujetaran a las siguientes prescripciones: 1. Dictar un presupuesto escolar por el órgano de sus autoridades institucionales, con determinación de la renta destinada al sostén y fomento de sus escuelas. 2. La cantidad total del presupuesto escolar o la cantidad destinada en el presupuesto general, con aquel fin, no podría ser menor al 10 % de sus entradas o rentas generales. 3. Suministrar los datos requeridos por el Consejo Nacional de Educación. No fue ésta la última ley de ese carácter. El 20 de octubre de 1897 se sancionó la ley 3.559 sobre subvenciones nacionales, en la que se estableció un régimen de entregas anticipadas para subvenciones a las provincias. La ley Láinez Posteriormente, el destacado periodista fundador de El Diario, y entonces diputado nacional, Manuel Láinez, presentó un proyecto de ley, que fue sancionado el 19 de octubre de 1905, con el número 4.874. Por esta ley se autorizaba al Consejo Nacional de Educación a establecer directamente, en las provincias que lo solicitaran, escuelas elementales, infantiles, mixtas y rurales, en las que debía darse el mínimo de enseñanza determinada por la ley 1.420. En el decreto reglamentario, del 14 de febrero de 1906, se dispuso que, sin perjuicio de las inspecciones directas que creyera conveniente ordenar el Ministerio de Justicia e Instrucción Pública para la vigilancia de las escuelas y de la edificación escolar, el Consejo Nacional de Educación podría nombrar encargados o comisiones inspectoras gratuitas, las cuales recibirían las instrucciones del caso directamente o por intermedio de los inspectores nacionales respectivos. En cuanto a los programas a que se ajustaría la enseñanza en las escuelas el horario y todo lo que se relacionara con las disposiciones técnicas de la ley de educación común, el decreto establece que se determinaría por el Consejo Nacional de Educación. Asimismo, se disponía expresamente que el Consejo Nacional de Educación debía pasar anualmente al Ministerio un informe especial sobre el funcionamiento de estas escuelas y sobre las reformas y demás disposiciones que conviniera adoptar para asegurar su mayor eficacia. Tres décadas más tarde, en 1938, por iniciativa del senador Alfredo L. Palacios, se sancionó la ley 12.558, por la que el estado nacional concurrió en auxilio de las provincias con menores recursos. A tal efecto se constituyó una Comisión Nacional de Ayuda EscolarPosteriormente, en 1958, se sancionó la ley 14.770, por la cual se encomendó al Consejo Nacional de Educación el cumplimiento de la ley anterior, para la atención de la salud física y moral de los niños en edad escolar “especialmente en las zonas del país de escasa densidad demográfica”. Además se dispuso que el Consejo Nacional de Educación instalaría hogares-escuelas en todos los lugares que fuera necesario. En ellos se debía impartir la educación primaria y una enseñanza práctica que iniciara a los alumnos en una actividad laboral. El Instituto Nacional del Profesorado Secundario Ocupa también un lugar preferencial en esta etapa la fundación en Buenos Aires, en 1904, del Instituto Nacional del Profesorado Secundario, tomado luego, como ocurriera con el Colegio Nacional de Buenos Aires y la Escuela Normal de Paraná, como modelo para la instalación de establecimientos análogos en otros lugares del país. Por iniciativa del ministro de Justicia e Instrucción Pública, Juan Ramón Fernández, el 8 de junio de 1904 comenzó a funcionar un Seminario Pedagógico para la preparación profesional de los docentes de nivel secundario. De esta manera se cumplía con lo dispuesto en los decretos previos, del 17 y 30 de enero de 1903, en los que se establecían los requisitos para obtener el título de profesor de enseñanza secundaria, que culminaban con un curso de pedagogía especial, que debía dictarse en dicho Seminario. En rigor, el Seminario existía desde el año anterior, con el propósito de brindar a los graduados universitarios la metodología especial de cada asignatura, junto con la práctica de la enseñanza. Para dotar al Seminario de personal calificado, fueron contratados especialmente en Europa los catedráticos alemanes Guillermo Keiper, Paolo Gierth, Wolkman Holzer, Jorge Kreuzberg, Emilio Philip y José Stower. Sobre esta base fue creado el Instituto Nacional del Profesorado Secundario, mediante un decreto del 16 de diciembre de 1904, suscripto por el presidente Manuel Quintana y refrendado por Joaquín V. González, que había sucedido a Fernández en el cargo de ministro de Justicia e Instrucción Pública de la Nación. Como primer rector del establecimiento se desempeñó Keiper. En 1907 el Instituto pasó a depender de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires, pero dos años después recuperó su autonomía, que conserva hasta la actualidad. Hoy el Instituto lleva el nombre de Joaquín V. González, que recuerda a quien fuera su creador. En 1913, comprendía los departamentos de Pedagogía, Filosofía, Francés, Inglés, Historia y Ciencias Sociales, Geografía y Geología, Matemática, Física y Mineralogía y Ciencias Biológicas. En 1907 se creó el Centro de Profesores Diplomados de Enseñanza Secundaria, para la defensa de los títulos otorgados por el establecimiento, que en un principio fueron discutidos por los profesionales universitarios que hasta entonces monopolizaban las cátedras de los colegios secundarios. La primera junta directiva estuvo presidida por Horacio González del Solar. El Instituto Nacional del Profesorado en Lenguas Vivas De la misma época data la fundación del Instituto Nacional del Profesorado en Lenguas Vivas, que tuvo lugar en la ciudad de Buenos Aires, el 10 de febrero de 1904, en el ámbito de la Escuela Normal Nº 2. En el decreto de creación se destacaba que las deficiencias observadas en la enseñanza de los idiomas extranjeros, “habían sido comprobadas en distintos institutos secundarios, normales y especiales, en la inspección técnica realizada durante el año 1903”. De acuerdo con lo establecido en el mismo texto legal, se crearon los profesorados en francés, inglés, italiano y alemán, que debían dictarse para ambos sexos. Sin embargo, por falta de local adecuado, sólo comenzaron a funcionar los dos primeros, para mujeres. En 1925 se dio al establecimiento el nombre de Juan Ramón Fernández, en homenaje al ministro fundador Cabe agregar que, a partir de 1953, según lo establecido por decreto del Poder Ejecutivo Nacional Nº 3.911 del año anterior, los cursos de profesorado de las escuelas normales, los institutos nacionales del profesorado secundario y el Instituto Nacional del Profesorado en Lenguas Vivas, debieron aplicar los mismos planes de estudios, con una duración uniforme de cuatro años, especializados por grupos de materias afines. Esto significó también que debieron regirse por el mismo reglamento orgánico. La Escuela Normal de Maestros Rurales Por iniciativa del director de Enseñanza de la Provincia de Entre Ríos profesor Manuel Pacífico Antequeda, que fuera condiscípulo de Alejandro Carbó en la Escuela Normal de Paraná, el 17 de julio de 1904, como se ve, pródigo en iniciativas escolares, se inauguraron los cursos de la Escuela Normal de Maestros Rurales Juan Bautista Alberdi, de la localidad de Tezanos Pinto, en dicha provincia, que fue por entonces la única en su género en América. De acuerdo con el plan de estudios adoptado los alumnos deberían practicar en una escuela rural modelo, para lo cual, como medida complementaria. Antequeda dispuso que las escuelas rurales debían contar con anexos agropecuarios. También por influencia de Antequeda, en la Constitución de la Provincia de Entre Ríos se estableció que: “La enseñanza normal se contraerá a enseñar la teoría y la práctica profesional del magisterio para las escuelas rurales, estableciendo clases especiales de industrias rurales”. La educación especial El primer antecedente de establecimiento dedicado a la educación especial, lo constituye la Escuela Normal anexa al Instituto Nacional de Sordomudos, creada en 1892, con el objeto de formar maestros especiales para la enseñanza del sordomudo. Varios años después, en 1900, se separaron las secciones masculina y femenina del Instituto y se fundó otra Escuela Normal. En cuanto a la asistencia y educación de alumnos inadaptados y anormales, en general, en 1902, Adolfo Valdez, que se desempeñaba como director del Cuerpo Médico Escolar, propuso al Consejo Nacional de Educación la creación de clases especiales en algunas escuelas primarias de la Capital Federal, pero esta iniciativa no prosperó. Recién en 1929, se fundó el Instituto de Psicología Experimental, para el control psicológico de los alumnos de las escuelas primarias y el dictado de cursos sobre psicología y psiquiatría infantil para maestros. Este Instituto también organizó clases diferenciales para alumnos deficientes en las escuelas primarias, de lo que derivó el proyecto de crear un Escuela Auxiliar, que reuniera a todos esos alumnos, que no llegó a concretarse. Varios años después, en 1942, se creó la Escuela Primaria de Adaptación, que fue el origen de las posteriormente llamadas Escuelas de Enseñanza Diferencial, donde se proporcionaba una instrucción elemental y el conocimiento de manualidades, con el propósito de dotar al niño deficiente de las habilidades profesionales elementales que le permitieran desempeñarse en la sociedad. A partir de 1974 estas escuelas fueron administradas por la Dirección Nacional de Enseñanza Diferenciada, más tarde denominada de Educación Especial. Con posterioridad se crearon otros establecimientos dedicados a la educación de anormales sensoriales, como el Instituto de Foniatría, que se dedica a la reeducación de irregularidades verbales y corrección de trastornos de la audición, el Instituto Nacional de Ciegos y el Instituto Nacional de Rehabilitación del Lisiado. La educación artística En 1876 se fundó en Buenos Aires la Sociedad Estímulo de Bellas Artes, la que, dos años después creó una Escuela de Dibujo, Pintura y Escultura, que funcionó con el nombre deAcademia Libre durante varios años, hasta que, por decreto del Poder Ejecutivo Nacional del 19 de abril de 1905, pasó a depender del Ministerio de Justicia e Instrucción Pública de la Nación. Más tarde fue llamada Escuela de Bellas Artes Prilidiano Pueyrredón, en homenaje al celebrado pintor argentino, que conserva hasta la actualidad. Por otra parte, en 1924 se creó el Conservatorio Nacional de Música y Declamación, que más adelante tomó el nombre de Carlos López Buchardo, para honrar la figura del destacado músico argentino. Posteriormente se organizó la Dirección Nacional de Enseñanza Artística, de la que dependían la Escuela Nacional de Artes Visuales, el Conservatorio Nacional de Música, la Escuela Nacional de Danzas, la Escuela Nacional de Cerámica y otros establecimientos afines. La primera de estas escuelas, creada en 1957, agrupaba a las escuelas: Nacional de Bellas Artes Manuel Belgrano, Nacional de Bellas Artes Prilidiano Pueyrredón y Superior de Bellas Artes Ernesto de la Cárcova. El plan de estudios de 1958, comprendía tres ciclos, cada uno de los cuales se desarrollaba en las respectivas escuelas mencionadas. En cuanto al Conservatorio Nacional de Música, formaba profesores de piano, composición, violín, viola, contrabajo, arpa, guitarra, canto, lectura y declamación. Su plan de estudios también abarcaba tres ciclos: elemental, básico y de profesorado. Y en lo que se refiere a la Escuela Nacional de Danzas, comprendía dos tipos de profesorado: en danzas clásicas o modernas y en danzas folklóricas. El profesorado en Educación Física En 1902, el ministro Joaquín V González había organizado el Normal Teórico-práctico de Ejercicios Físicos para Maestros Normales, que otorgaba certificados de aptitud para la enseñanza de la educación física. En 1906 este curso pasó a denominarse Curso Normal de Educación Física que, tres años después, se transformó en la Escuela Normal de Educación Física y, finalmente, en 1912, se convirtió en el Instituto Nacional de Educación Física. En 1929 este Instituto se dividió en dos ramas: para varones, con sede en San Fernando, Provincia de Buenos Aires; y mujeres, con asiento en la Capital Federal, respectivamente. Ambos Institutos eran de nivel terciario no universitario y, por lo tanto, requerían para su ingreso, certificados de estudios de nivel medio. Para la conducción de estos Institutos se creó luego la Dirección Nacional de Educación Física, Deportes y Recreación. La acción educativa de las comunidades religiosas En esta etapa continuó vigente la acción educativa de los padres jesuitas y bayoneses, a quienes se habían agregado dos congregaciones femeninas, llegadas al país en 1859: las Hermanas Vicentinas o Hijas de la Caridad de San Vicente de Paul y las Hermanas del Huerto. Posteriormente, desde 1870 hasta la primera década del siglo XX, fueron llegando a nuestro territorio, o se crearon en él, nuevas congregaciones religiosas, masculinas y femeninas, la mayoría de las cuales se dedicaron a la educación. De Europa arribaron casi 30 congregaciones, que en su mayor proporción fueron de origen español, francés o italiano. Las que se destacaron en la acción educativa fueron: - La Sociedad de San Francisco de Sales (salesianos) (llegados en 1875). - Las Hijas de Nuestra Señora de la Misericordia (1875). Colegio Nuestra Señora de la Misericordia, de San Nicolás (1877) y de Buenos Aires (1901). - Las Hijas de María Auxiliadora (rama femenina de los salesianos) (1879). Colegio María Auxiliadora, de Buenos Aires (1900). - Las Hermanas de la Sociedad del Sagrado Corazón (1880). Colegio Sagrado Corazón, de Buenos Aires (1913). - Las Hermanas de la Santa Unión de los Sagrados Corazones (1882). Colegio de la Santa Unión, de Buenos Aires (1883). - Los Hermanos de las Escuelas Cristianas (lasallanos) (1889). Colegio de la Salle, de Buenos Aires (1898). - La Congregación del Verbo Divino (verbitas) (1889). Colegio Guadalupe, de Buenos Aires (1903). - Los Hermanos de las Escuelas Pías (escolapios) (1891). - Las Misioneras del Sagrado Corazón de Jesús de la Madre Cabrini (1895). Colegio Santa Rosa, de Buenos Aires (1895). - Los Hermanos Maristas (1903). Colegio Champagnat (1914) y Colegio Manuel Belgrano (1916), ambos de Buenos Aires. - Los Hermanos de la Sagrada Familia (1908). Colegio Sagrada Familia, de Buenos Aires (1910). En la misma época se fundaron en el país 15 congregaciones que se dedicaron a la educación, entre las cuales pueden mencionarse: - Las Hermanas Esclavas del Corazón de Jesús (fundada en Córdoba, por la madre Catalina María Rodríguez, en 1872). Colegio Divino Corazón, de Buenos Aires (1893). - Las Siervas de Jesús Sacramentado (en Buenos Aires en 1876). - Las Hijas de María Inmaculada (1879). - Las Hermanas Pobres Bonaerenses de San José (en Buenos Aires por la madre Camila de San José Rolón, en 1880). - Las Hermanas Adoratrices Argentinas (1887). - Las Hermanas Terciarias Franciscanas de la Caridad (1898). Colegio Corazón de María, de Buenos Aires (1898). Estas comunidades llevaron su acción educativa a toda la extensión del país, inclusive a las Islas Malvinas, en el caso de los salesianos, donde establecieron centros educativos en todos los niveles y modalidades. Los colegios salesianos Por la expansión y dimensión de su obra, merece destacarse, en especial, la labor desarrollada por los padres salesianos, conjuntamente con la de las hermanas de María Auxiliadora. La Sociedad de San Francisco de Sales fue fundada en Turín, Italia, por San Juan Bosco, en 1859, con el objeto de dedicarse a la educación. En 1875 llegaron a la Argentina los primeros salesianos, encabezados por el padre Juan Cagliero, para dirigirse a la Patagonia, sin embargo al año siguiente crearon el primer colegio en San Nicolás de los Arroyos, que fue su primera fundación en la Argentina y en América. En los años siguientes establecieron cuatro colegios en la ciudad de Buenos Aires: el Colegio Pío IX, de Artes y Oficios, en el barrio de Almagro y el Colegio San Juan Evangelista, en el barrio de la Boca, ambos en 1877; el Colegio Don Bosco, junto a la iglesia Mater Misericordia —primera fundada en la Argentina por los salesianos— en el barrio de Monserrat, en 1900; y elColegio León XIII, en el barrio de Palermo, en el mismo año. En todos estos colegios promovieron el desarrollo de la educación técnica, tan necesaria en aquella época de la inmigración masiva, en que era imprescindible establecer una estrecha relación entre educación y trabajo. A su vez, la congregación de las Hijas de María Auxiliadora, fundada por San Juan Bosco y Santa María Dominga Mazarello, realizo también un aporte considerable al desarrollo de la educación argentina en aquella época. Llegadas las hermanas a la Argentina, como hemos dicho, en 1879, establecieron sus colegios para niñas en forma paralela a las fundaciones de los sacerdotes salesianos. La creación de las escuelas comerciales e industriales En 1865 se dio comienzo a la enseñanza comercial con la creación de secciones anexas a los colegios nacionales. Veinte años después se fundó una escuela de comercio anexa al Colegio Nacional de Rosario, que no prosperó por no tener suficiente inscripción. Y el 19 de febrero de 1890, por decreto del Poder Ejecutivo Nacional, suscripto por el vicepresidente Carlos Pellegrini, en ejercicio de la presidencia, y refrendado por el ministro de Justicia e Instrucción Pública, Filemón Posse, se creó la Escuela de Comercio de la Capital, hoyEscuela Superior de Comercio Carlos Pellegrini, dependiente de la Universidad de Buenos Aires. Esta creación respondía a la necesidad urgente de formar jóvenes profesionales especializados en el área administrativo-contable, para desempeñarse en las numerosas empresas que se iban estableciendo en el país a impulso de una profunda transformación económica, que culminaría con la crisis de julio de ese año. De acuerdo con este modelo, se crearon posteriormente otras escuelas de comercio. En 1896 la Escuela Normal de Maestras de Rosario se transformó en Escuela Comercial y el 13 de julio de 1897 se creó la primera Escuela Comercial de Mujeres, como anexo de la Escuela Normal 2 de maestros. En 1905 se organizaron los estudios en tres niveles: 1) Escuelas elementales, de las que se egresaba con el título de dependiente idóneo de comercio. 2) Escuelas medias, que otorgaban diploma de perito mercantil. 3) Escuelas superiores, que conferían el título de contador público y tenedor de libros. Por decreto del presidente José Figueroa Alcorta, del 16 de febrero de 1910, refrendado por su ministro de Justicia e Instrucción Pública, Rómulo S. Naón, se estableció el Instituto de Altos Estudios Comerciales, el que, luego de varias alternativas, se convirtió en la actual Facultad de Ciencias Económicas de la Universidad de Buenos Aires, por ley del 30 de setiembre de 1913. Fue entonces cuando la primitiva Escuela de Comercio de la Capital pasó a depender de dicha Facultad, hasta 1931 en que se la puso bajo jurisdicción directa del rectorado de la Universidad. Por otra parte, en 1897, debido al constante incremento de la inmigración y a la urgente necesidad de contar con técnicos especializados, Sobre todo en la rama de la construcción, por iniciativa del ministro de Justicia e Instrucción Pública, Antonio Bermejo, se creó el Departamento Industrial, anexo a la Escuela de Comercio de la Capital, con un plan de cuatro años de estudios. Al año siguiente se nombró director técnico del mencionado Departamento al ingeniero Otto Krausse, quien extendió el plan a seis años de estudios, y en el subsiguiente, el Departamento fue separado de la Escuela de Comercio y convertido en la Escuela Industrial Nº1 de la Capital Federal, donde se enseñaron las siguientes especialidades: mecánica, electromecánica, química y maestría mayor de obras. En 1911 la dirección de la Escuela pasó al ingeniero Eduardo Latzina y Krausse se hizo cargo de la conducción general de la enseñanza industrial en el país. Nacido en Chivilcoy, Provincia de Buenos Aires en 1856, Krausse se recibió de ingeniero y trabajó en los ferrocarriles y luego se dedicó a la docencia. En 1910 se habían creado las denominadas escuelas de artes y oficios, de nivel elemental, destinadas a capacitar obreros y no formar técnicos. En 1913 se aprobó el reglamento para las escuelas industriales de la Nación. Del mismo año data el “Plan de estudios de los cursos nocturnos para obreros”, que requería 18 años de edad como mínimo para el ingreso, y la aprobación de un examen de conocimientos elementales. Los cursos, que tenían una duración de 1 a 3 años, según los casos, estaban destinados a formar ajustadores de máquinas para metales y montadores de máquinas, maquinistas de establecimientos industriales, maquinistas de locomotoras, foguistas, electricistas, albañiles, ebanistas y variedades de carpinteros. En 1925 se dio el nombre de Ingeniero Otto Krausse —fallecido en 1920— a la Escuela Industrial Nº 1. Entre tanto, en 1907 se había creado la Escuela Industrial de Rosario, en 1909 la de Santa Fe y en 1910 la de La Plata. A partir de 1935 fueron instaladas Escuelas Técnicas de Oficios, destinadas a formar técnicos en una sola especialidad. La Sociedad de Educación Industrial El 24 de agosto del año 1900, por iniciativa de Norberto Pinero, que fue su primer presidente, se constituyó en Buenos Aires, con recursos privados, la Sociedad de Educación Industrial. El sector ejecutivo del primer directorio estuvo integrado, además, por Indalecio Gómez, Federico Leloir, Ramón Santamarina y Alberto Pero. Los objetivos de la Sociedad fueron: 1. Establecer escuelas y talleres de enseñanza práctica-técnica y profesional en los centros urbanos y fabriles. 2. Establecer escuelas prácticas de enseñanza agrícola y agropecuaria en las campañas. 3. Establecer cursos técnicos de trabajo manual para adultos. 4. Crear museos de arte industrial, para fomentar la enseñanza industrial y de las artes aplicadas de la industria. Se sostenía entonces que era necesario aliviar al obrero en el esfuerzo material que requería su tarea y exigirle, en cambio, “mayor suma de conocimientos técnicos para manejar los instrumentos de su industria” Las escuelas técnicas profesionales dependientes de la Sociedad contaban en 1901 con 52 alumnos y en 1910, el número de concurrentes a sus aulas alcanzaba a 723. En mérito a la eficaz labor docente desarrollada, en la Exposición Industrial del Centenario de ese año, la Sociedad obtuvo el Gran Diploma de Honor. Como un antecedente que merece citarse, la Escuela para aprendices mecánicos y electricistas, dependiente de la Sociedad, remuneraba a sus alumnos con una cuota diaria en dinero proveniente de la venta de los productos elaborados en la misma Escuela. El Patronato de la Infancia El 23 de mayo de 1892 se creó en Buenos Aires el Patronato de la Infancia, en una asamblea presidida por Rafael Herrera Vegas. En la misma ocasión se aprobaron los estatutos y se designó la primera Comisión Directiva, con la presidencia de José A. Ayerza. De acuerdo con sus estatutos, su principal fin fue: “Proteger a los niños contra el abandono, la ignorancia, la miseria, las enfermedades, la orfandad, la incuria, los malos tratamientos y los ejemplos inmorales”. Y para ello, entre otros objetivos, se propuso: “Propender a la creación de escuelas profesionales públicas de artes y oficios y de colonias agrícolas correccionales”. Ese mismo año se realizó un convenio con la congregación salesiana y las hermanas de María Auxiliadora, para que se hicieran cargo del cuidado y administración de la primera sala cuna, que se inauguró en 1895. En el primer acto público que realizó el Patronato, el 4 de diciembre de 1895, que contó con la presencia de los arzobispos de Buenos Aires, Mons. Uladislao Castellanos, y de Santiago de Chile, Mons. Mariano Casanova, se colocó la piedra fundamental del edificio de la futuraEscuela de Artes y Oficios. También por entonces se inició la construcción de una Escuela Colonia Agrícola e Industrial en Claypole, Provincia de Buenos Aires. En 1907, por iniciativa de Francisco R Moreno y Alberto Meyer Arana, que propusieron que la acción benéfica del Patronato se extendiera en la Capital Federal a los barrios “de la quema” de basura, en Flores, y “de las ranas”, en el Parque de los Patricios, se fundaron dos escuelas de varones y una de mujeres a las que comenzó a denominarse como escuelas patrias; además se creó un asilo externo para ambos sexos, destinado a niños de 3 a 7 años. En las escuelas funcionaron comedores escolares, que fueron los primeros en instalarse en la ciudad de Buenos Aires. A mediados del mismo año se creó otra escuela patria para niños pobres, con lo cual, en agosto de 1907 eran 985 los alumnos que asistían a estas escuelas, supervisadas por Moreno. Tres años después, el 20 de noviembre de 1910, se llevó a cabo el acto de inauguración de la Escuela de Claypole, al que asistieron el presidente y el vicepresidente de la Nación, Roque Sáenz Peña y Victorino de la Plaza. En ese momento la Escuela podía albergar a 250 niños. En 1918 comenzó a funcionar en la Escuela un curso para la formación de maestros rurales, con una duración de dos años. Merced a un subsidio otorgado por el Gobierno nacional y a una donación efectuada por el Jockey Club de Buenos Aires, en 1916 se inauguró el nuevo edificio destinado a unificar las escuelas patrias del barrio de Parque de los Patricios. Posteriormente, en 1937, fue inaugurada otra escuela en el barrio de Mataderos de la misma ciudad. Sin embargo, en 1950 el intendente municipal dejó sin efecto la ordenanza de 1911, por la cual se autorizaba al Patronato el uso del terreno donde se edificaron las escuelas patrias y de inmediato se expropiaron los bienes pertenecientes a las escuelas y luego se destinaron los terrenos, edificios y maquinarias a la Fundación Eva Perón, creada en 1948. En las primeras décadas de existencia de esta institución, sucedieron a Ayerza en la presidencia prominentes personalidades, como Francisco Bollini, Francisco Uriburu, Luis Ortiz Basualdo —durante dieciocho años— y Ramón J. Cárcano. La Asociación Biblioteca de Mujeres Con el objeto de “fomentar la buena lectura”, un grupo de mujeres que formaba parte del Consejo Nacional de Mujeres de la República Argentina, fundó en Buenos Aires, el 8 de octubre de 1903, la Asociación Biblioteca de Mujeres, la que durante mucho tiempo fue conocida como Biblioteca del Consejo de Mujeres. A la actividad inicial se sumó más tarde una Escuela de Bibliotecología, para quienes desearan especializarse en la enseñanza del arte de leer y de la buena lectura. En 1908 comenzaron los primeros cursos regulares, con cátedras dedicadas al arte de leer y declamación y literatura castellana. También se inició un curso de secretarias generales, que fue reconocido oficialmente en 1918, al cual agregaron luego otros de dactilografía, caligrafía, taquigrafía parlamentaria, dibujo técnico y de asistentes jurídicas y expertas contables. En 1928 la inscripción general alcanzaba a más de 500 alumnas. En 1932 se añadió un curso para la formación de “profesoras froebelianas”, del que, dos años después, egresaron 25 maestras jardineras. Con posterioridad se sumaron otros cursos y talleres: de administración y negocios, artes aplicadas, idiomas, formación artesanal y profesional, que ya fueron de carácter mixto. La educación patriótica En 1908 se constituyó una comisión integrada por el presidente del Consejo Nacional de Educación, José María Ramos Mejía; el inspector técnico general, Ernesto A. Bavio y el profesor Angel Graffigna, que elaboró un programa de enseñanza patriótica destinado a estimular en los maestros y alumnos una mayor conciencia de sus deberes cívicos y un sentimiento patriótico más acendrado, que preservara la identidad nacional ante la irrupción masiva de la inmigración y la acción disgregadora del anarquismo. Para ello, se le concedió más importancia a la conmemoración de las efemérides patrias, se instituyó la Semana de Mayo, se estableció el Día de los Muertos por la Patria y se le otorgó mayor relieve a la ceremonia de la Jura de la bandera. Todas estas celebraciones debían concitar, además, la presencia de padres y alumnos, con la entusiasta y laboriosa participación de los maestros, encargados de su organización. En el Nº 437 de El Monitor de la Educación Común, de Mayo de 1909, se publicaron “Instrucciones sobre la Semana de Mayo”, con la firma de Bavio, en las que se disponía que “los señores directores y maestros deberán dar carácter acentuadamente nacional y patriótico a la enseñanza de todos los grados, durante la Semana de Mayo, de acuerdo con la preparación y capacidad mental de los niños, a fin de elevar su pensamiento a la contemplación de las glorias de la República”. Se trataba así, de promover una educación patriótica, aunque vacía de contenido religioso. Recién en la década de 1940, con el auge del nacionalismo y el advenimiento de la revolución militar de 1943, se introdujeron contenidos definidamente católicos. Fue por esa época, en 1939, que se constituyó la Junta de Recuperación de las Malvinas, con la presidencia del dirigente socialista Alfredo L. Palacios, e integrada, entre otros, por Juan Carlos Moreno, la que, dos años después, aprobó la Marcha de las Malvinas, con letra de Carlos Obligado y música de José Tieri, que recién en 1978 fue incluida con carácter obligatorio en el cancionero escolar. Y en 1942, el Consejo Nacional de Educación, que presidía Pedro M. Ledesma, publicó una Cartilla Patriótica, con textos de Joaquín V. González, Nicolás Avellaneda, Belisario Roldan, Estanislao Zeballos, Bartolomé Mitre y Olegario V. Andrade. Incluía, además, el Acta de la Declaración de la Independencia, el Himno Nacional y la Constitución Nacional. También se agregaba un mapa político de la República Argentina, realizado por el Instituto Geográfico Militar. Las Sociedades Populares de Educación Si bien ya existían sociedades populares de educación en la década de 1850, fundadas por inmigrantes italianos, éstas tomaron incremento a partir de la sanción de la ley de bibliotecas populares, de 1870 que promovía su fundación sobre la base de asociaciones populares que se establecieran en las ciudades, villas y otros centros de población; y de la ley de educación común, de 1884, que estableció en su artículo 67º: que toda biblioteca popular fundada por particulares o asociaciones, “tendrá derecho a recibir del tesoro de las escuelas, la quinta parte del valor que sus directores comprobasen necesitar o haber empleado en la adquisición de libros morales y útiles [...]”. Estas asociaciones celebraron su primer Congreso en mayo de 1909 al que asistieron 72 entidades y, posteriormente, en 1915, 1921 y 1930. En estas asambleas participaron destacadas personalidades y educadores de la época, entre quienes podemos mencionar a Agustín Álvarez, Rosario Vera Peñaloza, Ernesto Nelson, Alfredo Ferreyra, José Berruti, Carlos Vergara, Joaquín V. González, Pablo Pizzurno y Angel Bassi. Con el curso del tiempo, las sociedades populares de educación fueron reemplazadas por lasAsociaciones Cooperadoras Escolares, de fecunda labor y cuya existencia se prolonga hasta nuestros días. Entre las sociedades populares de educación deben contabilizarse algunas de carácter religioso, como la Sociedad de Madres Cristianas, de San Juan, fundada en 1864 o la Sociedad del Apostolado de la Oración, de Buenos Aires, creada en 1893. Esta última fundó el Colegio del Apostolado, de enseñanza preprimaria y primaria, en 1909. Proyectos de reforma del sistema educativo. El plan Bermejo La etapa que estamos considerando fue fecunda en la elaboración de proyectos destinados al mejoramiento y la organización integral del sistema educativo. Así podemos mencionar: el plan Bermejo, de 1897; el proyecto Magnasco, de 1899; la encuesta Naón, de 1909; el plan Garro, de 1912; el plan Nelson, de 1915; y el proyecto de escuela intermedia de Saavedra Lamas, de 1916. El plan de Antonio Bermejo, ministro de Justicia e Instrucción Pública del presidente José Evaristo Uriburu, proponía la división de enseñanza secundaria en dos ciclos: el primero, de cuatro años de duración, correspondía a “la enseñanza general, integral y enciclopédica, complementaria de la enseñanza primaria”; y el segundo, de dos años, a la enseñanza profesional “en las más importantes de las múltiples direcciones”. Al respecto se clarificaba que la enseñanza que se proponía en los dos últimos años sería “especial y preparatoria, en dirección a las profesiones científicas universitarias, que se cursará en los centros donde existen universidades, y en el resto de los colegios nacionales, la enseñanza agrícola, comercial, ganadera, minera, etc., distribuida según las riquezas más importantes a desarrollar en cada región del país”. Ya en 1891, Santiago Fitz Simón, entonces inspector general de enseñanza media, había señalado, en otro memorable informe, la responsabilidad de los colegios nacionales en la “deserción del campo del trabajo”. El proyecto Magnasco Osvaldo Magnasco nació en Gualeguaychú, provincia de Entre Ríos, en 1864. Cursó estudios primarios en Salto, y los secundarios en el Colegio del Uruguay. Posteriormente se inscribió en la Universidad de Buenos Aires, donde, en 1887 se graduó de doctor en jurisprudencia. Tres años después se incorporó al Congreso de la Nación como diputado por Entre Ríos. En 1898, al asumir Roca por segunda vez la presidencia de la República, lo nombró ministro de Justicia e Instrucción Pública. Al año siguiente remitió al Congreso un proyecto de Plan de enseñanza general y universitaria, cuyo propósito era llevar a cabo la reforma del sistema educativo vigente. Sostenía Magnasco que era necesario cambiar “la deplorable uniformidad del viejo sistema”. Se trataba de eliminar el enciclopedismo y orientar la oferta educativa hacia especialidades técnicas relacionadas con el contexto socioeconómico. El proyecto fue rechazado en la Cámara de Diputados, por 53 votos contra 30, luego de un debate en el que Alejandro Carbó, al frente de la oposición, sostuvo que la reforma beneficiaría a los colegios religiosos, en los que primaba la enseñanza de artes y oficios. En esas circunstancias, se afirmó que se hacía la guerra al colegio nacional, que representaba la enseñanza liberal, para favorecer “a la enseñanza de secta, a la enseñanza contraria a nuestros principios democráticos”. La reforma se aplicó, no obstante, por decreto, sólo un año, durante el cual los colegios nacionales se redujeron a nueve y en lugar de los suprimidos se crearon escuelas técnico-prácticas especializadas en agricultura, industria, comercio y minería. El proyecto tuvo un defensor en Carlos Vergara, quien criticó el currículo enciclopedista los colegios nacionales y vio con simpatía la enseñanza práctica que se pretendía imponer. Otro prominente positivista de la época, Juan B. Zubiaur, ya había señalado la necesidad del desarrollo de la enseñanza técnica. Y, con posterioridad, Lucas Ayarragaray presentó otro proyecto para favorecer la enseñanza técnica, que tampoco tuvo éxito. Ante el fracaso de su iniciativa, Magnasco hizo el propósito de no volver a la vida pública y, a partir de entonces, se dedicó exclusivamente a la atención de su estudio jurídico. Falleció en Buenos Aires en 1920. La encuesta Naón A su vez, Rómulo S. Naón, ministro de Justicia e Instrucción Pública del presidente José Figueroa Alcorta, resolvió llevar a cabo en 1909, una Investigación sobre el estado de la escuela secundaria, conocida con el nombre de Encuesta Naón. Para ello se realizó una consulta masiva a todos los profesores de enseñanza secundaria del país, sobre la base de nueve preguntas, referidas a las condiciones de ingreso en la enseñanza secundaria, distribución y correlación de las asignaturas en el plan de estudios y deficiencias con respecto a la enseñanza moral, física y estética y con referencia a la enseñanza científica y literaria; si los programas debían ser analíticos o sintéticos, los métodos de enseñanza, formación del profesorado y medios para mejorar el existente, sistemas de promoción; si la enseñanza secundaria debía ser complementaria de la primaria o preparatoria para la superior, años de duración del ciclo, y si era conveniente que el Estado asegurara la educación secundaria de la mujer en establecimientos especiales. En opinión de Gustavo Cirigliano y Luis J. Zanotti, “las conclusiones que se pueden obtener, revelan, más que otra cosa, cierta confusión generalizada no sólo con respecto a las ideas sobre enseñanza secundaria sino también con respecto al sentido de las palabras que en el orden educativo es necesario manejar con un mínimo de precisión”11. Entre los profesores que contestaron, puede citarse a Víctor Mercante, Juan Andrés Ferreira, Juan M. Garro, Juan B. Terán, José León Suárez, Alfredo B. Grosso y Ricardo Levene; a quienes deben agregarse los nombres de Juan Ramón Fernández, Osvaldo Magnasco y Victorino de la Plaza, que fueron especialmente invitados a responder. El plan Garro El 18 de junio de 1912, el presidente Roque Sáenz Peña y su ministro de Justicia e Instrucción Pública, Juan M. Garro, presentaron en el Congreso un proyecto de reorganización de la enseñanza secundaria por el cual ésta debía ser general y profesional. La primera se daría en los colegios nacionales y la segunda, en “establecimientos especiales destinados al efecto”. Los colegios nacionales serían de dos categorías: colegios elementales con un plan de estudios de cuatro años, para los pueblos de más de 15.000 habitantes; y colegios superiores con un plan de estudios de seis años, para la Capital Federal y capitales de provincia, “sea cualquiera su población”, y para las ciudades de más de 30.000 habitantes. Según el proyecto, la enseñanza de los colegios nacionales tendría por objeto: “a) dar a los alumnos sólidos y armónicos conocimientos generales, científicos y literarios, y desarrollar en ellos facultades intelectuales y morales, físicas y estéticas, habilitándoles así para actuar eficazmente en la sociedad o dedicarse a estudios superiores; b) formar su carácter e inculcarles el sentimiento del civismo y del deber de cooperar en la realización de los ideales de la nación y de la humanidad”. En definitiva, el proyecto no obtuvo la aprobación del Congreso. El plan Nelson Varios años después, en 1915, el inspector general de enseñanza secundaria y especial Ernesto Nelson, sometió a consideración de Tomás R. Cullen, ministro de Justicia e Instrucción Pública del presidente Victorino de la Plaza, un extenso y pormenorizado estudio que configuraba un Plan de reformas a la enseñanza secundaria en sus fines, su organización y su función social. En la nota de presentación sostenía Nelson que: “Tanto el aspecto académico como el social y el administrativo de la enseñanza secundaria revelan los defectos internos de que ésta adolece. Ello explica —agregaba— que hasta el presente ninguna Administración haya omitido esfuerzos para remediar sus visibles males.” Luego, en la exposición de su tesis, al considerar la enseñanza secundaria desde el punto de vista académico, sugería dos cuestiones: “a) Cuál es actualmente la misión del colegio secundario en la sociedad argentina, b) Cuál es la función que le corresponde de acuerdo con las necesidades de nuestro medio ambiente”. A continuación, después de analizar la función de los colegios nacionales y de plantearse ¿por qué el colegio no instruye ni educa suficientemente?, enumera “los hechos que condicionan el problema y los rasgos que correlativamente deberán caracterizar la reforma que se persigue”. Seguidamente se refiere al colegio secundario “como centro de enseñanza preparatoria”; al colegio en relación con el educando y la vida y el gobierno de la educación, para concluir afirmando categóricamente: “La verdad es que estamos presos en las redes de un despiadado sistema que frustra los anhelos del pueblo, pone cien veces al Estado en conflicto con sus propios intereses, desnaturaliza las actividades educativas y degrada la función de sus agentes”12. Este estudio, de meritoria factura, no logró los efectos que se proponía y ha quedado como otro preclaro antecedente histórico de la reforma educativa. El proyecto de escuela intermedia El proyecto de creación de la escuela intermedia, presentado por el ministro Carlos Saavedra Lamas en las postrimerías de esta etapa, fue elaborado por el inspector general Víctor Mercante, de larga trayectoria, en la actividad educativa. Mercante nació en Merlo, provincia de Buenos; Aires, el 21 de febrero de 1870. Cursó la escuela primaria en Italia, adonde había viajado con sus padres. De regreso en su patria, obtuvo una beca para ingresar en la Escuela Normal de Paraná, en la que se recibió de maestro en 1889. Desde 1890 a 1894 se radicó en San Juan, donde se desempeñó como profesor y regente de la Escuela Normal. Fue, además, vocal del Consejo General de Educación de la Provincia, director general de Escuelas y presidente de la Biblioteca Lincoln, fundada por Sarmiento. Alineado en la pedagogía positivista, que abrevó en Paraná a través de uno de sus grandes maestros, Pedro Scalabrini, introdujo en San Juan el uso del método experimental. De San Juan pasó a Mercedes, Provincia de Buenos Aires, como director de la Escuela Normal, en la que contó con la colaboración de otro gran educador contemporáneo, Rodolfo Senet. En esa época publicó varias obras, entre las que sobresale La educación del niño y su instrucción, e ingresó en la masonería. En 1906, Joaquín Y González, que se encontraba al frente de la Universidad Nacional de La Plata, lo incorporó a esa casa de estudios como encargado de la sección de estudios pedagógicos, que más tarde se transformaría en la Facultad de Ciencias de la Educación. Como decano de la misma cumplió una importante labor de investigación, sobre todo en el campo de la psicopedagogía. Por fin, en 1915, Mercante fue nombrado inspector general de la Enseñanza Secundaria, Normal y Especial, cargo desde el cual participó en la elaboración del proyecto de escuela intermedia propiciado por el ministro Saavedra Lamas y su subsecretario de Instrucción Pública Horacio C. Rivarola, que fue presentado al año siguiente. Los fundamentos de este proyecto están contenidos en un trabajo publicado por Mercante en 1918, con el título de La crisis de la pubertad y sus consecuencias. De acuerdo con el texto del proyecto, la enseñanza que se daría en las escuelas, colegios e institutos sería: 1º. Primaria, distribuida en cuatro años, a cuyo primer grado se ingresaría con 7 años de edad y sería gratuita. 2ºIntermedia, distribuida en tres años y también gratuita, a cuyo primer grado se ingresaría con 11 años y después de aprobar los cuatro años de enseñanza primaria. Comprendía estudios de enseñanza general y enseñanza profesional y técnica. 3º. Secundaria, a la que ingresaría el alumno después de aprobar la escuela intermedia y cuya duración era diferente de acuerdo con la modalidad de que se tratara: normal, comercial, industrial, agrícola o profesional de artes y oficios. 4º. Superior o universitaria, cuya duración, materias de enseñanza y condiciones de ingreso se regirían por las disposiciones de la ley respectiva. Este proyecto, que apuntaba a la capacitación laboral de los alumnos de la escuela intermedia, no prosperó porque se sostuvo que al acortarse la escuela primaria, se desconocía el principio de obligatoriedad y, en consecuencia, el de gratuidad. El gobierno radical, que asumió el poder en octubre de 1916, se opuso al proyecto y mantuvo el plan tradicional del bachillerato. Tras este fracaso. Mercante, en 1920 se retiró del servicio activo y se dedicó a la composición de varios libros de notable valor, como Charlas pedagógicas (1925), Psicología (1927) y Maestros y educadores (1930). Por otra parte, su Metodología especial de la enseñanza primaria, publicada en dos tomos, en 1911 y 1912, fue utilizada con provecho por varias generaciones. Luego de una vida dedicada a la educación, falleció Mercante el 20 de setiembre de 1934, en el trayecto de regreso de un viaje realizado a Chile para asistir a un congreso internacional sobre educación. Diez años después de su muerte se publicaron sus memorias y veinte años más tarde se exhumó su novela inédita, titulada Los estudiantes. La ley sobre universidades nacionales El 3 de julio de 1885 se sancionó la ley 1.597 sobre universidades nacionales, conocida como ley Avellaneda, por haber sido éste quien la propició cuando ejercía el rectorado de la Universidad de Buenos Aires. Esta ley estableció las normas a las que deberían subordinarse las Universidades Nacionales de Córdoba y Buenos Aires, únicas existentes en el país hasta esa fecha. De acuerdo con dichas normas, el rector sería elegido por la Asamblea universitaria y duraría cuatro años en el cargo, pudiendo ser reelecto. La Asamblea universitaria estaría formada por los miembros de todas las facultades. A su vez, el Consejo Superior se componía del rector, de los decanos de las facultades y de dos delegados de cada una de ellas. Por la ley se acordaba a cada facultad el ejercicio de la jurisdicción policial y disciplinaria, la capacidad de proyectar los planes de estudios y de conceder los certificados de exámenes. Se reservaba a la Universidad la expedición de los diplomas de las respectivas profesiones científicas; la aprobación o reforma de los programas de estudio presentados por los profesores; la disposición de los fondos universitarios y la fijación de las condiciones de admisibilidad de los estudiantes que aspiraran a ingresar en sus aulas. La provisión de las cátedras se efectuaría según el siguiente procedimiento: la facultad respectiva votaría una de candidatos, que sería pasada al Consejo Superior y si éste la aprobaba, sería elevada al Poder Ejecutivo, quien designaría de ella el profesor que debía ocupar la cátedra. Esta ley fue complementada en 1895 por la ley 3.271, que reglamentó los estatutos de las dos universidades existentes. En 1898, el diputado Elíseo Cantón presentó un proyecto para reformar la ley 1.597, que no fue aprobado; y hasta 1916 se registraron quince proyectos más, que tampoco tuvieron éxito. La Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires El 13 de febrero de 1896 se creó la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires y el 27 de mayo siguiente se aprobó el plan de estudios. En el primer consejo académico figuraron personalidades como Bartolomé Mitre, Bernardo de Irigoyen, Carlos Pellegrini, Rafael Obligado, Paul Groussac, Ricardo Gutiérrez, Lorenzo Anadón y Joaquín V González. Fue su primer decano Anadón, a quien le siguieron Miguel Cañé, Norberto Pinero, José Nicolás Matienzo, Rodolfo Rivarola, Coriolano Alberini y Ricardo Rojas, entre otros. Las clases se iniciaron en agosto del mismo año con 30 alumnos aproximadamente, de los cuales sólo 4 eran mujeres. En el curso inicial se desempeñaron prestigiosos maestros como José Tarnassi, Matías Calandrelli, Osvaldo Magnasco, Estanislao Zeballos, Francisco P Moreno, Indalecio Gómez, Norberto Pinero y Paul Groussac. En esta Facultad predominó el positivismo como orientación ideológica, aunque paulatinamente fue receptiva de otras corrientes de pensamiento. En la cátedra de ciencias de la educación se desempeñaron, sucesivamente, Francisco A. Berra y Carlos Octavio Bunge. El primero, formado en el Uruguay, era autor de Apuntes para un nuevo curso de pedagogía (1878), Resumen de las leyes naturales de la enseñanza (1896) y Código de enseñanza (1898), obras en las que volcó su preocupación por la enseñanza práctica. En cuanto a Bunge, enviado a Europa por el ministro Magnasco para estudiar los sistemas educativos, su concepción pedagógica se orientaba hacia el conocimiento más profundo del educando, para no forzar a la naturaleza y centrar la acción educativa en su individualidad. Sus ideas están expuestas en la obra: La educación. Tratado general de pedagogía (1901). En 1898 se creó la primera cátedra de sociología, cuyo titular fue Antonio Dellepiane, a quien le sucedieron Ernesto Quesada y Ricardo Levene. Nacionalización de la Universidad de La Plata En el año 1905, por iniciativa del ministro de Justicia e Instrucción Pública Joaquín V González, se nacionalizó la Universidad de La Plata, creada en 1890 por iniciativa de Rafael Hernández (hermano menor del poeta José Hernández) que venía funcionando como universidad provincial desde el 18 de abril de 1897, con las facultades de Derecho, Físico-Matemáticas, Química y Ciencias Médicas. Su primer rector fue Dardo Rocha quien, quince años antes, había fundado la ciudad de La Plata. La característica fundamental de esta nueva institución educativa, fue la introducción del positivismo en la enseñanza universitaria. Consecuentemente, se concedió mayor importancia a la investigación científica y a la enseñanza práctica. Con el rectorado de Joaquín V González, que permaneció en el cargo durante doce años, la Universidad se organizó en cuatro facultades: Ciencias Jurídicas y Sociales, Físico Matemáticas, Química y Ciencias Médicas. Además, extendió su influencia a todos los niveles de la enseñanza, mediante la incorporación de una escuela primaria, un colegio nacional, un liceo de señoritas, una escuela agrícola y una escuela de dibujo. Este hecho le dio un carácter diferenciado con respecto a las otras universidades existentes. Con dependencia de la Facultad de Ciencias Jurídicas y Sociales, se creó, en 1906, una Sección Pedagógica, que fue el origen de la actual Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación, establecida en 1914, y contó con la orientación de un brillante grupo de profesores enrolados en la corriente positivista, como Mercante, Senet, Herrera y Carbó que, como vimos, eran egresados y profesores de la Escuela Normal de Paraná. Por su prestigio y su carácter renovador, la Universidad de La Plata albergó a alumnos llegados desde todos los rincones del país y de otros países hermanos de América, como Bolivia y Perú. Desde el comienzo, en que sólo se inscribieron medio centenar de alumnos, la matrícula fue creciendo lentamente. En 1902 había 105 alumnos inscriptos. El año anterior se había realizado la primera colación de grados, ocasión en la que se otorgaron sólo 5 diplomas. La Sección Pedagógica de la Facultad de Ciencias Jurídicas y Sociales publicó en 1906 la revista Archivos de Pedagogía y Ciencias Afines, con la dirección de Mercante. Al crearse en 1914 la Facultad de Ciencias e la Educación, la revista cambió su nombre por el de Archivos de Ciencias de la Educación, con lo que inició su segunda época, que perduró hasta 1919. En la revista colaboraron, entre otros: Agustín Alvarez, Florentino Ameghino, Carlos O. Bunge, Alfredo Calcagno, J. Alfredo Ferreyra, Joaquín V. González, Leopoldo Herrera, José Ingenieros, Ricardo Levene, Leopoldo Lugones, Pablo Pizzurno, Ernesto Quesada, Rodolfo Rivarola y Rodolfo Senet. En 1889 se había creado también la Universidad Provincial de Santa Fe y, en 1912, la de Tucumán, por empeño de Juan B. Terán, que fue su rector en dos períodos: 1914-21 y 1923-29. Católico militante y demócrata sincero, nacido en 1880, Terán se opuso al gobierno radical y, producida la revolución militar de 1930, fue nombrado primero presidente del Consejo General de Educación de la Provincia de Tucumán y luego presidente del Consejo Nacional de Educación. En 1935 ocupó el cargo de miembro de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, hasta 1938, en que falleció. El Congreso Pedagógico Católico Argentino Con motivo del Centenario de la Revolución de Mayo, se llevó a cabo en 1910 el primer Congreso Pedagógico Católico Argentino, que fue presidido por monseñor Luis Duprat, que era provisor y vicario general del Arzobispado de Buenos Aires. Como vicepresidente se desempeñó Gilberto Fuenzalida. En su transcurso se consideraron temas de especial interés para el catolicismo en nuestro país en aquella época, como la crisis del sistema educativo, la enseñanza religiosa y las restricciones a la libertad de enseñanza. De las deliberaciones participó el sacerdote jesuita español Ramón Ruiz Amado, autor de un libro de repercusión en aquel entonces, titulado: La Iglesia y la libertad de enseñanza, publicado en Barcelona en 1907. Intento de fundación de una Universidad Católica Desde los primeros años del siglo XX se advirtió entre los católicos argentinos un acrecentamiento de su prédica por la enseñanza libre que, como verdadera paradoja del régimen liberal imperante y en pugna con lo establecido en el artículo 14º de la Constitución Nacional, la clase dirigente se resistía a conceder En las asambleas de los católicos realizadas en 1907, en Buenos Aires, y en 1908, en Córdoba, se volvió a considerar el tema de la libertad de enseñanza. Asimismo, en el Primer Congreso de la Juventud Católica, que se reunió en Buenos Aires en 1908, se insistió en la necesidad de la fundación de una universidad católica, propiciada por el Episcopado desde 1902. Esta inquietud se reitero públicamente en ocasión de una manifestación efectuada en Lujan por los estudiantes universitarios católicos, en mayo de 1909. En esa misma oportunidad se constituyeron los Centros Católicos de Estudiantes, que se establecieron en todas las universidades del país. Finalmente, en 1910, el Episcopado Argentino, en adhesión al Centenario de la Revolución de Mayo, resolvió la creación de la Universidad Católica de Buenos Aires. En ese mismo año —como dijimos— se reunió el primer Congreso Pedagógico Católico Argentino, en el que se sostuvo el derecho de la Universidad Católica para obtener el reconocimiento de los grados y títulos profesionales que otorgara. Las conclusiones preliminares aprobadas por el Episcopado establecían que para “lograr convenientemente sus trascendentales fines, la Universidad Católica proyectada por aquel cuerpo debe ser libre, con facultades de expedir títulos científicos y diplomas profesionales que habilitan a ejercer las profesiones liberales”. A esto agregaban, con razón, que no existe en la Constitución Nacional ningún obstáculo que se oponga a la creación y funcionamiento de universidades libres. Pero como ésta no era la única preocupación, en otra parte de las conclusiones se decía que: “La Universidad Católica debe tener en mira, no solamente la habilitación a las carreras profesionales como ocupaciones lucrativas, sino que, primordialmente, por todos los medios a su alcance, debe propender a que sus alumnos adquieran en su seno los conocimientos literarios y científicos que correspondan en extensión e intensidad al más alto concepto de la enseñanza universitaria y, al mismo tiempo, dentro de la unidad doctrinaria consagrada por la Iglesia católica, toda la preparación necesaria para defender y propagar los principios civilizadores del Catolicismo en todas las esferas de la actividad humana” La Universidad Católica de Buenos Aires inició sus actividades el 17 de abril de 1910. Como rector fue nombrado Mons. Duprat, y como miembros del Consejo Superior: Joaquín M. Cullen —quien se desempeñó como vicerrector y luego sucedió a Duprat como rector—, Emilio Lamarca, Ángel S. Pizarro, Apolinario C. Casabal, Bernardino Bilbao, Pedro Olaechea y Alcorta, Pedro C. Alcacer y Rómulo Gamboa. A pesar de que el Episcopado consideraba a la Facultad de Medicina como la más necesaria, se decidió empezar con una Facultad de Derecho, “por ser la de más rápida y fácil fundación”. Esta Facultad comenzó a funcionar en el antiguo edificio del Seminario Metropolitano, cedido por la Compañía de Jesús, según los planes de estudio de la Universidad estatal, al que se agregaron cursos obligatorios de filosofía, historia y apologética, para completar la formación de los alumnos. Entre los profesores merecen citarse los nombres de Héctor Lafaille, Salvador Fornieles, Rómulo Etcheverry Boneo, Adrián Beccar Várela, José J. Olmedo, Emilio Lamarca, Enrique Ruiz Guiñazú, Salvador Oria, Gustavo Franceschi, Ramón Ruiz Amado y Tomás Villaverde, los tres últimos sacerdotes de reconocido prestigio. La asistencia de alumnos fue numerosa, los que se agruparon en un Centro de Estudiantes de la Universidad Católica, que editó una revista mensual denominada Universidades Libres, en la que publicaron trabajos de profesores y alumnos. Las clases eran de asistencia obligatoria y los exámenes eran escritos y orales, los primeros con carácter eliminatorio. Además era de rigor la presentación de una monografía en cada una de las materias que se cursaban. De acuerdo con lo establecido en la ley 934 sobre institutos particulares de enseñanza, la Universidad Católica solicitó, después de dos años de funcionamiento, se le concediera a sus estudiantes el mismo derecho de que gozaban los alumnos de los colegios particulares de primera y segunda enseñanza, es decir, el de poder rendir examen en carácter de regulares ante mesas mixtas, integradas por profesores de la Universidad privada y de la estatal, a la cual debía quedar incorporada. Esta petición fue denegada por la Universidad de Buenos Aires, por entender que el artículo 6º de la ley 934 no amparaba a los institutos de enseñanza superior creados por particulares. En consecuencia, ante la imposibilidad de otorgar grados y títulos, pese a los esfuerzos realizados para sostenerla, la Universidad Católica cerró sus puertas en 1920, con lo que se frustró un intento que habría de postergarse por el término de casi cuarenta años para su concreción. En 1916 se había presentado en el Senado de la Nación un proyecto sobre universidades libres, por el cual se establecía como requisito que debían contar con un año de existencia y recursos propios. Además, el plan de estudios debía comprender las asignaturas requeridas por la universidad estatal; los exámenes debían rendirse con tres profesores, uno de los cuales sería de la universidad estatal. Las universidades privadas tendrían que relacionarse con la Universidad nacional existente en la misma jurisdicción territorial, la que ejercería una función de superintendencia por medio de una comisión de profesores nombrados al efecto. Este proyecto no obtuvo sanción. El Museo Social Argentino De esta época data también la fundación en Buenos Aires del Museo Social Argentino, por iniciativa de Tomás Amadeo, el 23 de mayo de 1911. Desde el año siguiente el Museo Social comenzó a publicar un Boletín en el que se recogieron colaboraciones sobre temas de naturaleza económico-social. Más tarde se constituyó un Centro de Estudios Cooperativos y en 1930 se creó la Escuela de Servicio Social, la primera de ese carácter que existió en nuestro medio. El Museo Social promovió, además, la realización de congresos sobre cooperación, gremialismo, mutualidad, higiene, trabajo y previsión social. En 1956, al concederse la posibilidad de fundar universidades privadas, el Museo Social Argentino, por impulso de Guillermo Garbarini Islas, se organizó como universidad y fue una de las primeras en ser reconocidas por el Estado. Desde el año siguiente funcionaron las facultades de Servicio Social, Ciencias de la Información y Opinión y Eugenesia Integral y Humanismo. Más tarde se agregó la Facultad de Ciencias Políticas, Jurídicas y Económicas, cuyo primer decano fue Segundo V Linares Quintana. En 1987, el Boletín cambió su nombre por el de Conceptos, y se constituyó en la revista de la Universidad. En la presidencia de esta prestigiosa institución educativa se sucedieron relevantes personalidades, como Emilio Frers, Juan José Díaz Arana, Enrique Ruiz Guiñazú, Manuel A. Montes de Oca, Julio Iribarne, Cupertino del Campo, Eduardo Crespo y Guillermo Garbarini Islas. Notas 1 Juan Bautista Alberdi. Ob. cit., pág. 58. 2 Carlos A. Uzin. La Escuela Normal de Paraná. Paraná, Universidad Nacional de Entre Ríos, 1979, pág. 21. 3 Adriana Puiggros. Sujetos, disciplina y curriculum en los orígenes del sistema educativo argentino. Buenos Aires, Galerna, 1990, pág. 65. 4 Cit. por Cayetano Bruno. “El laicismo y la ley 1420 en la Argentina”. En Consudec. Buenos Aires, Consejo Superior de Educación Católica, 2º miércoles de diciembre de 1982, Nº 465. 5 Juan P. Ramos. Historia de la instrucción primaria en la República Argentina. 1880-1910. Buenos Aires, Peuser, 1910, T. I, pág. 552. 6 Cit. por Aníbal A. Rottjer. La escuela argentina. Buenos Aires, Santa Catalina, 1959, pág. 124. 7 Cit. por José Luis Romero. Las ideas políticas en la Argentina. Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 1956, pág. 197. 8 En La Nación. Buenos Aires, 28 de marzo de 1884. 9 “Breve historia de las escuelas de adultos en nuestros país”. En El Monitor de la Educación Común. Buenos Aires, Consejo Nacional de Educación, Noviembre de 1948, Nº 911, pág. 33. 10 Cit. por Osvaldo Loudet. “Los orígenes del Instituto Libre de Segunda Enseñanza, Setenta años al servicio de la cultura (1892-1962)”. En La Prensa. Buenos Aires, 2 de diciembre de 1962. 11 Gustavo Cirigliano y Luis J. Zanotti. Ideas y antecedentes para la reforma de la enseñanza media. Buenos Aires, Theoría, 1965, pág. 91. 12 Ibídem, pág. 127. 13 Cit. por Atilio Dell’Oro Maini. “La primera Universidad Católica en la Argentina. 1910-1920”. En Boletín de la Universidad Católica Argentina Santa María de los Buenos Aires. Buenos Aires, Junio de 1959, Nº 2, pág. 16. Séptima etapa: La escuela nueva En la época de los gobiernos radicales y la crisis mundial (1916-1943), tuvo lugar, en el ámbito de la educación, la reacción antipositivista y el resurgimiento del pensamiento católico. Esto provocó, por una parte, la renovación de la pedagogía y de la didáctica, que dio paso a la llamada escuela nueva; y, por otra, a las aspiraciones por una mayor libertad de enseñanza y la repartición proporcional del presupuesto escolar. Además, se produjo la crisis del sistema universitario, que culminó con la reforma de 1918; se nacionalizaron las Universidades Provinciales de Santa Fe y Tucumán y se creó la Universidad Nacional de Cuyo . El advenimiento del radicalismo al poder no introdujo innovaciones en el modelo del hombre argentino perfilado por la “generación del 80”, aunque la crisis de 1930 y el resurgimiento del pensamiento católico, acrecentado con la celebración en Buenos Aires del XXXIIº Congreso Eucarístico Internacional en 1934, forjó el deseo de retornar al modelo tradicional, de matriz hispano-católica. Al respecto, el padre Leonardo Castellani señalaba en 1940 que la Argentina “prácticamente ha ganado de nuevo la batalla del alfabetismo”. “Ahora le falta solamente ganar la otra de los malos alfabetos [...]” Y agregaba luego: “La insuficiencia e ineficaz preparación de los ciudadanos agrava todos los problemas políticos [...]”1. Esta afirmación involucraba la urgencia de perfeccionar el modelo, dotándolo de los elementos necesarios para lograr el ciudadano perfecto, capaz de desempeñarse con el máximo de eficacia en la sociedad en que vive. Los magros aportes de la escuela activa no fueron suficientes para ello. Por otra parte, el padre Castellani, inspirado en el contenido de la Encíclica Divini illius magistri, sobre la educación cristiana de la juventud, del Papa Pío XI, publicada en 1929, reclamaba la colaboración orgánica en la educación, de la familia, el Estado y la Iglesia. Otro notorio publicista de la época, el economista Alejandro E. Bunge, en un libro de gran repercusión, aparecido también en 1940, titulado Una nueva Argentina, destacaba el éxito logrado en la lucha contra el analfabetismo que se había reducido al 35,1 % según el Censo de 1914; y que, de acuerdo con la estimación del autor, era del 12% en 1938. Por tal motivo sostenía que: “La Argentina está ya en condiciones de extender a ocho o nueve años la asistencia escolar, con cinco o seis años obligatorios en escuelas primarias y tres en forma generalizada y gratuita en escuelas preparatorias para la vida”. Con lo cual se pronunciaba por la escuela intermedia, que no entendía como una modificación de la enseñanza secundaria, “sino un nuevo tipo de escuela de costo poco mayor que la primaria, con maestros totalmente consagrados a la educación del adolescente como los de la primaria a la del niño”2 . Sin embargo, en esta etapa, como consecuencia del afianzamiento del Estado docente y del laicismo escolar, se profundizó la influencia de la corriente liberal y positivista, que englobaba al cientificismo, aunque desde el mismo campo surgió una nueva corriente antipositivista, orientada por Rodolfo Rivarola, Alejandro Korn y Coriolano Alberini; en tanto que, lentamente, pretendió abrirse paso el pensamiento católico postergado, primero tímidamente y, luego de la crisis de 1930, con mayor empuje, favorecido por el contexto internacional. Como una de las últimas expresiones del positivismo, Alfredo Ferreyra fundó en 1924 el Comité Positivista Argentino, cuya presidencia ejerció, y dirigió El Positivismo,que se publicó como órgano oficial del Comité . La escuela activa Otra novedad, fue la influencia de la escuela activa, propiciada por Ovidio Decroly, en los Estados Unidos, que entre nosotros encontró eco en la acción de José Rezzano, de su esposa, Clotilde Guillen, y de Juan Mantovani. Este último sostuvo que el fin de la educación es “la conquista de un magnífico equilibrio entre espíritu e instinto, idea y sentimiento, disciplina y libertad, capacidad contemplativa y capacidad de acción”3. Para llevar a la práctica esta nueva tendencia, se aplicaron en la escuela primaria, a partir de 1936, los llamados programas de asuntos, que en realidad se redujeron a introducir el trabajo manual educativo como una nueva área de enseñanza. Por asuntos se entendía la enseñanza integrada de educación moral y cívica, instrucción cívica, historia, naturaleza y geografía y trabajo manual educativo, creando “en el aula y en escuela un ambiente vivificante de trabajo”. Esta iniciativa reconocía un preclaro antecedente en la prédica y la acción de José B. Zubiaur y Santiago Fitz Simón quienes desde 1889 venían abogando en ese Sentido. Mantovani había nacido en San Justo, provincia de Santa Fe, el 14 de noviembre de 1898. Luego de cursar los estudios primarios en la Escuela Normal de su ciudad natal, ingresó en la Escuela Normal de Profesores Mariano Acosta, de Buenos Aires, donde se recibió de maestro. Posteriormente completó sus estudios en la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación de la Universidad Nacional de La Plata. En su carrera docente llegó a ocupar el cargo de inspector general de Enseñanza Secundaria, Normal y Especial, desde 1932 a 1938; fue ministro de Instrucción Pública y Fomento de su provincia natal, entre 1938 y 1941 y catedrático de las Facultades de Filosofía y Letras de Buenos Aires y de Humanidades y Ciencias de la Educación de La Plata y de la Escuela Normal de Profesores Mariano Acosta. Además fue autor de varias obras de su especialidad, como Educación y plenitud humana (1933); Bachillerato y formación juvenil (1940); La educación y sus tres problemas (1943); Ciencia y conciencia de la educación (1947); Épocas y hombres de la educación argentina (1950) y La crisis de la educación (1957) . A los efectos de orientar a los maestros en la aplicación de los nuevos programas, que se reformaron en 1939, se publicaron artículos especializados en El Monitor de la Educación Común, cuyo primer número había aparecido en 1881, por inspiración de Sarmiento, como “publicación oficial de la Comisión Nacional de Educación”; y se desarrollaron íntegramente los tópicos en la revista La Obra, fundada en 1921, y en la que colaboraron, entre otros: Clotilde y José Rezzano, Mercante y Pizzurno. En el dictamen de la Comisión de Didáctica del Consejo Nacional de Educación, de fecha 12 de julio de 1939, suscripto por Próspero G. Alemandri y Conrado M. Etchebarne, se decía al respecto: “Cabe ahora que en cada número de El Monitor de la Educación Común, se reserve una parte al desarrollo de asuntos, ya en forma de comentarios, clases modelos, ilustraciones, indicaciones prácticas para la realización de trabajos, indicaciones bibliográficas, artículos sobre los propósitos y alcance de los distintos temas consignados en los programas, etc., clasificados por grados y por asignaturas”4 . También debe mencionarse la publicación de Nueva Era, de la revista La Obra, expresión local de la Liga Internacional de la Nueva Educación que, con la dirección de José Rezzano, combatió el verbalismo y el sedentarismo predominante en la acción educativa de la época. El Instituto de Didáctica En 1927, por resolución del 5 de octubre, se creó, en el ámbito de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires, el Instituto de Didáctica, que recién comenzó a funcionar dos años después con la dirección de Juan Emilio Cassani, que le imprimió una definida orientación renovadora . De acuerdo con el plan de trabajos aprobado en abril de 1930, el Instituto debía realizar estudios e investigaciones relacionados con la didáctica y, en particular, con la personalidad del adolescente. También debía ocuparse de la metodología de la enseñanza y de los problemas emergentes de la relación enseñanza-aprendizaje. Desde entonces, a través de su biblioteca y sus publicaciones, el Instituto de Didáctica ha sido un centro de atracción y difusión, a la vez, de la obra de sus Investigadores . En cuanto a la personalidad de Cassani, había nacido en Lincoln provincia de Buenos aires, en 1896, donde realizó sus primeros estudios en la Escuela Normal. Continuó luego su formación en el curso del profesorado en Pedagogía y Ciencias afines de la Universidad Nacional de La Plata. En 1922 obtuvo en dicha Universidad, el primer título de doctor en Ciencias de la Educación otorgado en el país. Una vez egresado, ejerció la docencia en las Universidades de La Plata y de Buenos Aires, donde, como dijimos, dirigió el Instituto de Didáctica y creó el profesorado en pedagogía. También desempeñó la función pública, en la cual tuvo una destacada actuación como inspector de Enseñanza Secundaria, Normal y Especial; inspector jefe de Escuelas Normales y director general de Enseñanza Secundaria. En el ámbito universitario fue decano de la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación de la Universidad de La Plata y vicedecano de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires. Entre su profusa obra escrita, sobresalen sus Libros: Didáctica general de la enseñanza media (1965) y Fundamentos y alcances de la política educacional (1972). En opinión de Luis J. Zanotti: “Cuando los impulsos creadores del normalismo argentino, alzados hasta las cátedras universitarias por la obra de pedagogos de la talla de Víctor Mercante, comenzaron a perder sus ímpetus, Juan Emilio Cassani fue una de las voces que mantuvieron a los altos estudios pedagógicos en su sitial en las casas de estudios superiores y, aun más, consiguieron para ellos el lugar que en justicia les correspondía”5. Nuevos proyectos de reforma del sistema educativo En esta época continuaron formulándose nuevos proyectos de reforma del sistema educativo. Durante la primera presidencia de Hipólito Yrigoyen, en julio de 1917, el diputado radical Celestino Marcó presentó un proyecto de ley de enseñanza, en el que sostenía que “la enseñanza en la República será oficial y libre”. La enseñanza oficial sería dada en establecimientos sostenidos por la Nación, las provincias o las municipalidades y la enseñanza libre, por establecimientos “de carácter legal, por asociaciones de enseñanza o por particulares”. Para combatir el analfabetismo proponía abrir el sistema educativo, dándole participación a los establecimientos privados, asignándoles subvenciones con este fin. Este proyecto, que abarcaba los tres niveles de la enseñanza, tampoco tuvo el apoyo del Congreso . Posteriormente, el ministro de Justicia e Instrucción Pública, José S. Salinas, elaboró otro proyecto de ley orgánica para el sistema educativo que, el 2 de agosto de 1918, el Poder Ejecutivo puso a consideración del Congreso. El proyecto apuntaba, fundamentalmente, a la transformación de la enseñanza media. En el mensaje que acompañó al proyecto se decía que: “El fin primordial de la instrucción secundaria debe ser el de difundir la educación en los pueblos, de tal manera que en todo el país se formen ciudadanos capaces, instruidos, aptos y listos para bastarse a sí mismos y desempeñarse con éxito en la labor cotidiana [...]”. El proyecto disponía que la duración de los estudios en los colegios nacionales fuera de cuatro años, que darían derecho al título de bachiller, que habilitaría para ingresar en el curso preparatorio de cualquiera de las facultades del país. Con referencia a la enseñanza práctica, se establecía que “se impartirá de acuerdo con las necesidades que reclamen las zonas de influencia en cada escuela en lo referente a producciones, comercio, industrias y tendencias de la población [...]”. En relación con las escuelas normales, se proponía separar “los estudios generales de los estudios pedagógicos o profesionales”, lo que permitiría a los futuros docentes “adquirir sólidos conocimientos en las ramas generales teóricas” y en la práctica profesional. Con respecto a la educación primaria, se proponía “extirpar el analfabetismo”; y en relación a la enseñanza universitaria propiciaba una urgente modernización, mediante la modificación del régimen de gobierno de las casas de estudios . Además, se encomendaba a las universidades la organización de la enseñanza preparatoria . El proyecto sostenía el monopolio estatal de la enseñanza y desconocía la prioridad de las provincias en cuanto a la administración de la educación primaria establecida en la Constitución Nacional. Al respecto se disponía que: “No podrán funcionar colegios, escuelas, liceos o academias particulares, sin previa autorización del Ministro de Instrucción Pública”. Y se agregaba: “Desde la promulgación de la presente ley, no se acordará a los establecimientos particulares, incorporación a las escuelas normales y demás institutos encargados de formar el profesorado nacional. Los que en la fecha gocen de ese privilegio, funcionarán hasta que terminen su último curso los últimos alumnos” . Finalmente, el proyecto no mereció la consideración del Congreso, a pesar de haber sido reiterado en dos oportunidades: en 1920 y 1922 . Proyecto de repartición proporcional del presupuesto escolar En la época de los gobiernos radicales se produjo la consolidación del monopolio estatal de la educación y del laicismo escolar aunque, como dijimos, paralelamente surgió una corriente católica que manifestó vivamente sus aspiraciones por una mayor libertad de enseñanza y la partición proporcional del presupuesto escolar . De ella surgió la figura del diputado Juan F. Cafferata quien, en año 1925, presentó un proyecto de ley en el que se propiciaba que las escuelas privadas de enseñanza primaria gozarían de un subsidio mensual a cargo del estado, siempre que se ajustaran a las siguientes condiciones: a) funcionar en lugar conveniente y en condiciones de higiene adecuadas; b) dar la enseñanza conforme al mínimum establecido en la ley 1.420 de educación común; c) educar un número no menor de cuarenta niños y d) tener maestros con título expedido por alguna de las escuelas oficiales de la Nación o de las provincias o con práctica de cinco años, por lo menos, en la docencia. El subsidio sería destinado al pago del personal docente y equivaldría a las dos terceras partes del sueldo que gozaran los maestros de las escuelas oficiales. Se establecía, además, que el Consejo Nacional de Educación proveería de libros y útiles a los alumnos gratuitos de las escuelas subsidiadas . En la fundamentación de su proyecto, Cafferata sostuvo que: “La escuela oficial y la escuela libre concurren, cada una por su parte, a la obra civilizadora de la educación y deben merecer del estado la misma solicitud”. A lo que agregaba: “para que la libertad de enseñar quede ampliamente garantizada, no basta la existencia de las escuelas libres, sino que es menester que ellas sean colocadas en un pie de igualdad que les permita llenar ampliamente los fines de su creación”6. El proyecto no obtuvo, finalmente, la aprobación de la Cámara y quedó como un preclaro antecedente. Cafferata fue un distinguido médico cordobés, nacido 1877, de definida vocación social y política, que tradujo en una intensa actividad parlamentaria a favor de los sectores más desposeídos. Tuvo también inquietudes literarias reflejadas en páginas memorables . La Escuela Argentina Modelo El 10 de abril de 1918, Carlos María Biedma, con la colaboración de Rosario Vera Peñaloza, fundó en Buenos Aires la Escuela Argentina Modelo, cuya dirección ejerció hasta su muerte. Biedma había nacido en esa ciudad el 1º de marzo de 1878. Fue alumno y luego profesor del Colegio Nacional de Buenos Aires y se doctoró en derecho y ciencias sociales en la Universidad de Buenos Aires. En 1909 creó el Museo Escolar Argentino y al año siguiente el Museo Escolar Sarmiento, innovaciones ambas, que demostraron la vocación pedagógica del fundador de la Escuela. “Bien distante de todas las formas del positivismo que durante un tiempo aparentó imperar entre nosotros ―como lo expresa el profesor Enrique Mario Mayochi―, para realizar su obra Biedma se inspiró en dos fuentes: la conducta religiosa y el amor a la patria”7. Falleció en Buenos Aires el 9 de noviembre de 1946 . En cuanto a Rosario Vera Peñaloza, nació en La Rioja el 25 de diciembre de 1873, donde realizó sus estudios primarios y secundarios; luego se trasladó a Paraná, donde cursó el profesorado en la Escuela Normal, especializándose en jardín de infantes, con la dirección de Sara Ch. de Eccleston. Una vez egresada, cumplió funciones docentes en La Rioja, Paraná y Córdoba, donde fundó y dirigió varios establecimientos educativos. Prosiguió luego su carrera en Buenos Aires, donde fue directora de la Escuela Normal de Profesoras Nº 1 Roque Sáenz Peña y más tarde inspectora de enseñanza secundaria, normal y especial. Trabajó luego al lado de Biedma. Falleció el 28 de mayo de 1950 en su ciudad natal, adonde había regresado luego de cumplir una larga y fecunda trayectoria docente. Entre sus obras, cabe recordar: La didáctica froebeliana, Los jardines de infantes y La enseñanza de las matemáticas, entre otras . A Biedma le sucedieron en la conducción del establecimiento sus hijos Carlos José y Juan Martín, que mantuvieron la orientación pedagógica iniciada por su padre. Como vicedirectores se desempeñaron, en distintas épocas, prominentes educadores, entre los que podemos mencionar a Juan Mantovani, Hugo Calzetti, José D. Calderaro, Carlos María Gelly y Obes, Alfredo Manuel van Gelderen, Roberto Burton Meis y Enrique Germán Herz . Desde su fundación, la Escuela Argentina Modelo se propuso la realización de un proyecto educativo basado en una pedagogía y una didáctica renovadora, orientada a la actualización de la enseñanza, sobre todo en el área de las ciencias sociales. En su ámbito funcionaron los niveles preescolar, primario y secundario, a los que se añadió, a partir de 1967, un nivel de posgrado, con la creación del Instituto Superior Docente, dirigido por Van Gelderen, por el cual pasaron gran número de educadores que asistieron a sus cursos de perfeccionamiento . El Profesorado de Jardín de Infantes Como ya dijimos, en 1888 se creó en la Escuela Normal de Paraná el Profesorado de Kindergarten y en 1897, en Buenos Aires, la Escuela formal de Kindergarten, con la dirección de Sara Ch. de Eccleston, de efímera duración. Recién en 1937 se retomó la iniciativa con la creación del Profesorado de Jardín de Infantes en la Escuela Normal Nº 9 de la Capital Federal. Al año siguiente se instaló un jardín de infantes modelo, sobre cuya base se estableció el curso de profesorado en dos niños, al que se denominó Sara Ch. de Eccleston ―en homenaje esta educadora norteamericana de fecunda actuación entre nosotros― que subsiste en actualidad. Los Cursos de Cultura Católica Con motivo del fracaso de la iniciativa para establecer una Universidad Católica, en 1922, un grupo de estudiantes universitarios que, como» complemento de su preparación profesional universitaria, deseaban adquirir una sólida formación católica, con el decidido apoyo de Mons. Zacarías de Vizcarra ―sacerdote español adscripto a la arquidiócesis de Buenos Aires― constituyeron los Cursos de Cultura Católica. Compartieron la iniciativa otros distinguidos sacerdotes de la época, como Serafín Protin, Bruno Ávila y Vicente Sauras. Más adelante se sumaron los padres Manuel Moledo y Pérez Acosta. El primer director de los Cursos fue Atilio Dell’Oro Maini, a quien le sucedieron Jorge A . Mayol, Tomás’ D. Casares y Benjamín Bourse. La secretaría estuvo a cargo de Samuel W. Medrano y luego de Horacio O. Dondo. Los patrocinantes de iniciativa fueron: Joaquín S. de Anchorena, Rómulo Ayerza, Bernardino Bilbao, Fernando Bourdieu, Juan E Cafferata, Tomás R. Cullen, Ángel Estrada (h) y Santiago O’Farrell . Los primeros cursos que se dictaron, fueron de teología dogmática, teología moral, sagradas escrituras e historia de la Iglesia, a los que posteriormente se agregaron cursos de otras disciplinas. Además, a partir de marzo de 1928 se publicó la revista Criterio y desde abril de 1941, la revista Ortodoxia, con temas de teología y filosofía, y una serie de libros, que reprodujeron textos clásicos y dieron a conocer el pensamiento de los profesores de la casa, como los padres Juan R. Sepich, Bruno Ávila, Andrés Azcárate y Julio Meinvielle. También se editaron obras del padre dominico Reginaldo Garrigou-Lagrange y de Jacques Maritain, visitantes extranjeros que fueron conferenciantes de los Cursos. En 1936, por inspiración de Casares, que entonces presidía Cursos, se fundó la Escuela de Filosofía, cuyo primer director fue el padre Octavio Nicolás Derisi . Se desempeñaron como profesores el propio director y los padres Sepich y Marcelino Páez a quienes se sumó el padre Leonardo Castellani. A esta Escuela, que fue el fundamento de la futura Facultad de Filosofía de la Universidad Católica Argentina, concurrieron un nutrido número de inquietos jóvenes de aquella época que, con el curso del tiempo adquirieron justa fama en el quehacer intelectual o político, como Mario Amadeo, José María de Estrada, Juan Carlos Goyeneche, Benito Raffo Magnasco, Juan A. Casaubón, Máximo Etchecopar y el Hno. Septimio Walsh, de sobresaliente trayectoria posterior en la educación argentina . Paralelamente a la existencia de los Cursos, con la dirección de César E . Pico, se creó en 1927 el grupo Convivio, que funcionó como un encuentro de artistas cristianos, para discurrir sobre los distintos aspectos del arte y sus implicancias. A estas reuniones concurrieron celebrados poetas, como Francisco Luis Bernárdez, Ignacio B. Anzoátegui, Rafael Jijena Sánchez y Leopoldo Marechal y calificados pintores, como Juan Ballester Peña. De estas reuniones también surgió una nueva publicación, que tomó el nombre del grupo y que perduró durante varios años. La mejor época de los Cursos transcurrió entre los años 1928 y 1940, luego comenzaron a declinar. En 1934, con motivo del cincuentenario de la ley de educación común, los Cursos realizaron dos actos públicos “como repudio a la escuela laica”, en los que hablaron Casares, Anzoátegui, Pico y Medrano. En sus últimos años de existencia, a partir de 1946, el arzobispo de Buenos Aires, cardenal Santiago Luis Copello nombró director de los Cursos al canónigo Luis M. Etcheverry Boneo, de reconocida actuación en el campo educativo, con el que se inició otra etapa de esta institución, que pasó a denominarse Instituto Católico de Cultura. De inmediato se fundó una nueva Escuela, la de Economía, con la dirección de Francisco Valsecchi, y el Instituto de Ciencias, con la dirección de Eduardo Braun Menéndez. Así perduró el Instituto, hasta la creación en 1956 de la Universidad Católica Argentina, ocasión en la que se incorporó a ella con el nombre de Instituto de Cultura Universitaria, que cambió posteriormente por el deInstituto de Cultura y Extensión Universitaria, con el que sigue funcionando en la actualidad. En esta última etapa fueron directores del Instituto: Benito Raffo Magnasco, Florencio J. Arnaudo y el Pbro. Eduardo M . Taussig . Las Universidades Populares Argentinas Debido a la inquietud de Tomás A. Le Bretón y Victorino Ortega, se crearon en 1926 las Universidades Populares Argentinas (UPA) que, según palabras de Santiago Canop, que fue su secretario general, “buscaron perfeccionar los conocimientos de los alumnos que abandonaban ^ aulas de la escuela primaria . Perfeccionarlos en el conocimiento del Idioma, en oficios, en el cultivo del arte, buscando la formación de persogas capacitadas en el desempeño de sus funciones”8. Integraron el Consejo Superior: Domingo Selva, Cosme Manzoni, Custodio Maturana, Leopoldo Carelli, Felipe Fliess, Juan José de Soiza Reilly, José A. Quirno Costa, Ricardo Aldao, José Odorisio, Alfonso Castellanos Esquiú y Enrique Navarro Viola. La primera de estas universidades fue fundada en el barrio de la Boca, de la ciudad de Buenos Aires, por Le Bretón, que era entonces diputado nacional. Primer secretario fue Roberto M. Ortiz, luego presidente de la Nación. Las UPA obtuvieron el reconocimiento del Consejo Nacional de Educación durante la presidencia de Ángel Gallardo y fueron fiscalizadas por la Inspección de Escuelas para Adultos. En 1936 comenzó a publicarse una revista mensual de las UPA, con la dirección de Benjamín E. del Castillo, miembro de su Consejo Superior. En el aspecto asistencial, los alumnos de las UPA dispusieron de consultorios jurídico, médico y odontológico, con atención gratuita; y de una colonia de vacaciones en José de la Quintana, Provincia de Córdoba . El Colegio Libre de Estudios Superiores Un destacado grupo de intelectuales, entre los que se encontraban Roberto Giusti, Carlos Ibarguren, Alejandro Korn, Narciso Laclau, Aníbal Ponce y Luis Reissig, decidió, el 20 de mayo de 1930, la creación en Buenos Aires del Colegio Libre de Estudios Superiores.Según se expuso en el acta de fundación, se trataba de “constituir un organismo exento de carácter profesional, destinado a contribuir con el desarrollo de los estudios superiores y que, no siendo ni universidad profesional, ni tribuna de vulgarización, aspirara a tener la suficiente flexibilidad que le permitiera adaptarse a las necesidades y tendencias” . El Colegio promovió la realización de conferencias e investigaciones que estuvieron a cargo de calificados estudiosos del país y del extranjero, principalmente de orientación progresista, como Alfredo y Américo Ghioldi, Gregorio Halperin y Telma Reca. En este aspecto sobresalió la denominada “Cátedra Sarmiento”. Sus actividades se desarrollaron, sin interrupción, hasta su desaparición en 1950. En 1984, una comisión integrada, entre otros, por Antonio Battro, Germán Bidart Campos, Florencio Escardó, Raúl Matera, José E. Miguens y Luis Santaló, intentó su reorganización, pero sus esfuerzos resultaron vanos . El Instituto de Cultura Religiosa Superior Por iniciativa del arzobispo de Buenos Aires, Mons. Santiago Luis Copello, el 3 de mayo de 1933 se creó en Buenos Aires el Instituto de Cultura Religiosa Superior para dedicarse al estudio sistemático de las Ciencias Sagradas. Estrechamente vinculado a la fundación estuvo el Pbro. Jesús Montánchez, que inicialmente dictó la cátedra de exposición del dogma y luego fue nombrado rector del Instituto, cargo que desempeñó casi hasta su muerte, acaecida en 1975. También enseño moral e historia eclesiástica. El padre Montánchez había nacido en Olabarrieta, provincia de Vizcaya, España, en 1888. Se ordenó sacerdote en 1919 y desde 1930 se incorporó a la arquidiócesis de Buenos Aires, en la que se desempeñó como teniente cura en la parroquia de San Francisco Javier y luego en la de Nuestra Señora del Carmen. Al poco tiempo de su creación, la Sra. Juana González de Devoto donó su residencia para sede del Instituto, donde se dictaron las clases a partir de 1939. La capilla fue dedicada al Divino Maestro, a quien se había consagrado el Instituto. Fue desde entonces cuando se dedicó enteramente a esta obra Natalia Montes de Oca, quien fundó una nueva congregación religiosa, que tomó el nombre de Compañía del Divino Maestro. Debido a su empeño, en el ámbito del Instituto se organizó una Escuela de Ciencias Sagradas, con un ciclo básico de estudios teológicos, para formar agentes de pastoral; un curso de doctrina social de la Iglesia y cursos de iniciación a la Biblia y el Nuevo Testamento. Además, en el Instituto se dictaron cursos de antropología filosófica, historia del arte y literatura, y se estableció un taller de arte sacro, con orientación técnica y religiosa. En la década de los años 90 su actividad se fue desvaneciendo, hasta desaparecer en 1998. El Instituto Grafotécnico La Compañía de San Pablo, instituto secular fundado en 1920 en Milán, Italia, por el cardenal Andrés Carlos Ferrari, se instaló en nuestro país en 1928, siendo arzobispo de Buenos Aires Mons. José María Bottaro, por invitación del entonces nuncio apostólico Mons. Felipe Cortesi. Integraron el grupo inicial, llegado a Buenos Aires el 14 de agosto de ese año, los padres Juan Rossi y Pablo Ratti y los laicos Juan Terruggia y Valentina Nova. Desde entonces emprendieron diversas obras, de proyección social y educativa, entre las cuales sobresale la fundación, en 1934, del Instituto Grafotécnico, con una Escuela Superior de Periodismo, en la que se cursaban estudios técnicos y prácticos en tres años para especializarse en dicha profesión. Más tarde se agregó una Escuela de Traductores Literarios, con cursos de dos años de duración; y se creó el Instituto Cardenal Ferrari, incorporado a la enseñanza oficial, con el Profesorado Artesanal y Técnico, de dos años, con especialización en educación especial (un año) y en educación de adultos y tercera edad (un año) y la Escuela Superior de Turismo, de tres años de estudios . La Primera Conferencia Nacional sobre Analfabetismo Con el objeto de analizar las causas y proyecciones del analfabetismo, se realizó en Buenos Aires, en 1934, en conmemoración del cincuentenario de la sanción de la ley 1.420, laPrimera Conferencia Nacional de la que participaron representantes de todas las provincias y territorios nacionales. Entre ellos se puede mencionar a Rodolfo Moreno, José Arce, Maximio Victoria, Juan Manuel Chavarría, Juan Carlos Agulla, Rosario Vera Peñaloza, Arturo Marasso, Rodolfo Corominas Segura Berta Vidal de Battini, Juan B. Terán, Próspero Alemandri, Juan Mantovani, Ernesto Nelson y Juan Cassani. En la reunión se consideraron: los factores determinantes del analfabetismo, el plan para combatirlo, la acción del Estado y el estímulo de la acción privada, los medios para hacer cumplir la obligatoriedad escolar, la deserción escolar, el analfabetismo de adultos, la coordinación de la acción de la Nación y las provincias y la necesidad de actualización permanente de las estadísticas sobre analfabetismo. La conclusión más destacable fue la necesidad de mejorar la coordinación de los esfuerzos nacionales y provinciales mediante el aporte de recursos económicos y financieros adecuados. También se señaló la importancia de lograr la extensión de la labor de la escuela primaria para la atención de los adultos analfabetos, en horarios especiales. El Digesto de Educación Primaria El 6 de marzo de 1937, el Consejo Nacional de Educación aprobó el Digesto de Educación Primaria, instrumento jurídico destinado a regular el funcionamiento de las escuelas primarias, que fue un eficaz complemento de la ley 1.420 y tuvo una prolongada vigencia en el ámbito de su competencia . En lo referente a los derechos y obligaciones del personal directivo y docente establecía, por ejemplo, que los maestros encargados de la enseñanza en las escuelas públicas, estaban especialmente obligados a dar cumplimiento a la ley 1.420 “y a los programas y reglamentos que dicte para las escuelas la autoridad superior de las mismas”; a concurrir a las conferencias pedagógicas organizadas por el Consejo Nacional de Educación; a vigilar diariamente el aseo de los alumnos; a recibir las pruebas de exámenes de las escuelas particulares, etc. Precisaba, también, que estaba prohibido al personal docente: “Recibir emolumento alguno de los padres, tutores o encargados de los niños que concurren a sus escuelas”. “Ejercer dentro de la escuela o fuera de ella cualquier oficio, profesión o comercio que los inhabilite para cumplir asidua e imparcialmente las obligaciones del magisterio.” “Imponer a los alumnos castigos corporales o afrentosos.” “Dar lecciones particulares a los alumnos de sus escuelas.” “Hacer propaganda a favor o en contra de creencias religiosas opiniones políticas.” “Tocar a los alumnos, fuese con la mano, la regla o el puntero so pretexto de llamarles la atención, o tomarlos del brazo para hacerles obedecer”. “Besar al personal de la escuela o a los alumnos que concurriesen a la misma.” Como se ve, el Digestoera un verdadero código de disciplina y de ética, que rigió la conducta del magisterio argentino durante décadas . La Confederación Argentina de Maestros y Profesores Católicos Por iniciativa del sacerdote salesiano Roberto José Tavella, en mayo de 1933 se fundó elSindicato Católico de Maestros que, como su nombre lo indicaba, agrupó a los docentes de fe cristiana y católica que por entonces soportaban el embate de los militantes socialistas, que eran mayoría en las aulas, sobre todo en la Capital Federal. El año anterior monseñor Miguel de Andrea había creado el Sindicato Católico de Maestras. En 1936, al ser nombrado monseñor Tavella arzobispo de Salta, fue reemplazado por el padre Luis Correa Llano, también salesiano, quien promovió la organización de la Federación de Maestros y Profesores Católicos ―que absorbió a los sindicatos preexistentes― y la reunión de congresos nacionales de la Federación, que tuvieron lugar en los años 1937, 1940 y 1943. La Federación adoptó como lema: “Escuela cristiana, justicia para las mayorías católicas, respeto para las minorías disidentes”, que preparó el restablecimiento de la enseñanza religiosa, producido con la revolución militar de 1943 . Como consecuencia de la organización de nuevas Federaciones en el interior del país, se constituyó posteriormente la Confederación Argentina de Maestros y Profesores Católicos, con la asesoría general del padre Correa Llano. La Confederación proclamó como fines: “Agremiación, Cultura y Apostolado” y en el ámbito educativo concretó sus ideales en el lema: “Escuela Cristiana para la Familia Cristiana”. En 1947, al sancionarse la ley de enseñanza religiosa, era presidente de la Comisión Directiva Central Carlos A. Tuninetti y secretario José C. A. di Tomás. Tiempo después, la acción gremial adquirió autonomía con la creación de la Federación de Asociaciones Gremiales de Educadores (FAGE), que se vinculó con la Unión Mundial de Educadores Católicos (UMEC). Luego su acción fue decreciendo y, con motivo del Congreso Pedagógico de 1986, se transformó en elMovimiento de Educadores Católicos (MEC), que se identificó con la teología de la liberación. El proyecto de ley nacional de educación de 1939 En 1939, durante la presidencia de Roberto M. Ortiz, como culminación de varios ensayos anteriores, que hemos mencionado, se elaboró un Proyecto de ley nacional de Educación Común e Instrucción Primaria, Media y Especial, que finalmente no fue sancionado. Una comisión especial presidida por el ministro de Justicia e Instrucción Pública Jorge Eduardo Coll, e integrada por Horacio C . Rivarola, Carlos M. Biedma, Manuel S. Alier y Arturo Cancela, elaboró un proyecto de reforma del sistema educativo, de acuerdo con el cual la instrucción primaria y media comprenderían los siguientes órdenes de estudios: a) Educación primaria, dividida en dos ciclos: infantil y elemental, impartida en escuelas urbanas y rurales, b) Instrucción complementaria y especializada, c) Instrucción media, dividida en dos ciclos, d) Instrucción especial, e) Instrucción especial para deficientes mentales o de los sentidos . El proyecto reconocía la posibilidad de adscribir establecimientos privados a la enseñanza oficial, siempre que la enseñanza se diera de conformidad con los planes de instrucción general. También se admitía que toda persona tenía derecho de presentarse a examen ante cualquier establecimiento oficial. La obligación escolar comenzaba a los siete años de edad y podía cumplirse en las escuelas públicas o particulares o en el hogar del niño . En lo que se refiere a la escuela primaria, en general, el proyecto recogía las disposiciones vigentes de las leyes 1.420 y 4.874 y agregaba algunas nuevas, como la contenida en el artículo 39º, que establecía: “La escuela, además de su función principal de educar e instruir al niño, constituirá un centro de extensión de cultura al medio social; vinculará a los padres y vecinos a su acción educativa y a tal efecto se realizarán en ella actos públicos, conferencias, conciertos y exposiciones” . En cuanto a la educación media, se prescribía que el ingreso en los colegios e institutos oficiales se efectuaría mediante un examen escrito de selección. El primer ciclo del liceo comprendería cuatro años de estudios teórico-prácticos. El bachillerato se obtendría mediante un segundo ciclo de dos años de estudios generales intensivos. Los estudios del magisterio también requerían un segundo ciclo de estudios de dos años de duración. Además, el proyecto incluía un estatuto del magisterio de enseñanza primaria y otro del magisterio de enseñanza media y especial . Pese al intento de modernización del sistema, implícito en el proyecto, mantenía la tendencia centralizadora vigente desde el siglo anterior, en flagrante oposición al federalismo consagrado por la Constitución Nacional . Crítica al proyecto de reforma Con motivo de la consideración de este proyecto, un grupo de personalidades del catolicismo, publicó un libro con el título de La enseñanza nacional (1940), en el que, como expresa en la presentación el padre Andrés Doglia S.J. ―presidente del Consejo Superior Católico de Educación―, se señalan las fallas en la ley proyectada. Las colaboraciones reunidas pertenecían a Gustavo J. Franceschi, Guillermo Furlong, Leonardo Castellani, Alejandro E. Bunge, Pablo A. Ramella, Ernesto Palacio, Juan T. Lewis y Carlos Aguilar. Por entonces el padre Castellani también había publicado un importante volumen sobreReforma de la enseñanza (1939), con una introducción del ex ministro Celestino Marcó, en el que sostuvo que dicha reforma debía apoyarse en las siguientes bases: 1 . Colaboración orgánica en la educación pública, de las tres sociedades concernidas esencialmente en ella: la familia, el Estado y la Iglesia. 2. Respeto sagrado de los derechos naturales del padre de familia sobre sus hijos. 3. Primacía parcial de cada una de las tres sociedades dentro de sus esferas específicas. De estos principios básicos derivaba las siguientes conclusiones: a. Abandono paulatino y prudente por parte del Estado, de su pretensión al monopolio de la enseñanza, b. Obtención para todo docente apto, de la libertad proporcionada a su responsabilidad y competencia, necesaria a su crecimiento y perfeccionamiento, c. Organización de la enseñanza privada en forma tal que se pudieran controlar sus deberes y de ese modo llegar a reconocer sus legítimos derechos . El padre Castellani había nacido el 16 de noviembre de 1899 en la ciudad de Reconquista, provincia de Santa Fe, donde cursó la escuela primaria. En 1913 ingresó en el Colegio de la Inmaculada, en la ciudad de Santa Fe, donde hizo sus estudios secundarios; y en 1918 inició el noviciado de la Compañía de Jesús, en Córdoba. Más tarde se trasladó a Buenos Aires, donde se desempeñó como profesor en el Colegio del Salvador y paralelamente siguió estudios de teología en el Seminario Metropolitano de Villa Devoto. En 1929 fue enviado a Europa para continuar su formación en la Universidad Gregoriana de Roma; allí se doctoró en filosofía y teología. Frecuentó luego la Universidad de la Sorbona, en París, en la que realizó estudios de psicología. Regresó de Europa en 1936 y obtuvo la cátedra de psicología en el Instituto Nacional del Profesorado Secundario de Buenos Aires. Al mismo tiempo ejerció su ministerio sacerdotal y practicó el periodismo . Sus colaboraciones se publicaron por entonces en los diarios La Nación y Cabildo y en la revista Criterio, abarcando casi todos los géneros, inclusive la poesía . Publicó, además, numerosos libros sobre los más diversos temas, algunos con el seudónimo de Jerónimo del Rey. Tradujo y comentó, también, la Suma Teológica de Santo Tomás de Aquino. De prosa combativa, nunca ahorró epítetos para referirse a quienes, entendía, desvirtuaban la tradición católica y atentaban contra la soberanía nacional. Su espíritu militante le valió ser primero suspendido y luego expulsado de la Compañía de Jesús. Una vez secularizado, pasó una época enseñando en Salta y luego regresó a Buenos Aires, donde dedicó los últimos años de su vida al estudio y la investigación. Falleció el 15 de marzo de 1981 . El progresismo pedagógico Por esa época llegó al país el pedagogo español Lorenzo Luzuriaga, que había ocupado cargos de responsabilidad en el gobierno socialista de la Segunda República Española (1931-1936). Luzuriaga se desempeñó entre nosotros como consejero y miembro del directorio de la Editorial Losada ―fundada por su compatriota Gonzalo Losada― donde tuvo a su cargo la sección pedagógica, dentro de la cual se publicaron varias colecciones, como: Biblioteca Pedagógica, Biblioteca del Maestro, La Escuela Activa, Cuadernos de Trabajo y La Nueva Educación, todas bajo el rubro Antología de Publicaciones de la Revista de Pedagogía, cuyos derechos había adquirido en España. Precisamente, a través de la Revista de Pedagogía, se había difundido entre nosotros la concepción piagetiana de la educación. Además se editaron varias de sus propias obras, como: Pedagogía, Historia de la educación, Antología pedagógica, Ideas pedagógicas del siglo XX y Métodos de la nueva educación, que todavía siguen figurando en los catálogos de la editorial mencionada. De esta manera el pensamiento de Luzuriaga penetró profusamente en el magisterio argentino de aquella época, que asimiló su enfoque progresista de la cuestión pedagógica, en abierta contradicción con la concepción católica tradicional, no sólo por las ediciones que propició, sino también por los cambios que propuso en nuestro sistema educativo, inspirado en la escuela nueva o escuela activa . Crisis del sistema universitario. La reforma de 1918 También tuvo lugar en esta etapa una nueva crisis del sistema universitario, que culminó con la reforma de 1918, la que logró imponer, por vía de la modificación de los estatutos universitarios, la participación estudiantil en el gobierno universitario y la docencia libre . En efecto, en 1917, a raíz de los acontecimientos revolucionarios en Rusia, que llevaron a la instalación del comunismo en el poder, se advirtió entre nosotros una gran agitación en el ambiente universitario. En la Universidad de Córdoba se produjeron disturbios estudiantiles, durante los cuales los agitadores de izquierda proclamaron que la universidad era la “república de los estudiantes” y, por lo tanto, éstos debían participar en su gobierno. Al año siguiente se constituyó la Federación Universitaria de Córdoba (FUC) y se realizó una huelga estudiantil para solicitar una reforma universitaria que contemplara dichas aspiraciones. Poco después se fundó la Federación Universitaria de Buenos Aires (FUBA). La inquietud se extendió a los colegios secundarios y dio lugar a la formación de los primeros centros de estudiantes de este nivel, cuya existencia fue prohibida en 1936, por una resolución del ministro de Justicia e Instrucción Pública Jorge de la Torre y nuevamente autorizada en 1984, por resolución del ministro de Educación y Justicia Carlos Aleonada Aramburú . Ante los acontecimientos ocurridos en la ciudad mediterránea, el gobierno nacional, desempeñado entonces por Hipólito Yrigoyen, dispuso la intervención de la Universidad de Córdoba, y designó para ejercerla al jurista José Nicolás Matienzo. Éste estableció un calendario de elecciones, que debía culminar el 15 de junio de 1918 con la reunión de la Asamblea universitaria para nombrar al nuevo rector. Ese día la Asamblea eligió al candidato de los católicos, Antonio Nores, por lo cual los reformistas interrumpieron el acto y proclamaron la huelga general . En esas circunstancias, el obispo de Córdoba, fray Zenón Bustos y Ferreyra, llamó la atención sobre los desbordes estudiantiles y su vinculación con la revolución social. No obstante, dos días después asumió Nores, pero como los disturbios continuaron, Yrigoyen intervino nuevamente la Universidad, que puso a cargo del ministro de Justicia e Instrucción Pública, José S. Salinas. Ínterin, la FUC ocupó la Universidad, que debió ser desalojada por fuerzas militares. El interventor nombró nuevo rector a Elíseo Soaje y a un grupo de decanos que conformaron a los estudiantes de la FUC, los que levantaron la huelga el 9 de octubre. Poco después se reanudaron las clases y se concedió el llamadotercio estudiantil, mediante la reforma de los Estatutos, en virtud del cual los estudiantes participarían en el gobierno de la Universidad, conjuntamente con los profesores y los graduados . En opinión de Fernando Martínez Paz, la reforma debe considerarse “no sólo como un movimiento universitario, sino como un movimiento social con caracteres revolucionarios [...]”9, por lo cual es necesario diferenciar a la reforma como mera expresión de la rebelión estudiantil y al reformismo como una corriente ideológica con implicancias políticas, identificada con el antiimperialismo y la aversión contra la Iglesia y el Ejército, considerados como depositarios de una tradición autoritaria que se repudiaba. Esta corriente tuvo vertientes partidarias en el radicalismo y el socialismo, que se perpetúan hasta nuestros días . El movimiento reformista Entre las figuras más representativas del movimiento reformista, que en su momento conmovió al país, debe mencionarse a Deodoro Roca ―autor del Manifiesto liminar―, Raúl Orgaz y Saúl Taborda. Este último, más tarde alejado de la ideología de la reforma, es autor de cuatro tomos de Investigaciones pedagógicas, en las que adopta una actitud crítica con respecto al positivismo, a la política escolar de la época y al ideal pedagógico sarmientino, de cepa individualista. Como sostiene Adelmo Montenegro, Taborda “invitó a los argentinos a no vivir de prestado sino a asumir con constancia y denuedo el deber de forjar una nación, de pensarla como una concreción original y de realizarla sin renuncia de la tradición fundadora”. “Era notoria ―agrega― su intención de reinstalar el pensamiento nacional en la tradición anterior a la que comienza con nuestro siglo XIX”10. Según Taborda, la educación, generada por la familia, la escuela y la Iglesia, debe desarrollar las virtualidades naturales del hombre. En los últimos años de su vida Taborda dirigió el Instituto Pedagógico de la Escuela Normal Superior de Córdoba . En cuanto al Manifiesto liminar de la reforma universitaria, contiene afirmaciones altisonantes que todavía encuentran repercusión en el ánimo de la juventud universitaria: “Nuestro régimen universitario, aun el más reciente ―sostiene con criterio subversivo―, es anacrónico. Está fundado sobre una especie de derecho divino del profesorado universitario. Se crea a sí mismo. En él nace y en él muere. Mantiene un alejamiento olímpico. La Federación Universitaria de Córdoba se alza para luchar contra el régimen y entiende que en ello le va la vida” . A juicio de Francisco J. Vocos, “quien ha formulado en forma más coherente y sincera el pensamiento reformista ha sido el doctor Julio V González”. “Con respecto a su naturaleza ―escribe González― nadie ignoraba que se trataba de un movimiento liberal y revolucionario, en cuanto él iba en contra del orden establecido, si bien no llegaron a convencerse de que este liberalismo se especificase como anticlericalismo o anticatolicismo”.11 Nuevas universidades nacionales Al año siguiente de los acontecimientos que tuvieron como epicentro a la ciudad de Córdoba, se creó la Universidad Nacional del Litoral, con sede en las ciudades de Santa Fe y Paraná; en 1921 se nacionalizo universidad provincial de Tucumán y en 1939 se creó laUniversidad Nacional de Cuyo, nombrándose primer rector a Edmundo Correas, con lo cual llegaron a seis las universidades nacionales. El origen de esta última institución educativa se encuentra en la preexistente Universidad Popular de Mendoza, y las gestiones para su creación se venían realizando desde 1923. Su primer consejo directivo estuvo integrado por Julio C. Raffo de la Reta y Manuel V. Lugones, por Mendoza; Salvador Doncel y Renato Aubone, por San Juan; y Nicolás Jofré y Reynaldo pastor, por San Luis . En el acto de inauguración, realizado el 27 de marzo de 1939, el rector afirmó que esta Universidad, “al par de la cultura general que es su fin dominante, pulsa y dirige las necesidades regionales en lo que al espíritu, la economía y las industrias se refiere”. A los dos años de su instalación la Universidad contaba con una Facultad de Filosofía y Letras; una Facultad de Ciencias, que comprendía las Escuelas de Ciencias Económicas, Agronomía e Ingeniería; un Instituto del Profesorado; un Instituto del Petróleo; una Escuela de Lenguas Vivas y una Academia de Bellas Artes y Conservatorio de Música y Arte Escénico . Notas 1 Leonardo Castellani. “La reforma de la enseñanza en su faz pedagógica”. En Carlos Aguilar y otros. Ob. cit., págs. 91 y 93 . 2 Alejandro E. Bunge. Una nueva Argentina. Buenos Aires, Hyspamérica, 1984, págs. 461 y 464 . 3 Cit. por M. H. Solari. Ob. cit., pág. 272 . 4 Consejo Nacional de Educación. Programas de Instrucción Primaria. Distribución por asuntos e instrucciones. Buenos Aires, 1939, pág. 6 . 5 Luis Jorge Zanotti. “Juan Emilio Cassani. Didáctica General de la Enseñanza Media”. En Cátedra y Vida. Buenos Aires, 1966, Nº 63, pág. 28 . 6 Cit. por María I. Piñero de Cafferata. Un hombre y una vida. Juan F. Cafferata. Buenos Aires, 1961, págs. 176 y 178 . 7 Enrique Mario Mayochi. “Carlos María Biedma y la pedagogía argentina”. En Carlos María Biedma. 1878-1946. Centenario de su nacimiento. Buenos Aires, 1979, pág. 12 . 8 Santiago Canop. Obra y acción de las Universidades Populares Argentinas. Buenos Aires, Macagno Hnos. y Landa, 1941, pág, 97 . 9 F. Martínez Paz. Ob. cit., pág.113 . 10 Adelmo R. Montenegro. “Saúl Taborda en la filosofía argentina”. En La Nación. Buenos Aires, 21 de octubre de 1984 . 11 Francisco José Vocos. El problema universitario y el movimiento reformista. Buenos Aires, Huemul, 1962, pág. 65 . 12 Reproducido por La Nación. Buenos Aires, 16 de agosto de 1989 . Octava etapa: Democratización de la enseñanza En la época de los gobiernos militares y el peronismo (1943-1983), se desarrolló, sobre todo, la educación técnica y prosperó la enseñanza privada, estimulada por el establecimiento de un régimen de mayor libertad. Asimismo, se extendió considerablemente el nivel medio en todas sus modalidades, cobró importancia la educación de adultos y se introdujo el concepto de educación permanente. Por otra parte, se fundó la Universidad Obrera Nacional, luego transformada en Universidad Tecnológica y se triplicaron las universidades nacionales existentes. Todo ello respondía a un proceso de democratización de la enseñanza, cuyo objetivo era lograr el acrecentamiento de la matrícula en todos los niveles, para facilitar el acceso a la educación de todos los sectores de la población, especialmente de aquéllos más carenciados. A ello contribuyó la gratuidad de la enseñanza, que se extendió a todos los niveles. La crisis de 1930 y el apogeo de los nacionalismos europeos, que propiciaban el retorno a las raíces históricas seculares, repercutió en nuestro país y condujo a la revolución militar de 1943, que intentó modificar el modelo imperante del hombre argentino, mediante el restablecimiento de la enseñanza religiosa y de la concepción hispano-católica de la cultura. El nuevo modelo logró subsistir durante la vigencia del peronismo, aunque fue duramente resistido ―dentro y fuera del partido gobernante― por los sectores liberales y marxistas que pugnaban, unos por recuperar el control de la cultura y la educación, y otros por conquistarlo. Con posterioridad a 1955, la alternancia de los gobiernos civiles y militares marcó la oscilación del modelo. Durante el mandato de los regímenes de derecho, la tendencia fue la vigorización del modelo liberal; en tanto que, durante la vigencia de los regímenes de facto, la tendencia fue la restauración del modelo tradicional, sin que se llegara a la postre, a una resolución definitiva. Los vaivenes políticos posteriores provocaron variadas alternativas, en las que, a pesar de los esfuerzos realizados por la corriente liberal y sus triunfos pasajeros, se mantuvo el predominio de la corriente tradicionalista que, a pesar de no haber podido mantener la vigencia de la enseñanza religiosa, restaurada en 1943 y nuevamente suprimida en 1954, alcanzó logros perdurables, como la obtención plena de la libertad de enseñanza a partir de 1956 y la posibilidad de establecer universidades privadas, hasta entonces vedada por la persistencia de un espíritu sectario. No obstante, en el último tramo de esta etapa este predominio fue perturbado seriamente por la acción de los grupos subversivos, de orientación marxista, que alteró el normal desenvolvimiento de las instituciones educativas. Nuevas corrientes educativas Durante el predominio del peronismo, se intentó imponer en el ámbito educativo ladoctrina justicialista, consagrada en la reforma constitucional de 1949 como la doctrina nacional. Consecuentemente, en el Segundo Plan Quinquenal, previsto para el período 1952-1957, se estableció, en materia de educación, que el objetivo fundamental era “realizar la formación moral, intelectual y física del pueblo sobre la base de los principios fundamentales de la doctrina nacional peronista que tiene como finalidad suprema alcanzar la felicidad del pueblo y la grandeza de la Nación mediante la justicia social, la independencia económica y la soberanía política, armonizando los valores materiales con los valores espirituales y los derechos del individuo con los derechos de la sociedad”. En los últimos años de la década de 1960 irrumpió una nueva corriente impulsada desde la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO): la educación permanente, que planteó la necesidad de “elevar y mantener al adulto en estado de participación”, tal como lo manifestó el Seminario Nacional de Educación Permanente reunido en Buenos Aires en 1970. En la misma ocasión se definió a la educación permanente como “el perfeccionamiento integral y sin solución de continuidad de la persona humana desde su nacimiento hasta su muerte”1. Paralelamente apareció otra corriente, la educación liberadora, de carácter subversivo, alentada por el pedagogo brasileño Paulo Freiré, autor de dos obras resonantes: La educación como práctica de la libertad (1967) y Pedagogía del oprimido (1969), en las que propugna una educación problematizadora, de orientación marxista, “que rompe con los esquemas verticales”. “De este modo ―escribe Freire―, el educador ya no es sólo el que educa sino aquél que, en tanto educa, es educado a través del diálogo con el educando, quien, al ser educado, también educa”2. Criterio subversivo, porque destruye el concepto tradicional de autoridad, legítimamente adquirida por el educador, quien debe ser el único conductor del proceso de enseñanza-aprendizaje. Para Freiré la pedagogía del oprimido es un instrumento político de lucha por la liberación. También se difundió por entonces una tercera corriente educativa, de inspiración cristiana, propiciada por el español Víctor García Hoz, director del Instituto de Pedagogía San José de Calasanz, dependiente del Consejo Superior de Investigaciones Científicas de España, y autor de obras fundamentales como La tarea profunda de educar (1965) y Principios de pedagogía sistemática (1967), que puso el acento en la educación personalizada,entendida como una síntesis, “en la cual el proceso de asimilación cultural se cumpla del modo más eficaz y más eficiente para la sociedad y la persona, y el proceso de autonomía individual igualmente se cumpla en función del perfeccionamiento de esa misma persona”. Por lo tanto, la educación personalizada, en el pensamiento de García Hoz, no sólo es “educación individualizada sino síntesis de la individualización y la socialización educativa, para el ejercicio de la libertad responsable y participada”3. Restablecimiento y nueva supresión de la enseñanza religiosa Producida la revolución militar de 1943, por iniciativa de Gustavo Martínez Zuviría, ministro de Justicia e Instrucción Pública del gobierno de facto, que presidía el general Pedro Pablo Ramírez, se restableció la enseñanza religiosa en todos los establecimientos educativos del Estado, por decreto del Poder Ejecutivo Nacional 18.411, del 31 de diciembre de ese año. En los considerandos del decreto se afirmaba que la ley 1.420 “no ha abolido la enseñanza religiosa en las escuelas, pero al fijarle un horario inconveniente la ha hecho imposible y ha dado pie a interpretaciones tendenciosas, que han acabado por hacer de la escuela argentina una escuela prácticamente atea”. En consecuencia, se dispuso que: “En todas las escuelas públicas de enseñanza primaria, post-primaria, secundaria y especial, la enseñanza de la religión católica será impartida como materia ordinaria de los respectivos planes de estudio”. Quedaban excluidos “aquellos educandos padres manifiesten expresa oposición por pertenecer a otra religión, respetándose así la libertad de conciencia. A esos alumnos se les dará instrucción moral”. Por el mismo decreto se creó la Dirección General de Instrucción Religiosa, cuyo primer titular fue el Pbro. Jesús E. López Moure, a quien le sucedió Leonardo Benítez de Aldama; y la Inspección General de Instrucción Religiosa, que tendría a su cargo la fiscalización de la enseñanza, que estuvo a cargo del Pbro. Alberto Escobar. Al año siguiente se comprobó que en la escuela primaria el 97,48% de los alumnos asistían a las clases de religión y el 2,52 %, a las de moral. Y en la escuela secundaria, las proporciones fueron del 95,47 % y el 6,53 % respectivamente. En el ámbito de la enseñanza primaria, por resolución del interventor en el Consejo Nacional de Educación, José Ignacio Olmedo de fecha 28 de marzo de 1944, se dispuso suministrar a los maestros el material necesario para su ilustración, a cuyo efecto se realizó la edición oficial en un solo volumen de los libros Instrucción religiosa, del Pbro. Galo Moret y Cien lecciones de historia sagrada, del Pbro. Juan Scavia. Con la posterior elección del coronel Juan Domingo Perón para la Presidencia de la Nación, de acuerdo con lo prometido por éste durante la campaña electoral, el decreto fue convertido en la ley 12.978, de 1947, luego de un agitado debate en la Cámara de Diputados, durante el cual, varios de los miembros del partido oficialista, provenientes de sectores de izquierda, se opusieron al proyecto. Entre los defensores del proyecto, sobresalió el diputado por Corrientes, Joaquín Díaz de Vivar. En 1946 se había constituido la Comisión Popular en Defensa de la Ley 1.420 y a fines de ese año, del 19 al 21 de diciembre, se reunió el Congreso Argentino de Educación Laica, que consideró los fundamentos filosóficos y sociales del laicismo, las bases de la educación laica y los métodos de lucha en pro de la educación laica, pero no ejerció ninguna influencia sobre la decisión adoptada. Ocho años después, durante el conflicto suscitado entre el Gobierno peronista y la Iglesia católica, la enseñanza religiosa fue nuevamente suprimida, por ley 14.401, del 23 de mayo de 1955. Protector de las escuelas primarias y secundarias Acorde con el espíritu de restauración de la enseñanza religiosa, el 30 de setiembre de 1949 se sancionó la ley 13.633, en virtud de la cual se declaró y reconoció “al fundador y maestro de pedagogos, San José de Calasanz, como Protector de las Escuelas Primarias y Secundarias del Estado y establecimientos de enseñanza incorporados”. Consecuentemente, se estableció que el día 25 de agosto de cada niño, “fecha en que se rememora la muerte de este ilustre precursor, se realizarán actos en las escuelas precitadas, con la presencia del alumnado, en los que se pongan de relieve la obra pedagógica realizada por este fundador y los beneficios sociales alcanzados con la instrucción y educación, como consecuencia de su iniciativa, creando escuelas gratuitas al alcance del pueblo”. Por el mismo texto legal, se dispuso que debía darse el nombre de este ilustre precursor de la pedagogía al Instituto de Didáctica de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires y a una calle pública de la ciudad de Buenos Aires. La Escuela Superior del Magisterio El interventor en el Consejo Nacional de Educación, José Ignacio Olmedo, creó en el año 1944 la Escuela Superior del Magisterio y le encomendó su dirección a Jordán Bruno Genta, un destacado profesor de filosofía, de militancia católica y nacionalista, que había sido interventor en la Universidad Nacional del Litoral. En el acto de inauguración de esta Escuela, efectuado el 1º de agosto de ese año, Genta sostuvo que “la escuela que adoptamos en el 80 para formar a las presentes y futuras generaciones de la Patria, es imagen y semejanza de un mercado de transacciones libres. La pedagogía extranjera que la estructura y le da sentido, es una pedagogía para uso de coloniales”. [...] “Se trata ―agregó más adelante― de reemplazar la historia falsificada de los doctores liberales, antitradicional, antiheroica, que reniega de nuestros egregios orígenes hispánicos y que se fundamenta en un explícito o implícito materialismo histórico, por una historia verdadera, tradicional, heroica, orgullosa de sus orígenes y animada por la vocación de grandeza nacional con que entramos en la existencia soberana.”4. Al año siguiente Genta fue nombrado rector del Instituto Nacional del Profesorado Secundario de la Capital, cargo en el que, al cabo de un mes de actividad, fue declarado cesante por el presidente de la Nación, general Edelmiro J. Farrell, acusado de falta de ecuanimidad y ponderación. Este hecho precipitó su renuncia como director de la Escuela Superior del Magisterio y la posterior desaparición de ésta inclusive. Fines de la educación Por decreto 26.944, del 4 de septiembre de 1947, suscripto por el presidente Perón, se estableció: “Que hasta tanto se dicten las leyes que unifiquen nuestra enseñanza pública, conviene adoptar principios normativos que impriman a la acción docente un sentido valioso en defensa de los más altos intereses de la nacionalidad”. Por lo cual, se dispuso que: “La enseñanza pública nacional se propondrá formar el hombre argentino con plena conciencia de su linaje, auténtica visión de los grandes destinos de la nacionalidad y ferviente voluntad histórica para servir a su patria y a la humanidad”. Desaparición y restablecimiento del Consejo Nacional de Educación Durante la vigencia del gobierno de facto se suprimió el Consejo Nacional de Educación y, en su lugar, se creó la Dirección General de Enseñanza Primaria. Esta decisión fue ratificada por la ley 13.548, sancionada el 11 de agosto de 1948, en el transcurso de la primera presidencia de Perón. Por decreto-ley del 7 de mayo de 1956, suscripto por el presidente del nuevo gobierno de facto, general Pedro Eugenio Aramburu, fue restablecido el Consejo Nacional de Educación. En el artículo 10º de dicho decreto, se dispuso que: “El Consejo Nacional de Educación coordinará sus funciones con las autoridades escolares de cada provincia en todo cuanto concierna a la instalación, desarrollo y funcionamiento de las escuelas nacionales existentes en su territorio, por medio de convenios [...]”. Asimismo, en el artículo 11º se estableció que el Consejo Nacional de Educación podría transferir a las provincias “todas o algunas de las escuelas nacionales en las condiciones que establezcan los convenios”. Y en el artículo 12º se previo que las escuelas que el Consejo Nacional de Educación creara en adelante en las provincias, “solamente podrán instalarse en lugares apartados de las ciudades cuidando de que reúnan las condiciones pedagógicas adecuadas a las exigencias y modalidades de la zona y de su población”. Creación de la Secretaría de Estado y del Ministerio de Educación Por decreto del presidente Perón, del 14 de febrero de 1948, se creó una nueva secretaría de Estado, que se denominó Secretaría de Educación de la Nación. De esta manera se separaron los ramos de Justicia e Instrucción Pública, que hasta entonces habían estado integrados en un solo ministerio. En los fundamentos de dicho decreto se afirmaba : “Que el despacho de los negocios de la Nación en los ramos de la justicia y de la instrucción pública y cultura por un departamento ministerial común, si bien consultó conveniencias y necesidades de la época en que se estructuraron los respectivos servicios, en la actualidad la creciente complejidad y extensión de los problemas que afectan a la enseñanza y la cultura públicas requieren la formación de un despacho especial que facilite su gobierno, sin las interferencias de preocupaciones extrañas a los cometidos propios y específicos de su particular jurisdicción”. De acuerdo con otro decreto firmado en la misma oportunidad, se nombró primer secretario de Educación a Oscar Ivanissevich ―médico cirujano de gran prestigio académico―, a quien se le otorgó la jerarquía de ministro, en la misma forma que lo eran entonces los secretarios de Trabajo y Previsión, de Industria y Comercio, de Salud Pública y de Aeronáutica. En marzo de 1949, la Secretaría pasó a ser Ministerio, aunque después de la revolución de 1955 volvió a ser Secretaría. En 1969, durante el gobierno de la Revolución Argentina, la Secretaría de Educación, que entonces dependía administrativamente del Ministerio del Interior y cuya titularidad desempeñaba Dardo Pérez Guilhou, se transformó en el Ministerio de Cultura y Educación, cuyo primer titular fue el propio Pérez Guilhou. La educación en la Constitución Nacional de 1949 y en el Segundo Plan Quinquenal En la reforma constitucional de 1949 se introdujo, entre otras modificaciones, un extenso capítulo, con un artículo único (37º), dedicado a los Derechos del trabajador, de la familia, de la ancianidad y de la educación y la cultura. Con referencia a este último aspecto, se estableció que: “La educación y la instrucción corresponden a la familia y a los establecimientos particulares y oficiales que colaboren con ella, conforme a lo que establezcan las leyes. Para ese fin, el Estado creará escuelas de primera enseñanza, secundarias, técnico profesionales, universidades y academias”. A esto se agregó que: “La enseñanza primaria elemental es obligatoria y será gratuita en las escuelas del Estado”. Y que: “La orientación profesional de los jóvenes, concebida como un complemento de la acción de instruir y educar, es una función social que el Estado ampara y fomenta mediante instituciones que guíen a los jóvenes hacia las actividades para las que posean naturales aptitudes y capacidad con el fin de que la adecuada elección profesional redunde en beneficio suyo y de la sociedad”. También se determinaba que “Las universidades tienen el derecho de gobernarse con autonomía, dentro de los límites establecidos por una ley especial que reglamentará su organización y funcionamiento”. Posteriormente, al sancionarse en 1952 por ley del Congreso, el Segundo Plan Quinquenal, en el Capítulo IV dedicado a la Educación, se estableció que: “En materia de educación, el objetivo fundamental de la Nación será realizar la formación moral, intelectual y física del pueblo, sobre la base de los principios fundamentales de la Doctrina Nacional Peronista, que tiene como finalidad suprema alcanzar la felicidad del pueblo y la grandeza de la Nación, mediante la justicia social, la independencia económica y la soberanía política, armonizando los valores materiales con los valores espirituales y los derechos del individuo con los derechos de la sociedad”. Disposición ésta que le daba un marcado carácter político partidario al contenido de la educación, que fue seriamente resistida por docentes y alumnos en los años subsiguientes, hasta la caída del peronismo en 1955. Por resolución del ministro de Educación, Armando Méndez San Martín, del 10 de octubre de 1952, se autorizó a la Dirección General de Enseñanza Primaria ―que, como dijimos, había reemplazado al Consejo Nacional de Educación― para preparar una serie deCuadernos para el Maestro Argentino y se aprobaron el primero y el segundo de dichos Cuadernos, titulados, respectivamente, Justicialismo y Observaciones sobre los Programas de Educación Primaria. Al primero se le agregó, al año siguiente, una segunda parte sobre el Segundo Plan Quinquenal. Los programas de “desenvolvimiento” A partir de 1950 se comenzaron a aplicar en la enseñanza primaria los nuevos programas de desenvolvimiento, estructurados de acuerdo con la reforma proyectada por el subsecretario de Educación, Jorge Pedro Arizaga, en 1947, según los preceptos emanados del Primer Plan Quinquenal de gobierno. Nacido en Bragado, Provincia de Buenos Aires, en 1903, tuvo una dilatada actuación en la educación argentina. En 1949 publicó un libro titulado Hacia una educación nacional argentina. Para facilitar la tarea de los maestros, la Agremiación del Docente Argentino, entidad gremial que agrupaba a los maestros adictos al gobierno peronista, publicó desde 1951, en su revista ADA, dirigida por Domingo R. Ianantuoni, el desarrollo de dichos programas, de manera semejante a lo que venía haciéndolo la revista La Obra, de antiguo arraigo en la docencia argentina. En sus páginas se incluyeron, además, consejos gremiales y colaboraciones de distinguidos escritores, como Aurelio García Elorrio, Vicente D. Sierra y Ana María Galileano. Por otra parte, desde mayo de 1948, el Consejo Nacional de Educación, cuyo interventor era entonces Federico A. Daus, venía publicando, con la dirección de Vicente Fidel López, la revista Guión, que había reemplazado a El Monitor de la Educación Común. En cuanto a la revista ADA, cambió su denominación por la de UDA, cuando el gremio que la publicaba pasó a llamarse Unión del Docente Argentino. El Estatuto del Docente En 1954, por un decreto del Poder Ejecutivo Nacional, suscripto por el general Perón y refrendado por el ministro Méndez San Martín, de fecha 14 de setiembre, se estableció elEstatuto Profesional del Docente del General Perón. De acuerdo con lo dispuesto en el artículo 1º, se considerarían docentes y tendrían estado docente “las personas que orientan, fiscalizan, dirigen, imparten o mantienen directamente, con sujeción a normas pedagógicas, la educación general o la enseñanza sistematizada, teórica o práctica, en reparticiones, organismos o establecimientos educacionales oficiales dependientes del Ministerio de Educación de la Nación”. Según el artículo 3º, el estado docente se perdía por renuncia, cesantía o exoneración. Serían deberes del docente: “Formar en sus alumnos una conciencia patriótica de respeto a la Constitución y a la Ley, sobre la base de la Doctrina Nacional Peronista [...]” (art. 4º). Entre los derechos, se reconocía el ejercicio de los derechos políticos, el derecho de agremiarse y el derecho a la estabilidad en el desempeño de sus funciones (art. 5º). Los ascensos a los diversos cargos jerárquicos se conferirían “al personal que haya satisfecho las condiciones de idoneidad profesional, cursos o exámenes de perfeccionamiento que establezca la reglamentación y antigüedad de la docencia y en el cargo, lo que, para cada caso particular, será apreciado por la Junta de Calificación” (art. 13º). La Junta estaría integrada por los directores generales de Enseñanza y un representante de los docentes por cada una de las ramas, designados por dos años por el Poder Ejecutivo, a propuesta del Ministerio de Educación (art. 14º). Por el artículo 25º se establecía que: “El personal docente que se encuentre en el desempeño de su cargo, tendrá derecho a solicitar traslado después de dos años consecutivos de actuación en el mismo establecimiento o en la misma localidad”. Con la revolución militar de 1955, este Estatuto quedó sin efecto, pero al año siguiente, el gobierno de facto sancionó, por decreto 16.767, proyectado por una comisión presidida por el destacado educador Próspero Alemandri, otro Estatuto que, con algunas modificaciones, fue ratificado por la ley 14.473, en 1958, completada por el decreto reglamentario 8.188 del mismo año. “Este Estatuto ―como observan los profesores Mariano Brotto y Eduardo Naddeo― constituye una de las más elocuentes conquistas legales de la docencia argentina [...], aunque su espíritu y su letra no siempre se cumplieron, por incomprensiones legales o por intereses personales”5. En el Título I, por el artículo 1º: “Se considera docente [...], a quien imparte, dirige, supervisa u orienta la educación general y la enseñanza sistematizada, así como a quien colabora directamente en esas funciones, [...]”. En el artículo 3º se establece que “El personal docente adquiere los deberes y derechos establecidos [...] desde el momento en que se hace cargo de la función para la que es designado [...]”. Y en el artículo 4º se dispone que: “Los deberes y derechos del personal docente se extinguen: a) Por renuncia aceptada, salvo en el caso en que ésta sea presentada para acogerse a los beneficios de la jubilación; b) Por cesantía; c) Por exoneración”. En cuanto a los deberes y derechos del docente, en el artículo 5º se enumeran los deberes, “sin perjuicio de los que establezcan las leyes y decretos generales para el personal civil de la Nación”. Y en el artículo 6º se establecen los derechos, también sin perjuicio de los que reconozcan las leyes y decretos generales para el personal civil de la Nación. En los capítulos siguientes del mismo título, la ley se refiere, entre otros aspectos, a: la carrera docente, la estabilidad, el perfeccionamiento, las remuneraciones, las jubilaciones y la disciplina. El Título II reúne las disposiciones especiales para la enseñanza primaria; el III, para la enseñanza media; el IV, para la enseñanza técnica; el Y, para la enseñanza superior; el VI, para la enseñanza artística; el VII para otros organismos dependientes del Ministerio de Educación y el VIII, reúne normas especiales para la enseñanza adscripta. En los años subsiguientes se sancionaron numerosas disposiciones complementarias referentes al régimen de jubilaciones y al régimen laboral y de remuneraciones. Cabe destacar la sanción, en 1972, de la ley 19.524 sobre el Régimen de Escuelas de Zona y Áreas de Frontera, cuyo personal debió someterse a disposiciones especiales y gozó de una bonificación por función diferenciada. La Comisión Nacional de Aprendizaje y Orientación Profesional Por decreto 14.538 del Gobierno de facto, el 3 de junio de 1944 se creó la Comisión Nacional de Aprendizaje y Orientación Profesional, con carácter autárquico, y cuyas relaciones con el Poder Ejecutivo Nacional se establecerían por intermedio de la Secretaría de Trabajo y Previsión (actual Ministerio de Trabajo). Bajo la dependencia de la Comisión, se creó también la Dirección General de Aprendizaje y Trabajo de los Menores, la que tendría a su cargo la dirección, inspección y contralor de todos los servicios establecidos. Anexo a esta Dirección, se creó, asimismo, un Instituto de Psicotecnia y Orientación Profesional para asistir a los menores. Este decreto estableció que correspondía al Estado la vigilancia, contralor y dirección del trabajo y aprendizaje de los menores de 14 a 18 niños de edad. Para la admisión al aprendizaje se daría preferencia a aquéllos que hubieran concluido la escuela primaria. Mediante el aprendizaje se procuraba asegurar al menor la enseñanza efectiva de un oficio o trabajo; que los trabajos tuvieran una graduación y metodización que respondieran al desarrollo de los procesos técnicos en la actividad u oficio que constituyan su aprendizaje y contemplaran, a la vez, su edad y fuerza física; y que la enseñanza teórica fuera un complemento del trabajo ejecutado, incluyéndose a la vez aquellos conocimientos indispensables para su formación cultural, moral y cívica. Los cursos serían de aprendizaje, para aprendices de 14 a 16 años de edad que trabajaran 4 horas; o complementarios, para menores de 16 a 18 años que trabajaran 8 horas. También se dispuso que la Secretaría de Trabajo y Previsión instalaría por su cuenta o coordinaría con otros ministerios o instituciones, “la instalación de escuelas-fábricas y colonias-escuelas para resolver el problema de menores inadaptados, deficientes, huérfanos o abandonados, bajo un régimen mixto de enseñanza y producción y con una organización que permita la atención integral del menor: médica, pedagógica, moral y profesional”. Al año siguiente, por otro decreto Nº 6.648, de fecha 24 de marzo, a pedido de la Unión Industrial Argentina, se modificaron algunas disposiciones del decreto anterior, contemplándose la posibilidad de organizar cursos similares de aprendizaje “para obreros adultos que deseen perfeccionar su cultura general o sus conocimientos técnicos o artesanales”. Se estableció, además, la creación de un Fondo para Aprendizaje, que sería administrado directamente por la Comisión Nacional de Aprendizaje y Orientación Profesional y la aplicación de un impuesto para aprendizaje, sobre el total de remuneraciones pagadas al personal de establecimientos industriales. Posteriormente, con la restauración del estado de derecho, la existencia de la Comisión Nacional de Aprendizaje y Orientación Profesional fue ratificada por ley 12.921, sancionada el 21 de diciembre de 1946. Las misiones monotécnicas y de extensión cultural Por otra parte, las misiones monotécnicas y de extensión cultural, creadas por decreto del Poder Ejecutivo Nacional del 17 de julio de 1947, tenían por objeto la capacitación técnica y cultural en el primer grado de la artesanía rural. El ciclo se cumplía en dos años y la residencia en cada población se extendía por períodos de igual término renovables. El plan de estudios comprendía un ciclo de materias técnicas y de trabajo de taller en relación con la especialidad de cada misión y un grupo de materias humanísticas obligatorias, comunes a todas las especialidades. El director de cada misión sería, a la vez, el maestro de taller. En 1948 se unificaron las antiguas escuelas de artes y oficios y las industriales, y aun las llamadas técnicas de oficios, todas las cuales se llamarían en adelante escuelas industriales,con siete años de estudios comprensivos de tres ciclos: 1) Ciclo de capacitación o básico, de dos años de duración, a cuyo término el alumno obtendría el título de “obrero capacitado”; 2) Ciclo medio, de dos años y título de “experto” en un oficio; y 3) Ciclo superior, de tres años y título de “técnico”. El Consejo Nacional de Educación Técnica En 1956 se proyectó la creación de un Consejo Nacional de Enseñanza Técnica “como entidad descentralizada, dependiente del Ministerio de Educación y Justicia de la Nación, con plena autarquía en el orden funcional, administrativo y económico-financiero”, pero esta iniciativa recién pudo concretarse años más tarde, con la sanción de la ley 15.240, del 15 de noviembre de 1959, modificada por ley 19.206, del 2 de setiembre de 1971, por la cual se creó el Consejo Nacional de Educación Técnica (CONET), como organismo autárquico, dependiente directamente del ministro de Educación, a cuyo cargo se puso la dirección, supervisión y organización de la educación técnica y de la formación profesional. Las funciones ejecutivas de este Consejo eran ejercidas por un presidente, nombrado por el Poder Ejecutivo Nacional y por ocho miembros, designados también por el Poder Ejecutivo, en la siguiente forma: tres vocales que representaban a la docencia técnica; un vocal nombrado por el Ministerio de Trabajo; uno en representación de las asociaciones profesionales docentes de actuación en el Consejo; dos por las asociaciones empresarias; y uno por la central obrera o por un gremio de trabajadores ligado a la educación técnica. De este cuerpo colegiado dependían diversos organismos de conducción educativa, apoyo técnico y apoyo administrativo que, en conjunto, configuraban la estructura institucional del Consejo. Como primer presidente del CONET fue designado Ernesto Babino, que se desempeñaba entonces como director general de Enseñanza Técnica y había participado en la preparación del proyecto de ley de creación de ese nuevo organismo. Los organismos de conducción educativa del CONET eran: la Dirección General de Enseñanza Técnica, que asistía al presidente en la supervisión general de la educación técnica, de acuerdo con los planes y programas aprobados; y la Dirección General de Formación Profesional, que asesoraba al presidente en la formación profesional y artesanal, también de acuerdo con los planes y programas aprobados. Como organismo de apoyo técnico existía una Dirección General de Planeamiento y Programación, que se ocupaba del estudio y aplicación de las técnicas que debían emplearse para la estructuración y administración del presupuesto-programa y su correspondiente formulación y proyecto. Dirigía también la promoción y extensión de la educación técnica y formación profesional y artesanal y asistía en la planificación, programación y normatización de su desarrollo. Y como organismo de apoyo administrativo, funcionaba una Dirección General de Administración, que dirigía los servicios administrativo-contables de jurisdicción del Consejo y la administración de los servicios generales. El Instituto del Profesorado Técnico Para la formación docente de los profesionales que requerían las escuelas del CONET, se creó, por decreto 15.858, del 26 de noviembre de 1959, el Instituto Nacional Superior del Profesorado Técnico, complementado luego por el decreto 910, del 9 de febrero de 1965. El Instituto comenzó a funcionar en 1964, con la dirección de Leonardo Cozza, que fue designado rector organizador y permaneció en el cargo hasta 1972. Los objetivos institucionales de este nuevo establecimiento educativo, fueron, entre otros: “Formar personal docente para las distintas ramas y niveles de la educación técnica y vocacional, de acuerdo con las necesidades y exigencias de recursos humanos previsibles”. “Asegurar la formación general, científica y técnico-docente en el más alto grado de acuerdo con los objetivos de nivel de cada carrera.” “Procurar el perfeccionamiento del personal docente en ejercicio en las distintas funciones y niveles que se requieran.” “Actuar como Escuela Superior de Perfeccionamiento, Conducción y Supervisión Docente.” Los títulos otorgados por este Instituto fueron: a) Profesor en disciplinas industriales. b) Profesor de enseñanza práctica, c) Maestro de enseñanza práctica. Además se otorgaron certificados de capacitación docente, de instructor y de especialización o perfeccionamiento. El sistema de educación dual En 1980, por iniciativa de Carlos Burundarena ―que se desempeñaba como su presidente― se introdujo en el CONET una nueva e interesante experiencia educativa, elSistema de Enseñanza Técnica Dual (escuela-empresa), “para la formación de personal calificado en el desempeño de diversos oficios y ocupaciones típicas de los sectores industriales y de servicios”. Este nuevo Sistema de enseñanza escuela-empresa, incluyó, en una primera etapa piloto, la participación de 500 alumnos de la Capital Federal y de las provincias de Córdoba, San Juan, Santa Fe y Buenos Aires, con la colaboración de 45 establecimientos industriales. Para acceder al Sistema Dual se estableció que los aspirantes debían tener aprobado el ciclo básico común de tres años de las escuelas de educación técnica o hasta el segundo año, si a la fecha de su ingreso hubieran cumplido 16 años de edad. Este Sistema, que debía cumplirse durante dos años, imponía a sus alumnos 36 horas de clase semanales distribuidas en 12 horas de aprendizaje teórico en la escuela y 24 horas de práctica laboral en la empresa asignada. La asistencia debía cumplirse dos días de 6 horas de clases en la escuela, durante nueve meses, y tres días, de 8 horas de actividad en la empresa, durante once meses. Al finalizar este ciclo, el estudiante egresaría como auxiliar técnico en su especialidad, que se podía completar con un ciclo superior de dos años y alcanzar el título de técnico en la especialidad elegida. El Consejo Nacional de Educación Técnica, de fecunda trayectoria en la historia de la educación argentina, perduró hasta 1995 en que, por decreto 606, del presidente de la Nación Carlos Saúl Menem, se dispuso su disolución y la inmediata creación del Instituto Nacional de Educación Tecnológica (INET), bajo la dependencia directa de la Secretaría de Programación y Evaluación Educativa del Ministerio de Educación. La Universidad Obrera Nacional Por ley 13.229, del 19 de agosto de 1948, se habían creado los cursos de perfeccionamiento técnico en las escuelas dependientes de la Comisión Nacional de Aprendizaje y Orientación Profesional, previéndose para los egresados de dicho ciclo, de cuatro años de duración, el título de técnico de fábrica o de técnico industrial, otorgado este último por las escuelas industriales. En virtud del mismo instrumento legal, en 1953 se creó la Universidad Obrera Nacional,para “la formación integral de profesionales de origen obrero”, cuyos egresados obtendrían el título de ingeniero de fábrica. Para ingresar en la Universidad se requería poseer el título de técnico de fábrica o de técnico industrial En 1959, por ley 14.885 se cambió el nombre de esta casa de estudios por el de Universidad Tecnológica Nacional, que ostenta en la actualidad, y se le otorgó autarquía. De acuerdo con sus estatutos, su fin específico es el de crear, preservar y transmitir la cultura superior en el campo de la tecnología, para lo cual debe formar profesionales “dotados de una adecuada formación técnica, cultural y humanística y un espíritu de solidaridad social, que los haga aptos para satisfacer las necesidades de la industria y para desenvolverse en los planos directivos de la industria y de la comunidad”. Esta Universidad se caracteriza, además, por tener una sede central en la ciudad de Buenos Aires, donde funciona el rectorado, y treinta facultades regionales diseminadas en toda la extensión del país. En Buenos Aires se cursan carreras especializadas en ingeniería eléctrica, electrónica, mecánica, metalurgia, naval, química, textil y construcciones. En el interior del país, las especialidades que se cursan en las facultades regionales responden a las necesidades de su zona de influencia. Las carreras comprenden tres ciclos: a) el básico, común a todas las especialidades; b) el de materias básicas de ingeniería, integrado por materias que son comunes a todas las especialidades; y c) el de especialización, constituido por las asignaturas específicas de cada carrera, que incluye, además, un conjunto de materias que abarcan conocimientos de economía, legislación y temas humanísticos. Existen también cursos de posgrado y de extensión en ingeniería nuclear, maquinaria vial, ingeniería vial, ingeniería sanitaria, higiene y seguridad industrial, etc. En la Universidad existe también un Centro de Investigaciones Tecnológicas (CIT), que depende del rectorado, y un Centro de Cálculo, para promover la difusión y el empleo de las técnicas del cálculo numérico, el procesamiento de la información y la experimentación numérica orientada hacia los problemas tecnológicos. La ley sobre enseñanza privada En 1947 se sancionó la ley 13.047 sobre Estatuto del personal docente de los establecimientos de enseñanza privada, en virtud de la cual se dispuso que el Poder Ejecutivo Nacional llevaría un registro de todos los establecimientos privados de enseñanza y de su personal y clasificaría los establecimientos en: a) adscriptos a la enseñanza oficial, que comprendía a los institutos fiscalizados por el Estado; b) libres, que abarcaba a los establecimientos que siguiendo los planes y programas oficiales, no estaban fiscalizados; y c) establecimientos de enseñanza en general, que eran los no incluidos en los casos anteriores. El personal directivo, docente, administrativo, de maestranza y de servicio de todos los establecimientos privados de enseñanza tendría derecho: a la estabilidad, al sueldo y salario mínimo, a la bonificación por antigüedad y a la inamovilidad en la localidad donde prestara servicios. Además, se dispuso que el personal directivo y docente tendría los mismos deberes, se ajustaría a las mismas incompatibilidades y gozaría de los mismos derechos establecidos para el personal de los establecimientos oficiales; los servicios prestados en institutos privados serían computables para optar a aquellos cargos y categorías de la enseñanza oficial que requirieran antigüedad en la docencia; y sólo podía ser removido, sin derecho a preaviso ni indemnización, por causa de inconducta, mal desempeño de sus deberes o incapacidad física o mental, previa sustanciación del sumario correspondiente. “¿Influyó la ley 13.047 en el boom de la enseñanza privada, característica de las décadas del 50 y 60 y parte de la del 70? ―se preguntaba el Hno. Septimio Walsh cuarenta años después―. Contestaríamos afirmativamente sobre todo en el florecimiento de los institutos incorporados gratuitos. Poblaciones reducidas del interior, o aisladas de los grandes centros urbanos, fueron posibles y nacieron gracias a esa ley. Ni pensar en ellos hubiera sido posible sin ella. Hay que decir, por tanto, que la ley 13.047 y la institucionalización, por su conducto, de la subvención estatal, deben ser consideradas como muy inteligentes medidas del Estado argentino y de sus legisladores del momento, en orden a la promoción del bien común y de la igualdad de oportunidades” El Hermano Septimio, cuyo nombre civil era Tomás A. Walsh, fue uno de los más grandes propulsores de la enseñanza privada en nuestro país. Nació en Navarro, provincia de Buenos Aires, el 5 de abril de 1914 y a temprana edad ingresó en el Seminario Marista de Lujan. En 1936 hizo su profesión religiosa perpetua y desde entonces se dedicó, sin descanso, a la tarea educativa. Actuó primero en varios colegios de Lujan, Morón y Marcos Juárez; fue luego profesor en la Escuela Normal Superior Marcelino Champagnat, de Lujan; y se integró más tarde en la comunidad marista de la ciudad de Buenos Aires. Continuó entonces sus estudios en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires, en la que obtuvo el título de profesor en Letras en 1947. Cinco años después fue designado secretario del Consejo Superior de Educación Católica, cargo que ejerció con extraordinaria eficacia y competencia hasta su muerte. Fue, además, desde 1952, rector del Instituto del Profesorado de dicho Consejo y en 1963 fundó el periódico Consudec, del que fue director, en ambos casos también hasta su deceso, ocurrido en Buenos Aires el 2 de julio de 1990. “El Hno. Septimio ―como lo subraya el Hno. Roberto González, que lo acompañó eficazmente en gran parte de su trayectoria―, estaba dotado de una inteligencia brillante, ágil y profunda; de una memoria privilegiada, excepcional; de una voluntad firme, calibrada, y de una constancia sin desmayos en la prosecución de sus ideales apostólicos docentes; de un corazón generoso, que latía en permanente entrega a las necesidades y preocupaciones de niños, adolescentes, jóvenes y adultos de toda clase y condición social; [...]”7. El Consejo Gremial de la Enseñanza Privada Por la misma ley 13.047 [art. 27º ] se creó el Consejo Gremial de la Enseñanza Privada,integrado por cuatro representantes del Ministerio de Justicia e Instrucción Pública (actual Ministerio de Cultura y Educación); dos de la Secretaría de Trabajo y Previsión (actual Ministerio de Trabajo); dos patronales (uno por los establecimientos religiosos y uno por los laicos); un representante patronal de los establecimientos no fiscalizados y tres representantes del personal (uno por los profesores, uno por los maestros y uno por el restante personal). El presidente sería designado por el Poder Ejecutivo. El Consejo tenía como atribuciones: a) Intervenir en la fiscalización de las relaciones emergentes del contrato de empleo privado en enseñanza; y b) resolver las cuestiones relativas al sueldo, estabilidad, inamovilidad y condiciones de trabajo del personal. De las resoluciones del Consejo Gremial podría interponerse recurso jerárquico ante el Poder Ejecutivo. La Superintendencia Nacional de la Enseñanza Privada En 1959, durante la presidencia de Arturo Frondizi, se creó, en jurisdicción del Ministerio de Educación, la Dirección General de Enseñanza Privada, a los efectos de establecer un servicio ordenado para el tratamiento de los asuntos inherentes a la enseñanza privada en sus relaciones con el Estado. Como primer director fue nombrado Octavio L. Prud’homme, que se desempeñaba como segundo jefe del Despacho General del Ministerio y acumulaba una gran experiencia jurídico-administrativa. Un año después, debido a la insuficiencia de la estructura de dicha Dirección, por decreto 9.247, se transformó en el Servicio Nacional de la Enseñanza Privada (SNEP) ―cuyo primer jefe y verdadero organizador fue el profesor Alfredo Manuel van Gelderen―, con el objeto de reunir en un solo organismo la supervisión de todos los establecimientos de ese carácter; hasta que en 1968 cambió su denominación por la de Superintendencia Nacional de la Enseñanza Privada, que conservó hasta su extinción en 1995. De acuerdo con el decreto de creación, integraban el Servicio Nacional de la Enseñanza Privada, en su estructura superior, las siguientes dependencias: 1. El Consejo Consultivo Nacional. 2. El Servicio Técnico. 3. El Servicio Pedagógico. 4. La Secretaría de Despacho. 5. El Consejo Gremial de la Enseñanza Privada. El Consejo Consultivo estaba concebido como un organismo de asesoramiento y estudio integrado por vocales ad-honorem, que durarían tres años en sus funciones y se ordenarían en salas de no más de cinco miembros cada una, conforme al siguiente detalle: 1) Coordinación y orientación general de la actividad educativa. 2) Régimen de trabajo, de previsión y, seguridad social del personal. 3) Enseñanza elemental, formación humanística y primeros ciclos en el nivel medio. 4) Segundos ciclos y formación pre-universitaria, profesional y cursos de perfeccionamiento y capacitación. 5) Enseñanza superior y formación cultural y científica en el nivel superior. 6) Enseñanza agrotécnica y formación de la juventud para colaborar en la obra y transformación social, económica y cultural de la comunidad rural. 7) Arquitectura escolar. 8) Educación artística y artesanías. 9) Necesidades de la industria en materia de enseñanza y adiestramiento. 10) Problemas médico-educativos. Educación de diferenciados. 11) Obras sociales y actividades culturales y físicas para la juventud. Sería presidente nato del Consejo Consultivo el ministro de Educación y presidente ordinario el jefe del Servicio Nacional. Los vocales del Consejo Consultivo serían nombrados por el Poder Ejecutivo a propuesta del ministro de Educación y las designaciones debían recaer en especialistas, “que sean además figuras representativas de los intereses y orientaciones de la enseñanza privada o tengan adhesión a sus fines”. La normatización de la enseñanza privada En esta etapa se dictaron decretos fundamentales para la normatización de la enseñanza privada. El decreto 12.179, del 3 de octubre de 1960, reglamentó el funcionamiento de los institutos privados de enseñanza. A tal efecto, los institutos fueron considerados como unidades técnico-docentes de gestión propia, por lo cual la documentación debía ser conservada en los propios institutos. Para comprobar el cumplimiento de lo dispuesto, también se estableció que el Ministerio de Educación debía disponer la conveniente inspección de los institutos. Posteriormente, el decreto 15, del 2 de enero de 1964, reglamentó la contribución del Estado para el pago de sueldos al personal docente de los institutos privados. De acuerdo con el régimen establecido, los institutos se clasificarían en dos grupos: a) Los establecimientos que percibían aranceles, en cuyo caso la contribución podría alcanzar los siguientes límites máximos: Categoría A, hasta el 80%; Categoría B, hasta el 60%; Categoría C, hasta el 40%. Para fijar las categorías el Ministerio de Educación debía tener en cuenta las características económicas de la zona y de la población escolar, el tipo de enseñanza impartida y las necesidades del establecimiento como unidad escolar en su zona de influencia, b) Los establecimientos que no percibían aranceles, ni ningún otro pago por enseñanza o servicios adicionales docentes, en cuyo caso la contribución podía alcanzar el 100%. El reconocimiento de gratuidad se otorgaba por intermedio de la Superintendencia Nacional de la Enseñanza Privada, a solicitud fundada del establecimiento, siempre que la enseñanza no implicara carga alguna para los alumnos. Además, como en el caso de los institutos del grupo a), se debían tener en cuenta las características socio-económicas de la zona en que el establecimiento se hallaba ubicado y las necesidades de la población en edad escolar del lugar de influencia. Finalmente, el decreto 371, del 17 de enero de 1964, estableció el régimen de incorporación de los institutos privados a la enseñanza oficial, por el cual el Estado reconocía la enseñanza que imparten los institutos privados de nivel medio y superior, de acuerdo con los planes aprobados oficialmente. Inclusive, se admitía que dichos institutos pudieran promover iniciativas que superaran las exigencias del plan que aplicaran. Según el decreto, la incorporación facultaba al instituto para matricular, calificar, examinar, promover, otorgar pases, certificados y diplomas y a aplicar el régimen disciplinario y de asistencia de los alumnos, de acuerdo con las normas que dictara el Ministerio de Educación. El decreto también disponía que sólo se otorgara incorporación a los institutos cuyos propietarios fueran: a) Personas de existencia visible que acreditaran antecedentes vinculados con la educación, b) Sociedades civiles con personería jurídica, o sociedades comerciales inscriptas de acuerdo con la legislación vigente en la respectiva jurisdicción, cuyos fines fueran la promoción de actividades culturales, educativas o científicas y cuyos integrantes fueran docentes o personas vinculadas con la educación, c) La Iglesia católica como sociedad de existencia necesaria por medio de sus curias y parroquias, d) Las órdenes, congregaciones religiosas e institutos seculares, reconocidos o admitidos. Los propietarios debían gozar de buen concepto y solvencia. En lo que se refiere al personal directivo, docente, docente auxiliar y de disciplina, la designación debía ser efectuada por el propietario, de acuerdo con las prescripciones de la ley 13.047. Y en cuanto a los alumnos, los institutos privados sólo podían admitir alumnos regulares, los que deberían cumplir las obligaciones escolares impuestas por las reglamentaciones del Ministerio de Educación y, además, las que estipulaban los reglamentos internos de cada instituto. El decreto contiene, también, disposiciones vinculadas con el local, el material escolar y la organización del instituto. El 2 de abril de 1969, por decreto 1.621, se ampliaron los efectos del régimen de incorporación de institutos privados a los jardines de infantes y escuelas primarias y escuelas diferenciales privados. La Conferencia de Ministros de Educación de 1957 Convocada por el Ministerio de Educación de la Nación, tuvo lugar en la ciudad de Santa Fe, en 1957, la Conferencia de Ministros de Educación de las Provincias, especialmente referida a la enseñanza primaria. El temario incluyó tres puntos fundamentales: 1) El cumplimiento de la ley 2.737, de subvención nacional a las provincias para el fomento de la enseñanza primaria. 2) La transferencia de las escuelas nacionales a las provincias. 3) La adecuación de los planes y programas de enseñanza a los requerimientos locales. En lo que se refiere al primer aspecto, se consideró necesaria la modificación del régimen de subvenciones a las provincias para extender sus beneficios a las nuevas provincias constituidas y adecuar la ayuda a las necesidades reales de cada provincia. Las subvenciones estarían destinadas a la construcción, refección y habilitación de edificios escolares; adquisición de libros, útiles y material escolar y retribución al personal docente. Con respecto a la transferencia de escuelas nacionales a las provincias, se resolvió que, hasta tanto se estudiara un régimen adecuado de coparticipación impositiva, la Nación debía entregar a las provincias los recursos para el mantenimiento de las escuelas transferidas, según los índices de costo e incremento de sus actividades. Finalmente, en relación a la federalización de los planes y programas de enseñanza, se señaló la necesidad de la sanción de una ley nacional de educación y se estableció que las provincias podrían fijar los contenidos de los programas de estudio, de acuerdo con sus valores, su tradición y sus modalidades. En la Conferencia también se propuso la creación de un Instituto de Educación Confederal, integrado por representantes de las provincias con el objeto de resolver las dificultades que se presentaran en la aplicación de los principios aprobados; iniciativa que no llegó a concretarse. El Instituto de Humanidades de Salta El 3 de mayo de 1948, por iniciativa del arzobispo de Salta, monseñor Roberto José Tavella, se fundó el primer bachillerato humanista argentino en la ciudad capital de esa provincia. De acuerdo con el decreto de erección, el fin principal del instituto sería el “de proporcionar a la juventud saltona la formación intelectual dentro de la tradición del humanismo cristiano y de la cultura hispánica”. Su creación era absolutamente original, pues en el país no funcionaba ningún otro establecimiento semejante. Luego de cuatro años de funcionamiento, por decreto 3.663 del Poder Ejecutivo Nacional, del 22 de febrero de 1952, suscripto por el presidente Perón, se reconocieron a los títulos de bachiller que otorgara el Instituto de Humanidades de Salta, “igual fuerza que a los títulos de idéntica denominación expedidos por institutos oficiales”. El plan de estudios comprendía siete años de estudios, divididos en dos ciclos: un curso de gimnasio, de cinco años; seguido de uno de liceo, de dos años. En todos los años se incluía latín y griego. Podían ingresar quienes hubieran aprobado el 5º grado de la escuela primaria. De esta manera, pese a los siete años de estudios, la duración total resultaba igual a la del bachillerato enciclopedista oficial. En los tres primeros años de existencia, el Instituto fue dirigido por Jacobo Eduardo Aldao y, desde 1953, por el R. P. Pedro J. Lusán. En enero de 1955, como una consecuencia más del conflicto suscitado entre el régimen peronista y la Iglesia católica, se dejó sin efecto el reconocimiento oficial pero, a fines de ese año, una vez producido el derrocamiento de Perón, por nuevo decreto del 30 de noviembre, se restableció la validez de los estudios. En 1958, el padre Lusán fue reemplazado por el padre Roberto Desimone y, a partir del año siguiente, se abrieron nuevos bachilleratos humanistas en otras ciudades del país, los que fueron incorporados al Instituto de Humanidades de Salta. En 1973, al cumplirse los 25 años de su fundación, se formuló una declaración de principios en la que se estableció que: “El objetivo fundamental de la educación impartida por el Bachillerato Humanista Moderno es la formación integral del hombre, creado a imagen de Dios y redimido por Cristo”8. En esa misma ocasión, el Arzobispado de Salta declaró al Bachillerato Humanista Moderno, Colegio Mayor de la Universidad Católica de Salta. El Consejo Superior de Educación Católica El Consejo Superior Católico de Educación ―así se denominó inicialmente―, fue fundado en 1922, con el objeto de agrupar a todos los colegios católicos del país y defender sus derechos, entonces discutidos por los sectores progresistas, entusiasmados por el triunfo de la revolución socialista en Rusia y la posibilidad de su expansión inmediata al resto del mundo. La primera mesa directiva estuvo integrada por Tomás Cullen, como presidente y Mario Gorostarzu, como secretario. El Pbro. Fernando Lafitte se desempeñó como asesor eclesiástico. En 1925 el Episcopado designó una comisión integrada por el administrador apostólico de la Arquidiócesis de Buenos Aires, Mons. Juan Agustín Boneo, el obispo de La Plata, Mons. Francisco Alberti y el obispo de Paraná, Mons. Abel Bazán, a la que le encomendó la redacción de los Estatutos. El primer Consejo desapareció hacia 1935 y se reconstituyó en 1939, con motivo del proyecto de ley de educación de ese año, con la presidencia del sacerdote jesuita Andrés Doglia ―rector del Colegio del Salvador― y la secretaría del hermano lasallano Ambrosio ―rector del Colegio de La Salle―. Su actividad posterior se fue diluyendo, hasta 1949 en que tomó su forma definitiva con el nombre actual de Consejo Superior de Educación Católica (CONSUDEC). Desde entonces, en su presidencia se sucedieron distinguidas personalidades del clero argentino, como el padre Ernesto Dann Obregón, el padre Luis Abate, el padre Juan Kemerer, el padre Jorge A Fourcade, el padre Horacio Gutiérrez, el Hno. Daniel Múgica, la Hna. Lidia Goicoa y el padre Mario Iantorno; pero su secretaría fue ejercida, con ejemplaridad y fervorosa dedicación, en forma ininterrumpida, durante casi cuatro décadas, por el hermano marista Septimio Walsh quien, como ya consignamos, en 1950 fundó el Instituto del Profesorado y en 1963, el periódico quincenal Consudec, destinado a proporcionar información actualizada a los colegios católicos. El Instituto del Profesorado del Consudec El proyecto de creación de un instituto de formación docente para sacerdotes y religiosos, que les permitiera acceder al título de profesores para ejercer la docencia en el nivel secundario en los colegios de las parroquias y congregaciones religiosas dedicadas a la enseñanza, fue concebido entre los años 1947 y 1948, por un grupo de hermanos maristas integrado por el Hno. Septimio, el Hno. Onésimo O’Gorman y el Hno. Roberto González. La iniciativa fue propuesta al Consejo Superior de Educación Católica en agosto de 1948, donde obtuvo una entusiasta aceptación, por lo cual, el 20 de abril de 1949 se iniciaron las clases en las aulas del Colegio Santa Rosa de las Misioneras del Sagrado Corazón, de la ciudad de Buenos Aires, con dos secciones o departamentos: de Ciencias Naturales y de Matemática, Física y Química. Al año siguiente el Instituto fue reconocido oficialmente por el decreto 5.933, suscripto por el presidente de la Nación, general Perón y refrendado por su ministro de Educación, Oscar Ivanissevich. El primer rector del Instituto fue el padre Dann Obregón, a quien acompañó el Hno. Septimio como secretario; el cual, a partir del 1º de marzo de 1952 asumió el cargo de rector, que desempeñó por el lapso de 38 años, en tanto que la secretaría fue ocupada por el Hno. Roberto González. A la muerte del Hno. Septimio, en 1990, le sucedió interinamente el Hno. Daniel Múgicay, desde el 1º de marzo de 1991, el Hno. Silvestre Jacob. El claustro de profesores fue integrado por prestigiosos docentes, entre los cuales puede mencionarse a: Ramón M. Albesa, Juan A. Ballester Peña, Carlos Burundarena, Juan A. Cásaubon, Santiago de Estrada, Guillermo Gallardo, Alberto García Vieyra, Rafael Jijena Sánchez, Héctor Mandrioni, Rinaldo A. Poggi, Daniel J. Ruiz y Héctor Schenone. La revista y el Equipo Docente Cátedra y Vida A partir de la caída del gobierno peronista, durante cuya gestión se había producido un notable incremento cuantitativo de la enseñanza media, tanto en el ámbito oficial como en el privado, se generó entre los docentes una gran preocupación por la superación cualitativa de los establecimientos de ese nivel. Como una de las expresiones de esta inquietud, con la dirección de Myrta I. Pérez Colman se inició, en septiembre de 1956, la publicación de Cátedra y Vida, con el objeto “de mejorar, elevar y renovar la escuela secundaria”. En principio, esta publicación adoptó la forma de fichas, “para facilitar la conservación y circulación de los artículos que más interesen”, pero a partir del Nº 20 apareció en forma de revista. Poco después se hizo cargo de la dirección Luis J. Zanotti y más tarde le sucedió Germán Orduna, que luego fue asistido por un Consejo de Redacción integrado por Matilde Keegan, Zanotti y Sylvia Zuleta. Posteriormente Zanotti retornó a la dirección y el Consejo estuvo compuesto por Keegan, Enrique M. Mayochi, Carlos E.Olivera Labore y Alfredo M. van Gelderen. Tiempo después asumió la dirección Mayochi e ingresó en el Consejo Roberto Burton Meis. Volvió luego Zanotti y se incorporaron al Consejo Antonio Mario Durand y Reynaldo C. Ocerín. En 1968 el grupo se constituyó como Equipo Docente, cuyo director general fue Van Gelderen. La revista desapareció en 1970, con el Nº 83, dedicado al índice general de los trabajos publicados. Entre los colaboradores de las distintas épocas, cabe citar a: José C. Astolfi, Coriolano Fernández, Nelly Castillo de Hiriart, Alberto E. J. Fesquet, Antonio F. Salonia, Luis Ricardo Silva y Carlos J. Biedma. La revista tuvo amplia circulación y constituyó, durante más de una década, un eficaz medio de orientación docente. En cuanto al Equipo, varios de sus integrantes fueron convocados para desempeñarse como funcionarios del Ministerio de Educación de la Nación o tuvieron una activa participación en la política educativa de la época. La Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales En abril de 1957, la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO), en virtud de un acuerdo celebrado con los gobiernos de los países de América Latina y el Caribe, creó la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales(FLACSO), con el objeto de formar especialistas de posgrado y promover la investigación y la cooperación técnica en el área de las ciencias sociales. Por iniciativa de los gobiernos de Chile y Brasil, la secretaría general estuvo primeramente instalada en la ciudad de Santiago de Chile. Debido al golpe de Estado ocurrido en ese país en 1973, pasó a Buenos Aires, pero desde 1979 se trasladó a San José de Costa Rica. En la actualidad, la FLACSO posee filiales en nuestro país, Brasil, Chile, México, Costa Rica, Ecuador y República Dominicana. Desde 1992, el sociólogo Daniel Filmus es el director de la sede argentina. En la FLACSO se cursan carreras de posgrado en sociología, ciencias políticas, antropología e historia, ciencias de la educación, estudios latinoamericanos y del Caribe, estudios rurales y urbanos, estudios de “género”, población, sociedad y salud. De esta institución han egresado numerosos profesionales que luego se han destacado en sus respectivos países de origen en la actividad académica y política, en la que han ejercido una notoria influencia ideológica de carácter progresista. El Consejo Nacional del Menor y la Familia Desde 1884 se planteó la necesidad de fundar colonias para menores abandonados. En 1892 se sancionó la ley 2.904 que dispuso la creación de la Casa Correccional, que recién fue habilitada en 1898. Esta iniciativa se completó en 1905 con el establecimiento del Reformatorio de Marcos Paz, Provincia de Buenos Aires, para menores varones abandonados, rebeldes y delincuentes. El 21 de octubre de 1919, por inspiración del diputado Luis Agote, se dictó la ley 19.903, sobre patronato de menores, en la que se dispuso la construcción de escuelas especiales para menores expuestos o abandonados y de reformatorios para los menores delincuentes. Posteriormente, el gobierno de facto instalado en el poder en septiembre de 1930, creó, el 24 de enero del año siguiente, el Patronato Nacional de Menores y atribuyó a una comisión honoraria la superintendencia, organización y gobierno de los establecimientos para menores delincuentes o abandonados. Varios años después, por decreto-ley 5.285, de mayo de 1957, se estableció el Consejo Nacional del Menor; y por ley 15.244, sancionada el 15 de noviembre de 1959, se creó el Consejo Nacional de Protección de Menores, con el objeto de centralizar la acción desarrollada por el gobierno nacional y asegurar la protección integral del menor, propendiendo a la formación moral, intelectual y física de los abandonados, inadaptados, delincuentes o víctimas de un delito, y de aquéllos cuyos padres, tutores, encargados o tenedores, se encontraran imposibilitados de proveer a su mantenimiento y educación. Los menores con deficiencias psíquicas o físicas, serían ubicados en institutos especiales para su rehabilitación. El Consejo Nacional de Protección de Menores, debía procurar la reintegración del menor a su familia o su adopción. Sólo en el caso de que no se lograra ninguna de estas dos alternativas, el Consejo seguiría manteniendo al menor a su cuidado. Finalmente, por decreto 1.606, del 12 de agosto de 1990, se creó el Consejo Nacional del Menor y la Familia, en jurisdicción del Ministerio de Salud y Acción Social y bajo dependencia directa del ministro del área, conforme con el espíritu que informa la Convención sobre Derechos del Niño, aprobada por las Naciones Unidas el 20 de noviembre de 1989 y ratificada por el gobierno argentino, de acuerdo con la ley 23.849. En la estructura de este organismo, con dependencia directa de la presidencia del Consejo, funciona un Departamento de Educación Permanente y Capacitación Laboral y una Escuela de Formación Especializada en Minoridad y Familia. El Congreso Internacional de Enseñanza Media En 1957, del 6 al 13 de julio, tuvo lugar en Córdoba, el Congreso Internacional de Enseñanza Media. La Comisión Organizadora fue presidida por el padre Dionisio Cueva y como secretaria se desempeñó Rosa Porfilio. Además de los representantes nacionales, concurrieron delegaciones de la República Federal Alemana, Bolivia, Brasil, Chile, Honduras y Uruguay Presidente del Congreso fue elegido Ángel Bianchi Lischetti y secretario el padre Cueva. Entre los vocales, cabe citar al Hno. Septimio Walsh y a los sacerdotes Luis Abate y Juan Moglia. Los temas considerados fueron: 1. La enseñanza media orientada hacia la formación integral de todo el hombre, en el joven. 2. La enseñanza media: ¿uniforme o diferenciada en ciclos o etapas? 3. La enseñanza media: encrucijada de las opciones y las decisiones vocacionales. 4. La imprescindible revisión y reforma de los planes y programas de estudio. 5. El problema de los educadores: primera solución del problema escolar. 6. La educación, tarea común y convergente de los ambientes sociales: escuela, familia y organismos educacionales del Estado. 7. Bases para la implantación de un régimen de efectiva libertad de enseñanza. 8. ¿Cómo ha sido hasta ahora la enseñanza media argentina? ¿Cómo promover su progreso técnico y pedagógico, sin quebrar su mejor tradición espiritual? Entre las numerosas e importantes conclusiones a que arribó el Congreso, merece destacarse la relativa a la libertad de enseñanza, concebida en los siguientes términos: “El Congreso Internacional de Enseñanza Media resuelve dirigirse al Superior Gobierno de la Nación para reclamarle la inmediata vigencia del punto 3 del Art. 26º de la Declaración Universal de Derechos Humanos, proclamada por la Asamblea General de la Organización de las Naciones Unidas en 1948, que dice: ‘Los padres tienen por prioridad el derecho de escoger el género de educación que se dará a sus hijos’, y al cual se opone el sistema de monopolio estatal vigente en la Argentina”. Las Jornadas de Educación Media Desde el 27 de septiembre al 4 de octubre de 1958 se realizaron en Buenos Aires lasJornadas de Educación Media, que fueron presididas por el académico de Letras Ángel J. Battistessa. La Comisión Promotora estuvo integrada por inspectores, rectores, directores y profesores de establecimientos oficiales y privados de enseñanza media; y en la Secretaría Técnica se desempeñaron: Daniel J. Ruiz, Alma V R. de Iriarte, Carlos J. Biedma, Rubén Pérez Madrid, Oscar Bressa y Carlos E. Olivera Labore. En el transcurso de las sesiones, de las que participaron más de mil profesores de todo el país, se consideró el siguiente temario: 1. Fines de la educación media. Educación integral. 2. El adolescente argentino. 3. Estructura de la educación media. 4. Problemas del profesorado. 5. La familia y la escuela media. Entre las Conclusiones a que se arribara, merecen destacarse: I) La educación es el desarrollo integral del ser humano según una concepción del hombre y de la vida. II) El hombre es un ser dual, cuerpo y alma, de naturaleza social, abierto a valores trascendentes y en continua tensión esencial hacia su Creador. III) El hombre es un ser contingente, por lo tanto perfectible, que se realiza vitalmente mediante su relación con el ser absoluto, con los seres humanos y con los demás seres que lo rodean. IV) La educación media, que toma al educando en el despertar de su personalidad individual y social, ha de procurar como fines que el adolescente: a. Asimile y tienda a realizar bienes culturales, b. Se conozca a sí mismo y a los otros con autenticidad, c. Integre su problemática efectiva, d. Elija vocacionalmente, con plena conciencia y libertad, su puesto en la comunidad. V) Para ello el educando necesita ser guiado a la realización progresiva de sí mismo mediante el desarrollo integral de sus facultades, inclinaciones y aptitudes: de orden físico y de orden espiritual. De las Jornadas surgió un Comité Permanente de Educación Media, presidido por Carlos J. Biedma e integrado por Ana María Jalón, como secretaria, y Dora Adaime, Osvaldo Jofré, Mariana Malone, Blanca Barroso, Marta Assorati y el autor de esta obra, como vocales. Entre otras actividades, el Comité publicó un cursillo dictado por Luis J. Zanotti en 1959, sobre El normalismo. El Seminario Nacional de Educación de 1960 Del 4 al 14 de marzo de 1960, se llevó a cabo en Embalse del Río Tercero, Provincia de Córdoba, el Seminario Nacional de Educación que, convocado por el Ministerio del ramo ―desempeñado entonces por Luis Mac Kay y cuyo subsecretario era Antonio F. Salonia― estuvo dedicado a considerar la acuciante problemática de la enseñanza media. Este Seminario estuvo precedido, como hemos visto, por el Congreso Internacional de Enseñanza Media, efectuado en Córdoba en 1957 y las Jornadas de Educación Media, realizadas en Buenos Aires en 1958, y fue la culminación de dos instancias anteriores, cumplidas durante el año 1959, constituidas por los Seminarios Escolares, realizados en cada unidad educativa, y los Seminarios Regionales, comprensivos de siete áreas en que fue dividido el país. La Comisión Organizadora Central del Seminario Nacional fue presidida por el inspector general de Enseñanza Técnica, Miguel Ricardo Rodríguez y estuvo integrada, entre otros, por Alberto E. J Fesquet, Daniel J. Ruiz y Alfredo M. van Gelderen y los asesores del gabinete ministerial, María E. Herraiz de Ortiz y Osvaldo M. Giorno. De las deliberaciones efectuadas por el Seminario Nacional, resultó un sólido conjunto de reflexiones agrupadas en 32 ítems, correspondientes a otras tantas comisiones en que se repartió la labor de los participantes, que abarcó los siguientes tópicos: 1. Objetivos particulares de cada rama de la enseñanza y medios para la realización de los objetivos. 2. El educando. Integralidad de su educación. 3. Educación y asistencia. 4. El educando y su integración en la comunidad. 5. Los institutos de formación del magisterio y del profesorado. 6. Perfeccionamiento del personal docente. 7. Gobierno de la enseñanza. 8. La estadística educativa. 9. La cédula escolar y la ficha auxopsicomédica. 10. Orientación escolar, vocacional y profesional. 11. Consejos de enseñanza. 12. Escuelas rurales. 13. Las bibliotecas escolares. 14. La escuela primaria. 15. Transición del ciclo primario al ciclo medio. 16. Transición del ciclo medio al ciclo superior. 17. Escuelas normales. 18. El bachillerato. 19. Las escuelas de comercio. 20. Las escuelas de educación artística. 21. Institutos superiores de especialización técnica. 22. Las escuelas industriales. 23. Las escuelas profesionales. 24. Escuelas fábricas y cursos de capacitación. 25. Las escuelas un cursillo dictado por Luis J. Zanotti en 1959, sobre El normalismo. El Seminario Nacional de Educación de 1960 Del 4 al 14 de marzo de 1960, se llevó a cabo en Embalse del Río Tercero, Provincia de Córdoba, el Seminario Nacional de Educación que, convocado por el Ministerio del ramo ―desempeñado entonces por Luis Mac Kay y cuyo subsecretario era Antonio F. Salonia― estuvo dedicado a considerar la acuciante problemática de la enseñanza media. Este Seminario estuvo precedido, como hemos visto, por el Congreso Internacional de Enseñanza Media, efectuado en Córdoba en 1957 y las Jornadas de Educación Media,realizadas en Buenos Aires en 1958, y fue la culminación de dos instancias anteriores, cumplidas durante el año 1959, constituidas por los Seminarios Escolares, realizados en cada unidad educativa, y los Seminarios Regionales, comprensivos de siete áreas en que fue dividido el país. La Comisión Organizadora Central del Seminario Nacional fue presidida por el inspector general de Enseñanza Técnica, Miguel Ricardo Rodríguez y estuvo integrada, entre otros, por Alberto E. J Fesquet, Daniel J. Ruiz y Alfredo M. van Gelderen y los asesores del gabinete ministerial, María E. Herraiz de Ortiz y Osvaldo M. Giorno. De las deliberaciones efectuadas por el Seminario Nacional, resultó un sólido conjunto de reflexiones agrupadas en 32 ítems, correspondientes a otras tantas comisiones en que se repartió la labor de los participantes, que abarcó los siguientes tópicos: 1. Objetivos particulares de cada rama de la enseñanza y medios para la realización de los objetivos. 2. El educando. Integralidad de su educación. 3. Educación y asistencia. 4. El educando y su integración en la comunidad. 5. Los institutos de formación del magisterio y del profesorado. 6. Perfeccionamiento del personal docente. 7. Gobierno de la enseñanza. 8. La estadística educativa. 9. La cédula escolar y la ficha auxopsicomédica. 10. Orientación escolar, vocacional y profesional. 11. Consejos de enseñanza. 12. Escuelas rurales. 13. Las bibliotecas escolares. 14. La escuela primaria. 15. Transición del ciclo primario al ciclo medio. 16. Transición del ciclo medio al ciclo superior. 17. Escuelas normales. 18. El bachillerato. 19. Las escuelas de comercio. 20. Las escuelas de educación artística. 21. Institutos superiores de especialización técnica. 22. Las escuelas industriales. 23. Las escuelas profesionales. 24. Escuelas fábricas y cursos de capacitación. 25. Las escuelas industriales regionales mixtas. 26. Escuelas agrícolas. 27. Misiones monotécnicas y de extensión cultural. 28. Misiones de cultura rural y doméstica. 29. Contenido y orientación de los planes y programas. 30. Bases para la reforma de los programas de estudio. 31. Consideraciones sobre el método. 32. Calificación, evaluación, exámenes y promociones. Las conclusiones finales, escasamente aplicadas posteriormente por las autoridades educativas, constituyeron, sin embargo, un importante cuerpo de doctrina de permanente consulta y cuya repercusión alcanzó hasta el nuevo Congreso Pedagógico de 1986-88. El Seminario Nacional de Educación fue presidido por el eminente filósofo Alberto Caturelli y contó con la participación de un selecto grupo de educadores, entre los que se destacaron: Vicente Fidel López, José O’Gorman, Francisco Ruiz Sánchez, Nelly C. Muzzio, Pedro Rodríguez Varas, José María Fragueiro, Sara Colombres, Carlos Laguinge, Julio Torres, Hugo A. Fourcade, Ricardo E Bruera, Oscar E. Sarrulle y César H. Casiva. Algunos de los mencionados llegaron luego a ocupar prominentes cargos en la conducción educativa provincial o nacional. El autor de este trabajo también estuvo presente en su transcurso y fue relator de la Comisión Nº 30. La Primera Convención Nacional de la Enseñanza Privada Desde el 22 al 25 de mayo de 1964 se reunió en Buenos Aires la Primera Convención Nacional de la Enseñanza Privada, de la que participaron numerosos y calificados educadores de ese sector. Esta magna asamblea fue promovida por la Asociación por la Libertad de Enseñanza, la Asociación de Institutos Adscriptos a la Enseñanza Oficial (laicos) y el Sindicato Argentino de Docentes Particulares, que contaron con la adhesión de otras nueve instituciones, entre las que se encontraron: el Consejo Superior de Educación Católica, la Institución Administrativa de la Iglesia Armenia y la Iglesia Evangélica Luterana Unida. Como secretaria general se desempeñó Amelia M. Seguí Estévez y como secretario ejecutivo el Hno. Carlos E. Olivera Labore. Uno de sus principales animadores fue el director de la Escuela Argentina Modelo, Carlos J. Biedma, quien pronunció el discurso de bienvenida en nombre de la Comisión Ejecutiva. La Convención se desarrolló a través de las deliberaciones de 22 comisiones, que se pronunciaron sobre la educación y el desarrollo económico-social; la razón de ser filosófica, pedagógica y democrática de la escuela privada; el aporte cuantitativo y cualitativo de la escuela privada y su significación; y la integración de la escuela privada en el planeamiento nacional. En el acto de clausura habló el Hno. Septimio Walsh, quien afirmó “que es indicativo que en el sector privado se halla cada vez más expandida la verdadera concepción del proceso educativo, como proceso funcional y dinámico que es, y que se generaliza la tantas veces postulada posición favorable a los cambios educacionales, fruto de la también verdadera concepción de la transitoriedad de las llamadas formas contingentes de la educación” 9. El Congreso Nacional de Enseñanza Pública En el mes de septiembre del mismo año 1964, la Confederación Argentina de Maestros y Profesores, el Centro de Profesores Diplomados de Enseñanza Secundaria y el Movimiento Educativo del Profesorado, convocaron a un Congreso Nacional de Enseñanza Pública, en oposición a la Convención Nacional de Enseñanza Privada reunida anteriormente, para afirmar la necesidad de que el Estado recuperara el control riguroso de la enseñanza pública de iniciativa privada y procediera a la reducción paulatina de los subsidios y a la supresión de las escuelas e institutos privados de formación docente, que se pretendía fuera patrimonio exclusivo del Estado. Estas iniciativas no encontraron eco en la conducción educativa. El intento de reforma educativa de 1968 Durante la gestión del secretario de Estado de Educación Mariano César Astigueta, se elaboró un Anteproyecto de Ley Orgánica de Educación que fue dado a conocer en noviembre de 1968, en el que se ratificaba el carácter supletorio del Estado con respecto a la responsabilidad de la educación y se propiciaba la reducción de la escuela primaria a cinco grados, que debía complementarse con una escuela intermedia de cuatro años, sin carácter obligatorio. Debido a la reacción negativa suscitada en el gremio docente y en un sector de la opinión pública, en febrero del año siguiente el proyecto fue modificado, estableciéndose que la escuela intermedia sería gradualmente obligatoria, según lo permitiera la disponibilidad de recursos económicos. El proyecto finalmente no fue aprobado. La Comisión Nacional de Alfabetización y Edificación Escolar La Comisión Nacional de Alfabetización y Edificación Escolar, fue creada por decreto del Poder Ejecutivo Nacional Nº 8.722, del 30 de octubre de 1964, con dependencia directa de la Presidencia de la Nación, ejercida entonces por Arturo U. Illia. Como presidente se desempeñó el ministro de Educación y Justicia, Carlos Alconada Aramburú y como vocales: el secretario de Estado de Guerra, general Ignacio Avales; el secretario general de la Presidencia, Ricardo Illia; el presidente de la Comisión de Educación del Senado, Rubén Blanco; el presidente de la Comisión de Educación de la Cámara de Diputados, Héctor Félix Bravo; el subsecretario de Educación, Mariano Durand; la presidenta del Consejo Nacional de Educación, Luz Vieira Méndez y el presidente del Consejo Nacional de Educación Técnica, Pedro Echarte. Dicha Comisión aprobó el Programa Nacional Intensivo de Alfabetización y Educación de Adultos. 1964-1968, que se puso de inmediato en ejecución. Posteriormente, por decreto 2.754, del 12 de abril de 1965, se aprobaron las tareas realizadas por la Comisión y las etapas y calendario para 1965; y por decreto 4.552, del 10 de julio siguiente, se creó la Junta Nacional de Administración del Programa, que dependería directamente de la Comisión y tendría a su cargo la dirección y ejecución de las tareas destinadas al desarrollo y cumplimiento del Programa, etapas y calendario aprobados por el decreto anterior La Junta estaría integrada por un representante de cada uno de los organismos que intervenían en la acción alfabetizadora. Como secretario general administrativo, se nombró a Alberto José Solsona. En la ejecución del Programa tuvieron una actuación destacada las Fuerzas Armadas de la Nación, que prestaron el apoyo logístico necesario. La Dirección Nacional de Educación del Adulto Durante la vigencia del gobierno de facto instalado en 1966, como consecuencia de la reestructuración ministerial realizada dos años después y respondiendo a una tendencia universal que por esa época le otorgaba mayor importancia a la educación de adultos, se creó la Dirección Nacional de Educación del Adulto, nuevo organismo que asumió la actividad que venía desarrollando la Dirección Nacional de la Campaña de Alfabetización la que, a su vez, había resultado de la transformación de la Comisión Nacional de Alfabetización y Edificación Escolar; y sumó al año siguiente la tarea que desde muy antiguo tenía a su cargo la Inspección Técnica General de Escuelas para Adultos y Militares dependiente del Consejo Nacional de Educación. Como primera directora de este nuevo organismo, se desempeñó, durante el lapso de un año, Adriana Bo. A partir de junio de 1969, con la conducción del autor de esta obra, la Dirección Nacional de Educación del Adulto (DINEA) generó un impulso renovador en el área y encaró una acción decidida para mejorar la prestación de sus servicios y acrecentar el espectro de sus actividades, mediante la ejecución de un plan de expansión que incluyó: a) la elaboración de un nuevo currículo para el nivel primario, adaptado a la mentalidad y a los intereses del adulto; b) la celebración de convenios con instituciones públicas y privadas para coordinar la acción y comprometer a la comunidad en la tarea educativa; c) la creación de Centros Educativos de Nivel Secundario, en coordinación con empresas y sindicatos; d) la realización de cursos experimentales por el método de instrucción programada; e) la creación de Centros Móviles de Promoción Profesional Popular; f) la implementación de Centros Educativos para Aborígenes; g) la realización del Primer Seminario Nacional sobre Educación Permanente; h) la ejecución de cursos oficiales por correspondencia. Este plan culminó en 1972 con la institución del Sistema Nacional de Educación del Adulto,con el fin de coordinar integralmente los planes y programas de educación del adulto ejecutados por otras dependencias del Ministerio de Educación, con la conducción de la DINEA; y la creación del Comité Asesor de Educación del Adulto, constituido por representantes de otros organismos de la administración nacional, vinculados con la educación del adulto. El Sistema Nacional de Educación del Adulto En efecto, el decreto 8.757, del 13 de diciembre de 1972, estableció el Sistema Nacional de Educación del Adulto, que tenía por finalidad coordinar integralmente los planes y programas de educación del adulto. El Sistema se integraba con los siguientes organismos: a) Dirección Nacional de Educación del Adulto, b) Dirección Nacional de Investigación y Perfeccionamiento Educativo, c) Consejo Nacional de Educación, d) Consejo Nacional de Educación Técnica, e) Dirección Nacional de Educación Artística, f) Dirección Nacional de Educación Media y Superior, g) Dirección Nacional de Educación Agrícola, h) Dirección Nacional de Educación Física, Deportes y Recreación, i) Superintendencia Nacional de la Enseñanza Privada. Todos ellos, y sus unidades de organización con competencia en el tema, independientemente de su jurisdicción, naturaleza jurídica y carácter presupuestario, serían componentes del Sistema. La dirección del Sistema se encomendaba a la Dirección Nacional de Educación del Adulto, la que debía elevar a la Subsecretaría de Educación los cursos de acción a seguir para la puesta en marcha del Sistema y los proyectos que lo integraran, indicando la participación que le compitiera a cada integrante del mismo. A tal efecto, se facultaba a dicha Dirección a establecer el proceso de información y de control de gestión del Sistema, en coordinación con el Servicio de Organización y Métodos de la Secretaría General de la Presidencia de la Nación. Por otra parte, se establecía que los otros organismos integrantes del Sistema tendrían con referencia al mismo las siguientes funciones: la Dirección Nacional de Investigación y Perfeccionamiento Educativo, asistir a la Dirección del Sistema en la coordinación de los programas de educación del adulto con los restantes planes y programas educativos. El resto de los integrantes del Sistema, someter a la consideración de la Dirección del Sistema todo proyecto de implantación, modificación y/o aplicación de planes, programas y directivas que tuvieran relación directa o indirecta con la educación del adulto, a los efectos de garantizar su eficaz compatibilización En los fundamentos del decreto se sostenía que “la persistencia de un esquema no integrado ni coordinado que imposibilita la concurrencia de las acciones y el óptimo empleo de los recursos disponibles” agudizaba la complejidad del sistema educativo, “dado que el mismo es dirigido, sostenido y administrado, simultáneamente, por diversas autoridades y organismos en las distintas jurisdicciones del país”; situación que se tornaba crítica en el área de la educación del adulto. El Comité Asesor de Educación del Adulto A su vez, por el decreto 8.772, de la misma fecha, se creaba el Comité Asesor de Educación del Adulto, que tendría por finalidad asesorar al director nacional de Educación del Adulto en la formulación de proyectos de planes y programas en el área de su competencia. La presidencia del Comité sería ejercida por dicho funcionario y estaría integrado por un representante de cada uno de los siguientes organismos: Ministerio de Bienestar Social (Subsecretaría de Asistencia y Promoción de la Comunidad), Ministerio de Trabajo, Ministerio de Defensa, Ministerio de Agricultura y Ganadería (INTA), Consejo de Rectores de las Universidades Nacionales y Municipalidad de la Ciudad de Buenos Aires. Según se disponía, el Comité tendría su sede en la Dirección Nacional de Educación del Adulto, quien brindaría el apoyo técnico administrativo. Además, se facultaba al director nacional para constituir, cuando lo estimara oportuno, grupos de trabajo para profundizar el análisis de los problemas que le fueran sometidos. Dichos grupos podrían incorporar especialistas y requerir la colaboración de los organismos públicos o invitar a participar a personas o entes privados cuando la índole de los temas lo exigiera. El Centro Multinacional de Educación de Adultos El Centro Multinacional de Educación de Adultos (CEMUL) fue inaugurado el 18 de junio de 1971, en virtud de un convenio celebrado entre el Ministerio de Cultura y Educación de la Nación y la Secretaría General de la Organización de los Estados Americanos (OEA), con el objeto de mejorar los niveles de eficiencia y funcionalidad operativa en la educación de adultos del país y cumplir actividades del Plan Multinacional de Educación de Adultos, dentro del Programa Regional de Desarrollo Educativo. Su estructura se integró con cuatro sectores: técnico, operativo, de capacitación y perfeccionamiento y de servicios, que llevaron a cabo diferentes actividades. En el área de investigación se implemento un estudio sobre Motivaciones y actitudes de los participantes ―comunidad educando, educador― en el proceso de educación de adultos respecto a la tarea educativa; en las áreas currículo y evaluación se realizó el seguimiento de experiencias en escuelas para adultos, centros educativos comunitarios, centros educativos móviles de promoción profesional popular y centros educativos de nivel secundario, para evaluar la eficiencia de la estructura administrativa, curricular y del aprendizaje. En cuanto a la actividad realizada por el CEMUL en el campo internacional, se llevó a cabo con la participación de investigadores asociados de distintos países del continente, logrando una eficaz interacción con los técnicos y docentes argentinos. Con el cambio de gobierno operado en 1973, el CEMUL declinó en sus actividades, hasta su desaparición, en 1985. La Campaña de Reactivación Educativa de Adultos Al producirse el cambio de régimen político, con la instalación del estado de derecho, en mayo de 1973, las nuevas autoridades de la DINEA no llevaron a cabo la aplicación del Sistema Nacional de Educación del Adulto. En cambio, se puso en marcha la Campaña de Reactivación Educativa de Adultos para la Reconstrucción (CREAR), contemplada en el Plan Trienal de Gobierno. El 8 de setiembre de 1973, Día Internacional de la Alfabetización, el ministro de Educación, Jorge Alberto Taiana, inauguró oficialmente la Campaña. Cabe señalar que para esta época el porcentaje de analfabetismo en todo el país, había descendido al 6,04%. La CREAR tuvo una marcada connotación política y estuvo influida por la ideología del pedagogo brasileño Paulo Freiré, que visitó el país en aquel momento, especialmente invitado por el nuevo director nacional de Educación del Adulto, Carlos Alfredo Grosso. En un documento titulado Bases para una política educativa del adulto, editado por la DINEA, se reflejaba claramente esta orientación, de carácter subversivo, que suscitó una gran preocupación. Con palabras de la investigadora Lidia Rodríguez, la denominada pedagogía de la liberación, inspirada en el pensamiento de Freiré: “Logró articularse como totalidad discursiva en el campo de la educación de adultos, y en la Dirección Nacional de esa modalidad (DINEA) del 73-74 alcanzó su grado más alto de hegemonía, su culminación y su cierre”10. En los años subsiguientes se agregaron al espectro de actividades que cumplía la DINEA, los centros educativos de nivel terciario, aunque al propio tiempo se desprendieron los centros educativos de nivel primario y las escuelas para adultos, que fueron transferidas a las provincias y a la Municipalidad de la Ciudad de Buenos Aires. El organismo desapareció definitivamente en 1993, con la transferencia final de todos sus servicios educativos a las provincias y a la Municipalidad de la Ciudad de Buenos Aires. El Seminario Nacional sobre Educación Permanente El primer Seminario Nacional sobre Educación Permanente, celebrado en Buenos Aires entre el 20 y 26 de junio de 1970 en adhesión al Año Internacional de la Educación, fue patrocinado por el Ministerio de Cultura y Educación, por intermedio de la Dirección Nacional de Educación del Adulto, y contó con el auspicio de la Organización de los Estados Americanos (OEA) y de la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO), representadas, respectivamente, por Juan Pedro Bertrán y Miguel Soler Roca. Durante cinco días, 15 grupos de trabajo, en los que intervinieron 113 participantes, pertenecientes a 19 instituciones distintas, entre las que se contaban 7 universidades estatales, 3 privadas, 9 ministerios y consejos de educación de todo el país y 9 funcionarios de países latinoamericanos, completaron documentos y recomendaciones sobre los siguientes temas: 1. Problemática de la Educación Permanente. 2. Educación Permanente y desarrollo. 3. Educación Permanente y educación de adultos. 4. Los medios de comunicación social y la Educación Permanente. La mesa directiva del Seminario estuvo integrada por: presidente, Jorge María Ramallo; vicepresidente 1º, Alberto Fregosi; vicepresidente 2º, Juan Carlos García Santillán; secretario general, Pascual C. Castronuovo y relator general, Rodolfo A. Angulo. Y la comisión coordinadora fue presidida por Mario Salvador Sarubbi, a quien acompañaron José Oscar Azerrat como coordinador y Margarita Morel Quirno y Eduardo R. Fritzsche, como vocales. El valioso aporte de todos los participantes permitió elaborar el documento final, cuyo contenido constituyó un ponderable esfuerzo para precisar un concepto entonces tan nuevo como fundamental en la problemática educativa de nuestro tiempo; como así también para señalar fines, objetivos e implicancias en el sistema vigente y pautas de aplicación de la Educación Permanente en la reforma educativa en proceso de implementación. Con respecto al primero de los temas enunciados: Problemática de la Educación Permanente, el Seminario definió a la educación permanente como “el perfeccionamiento integral y sin solución de continuidad de la persona humana desde su nacimiento hasta su muerte y entendió que sus fines eran: “Capacitar al hombre para comprender y superar los problemas psicológicos, sociales y económicos, en un mundo que le exige permanente renovación” y “Capacitar al hombre para el ejercicio de la libre opción con participación responsable y creadora dentro de la comunidad”. Además, el Seminario sostuvo que: “El concepto de educación permanente debe incorporarse a la política educativa, alentando en el hombre el deseo de seguir perfeccionándose” cuanto al segundo tema: Educación Permanente y desarrollo, el Seminario afirmó que: “Se debe educar permanentemente: para la realiza personal con miras a la convivencia social y la producción eficiente de bienes y servicios; para el mejoramiento y jerarquización de las relaciones laborales; para el mejor ejercicio de la actividad profesional; y, fundamentalmente, para integrarse en un orden de valores culturales enriquecidos por el arte, la ciencia y la tecnología”. En lo que se refiere ala. Educación Permanente y la educación de adultos, consideró que: “La educación permanente ha reivindicado la edad adulta como una etapa particularmente educable de la vida del hombre con posibilidad p una educación sistemática y asistemática en todos los niveles y modalidades, que le permitan participar de los beneficios de la cultura y de la capacitación continua”. Y, por último, en relación al cuarto tema: Los medios de comunicación social y la educación permanente, señaló la; portañola creciente de los medios de comunicación social en la formación continua de la población. Entre los participantes de este Seminario, merece recordarse –además de los nombrados― a los destacados especialistas: María Angélica Andía, María Mercedes Bergadá, María Teresa Berri, Alberto Blasi Brambilla, Elsa Colaizzo, Élida L. de Gueventter, Roque Luis Ludojoski, Miguel Ángel Mirabella, Myrta N. Amaya de Ortiz, Gilda L. de Romero Brest, María I. Rosa de Sarubbi y María Mercedes Terrén. El intento de reforma educativa de 1970 También en 1970, durante la gestión ministerial de Dardo Pérez Guilhou y la inmediata posterior de José Luis Cantini, se llevó a cabo, por impulso del subsecretario de Educación de ambos, Emilio F. Mignone, un nuevo intento de reforma general del sistema educativo, mediante la introducción de la escuela intermedia. Esta iniciativa ―como ya hemos dicho― tenía un antecedente en el proyecto del ministro Saavedra Lamas, de 1916, elaborado por Víctor Mercante, que sólo tuvo un año de vigencia, y en el proyecto del secretario Astigueta, de 1968. El propósito fundamental fue lograr la extensión de la obligatoriedad escolar y la fijación de niveles y ciclos que respondieran a objetivos claramente definidos y a la edad evolutiva de los alumnos. Como consecuencia de ello, se concibió una estructura con un ciclo elementalde cinco años de duración, seguido de un ciclo intermedio de cuatro, con el cual se conformaba el nivel de estudios básicos de nueve años, que comenzaría a los seis años de edad y concluiría a los catorce. La obligatoriedad de este nivel básico y común de nueve años constituía la meta principal del plan propuesto. Luego, para completar el nivel medio se requerían tres años más de estudios. El plan tendía a la creación de escuelas medias integradas, con formación de cultura general y especialidades diversas y optativas. Además, se preveía que en todos los niveles, las materias generales y especializadas tenían que estar acompañadas con actividades manuales a elección y otras necesarias para la formación integral de los educandos, como clubes, orquestas, coros y periódicos estudiantiles. El plan incluía, como meta a mediano plazo, la sustitución del sistema de horas-cátedra de los profesores de enseñanza media, por el de cargos de tiempo completo, con el objeto de lograr la permanencia del profesor en el establecimiento y, por lo tanto, una mayor relación con los alumnos; la plena vigencia de los Departamentos de Materias Afines, con un profesor jefe, y de los servicios de orientación escolar; el incremento de facultades al personal directivo de los establecimientos educativos, con asesoramiento especializado y con la participación de los docentes y de los padres de los alumnos; y el nuevo régimen de evaluación y promoción propuesto por cada establecimiento. Quizá el aspecto más novedoso era que los profesores de tiempo completo, remunerados por cargo y no por hora, debían concentrar su actividad y su tiempo en un establecimiento, hecho que favorecía el mejoramiento de sus clases; aunque no debían limitarse a dar clases, sino que, mediante una labor programada, debían preparar sus tareas, guiar a los educandos, atender a los padres, organizar y asesorar actividades educativas diversas. Para implementar esta experiencia se dictó la ley 18.614, del 3 de marzo de 1970, por la que se implantó un nuevo régimen laboral en 44 establecimientos de nivel medio, dependientes de la entonces Administración Nacional de Educación Media y Superior, que conducía Reynaldo Ocerín; del Consejo Nacional de Educación Técnica, a cargo de César Reinaldo García y de la Superintendencia Nacional de la Enseñanza Privada, cuyo responsable era Secundino García. En la reforma también se contemplaba la modificación del plan de estudios los institutos superiores de formación docente. El plan de estudios estaría integrado por doce asignaturas obligatorias con duración de un año académico cada una, agrupadas en tres núcleos básicos: 1) Fundamentos del proceso educativo. 2) Desarrollo del currículo. 3) Organización y administración escolar. A lo que se agregaban cinco actividades optativas, de las cuales el alumno estaría obligado a cursar dos como mínimo. El proyecto de reforma, incorporado al Plan Nacional de Desarrollo y Seguridad 1971-1975, aprobado por ley 19.039, del 14 de marzo de 1971, fracasó por la resistencia al cambio de la docencia argentina, que vio con desagrado la reducción de la escuela primaria a cinco años de escolaridad, lo que en la práctica acentuaría, presuntamente, la deserción escolar. El cambio de gobierno operado poco tiempo después, aventó finalmente sus posibilidades de aplicación, quedando una vez más pendiente para mejor oportunidad la reforma general del sistema educativo. El Consejo Federal de Cultura y Educación A partir de 1969, durante el ministerio de Pérez Guilhou y subsecretaría de Mignone, comenzaron a realizarse reuniones periódicas de ministros de educación provinciales, las que, finalmente, se institucionalizaron con la sanción de la ley 19.682, de 1972, que creó elConsejo Federal de Educación. Siete años después, siendo entonces ministro José R. Llerena Amadeo, la ley 22.047, del 3 de agosto de 1979, fusionó dicho organismo con el Consejo Federal de Cultura y dio lugar a la constitución del Consejo Federal de Cultura y Educación, cuya misión sería la de planificar, coordinar, asesorar y acordar los aspectos de la política cultural y educativa que requiriera el país y que comprometiera la acción conjunta de la Nación, las Provincias, el entonces Territorio Nacional de la Tierra del Fuego, Antártida e Islas del Atlántico Sur y la Municipalidad de la Ciudad de Buenos Aires. Todo ello “para afirmar el desarrollo educativo y asegurar la vigencia de la cultura nacional, su proyección en el mundo y la consolidación de los valores éticos cristianos enraizados en la tradición del país”. Las funciones del Consejo Federal de Cultura y Educación eran: a) Proponer las políticas y las acciones que favorezcan el desarrollo cultural armónico del país, el mejoramiento integral de la educación y aconsejar la determinación de las prioridades correspondientes, b) Coordinar y concertar las medidas necesarias para hacer efectivas las políticas adoptadas y las acciones consecuentes, c) Promover medidas para que, a través de una labor coordinada y coherente de los organismos e instituciones, se logre una racional utilización de los recursos humanos, económicos y tecnológicos, d) Promover las modificaciones que requiera la legislación vigente, e) Evaluar los resultados logrados en la aplicación de las políticas y las acciones propuestas, f) Acordar las exigencias mínimas para cada nivel educativo y el sistema de reconocimiento y equivalencia de estudios, certificados y títulos, g) Proponer medidas para que la acción cultural y educativa se estructure y consolide a través de las instituciones naturales y necesarias (familia, municipio, provincia. Nación) y de organismos oficiales y privados representativos. En cuanto a su integración, el Consejo se compondría de una Asamblea y un Comité Ejecutivo. La Asamblea ―presidida por el ministro de Educación de la Nación― sería el organismo superior del Consejo y como tal responsable de fijar las políticas y las acciones generales que el Consejo debía seguir; y el Comité Ejecutivo sería el órgano del Consejo que realiza las tareas necesarias para el cumplimiento de las resoluciones de la Asamblea. Las Asambleas podrían ser ordinarias y extraordinarias. Las primeras se realizarían dos veces al año, fuera de la Capital Federal, en el lugar que indicara la propia Asamblea; las segundas podrían ser convocadas por el presidente, el Comité Ejecutivo o por un tercio de los miembros. En el Reglamento aprobado por la primera Asamblea Ordinaria del Consejo, realizada en Esquel, Provincia de Chubut, el 22 de noviembre de 1979, se estableció que las decisiones de la Asamblea se expedirían mediante recomendaciones y resoluciones. Toda decisión sobre asuntos | de su competencia sería en forma de recomendación; en cambio, las referentes a asuntos de carácter interno, en forma de resolución. Además, se dispuso que el Consejo contaría con tres secretarías: 1) del Comité Ejecutivo; 2) Técnico-Ejecutiva; 3) de Actas; y sería asesorado por Comisiones Permanentes a las que se les confiaba el estudio de los temas inherentes a Coordinación de acciones; Recursos humanos, tecnológicos y económicos; Legislación; Comunicación social; Investigación y desarrollo cultural-educativo; Artesanía y folklore; Currículos; y Administración y organización. La Asamblea y el Comité Ejecutivo podrían crear Comisiones Especiales transitorias para los asuntos que estimaran convenientes o para aquéllos que no estuvieran previstos. Las Comisiones debían estar integradas por un representante de cada región y uno de la Nación, que producirían dictamen con el voto de todos sus miembros. Con la posterior sanción de la Ley Federal de Educación, en 1993, la estructura y funcionamiento de este Consejo se incorporaron a dicho texto legal y se encuentran comprendidos en el Capítulo II del Título X, que se refiere al gobierno y administración de la educación. La descentralización del sistema educativo Desde la presidencia de Frondizi y ministerio de Mac Kay, quedó planteada la descentralización del sistema educativo argentino con la transferencia a las provincias de los servicios hasta entonces a cargo de la Nación La transferencia de las escuelas primarias a las provincias se inició con la sanción del decreto 495, de 1961, en cuyo artículo 1º se dispuso que: “Desde el comienzo del ciclo lectivo del año 1962 todos los establecimientos de educación primaria dependientes del Consejo Nacional de Educación ubicados en jurisdicción provincial, cuya transferencia no se haya concretado hasta entonces, pasarán a las respectivas provincias donde se encuentren”. Sin embargo, debido a la resistencia de las provincias y de los docentes afectados, esta disposición fue derogada en 1964 por el decreto 78, que estableció que las escuelas nacionales instaladas en las provincias seguirían dependiendo del Consejo Nacional de Educación, con excepción de las provincias cuyas legislaturas hubieran ratificado los convenios de transferencia, como era el caso de Santa Cruz, Neuquén y San Luis, aunque poco después estas provincias devolvieron las escuelas primarias a la jurisdicción nacional. Posteriormente, durante el gobierno de la Revolución Argentina, por las leyes 17.878, de 1968; y 18.586, de 1970, se dispuso nuevamente la transferencia de las escuelas primarias nacionales a las provincias que, sin embargo, no llegó a completarse. En 1973, con el retorno al estado de derecho, el proceso quedó interrumpido, hasta que, instalado el nuevo gobierno militar, en 1978, durante la gestión ministerial de Juan José Catalán, siendo secretario de Estado Gustavo Perramón Pearson y subsecretario el autor de esta obra, con la sanción de las leyes 21.809 y 21.810, se completó la transferencia de las escuelas primarias dependientes del Consejo Nacional de Educación a las provincias, a la Municipalidad de la Ciudad de Buenos Aires y al Territorio Nacional de la Tierra del Fuego, Antártida e Islas del Atlántico Sur, con lo que se dio plena vigencia al federalismo escolar consagrado en el artículo 5º de la Constitución Nacional desde 1853. Escuelas de zonas y áreas de frontera En 1972, por ley 19.524, se estableció el régimen de Escuelas de zonas y áreas de frontera,que reservó al Ministerio de Cultura y Educación la formulación y coordinación de los planes de política educativa en zonas y áreas de frontera. Asimismo, se dispuso que la Secretaría de Planeamiento y Acción de Gobierno, por medio de sus organismos competentes, asesoraría respecto de los planes de política educativa, en todo cuanto se relacionara con la seguridad, para lo cual, el Ministerio de Cultura y Educación, los gobiernos provinciales y las universidades, en sus respectivas jurisdicciones, con intervención de dicha Secretaría, determinarían los establecimientos que correspondieran. En cuanto a los objetivos y los medios para alcanzarlos, se dispuso que los establecimientos educativos afectados a dicho régimen debían cumplir, además de los objetivos comunes con los del mismo nivel y modalidad, los siguientes objetivos particulares: Promover actitudes que favorecieran: la cohesión grupal y la participación en los intereses comunitarios; la asimilación de las formas de vida propias de la cultura argentina y el arraigo en el medio y el compromiso con el desarrollo y bienestar de la comunidad local como parte integrante de la regional y nacional. También debían promover ideales que estimularan: la adhesión a los principios que fundamentan la lealtad nacional y la afirmación del sentimiento de pertenencia a la sociedad argentina. La organización escolar y los contenidos curriculares debían ser acordes con estos objetivos. Por otra parte, los institutos privados situados en zonas y áreas de frontera quedarían sujetos a las disposiciones de esta ley y sus propietarios deberían ser argentinos nativos o por opción. En cuanto al personal docente, debería reunir los requisitos de nacionalidad y residencia. El reconocimiento de las universidades privadas En 1955, durante la vigencia del gobierno de facto, instalado en el poder luego de la revolución militar del 16 de setiembre de ese año, por iniciativa del ministro de Educación Atilio Dell’Oro Maini, se sancionó el decreto 6.403, en cuyo artículo 28 se autorizó el funcionamiento de las universidades privadas. Tres años después, con el advenimiento del gobierno constitucional, se propició su ratificación por el Congreso, lo que dio lugar a un debate que trascendió el recinto de las Cámaras y se convirtió en un gran cotejo nacional, en el que se enfrentaron los partidarios de la enseñanza libre y los defensores del monopolio estatal de la enseñanza, que no escatimaron denuestos contra los católicos. Con tal motivo, el episcopado argentino, con fecha 11 de septiembre de 1958, dio a conocer una declaración, suscripta por el cardenal Antonio Caggiano, en la que, una vez más, se recordó que el monopolio estatal de la enseñanza era incompatible con el artículo 14º de la Constitución Nacional y con el artículo 26º, inciso 3º de la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Finalmente, en el último día de sesiones del Congreso, el 30 de setiembre de 1958, con la decisiva participación del diputado Horacio Domingorena, se sancionó la ley 14.557, por la cual se autorizó el funcionamiento de universidades privadas, que tendrían capacidad de expedir títulos y/o diplomas académicos, pero la habilitación quedaría, en principio, a cargo del Estado nacional. Los exámenes que habilitaran para el ejercicio de las distintas profesiones serían públicos y estarían cargo de los organismos que designara el Poder Ejecutivo Nacional. Por decreto reglamentario se creó la Inspección General de Enseñanza Universitaria, con dependencia del Ministerio de Educación de la Nación. Las primeras universidades privadas en ser reconocidas de acuerdo con esta ley, fueron: la Universidad Católica de Córdoba, la Pontificia Universidad Católica Argentina, la Universidad del Salvador, el Instituto Tecnológico de Buenos Aires, la Universidad Católica de Santa Fe y la Universidad del Museo Social Argentino. Casi una década después, por ley 17.604, del 29 de diciembre de 1967, promovida por el ministro de Interior, Guillermo Borda y el secretario de Educación, José Mariano Astigueta, se reguló la creación y funcionamiento de los establecimientos universitarios privados, los que requerían el otorgamiento de la autorización pertinente por decreto del Poder Ejecutivo Nacional. A los fines del otorgamiento de la autorización, la ley estableció que deberían evaluarse, además de las características exigibles y de los requisitos de estructuración y de nivel, las necesidades regionales y sectoriales de desarrollo nacional. La ley dispuso, además, que las universidades privadas deberían observar los mismos fines generales y funciones que los prescriptos para las universidades nacionales, sin perjuicio de lo cual, podrían fijar las finalidades y funciones que se justificaran por las circunstancias particulares de su fundación. El Estado reconocía a las universidades privadas el derecho de dictar y reformar sus estatutos académicos; fijar sus planes de estudios y expedir títulos académicos. La autorización prevista por la ley, podía ser provisional o definitiva; la primera se otorgaba por decreto del Poder Ejecutivo, previo cumplimiento de los requisitos establecidos; y la segunda se concedía o negaba, también por decreto del Poder Ejecutivo, una vez cumplido el ciclo completo de estudios para todas las carreras cursadas en el establecimiento. En otro aspecto, la ley estableció que los profesores deberían poseer título universitario y los alumnos, para inscribirse, deberían haber aprobado los estudios correspondientes al nivel medio de enseñanza. También se dispuso que el Consejo de Rectores de las Universidades Privadas (CRUP) sería el órgano de consulta en todo lo concerniente al régimen legal de la enseñanza universitaria privada, a la aplicación de éste y al planeamiento educativo de dicho sector. Posteriormente, el decreto 451, del 5 de julio de 1973, suscripto por el presidente de la Nación Héctor Campera, suspendió los trámites y estudios para la creación de nuevas universidades nacionales, como asimismo, todos los trámites referidos a la aprobación nacional de establecimientos universitarios provinciales, dentro del régimen de la ley 17.778; y a la autorización provisional o definitiva de establecimientos universitarios privados, dentro del régimen de la ley 17.604. Recién siete años más tarde, por decreto 1.853, del 8 de setiembre de 1980, se levantó la suspensión de todos los trámites referidos a la autorización definitiva de las universidades privadas, pero quedó subsistente la suspensión de los trámites vinculados con la obtención de la autorización provisional para el funcionamiento de nuevas universidades privadas. Tal disposición se mantuvo hasta 1984. La Pontificia Universidad Católica Argentina La idea de la creación de una universidad católica ―que, como vimos, estaba latente desde fines del siglo XIX y tuvo un principio de concreción a principios del siglo XX, que fracasó por el imperio de la tendencia estatista vigente en aquella época―, recién fue posible llevarla a cabo con la coyuntura de la caída del régimen peronista que, sucesivamente había reinstalado y vuelto a suprimir la enseñanza religiosa, y la revolución militar de 1955 que, en lugar de restablecer la enseñanza religiosa ―resistida por los sectores de izquierda que habían acompañado el pronunciamiento―, otorgó la enseñanza libre. La fundación de la Universidad Católica Argentina fue decidida por el Episcopado Argentino en febrero de 1956 y ratificada en octubre de 1957; y en un documento colectivo del 7 de marzo de 1958, declaró oficialmente fundada la Universidad, bajo la advocación de Santa María de los Buenos Aires, encomendándole su organización a Mons. Octavio Nicolás Derisi, que fue su primer rector Posteriormente, en noviembre de 1959 el presidente Frondizi y el ministro de Educación y Justicia, Mac Kay firmaron el decreto 14.397, que reconoció oficialmente a la Universidad y, finalmente, por decreto de la Sagrada Congregación de Seminarios y Universidades, de la Santa Sede, de fecha 16 de julio de 1960 “se constituye, erige y declara erigida a perpetuidad la Universidad Católica Argentina llamada Santa María de los Buenos Aires, existente en la metrópoli bonaerense, honrada con el título de Pontificia”11. El objetivo de la Universidad fue ofrecer una enseñanza de excelencia en todos los campos del saber y formar un hombre integral, con una formación ética de raigambre cristiano-católica. En un principio estuvo constituida por cuatro facultades: Filosofía, cuya organización se encargó al Pbro. Guillermo R Blanco; Derecho y Ciencias Políticas, a Faustino Legón; Ciencias Económicas, a Francisco Valsecchi; e Ingeniería, a Agustín Durañona y Vedia. Más tarde se iniciaron las carreras de Letras, que se añadió a Filosofía, a cargo de Ángel Battistessa; Ciencias Agrarias, encomendada a José García Mata; y Música, que organizó Alberto Ginastera. El gobierno de la Universidad se integra con un Consejo Superior, a cargo del aspecto académico y un Consejo de Administración, que se ocupa del aspecto económico. El rector representa al Episcopado, que es el órgano supremo de la Universidad, a través de una comisión de tres obispos. Dado su carácter de pontificia, la Universidad, en última instancia, depende de la Santa Sede, que está representada por el gran canciller, que es el arzobispo de Buenos Aires, y el rector, nombrado por la comisión episcopal y confirmado por la Santa Sede. A Mons. Derisi le sucedieron en el rectorado: Mons. Guillermo P. Blanco en 1980 y el padre Domingo Basso O.P en 1995. La Universidad del Salvador La Universidad del Salvador reconoce su origen en el Instituto Superior de Filosofía de la Compañía de Jesús, creado por iniciativa del padre Enrique Pita el 8 de junio de 1944. Una década después, el padre Ismael Quiles, que le sucedió en el decanato, transformó el Instituto en Facultad. Al niño siguiente se fundó el Instituto de Psicología, con la dirección del padre Ernesto Dann, y al subsiguiente se inauguraron, sucesivamente, los Institutos de Psicopedagogía, a cargo del padre Ubén Arancibia; y de Historia y Letras, dirigido por el padre Avelino I. Gómez Ferreyra. En ese mismo año 1956, el 2 de mayo, se fundó la Universidad del Salvador, con lo cual los Institutos pasaron a ser Facultades. A los Institutos mencionados se agregó el de Ciencias Políticas y Sociales, con la dirección de Juan Pichón Riviere. En el acto fundacional, el R.P Provincial de la Compañía de Jesús en la Argentina, estuvo representado por el padre José Antonio Sojo, rector del Colegio del Salvador. En 1959, por decreto del 24 de setiembre, el Poder Ejecutivo Nacional otorgó la personería jurídica a la Asociación Institutos Universidad del Salvador, que había sido constituida en ese año y aprobó, además, sus Estatutos. El 8 de diciembre siguiente, día de la Inmaculada Concepción de María, el presidente Frondizi aprobó los Estatutos, Planes y Programas de Estudios y autorizó a la Universidad para funcionar de acuerdo con lo establecido en la ley 14.557, con facultad de expedir títulos y diplomas académicos. Según los términos del acta de fundación: “El propósito esencial que anima, bajo la inspiración de Dios y para su mayor gloria, a la fundación [...] es el de promover, en el más elevado nivel posible, los estudios de las disciplinas científicas y humanistas, de desarrollar en forma armónica e integral, dentro del concepto humanista cristiano, la personalidad del estudiante [...]”. En 1975 la Compañía de Jesús se desprendió de la conducción de la Universidad, dejándola exclusivamente en manos de laicos. Las universidades nacionales en esta etapa En 1947, durante la primera presidencia de Perón, por la ley 13.031, se estableció el régimen orgánico para las universidades nacionales, por el cual, según el art. 4º, “no deberán desvirtuar en ningún caso y por ningún motivo sus funciones específicas. Los profesores y alumnos no deben actuar directa ni indirectamente en política, invocando su carácter de miembros de la corporación universitaria [...]”. De acuerdo con el art. 84º, los estudiantes tendrían representación en los consejos directivos por intermedio de un delegado por cada escuela, que sería sorteado entre los diez alumnos del último año de la carrera, que hubieran obtenido las más altas calificaciones. En 1949, por decreto 29.337 se acordó suspender el cobro de aranceles universitarios y en 1950, por decreto 6.401, se consagró la gratuidad de la enseñanza universitaria, con excepción de los derechos por el otorgamiento de diploma y repetición de materia. Posteriormente, por la ley 14.297, de 1953, se modificó el régimen orgánico y se estableció, por el art. 1º que: “Las universidades argentinas cumplirán su misión con un sentido eminentemente humanista y de solidaridad social [...]”; y por el art. 2º, se dispuso que: “Todos los planes de enseñanza comprenderán, además de sus materias específicas, cursos dedicados a la cultura filosófica, al conocimiento de la doctrina nacional y a la formación política ordenada por la Constitución”. Con respecto a los estudiantes, se admitía, por el art. 59º, que tendrían una representación en los consejos directivos por medio de un delegado que debía ser alumno regular de uno de los tres últimos años de estudio y proveniente de una entidad gremial reconocida. Tendría voto solamente en las cuestiones que afectaran a los intereses estudiantiles. En 1955, después del derrocamiento de Perón, durante la vigencia del gobierno de facto, por el decretoley 477, se restableció la vigencia de la ley Avellaneda. Ese mismo año, por decreto-ley 4.361 se dispuso la intervención de las universidades nacionales y se modificó el régimen administrativo y contable. El 21 de abril de 1967, durante el nuevo gobierno de facto, del general Juan Carlos Onganía, siendo ministro del Interior Guillermo A. Borda y secretario de estado de Educación Carlos María Gelly y Obes, se sancionó la ley 17.245, en virtud de la cual se reconoció que las universidades nacionales eran instituciones de derecho público, cuyos fines esenciales eran: “a) La formación plena del hombre a través de la universalidad del saber y del desarrollo armonioso de su personalidad; b) La formación de universitarios capaces de actuar con responsabilidad y patriotismo al servicio de la Nación; c) La investigación de la verdad y el acrecentamiento del saber; d) La preparación de profesionales, técnicos e investigadores necesarios para el país; e) La preservación, difusión y transmisión de la cultura y en especial del patrimonio común de valores espirituales de la nacionalidad”. Para el cumplimiento de sus fines, según reza el artículo 5º, “el Estado confiere a las universidades autonomía académica y autarquía financiera y administrativa”. Y por el artículo 10º se prohibía “en los recintos universitarios toda actividad que asuma formas de militancia, agitación, propaganda, proselitismo o adoctrinamiento de carácter político”. La enseñanza sería gratuita, salvo en los cursos para graduados (art. 92º). Se disponía, además, que los alumnos elegirían un delegado estudiantil que tendría voz en las sesiones de los consejos académicos de cada facultad (art. 94º). Para ser electo se requería tener aprobado el equivalente de las dos terceras partes del respectivo plan de estudios y tener un promedio general equivalente a bueno (art. 96º). Los alumnos no podrían realizar dentro de las casas de estudios, ninguna clase de actividad política (art. 98º). De acuerdo con esta ley, las universidades nacionales podrían ser intervenidas por el Poder Ejecutivo Nacional por tiempo determinado. Serían causales de intervención: a) Conflicto insoluble dentro de la propia universidad, b) Manifiesto incumplimiento de los fines, c) Alteración grave del orden público o subversión contra los poderes de la Nación (art. 116º). Con el cambio de régimen político, al restablecerse el estado de derecho, la ley 17.245 fue reemplazada por la ley 20.654, sancionada por el Congreso de la Nación el 14 de marzo de 1974. Según el artículo 1º: “Las universidades nacionales son comunidades de trabajo que integran el sistema nacional de educación en el nivel superior con el fin de impartir enseñanza, realizar investigación, promover la cultura nacional, producir bienes y prestar servicios con proyección social y, haciendo los aportes necesarios y útiles al proceso de liberación nacional, contribuir a la solución de los grandes problemas argentinos”. Y de acuerdo con el artículo 3º: “las Universidades nacionales son personas jurídicas de derecho público, organizadas dentro del régimen de autonomía académica y docente y de autarquía administrativa, económica financiera [...]. La enseñanza que impartan será gratuita”. Sobre la participación de los alumnos en el gobierno de la universidad, se dispuso por el artículo 42º, que éstos elegirían, por voto obligatorio y secreto los delegados estudiantiles, los que tendrían voz y voto en las sesiones de los Consejos Superior y Directivo. En el artículo 51º se estableció que: “Las Universidades pueden ser intervenidas por el Poder Ejecutivo, por tiempo determinado y por las siguientes causales: a) Manifiesto incumplimiento de la presente ley; b) Alteración grave del orden público; c) Conflicto insoluble dentro de la Universidad; d) Subversión contra los poderes de la Nación o conflicto grave de competencia con otros organismos públicos”. Dos años después, en 1976, al producirse una nueva rebelión militar, que inició el llamado Proceso de Reorganización Nacional, el 29 de marzo se sancionó la ley 21.276, que derogó parcialmente a la ley 20.654, en todo aquello que tuviera una connotación política partidaria. Por el artículo 2º se dispuso que: “Las autoridades universitarias arbitrarán de inmediato las medidas necesarias para que las universidades nacionales cumplan efectivamente su finalidad de preservar, incrementar y transmitir la cultura”. Según el artículo 3º, el Ministerio de Cultura y Educación quedó a cargo del gobierno y administración de las universidades. Y por el artículo 7º quedó prohibida en el ámbito de las universidades nacionales “toda actividad que asuma formas de adoctrinamiento, propaganda, proselitismo o agitación de carácter político o gremial, docente, estudiantil y no docente”. Posteriormente, el 11 de abril de 1980 se sancionó una nueva ley, la 22.207, que estableció un nuevo régimen orgánico para las universidades nacionales, cuyas características fueron: la supresión de la actividad política en los claustros, la no participación estudiantil en el gobierno de la universidad, el ingreso mediante examen y la designación de los rectores por el Poder Ejecutivo Nacional. En esta época, no sólo se fundaron universidades privadas, sino que también se crearon numerosas universidades nacionales: en 1956, las Universidades Nacionales del Sur y del Nordeste; en 1968, la de Rosario; en 1971, las de Río Cuarto y Comahue; en 1972, las de Salta, Catamarca, Lomas de Zamora y Lujan; en 1973, las de La Pampa, Patagonia, Entre Ríos, San Juan, Santiago del Estero, San Luis y Jujuy; en 1974, las de Misiones y Centro de la Provincia de Buenos Aires; y en 1975, la de Mar del Plata. Las universidades provinciales La ley 17.778, del 12 de junio de 1968, estableció las normas referidas al funcionamiento de las universidades o institutos de enseñanza superior universitaria provinciales. En primer término, dispuso que los títulos o grados otorgados por dichas universidades o institutos tendrían validez cuando los establecimientos que los expidieran hubieran obtenido la previa autorización concedida por el Poder Ejecutivo Nacional. Al respecto, se advertía que era facultativo del Poder Ejecutivo Nacional conceder la autorización sobre la base de razones de política educativa, previa la evaluación de las características exigibles, de los requisitos de estructuración y de nivel existentes y de las necesidades regionales y sectoriales del desarrollo nacional. La ley estableció, además, que las universidades provinciales deberían observar los mismos fines generales y funciones que los prescriptos para las universidades nacionales, sin perjuicio de lo cual podrían fijar las finalidades y funciones que se justifiquen por las circunstancias particulares de su fundación y en especial deberían atender a los requerimientos de la región. Asimismo, la ley les acordaba a las universidades provinciales autonomía académica y autarquía financiera y administrativa; por lo tanto, tendrían derecho a dictar y reformar sus estatutos académicos con la aprobación del Poder Ejecutivo Provincial respectivo y a fijar sus planes de estudio, los cuales deberían ser aprobados por el Poder Ejecutivo Nacional en cuanto a su estructura general. Como en el caso de las demás universidades, los profesores debían poseer título universitario y los alumnos haber cursado los estudios secundarios. Además, se estableció que el Consejo de Rectores de las Universidades Provinciales era el órgano de consulta en lo concerniente al régimen legal de enseñanza universitaria impartida por establecimientos provinciales, a la aplicación de éste y al planeamiento educativo de dicho sector. Subversión en el ámbito educativo Durante las décadas de 1960 y 1970, la acción llevada a cabo por los grupos subversivos, que pretendían alterar el orden constitucional y trastrocar los valores tradicionales de la sociedad argentina, tuvo una gran incidencia en el ámbito educativo, donde sus integrantes se infiltraron en los distintos niveles de la enseñanza y en las organizaciones gremiales de educadores, con el objeto de captar en forma progresiva la conciencia de los docentes y alumnos y reclutar adeptos para su causa. En el año 1977, el Ministerio de Cultura y Educación, teniendo en cuenta que entre los objetivos básicos del gobierno militar se encontraba “la vigencia de los valores de la moral cristiana, de la tradición nacional y de la dignidad del ser argentino”, por resolución 538 dispuso la distribución, en todos los establecimientos educativos, de un folleto tituladoSubversión en el ámbito educativo, haciendo responsables a las autoridades de dichos establecimientos de la difusión de su contenido. El folleto ―impreso por el propio Ministerio―, se refería a las organizaciones subversivas y a la estrategia particular de la subversión en el ámbito educativo. Pese a la derrota final de los grupos subversivos en el plano militar, operada en los primeros años de la década del 80, con el retorno al estado de derecho, algunos de sus miembros pasaron a integrar la conducción o el asesoramiento educativo, ya sea en el Ministerio de Educación de la Nación, en los ministerios provinciales o en los establecimientos educativos, desde donde siguieron ejerciendo su acción disolvente del orden tradicional, a través de la manipulación de los nuevos contenidos de la reforma educativa y de la metodología de la enseñanza, o del dictado de cursos de capacitación y perfeccionamiento docente, impregnados de connotaciones ideológicas que vulneraban la libertad de enseñanza. Esta tendencia también se expresó a través de la distribución de libros para los educadores, que menoscababan a la Patria y denigraban a los próceres. Notas 1 Cfr. Jorge María Ramallo. Educación de adultos y educación permanente. Un intento renovador en la historia de la educación argentina. 1969-1973. Buenos Aires, 1995. 2 Paulo Freiré. Pedagogía del oprimido. Montevideo, Tierra Nueva, 1970, pág. 90. En 1997, con motivo del fallecimiento de Freiré, el Ministerio de Educación lo declaró “maestro ejemplar en el ámbito de la educación argentina” y estableció que la distinción que se entrega anualmente a figuras que se hayan destacado en el ejercicio de la docencia básica, llevará el nombre de dicho ideólogo subversivo. 3 Víctor García Hoz. Siete conferencias sobre educación personalizada. Buenos Aires, Escuela Argentina Modelo, 1971, págs. 4 y 11. 4 Jordán Bruno Genta. Acerca de la libertad de enseñar y de la enseñanza de la libertad. Buenos Aires, 1945, págs. 108 y 117. 5 Mariano P. Brotto y Eduardo Naddeo. Conocimientos pedagógicos y de administración escolar. Buenos Aires, Víctor Leru, 1970, pág. 201. 6 Hno. Septimio Walsh. En Consudec. Buenos Aires, 1er miércoles de agosto de 1987, Nº577. 7 Hno. Roberto González. En Consudec. Buenos Aires, 4º miércoles de julio de 1990, Nº 648. 8 Cit. por Olga Chiericotti. El primer bachillerato humanista argentino. Salta, 1978, pág. 39. 9 En Primera Convención Nacional de la Enseñanza Privada. Buenos Aires, Comité Coordinador de la Enseñanza Privada, 1964, págs. 201-202. 10 Lidia Rodríguez. “Pedagogía de la liberación y educación de adultos”. En Adriana Puiggrós. Dictaduras y utopías en la historia reciente de la educación argentina. Buenos Aires, Galerna, 1997, pág. 292. 11 Pontificia Universidad Católica Argentina Santa María de los Buenos Aires. Anuario 1998. Buenos Aires, 1998, pág. 14. 12 La Nación. Buenos Aires, 27 de diciembre de 1997. Novena etapa: Transformación del sistema En la última etapa de la educación argentina, que transcurre desde 1983 hasta nuestros días y no agotada todavía, signada por el retorno a la vigencia del estado de derecho, la reunión del Congreso Pedagógico Nacional y la sanción de la Ley Federal de Educación,en pleno proceso de implementación, han sido hasta ahora los hechos más significativos. No deben desdeñarse, sin embargo, otros hechos relevantes, como la firma del Pacto Federal Educativo, la sanción de una nueva Ley de Educación Superior, la creación de la Academia Nacional de Educación y el desarrollo del Mercosur Educativo, estrechamente vinculado con el proceso de regionalización y globalización que caracteriza a la época contemporánea. Estas innovaciones se vienen realizando en el marco del proceso de transformación educativa, que se inscribe, a su vez, en un movimiento de carácter universal que se expresa a través de la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO) y de otros organismos no gubernamentales (ONG), como la Alianza Mundial para la Transformación de la Educación (GATE), que tiene su sede en los Estados Unidos de América, artífices de un mundo globalizado, que ha sacralizado la trilogía de la democracia liberal, la economía de mercado y la religión permisiva. No obstante, debe admitirse que, como consecuencia del vertiginoso desarrollo científico y tecnológico operado a partir de la Segunda Guerra Mundial, estamos ante una nueva realidad educativa, hemos entrado en la denominada sociedad del saber o sociedad del conocimiento y también sociedad de la información, en la que primará la “persona instruida”, es decir, aquélla que esté preparada para afrontar los cambios y reciclarse en forma continua; con el El Plan Nacional de Alfabetización El 31 de julio de 1984, por decreto 2.308 del presidente de la Nación Raúl Ricardo Alfonsín, se creó la Comisión Nacional de Alfabetización Funcional y Educación Permanente, presidida por la Secretaría Permanente del Consejo Federal de Cultura y Educación e integrada por seis vocales y un secretario general. Poco menos de un año después, el 6 de mayo de 1985, el ministro de Educación y Justicia, Carlos Aleonada Aramburú, lanzó elPlan Nacional de Alfabetización, elaborado por esta Comisión, con el objeto de “erradicar el analfabetismo, completar la educación de los neoalfabetos y posibilitar un sistema permanente de educación de adultos”. En consecuencia, se organizaron alrededor de 6.000 centros de alfabetización en todo el país. En cada una de las provincias se constituyó una Junta Coordinadora, con un delegado de la Comisión Nacional, dos coordinadores por la respectiva provincia y otros dos por la Nación. De esta Junta dependían los orientadores pedagógicos, que tenían a su cargo la realización de relevamientos, la selección de alfabetizadores y su capacitación, como así también la elección de los lugares apropiados para establecer los centros. El programa de aprendizaje estaba previsto en dos etapas, la primera de 6 meses, de alfabetización propiamente dicha; y la segunda, de 3 meses, para la lectura comprensiva y el pensamiento lógico. Con la Comisión Nacional trabajó un grupo de expertos, que comenzó a elaborar un Atlas Lingüístico y Antropológico de la República Argentina. Educación y proyecto de vida Con motivo de la inminencia de la reunión de un nuevo Congreso Pedagógico, el Episcopado Argentino dio a conocer, el 24 de julio de 1985, un documento titulado Educación y proyecto de vida, elaborado por el Equipo Episcopal de Educación Católica. El documento comprende una introducción y tres partes: la primera se refiere al quehacer educativo; la segunda, al sistema educativo y la tercera, a la misión educativo-pastoral de la Iglesia. En la introducción se destaca que el “desafío específico de la hora que nos toca vivir [...] consiste sin duda en salvar al hombre de la deshumanización, ayudarlo a encontrarse a sí mismo y ubicarse frente a sus altos destinos, salvar la vida del deterioro y pérdida de calidad, rescatar los valores del espíritu de la esclavitud del materialismo y del hedonismo” 2. En la primera parte se desarrollan conceptos acerca “de la verdad sobre el hombre, imagen directriz de la educación”, haciendo alusión a la educación permanente; también se explicitan las relaciones entre “cultura y educación”, los “fines de la educación” y el “encuentro educativo”. En la segunda parte se destaca la vinculación entre educación y sistema educativo, el papel de la escuela como ámbito de formación integral y como comunidad educativa; los “principios ético-jurídicos básicos de la educación sistemática y la necesidad de una reforma del sistema”. La tercera y última parte, se dedica a la educación y evangelización, señalando la presencia de la Iglesia en la vida cultural y educativa del país y la misión de la escuela católica en el contexto nacional; para finalizar con el análisis de la posición de la Iglesia “en misión pastoral-educativa” en las diócesis y parroquias. Finalmente, en la conclusión se afirma que: “Urge la investigación de nuestra realidad, el análisis de nuestros métodos educativos, los contenidos, procesos y resultados para que, a la luz de la ciencia y la experiencia, sepamos revitalizar nuestro quehacer educativo” 3. El Congreso Pedagógico de 1986-88 Este nuevo Congreso Pedagógico fue convocado por el Congreso de la Nación, por ley 23.114, aprobada por unanimidad en ambas cámaras legislativas en 1984. De acuerdo con el texto de la ley, sus principales objetivos fueron: crear un estado de opinión en torno de la importancia y trascendencia de la educación en la vida de la República; recoger y valorar las opiniones de las personas y sectores interesados en el ordenamiento educativo y su desenvolvimiento; plantear, estudiar y dilucidar los diversos problemas, dificultades, limitaciones y defectos que enfrenta la educación. En cuanto al temario, se integró con los siguientes puntos: a) Importancia y trascendencia de la educación en la vida de la República, b) El ordenamiento educativo y su desenvolvimiento, c) Los problemas, dificultades, limitaciones y defectos que enfrenta la educación, d) La situación educativa y sus alternativas de solución. La organización del Congreso dio lugar, a partir de 1986, al más amplio margen de participación “de todos los niveles de enseñanza, estudiantes, padres, cooperadoras escolares, gremialistas, docentes, estudiosos del quehacer educativo y el conjunto del pueblo a través de los partidos políticos y organizaciones sociales representativas”. La Comisión Organizadora Nacional fue presidida por el ministro de Educación de la Nación, Jorge F. Sábato. Como secretaria técnico administrativa se desempeñó Beatriz Santiago. Las conclusiones se aprobaron en una Asamblea Pedagógica Nacional que tuvo lugar en Embalse del Río III, Provincia de Córdoba, del 27 de febrero al 6 de marzo de 1988, por consenso unánime o acuerdo mayoritario, cuando los adherentes fueron el 70% o más; o no se aprobaron cuando los adherentes al disenso fueron más del 10% y menos del 70%. Como coordinador de la Asamblea se desempeñó Silvio Pedro Montini, representante de la Provincia de Córdoba. El marco referencial general sobre los objetivos y funciones de la educación fue aprobado por consenso unánime, en cuanto a considerar que: “El proyecto educativo debe formar parte del proyecto nacional y éste debe estar fundado en nuestras raíces culturales”. 1) Con respecto al acrecentamiento de la identidad nacional, se aprobó con acuerdo mayoritario que: “Se proporcionará una permanente revisión histórica con sentido crítico y amplio para definir y acrecentar la identidad nacional [...]”. 2) Sobre el afianzamiento de la soberanía, por consenso unánime se aprobó: “La educación debe apuntar a revalorizar el propio suelo, a conocer las propias características: la realidad cultural, histórica, geográfica, política, social y económica con el fin de arraigar a los hombres a su tierra y evitar el despoblamiento hacia los grandes centros urbanos y hacia el exterior”. 3) Sobre la consolidación de la democracia, por consenso unánime se aprobó: “Propender al afianzamiento de la democracia, la libertad y la justicia, mediante el ejercicio de la participación pluralista y la capacidad efectiva de ejercerla”. 4) Sobre la integración social y regional, se aprobó por consenso unánime: “Concretar un dinámico y seguro Pacto Federal de funcionamiento permanente, en relación a una planificación compartida e integrada [...]”. En el dictamen de disenso se afirmó que: “La educación debe integrar al hombre argentino en su comunidad regional, pero sin perder de vista su ser nacional”. 5) Sobre el desarrollo social, cultural, científico y tecnológico y el crecimiento económico, se aprobó por consenso unánime: “El desarrollo social, cultural, científico y tecnológico de la Nación, deberá jerarquizar la igualdad de oportunidades y posibilidades concretas de acceso a los bienes culturales y materiales como la educación, la salud, el trabajo y la vivienda”. 6) Sobre la afirmación de una convivencia social, pluralista y participativa, se aprobó por consenso unánime: “La ley general de educación dispondrá la justificación de las inasistencias [...] de los trabajadores de la educación y de los alumnos que por su confesión religiosa no asistan a clase y/o actos en días que por razones de conciencia deban rendir culto a su Dios, respetando el ser nacional”. El dictamen de disenso sostuvo que: “La legislación en materia escolar debe encuadrarse armónicamente en los postulados de un proyecto nacional que reconozca una cosmovisión de raíz cristiana, republicana, pluralista y respetuosa de todas las culturas y de los principios, derechos y garantías aclarados en nuestra Constitución Nacional”. 7) Sobre la equidad en educación, por consenso unánime se aprobó: “La educación permanente en su proceso integral, dinámico y continuo de autoconstrucción personal a lo largo de toda la vida, requiere un sistema abierto y flexible para poder ingresar y egresar con facilidad, capaz de brindar diversas oportunidades de reciclaje, especialización y actualización según las necesidades personales, sociales y regionales, en diferentes momentos del proceso educativo. Los circuitos de educación formal e informal deben integrarse con fluidez en la consecución de este principio”. 8) Sobre otros objetivos y funciones de la educación, por consenso unánime se aprobó: “Crear las condiciones necesarias para que el proyecto educativo tenga permanencia en el tiempo, más allá de los períodos de gobierno”. En lo que se refiere a la familia y el derecho a la educación, en el dictamen de disenso se dijo: “El agente educador por naturaleza, el más importante, es la familia, como núcleo social básico. Se deberá reafirmar el principio de que los padres son los primeros y principales educadores, por derecho, de sus hijos, con la posibilidad de elegir el tipo de educación que responda a sus propias convicciones”. También con dictamen de disenso se afirmó: “Promover el desarrollo del educando en sus aspectos psicofísico, estético, intelectual, social, ético, religioso [...]”. En cambio, se aprobó por consenso unánime: “Más allá de la instrucción, formen integralmente al educando en todos los aspectos de su personalidad, de manera que alcancen a todo el hombre y a todos los hombres”. Se decidió también por consenso: “La educación debe hacer comprender nuestra realidad a la luz del proceso histórico y ser reflejada en un proyecto educativo que presente el rostro de nuestra cultura, configurada a través del encuentro de las culturas aborígenes con la hispana, y con el aporte de las corrientes inmigratorias”. En orden a los aspectos formales de la educación, el Congreso Pedagógico se propuso, por consenso unánime: cambiar la nomenclatura de nivel pre-primario por nivel inicial. La necesidad de imponer la obligatoriedad de una escolaridad básica que se inicie a los 5 años y, extendiéndose al ciclo medio, abarque 10 a 11 años de escolaridad obligatoria como mínimo. La implementación, además, de varios tipos de bachillerato superior con orientaciones con salida laboral y/o continuación de estudios de enseñanza superior universitaria o no universitaria. Se acordó, también, por consenso unánime, la necesidad de “un sistema educativo efectivamente articulado, tanto vertical como horizontal, que permita el tránsito de un nivel a otro sin generar traumatismos, con sus secuelas de deserción y repetición”. Finalmente, se hizo especial hincapié en el mejoramiento de la educación especial y de la educación artística; y, con respecto a la educación de adultos, se aprobó, por consenso unánime, que “debe colocarse en el contexto de la educación permanente” En cuanto al currículo, por consenso unánime se resolvió que: “Será flexible, abierto, interdisciplinario; se adecuará al contexto socio-cultural de cada región, respetando la unidad del sistema educativo nacional”. Y sobre la evaluación y control de la calidad pedagógica, por consenso unánime se aprobó que: “Al Estado le cabe el deber indelegable de ejercer la función de supervisar y velar por la calidad de la educación, centrando su evaluación en los resultados del servicio educativo, más que en los procedimientos”. La educación en las nuevas constituciones provinciales Si se realiza un examen del contenido de las constituciones provinciales vigentes, se advierte una coincidencia general en sus disposiciones, aunque aparecen también rasgos distintivos, que reflejan algunas diferencias. En todas las constituciones se reconoce la libertad de enseñanza, como asimismo, la gratuidad y la obligatoriedad en el nivel primario. En lo que se refiere al gobierno de la enseñanza, las provincias de Buenos Aires, Entre Ríos, Mendoza y Misiones, lo atribuyen a un Consejo General de Educación y a un director general de Escuelas. El resto de las provincias, salvo La Pampa y Santa Fe, que no lo especifican, consagran la existencia de un Consejo General o Consejo Provincial de Educación. Con respecto a la organización de la enseñanza media y terciaria no universitaria, la mayoría de las constituciones reconocen la facultad de las legislaturas para sancionar leyes especiales. Lo mismo ocurre con relación dictado de planes y reglamentos generales de enseñanza. Finalmente, en lo que se refiere a la enseñanza religiosa, las constituciones del Chaco, Chubut, Entre Ríos, Formosa, Mendoza, Neuquén, Río Negro, San Juan y Santiago del Estero, consagran la enseñanza laica. En cambio, la constitución de La Pampa sigue el texto de la antigua ley 1.420 de educación común y admite la enseñanza religiosa “a los alumnos que opten por ella, exclusivamente por los ministros autorizados de los diferentes cultos, con posterioridad a las horas de clase”. La constitución de la Provincia de Buenos Aires, a su vez, establece que la educación común debe “formar el carácter de los niños en el culto de las instituciones patrias y en los principios de la moral cristiana, respetando la libertad de conciencia”; y la constitución de Catamarca reconoce el derecho de los padres a que sus hijos reciban la enseñanza de la religión que profesan, que debe impartirse en la última hora de clases. En los últimos años, varias provincias han reformado su constitución, asignándole un lugar destacado a la educación. Así, la constitución de Córdoba, reformada en 1987, ha establecido como finalidad de la educación “la formación integral, armoniosa y permanente de la persona, con la participación reflexiva y crítica del educando, que le permita elaborar su escala de valores tendiente a cumplir con su realización personal, su destino trascendente, su inserción en la vida socio-cultural y en el mundo laboral, para la conformación de una sociedad democrática, justa y solidaria”. El Estado garantiza el derecho de enseñar y aprender, reconoce a la familia como agente natural y primario de la educación y la libertad de enseñanza y las instituciones privadas. Por su parte, la constitución de La Rioja, reformada en 1986, ha reconocido que la educación es un derecho humano fundamental y un deber de la familia y el Estado. Al propio tiempo, ha considerado como fin de la misma, el desarrollo integral, permanente y armonioso de la persona, para capacitarla, para vivir en una sociedad democrática y participativa, “basada en la ética, la libertad y la justicia social, en el respeto a las tradiciones nacionales y en los sentimientos religiosos, morales y de solidaridad humana”. Asimismo, introdujo una novedad, en cuanto extiende la educación gratuita y obligatoria hasta el ciclo básico del nivel secundario. En el caso de la Constitución de Jujuy, también reformada en 1986, consagra “la libertad de enseñar y aprender, la que no podrá ser coartada con medidas de ninguna especie”. Los objetivos de la educación son: propender al desarrollo integral de la persona, a la capacitación profesional y a la formación de los ciudadanos aptos para la vida en democracia. La educación pública, debe ser obligatoria y gratuita, gradual y pluralista. La obligatoriedad de la educación abarca los niveles primario y secundario. El Estado debe promover la participación de la familia y de la comunidad en el proceso educativo. A su vez, la constitución de Salta, reformada en 1986, también ha admitido que la educación es un derecho de la persona y un deber de la familia y de la sociedad a la que asiste el Estado como función prioritaria e insoslayable; y reconocido que los padres tienen derecho a que sus hijos reciban en la escuela pública educación religiosa. La educación debe ser gratuita, pública, común, asistencial y obligatoria. En el caso de la reforma efectuada en la constitución de San Juan en 1986, se ha establecido que la familia es el agente natural de la cultura y la educación y a ésta como objetivo esencial, prioritario e indeclinable del Estado, con carácter obligatorio y gratuito, no confesional, integral, asistencial y democrática. En la reforma constitucional realizada en Santiago del Estero en 1986, se ha ratificado el laicismo consagrado en el texto anterior Por último, en la Constitución de San Luis, cuya reforma data de 1987, se destaca el fin de la educación, centrado en el desarrollo y formación integral del hombre, cuyos objetivos son: “vivir en paz y en democracia, desarrollar la personalidad, elaborar una escala de valores, lograr afianzar los contenidos de la Constitución, desarrollar la capacidad crítica, adquirir el saber científico, integrar la educación en coordinación con la realidad provincial, capacitar para las tareas vinculadas a los tipos característicos de producción de cada región”. Se reconoce la educación permanente, la igualdad de oportunidades y posibilidades y la importancia de los medios de comunicación social como agentes de educación. Como puede observarse, en las reformas llevadas a cabo, se advierte la tendencia a reconocer a la educación como derecho inalienable de la persona humana y la libertad de enseñar y aprender, a aceptar la vigencia de la educación permanente y a asignarle a la educación un papel importante en la consolidación del sistema de gobierno democrático. Acorde con la reforma constitucional, y en consonancia con la Ley Federal de Educación, en la Provincia de Buenos Aires se sancionó en diciembre de 1994 una nueva ley de educación. Nuevo plan de formación de maestros En un anteproyecto de plan de formación docente para el nivel primario, dado a conocer en 1987 por la Dirección Nacional de Educación Superior, ya se empleaba la denominación de maestros de “educación general básica”. Al año siguiente, por resolución ministerial 580, se dio a conocer un nuevo plan curricular, que se estructuraba en tres instancias: 1) Los postulantes, con el Ciclo Básico Común aprobado, asistirían primero a un curso de información sobre la carrera del magisterio y luego a un proceso grupal de orientación vocacional, que culminaría en un diagnóstico tentativo. 2) A continuación sobrevendría el desarrollo de la carrera docente, de cuatro años de duración, con eventual reorientación al final del segundo curso. Las residencias docentes se cumplirían en el cuarto año, con tres alternativas: educación formal, educación informal o investigación educativa. 3) La tercera instancia, presentaría la opción de obtener el grado de profesor de enseñanza media. En el mismo año 1988, por resolución ministerial 1.679, se resolvió transferir el ciclo de educación secundaria de 154 escuelas normales, que hasta entonces dependían de la Dirección Nacional de Educación Media, a la Dirección Nacional de Educación Superior. La resolución estableció también que en todas las escuelas transferidas se aplicaría progresivamente el plan de estudios para la formación de maestros de educación general básica, cuya primera etapa de ejecución se había iniciado en forma experimental en ese año. La Junta Coordinadora de Enseñanza Privada También en 1988 se creó en la ciudad de Buenos Aires la Junta Coordinadora de Asociaciones de Enseñanza Privada de la República Argentina (COORDIEP), que reúne a casi diez mil institutos educativos de iniciativa privada del país. Sus objetivos fundamentales son: propender a la libertad de enseñanza, defender el derecho del hombre a conocer la verdad y a poder enseñarla y el derecho de las familias de elegir el tipo de educación que desean para sus hijos. Integraron la Junta, las siguientes entidades: Asociación de Colegios Bilingües, de Colegios del Bachillerato Internacional del Río de la Plata, de Directores de Enseñanza Preprimaria y Primaria, de Institutos de Enseñanza Privada, de Institutos de Enseñanza Privada de la Provincia de Buenos Aires, de Institutos Libres de Enseñanza General, de Profesorados Privados, de Rectores de la Enseñanza Privada de la República Argentina. Asimismo, formaron parte de la Junta los consejos: Superior de Educación Católica, Central de Educación Israelita de la República Argentina, de Educación Cristiana Evangélica, Nacional de Institutos Técnicos Católicos y Nacional de Rectores de Institutos Privados; y también la Comisión Arquidiocesana de Institutos Educativos Parroquiales, Establecimientos Privados Educativos Asociados y la Federación de Institutos Agropecuarios Privados. Como secretario ejecutivo de la Junta fue designado Carlos José Galh y como asesor técnico, Alfredo M. van Gelderen. El Programa de Transformación de la Escuela Media De acuerdo con las conclusiones de la Asamblea Nacional del Congreso Pedagógico, que propiciaron la redefinición de la función social y cultural de la educación media, mediante la integración de los tres primeros años a la educación común y obligatoria, por resolución 1.624, del 12 de octubre de 1988, suscripta por el ministro Jorge F. Sábato, se autorizó, a partir del período lectivo 1989, la aplicación, con carácter experimental del Ciclo Básico General en el marco del Programa de Transformación de la Escuela Media, en un número reducido de establecimientos. Por resolución ministerial 1.813, del 2 de noviembre, siguiente, se aprobó el Proyecto de unificación del Ciclo Básico Común y del Ciclo Básico Comercial Diurno y Estudio de una misma Lengua Extranjera de 1º a 5º año, y se autorizó su aplicación a partir del período lectivo 1989. En el anexo correspondiente, se afirmaba que este programa de transformación “es parte de los lineamientos que devienen de una política educativa pensada y planeada para todos, de acuerdo con los principios de la igualdad de oportunidades y posibilidades de acceso, permanencia y calidad del proceso educativo, que orientan la política educativa democrática”. El Programa aspiraba, en definitiva, a crear en el sistema educativo argentino las condiciones que facilitaran la extensión de la obligatoriedad al Ciclo Básico de la educación media. Este Programa, aprobado por el Consejo Federal de Cultura y Educación, tendía a modificar la estructura de las escuelas de nivel medio, para lograr una mayor concentración horaria del personal docente, la designación de profesores por cargo y la capacitación permanente; de esta manera se trataba de establecer ―según se dijo― las bases para lograr una “transferencia no traumática de los servicios educativos”. La resolución del Consejo Federal daba preeminencia a la participación plena de la comunidad educativa, con una vinculación entre ésta y la escuela, y promovía la formación de equipos docentes, a partir de la redefinición de los roles de los miembros de la comunidad. Con la posterior sanción de la Ley Federal de Educación, al implementarse la educación polimodal ―que abarca los tres últimos años del antiguo bachillerato―, se estableció un tronco común y una formación orientada, con salida laboral. El primero constituye un conjunto de conocimientos con posibilidad de articulación y la segunda ofrece orientación en ciencias exactas y naturales, en ciencias sociales y en humanidades. Todas las orientaciones son tecnológicas, es decir, tienen un componente técnico y laboral que debe facilitar al egresado el acceso a los estudios superiores y una salida al mundo de la producción y del trabajo. El lanzamiento experimental se previo para 1996 y el global para 1999. Esta estructura otorga como título general el de bachiller, al que se agrega la orientación elegida. La ley de Transferencia de los Servicios Con fecha 6 de diciembre de 1990 se sancionó la ley 24.049, de transferencia de escuelas nacionales a las provincias. Por el artículo 1- se facultaba al Poder Ejecutivo Nacional “a transferir, a partir del 1- de enero de 1992, a las provincias y a la Municipalidad de la Ciudad de Buenos Aires, los servicios educativos administrados en forma directa por el Ministerio de Cultura y Educación y por el Consejo Nacional de Educación Técnica, así como también las facultades y funciones sobre los establecimientos privados reconocidos [...]”. Quedaron exceptuados las escuelas superiores normales e institutos superiores, tanto estatales como privados, y la Escuela Nacional de Educación Técnica Nº 1 Otto Krausse, la Telescuela Técnica y los Centros de Recursos Humanos y Capacitación Nº 3, 8 y 10 de la Capital Federal, dependientes del CONET. En el artículo 5- se dispuso que “La transferencia de los servicios educativos a cada una de las jurisdicciones, comprenderá los bienes libres de todo gravamen actualmente afectados al Ministerio de Cultura y Educación y al Consejo Nacional de Educación Técnica [...]”. Y en el 8º, se estableció que: “El personal docente, técnico, administrativo y de servicios generales que se desempeñen en los servicios que se transfieren quedarán incorporados a la administración provincial o municipal en su caso [...]”. El Capítulo V de la ley se dedica a los aspectos pedagógicos y, en ese sentido, por el artículo 20º se estableció que: “El Poder Ejecutivo Nacional, a través del Ministerio de Cultura y Educación, ejecutará las políticas y estrategias del Sistema Educativo Nacional, en consulta permanente con el Consejo Federal de Cultura y Educación, y coordinará, compatibilizará y evaluará el funcionamiento interjurisdiccional”. Asimismo, por el artículo 21º, se dispuso que: “El Poder Ejecutivo Nacional, a través del Ministerio de Cultura y Educación, en ejercicio de su competencia, realizará el análisis, evaluación y seguimiento de la situación educativa; la consistencia, congruencia y calidad educativas de los planes y programas en la materia en relación con las prioridades establecidas; brindará asistencia técnica y financiera para el desarrollo de estrategias y programáis educativos, atenderá y gestionará los asuntos de naturaleza internacional que se relacionen con la educación y la cultura; determinará los requerimientos y condiciones para el reconocimiento de títulos y certificados nacionales y extranjeros; organizará y administrará un sistema de información cualitativa y cuantitativa en materias educativa y cultural e instrumentará planes y programas de interés nacional”. Y, finalmente, en el artículo 22º, se previo que: “El Ministerio de Cultura y Educación promoverá concertadamente con el Consejo Federal de Cultura y Educación la adecuación de la estructura común del sistema educativo, y la actualización de planes generales con objetivos y contenidos curriculares básicos y comunes con aportes que consideren las particularidades regionales, provinciales y de la escuela y su comunidad, a fin de establecer un marco de coherencia, unidad e integración educativa y cultural del país en un pleno respeto del federalismo”. En cuanto a la enseñanza privada, en el artículo 23º, se estableció que: “Los servicios educativos de gestión privada que se transfieren quedan garantizados para que se sigan prestando con respeto a los principios de la libertad de enseñanza y los derechos emergentes de la normativa nacional sobre la materia”. De esta manera, los institutos privados debieron someterse al régimen jurídico de cada provincia. No obstante, en los convenios firmados con las provincias se aseguró la continuidad del sistema respecto de los derechos adquiridos. Cambio del régimen de subsidios para los institutos privados En virtud de lo dispuesto en el decreto 2.542, del 11 de diciembre de 1991, firmado por el presidente Carlos Saúl Menem y refrendado por el ministro de Educación Antonio E Salonia, se cambió, a partir del ciclo lectivo 1992, el régimen de subsidios para los institutos privados, de tal manera que se estableció una relación automática entre la cuota que se cobraba a los padres y el subsidio oficial que recibían los colegios privados. Se creó, además, una comisión asesora para fijar los montos máximos de los aportes del Estado y se estableció una sanción a los institutos que cobraran aranceles por encima de los máximos autorizados. Este decreto, que reemplazó al Nº 15, vigente desde 1964, estableció, asimismo, que el aporte estatal para los colegios que percibían aranceles, cubriría los sueldos del personal directivo, docente y docente auxiliar, hasta un 80 % para los de categoría A; el 60% para la B y el 40 % para la C; en tanto que en los colegios gratuitos seguiría siendo del 100 %. La nueva norma jurídica, incorporó al sistema dos novedades de importancia: 1) Delimitó los alcances de la enseñanza extraprogramática, cuyo costo no puede superar el de la enseñanza programática. 2) Limitó la contribución estatal en los meses de enero y febrero y en el sueldo anual complementario. El decreto considera arancel extraprogramático a todos los pagos por enseñanza en horarios diferentes al de las materias del plan oficial, que no puede exceder de cinco módulos. Además, se dispuso que los institutos que cobraran aranceles superiores a los autorizados serían sancionados con la suspensión de la contribución estatal. Para esa época, el Estado subvencionaba a 2.400 institutos privados en todo el país, la mayoría de los cuales recibían un aporte del 100% de los gastos que demandaba el pago de los sueldos del personal docente. Reestructuración del Ministerio de Educación Como parte del proceso de transformación educativa, a partir de 1993 se realizó una reestructuración del Ministerio de Educación, por la cual la Secretaría Técnica Administrativa pasó a ser la Secretaría Técnica y de Coordinación Operativa, con dos subsecretarías: una Técnica Administrativa y otra de Relaciones Intersectoriales. Además, se creó una Secretaría de Programación y Evaluación Educativa, con tres subsecretarías: la de Evaluación de Programas, la de Evaluación de la Calidad Educativa y la de Evaluación de Programación y Gestión Educativa; y una Secretaría de Política Universitaria, con dos subsecretarías, una de Programación y Evaluación Universitaria y otra de Coordinación Universitaria. Posteriormente, las tres primeras subsecretarías pasaron a ser de Programación Educativa, de Evaluación Educativa y de Gestión Educativa; agregándose una cuarta de Desarrollo de la Educación Superior. Por otra parte, se creó un Consejo Nacional de Educación Superior, organismo asesor y autónomo, integrado por personalidades de distintas disciplinas del ámbito académico, científico y universitario. En 1995 integraban el Consejo: Máximo Julio Abbate, Juan Carlos Aguila, María Cristina Anón, José Luis Cantini, Alberto E. Cassano, Daniel Chudnovsky, José Luis de Imaz, Carlos Floria, Gregorio Klimovsky, Fernando Martínez Paz, Emilio F. Mignone, Martín E. Piñeiro, Juan Carlos Pugliese, Elena M. Rojas Mayer, Diana S. Rolandi, Juan Carlos Tedesco y Emilio Tenti Fanfani. El Consejo se pronuncia a través de dictámenes sobre los temas que se le proponen. Pueden mencionarse, por ejemplo, los dictámenes sobre: “El certificado nacional de aptitudes básicas” y sobre: “El programa de becas doctorales”. La Ley Federal de Educación Luego de un largo proceso de intensa elaboración, el 14 de abril de 1993 se sancionó la ley 24.195, denominada Ley Federal de Educación, destinada a producir cambios profundos en el sistema educativo vigente. El texto de la ley comprende 71 artículos, agrupados en 12 títulos. Entre las principales disposiciones se destaca la contenida en el artículo 4º, que se refiere a la “responsabilidad de la familia, como agente natural y primario de la educación; del Estado nacional, como responsable principal; de las provincias, los municipios, la Iglesia católica, las demás confesiones religiosas oficialmente reconocidas y las organizaciones sociales”. En cuanto a la política educativa, en el artículo 5º se dispone el fortalecimiento de la identidad nacional; el afianzamiento de la soberanía de la Nación; la consolidación de la democracia en su forma representativa, republicana y federal; la libertad de enseñar y aprender; la educación concebida como proceso permanente; la valorización del trabajo como realización del hombre y la sociedad y como eje vertebrador del proceso social y educativo. Con relación al sistema educativo, se afirma en el artículo 6º, que “posibilitará la formación integral y permanente del hombre y la mujer, con vocación nacional, proyección regional y continental y visión universal, que se realicen como personas en las dimensiones cultural, social, estética, ética y religiosa, acorde con sus capacidades, guiados por los valores de vida, libertad, bien, verdad, paz, solidaridad, tolerancia, igualdad y justicia. Capaces de elaborar, por decisión existencial, su propio proyecto de vida”. De acuerdo con el artículo 7º: “El sistema educativo está integrado por los servicios educativos de las jurisdicciones nacional, provincial y municipal, que incluyen los de las entidades de gestión privada reconocidas”. En cuanto a la estructura del sistema educativo, en el artículo 10º se dispone “que será implementada en forma gradual y progresiva”, y estará integrada por: a) Educación Inicial, constituida por el jardín de infantes para niños de 3 a 5 años de edad, siendo obligatorio el último año. b) Educación General Básica, obligatoria, de 9 años de duración a partir de los 6 años de edad, c) Educación Polimodal, después del cumplimiento de la Educación General Básica, de tres años de duración como mínimo, d) Educación Superior, profesional y académica de grado, luego de cumplida la Educación Polimodal. e) Educación Cuaternaria. En el Capítulo VII de la ley se hace referencia los regímenes especiales: a) Educación especial, b) Educación de adultos, c) Educación artística. Posteriormente, se refiere a la educación no formal y a la enseñanza de gestión privada, con respecto a la cual se establece que tendrán derecho a prestar este servicio los siguientes agentes: “La Iglesia católica y demás confesiones religiosas inscriptas en el Registro Nacional de Cultos; las sociedades, asociaciones, fundaciones y empresas con personería jurídica; y las personas de existencia visible”. En el artículo 39º se dispone que: “El Estado nacional, las provincias y la Municipalidad de la Ciudad de Buenos Aires se obligan, mediante la asignación de los respectivos presupuestos educativos a garantizar el principio de gratuidad en los servicios estatales, en todos los niveles y regímenes especiales”. Con respecto a la calidad de la educación y su evaluación, se introduce como novedad en el artículo 48º, que: “El Ministerio de Cultura y Educación deberá enviar un informe anual a la Comisión de Educación de ambas Cámaras del Congreso de la Nación donde se detallen los análisis realizados y las conclusiones referidas a los objetivos que se establecen en la presente ley”. La ley también le dedica un capítulo al Consejo Federal de Educación, al que se considera como “el ámbito de coordinación y concertación del Sistema Nacional de Educación”, particularizando en el artículo 55º que su misión “es unificar criterios entre las jurisdicciones, cooperar en la consolidación de la identidad nacional y en que a todos los habitantes del país se les garantice el derecho constitucional de enseñar y aprender en forma igualitaria y equitativa”. Finalmente, con referencia al financiamiento de la educación, en el artículo 60º se establece que: “La inversión en el sistema educativo por parte del Estado es prioritaria y se atenderá con los recursos que determinen los presupuestos nacional, provinciales y de la Municipalidad de la Ciudad de Buenos Aires, según corresponda”. En 1996, por decreto 1.276 del Poder Ejecutivo Nacional, se reglamentó la Ley Federal de Educación, estableciéndose un régimen de validez nacional de los títulos otorgados por los establecimientos educativos de gestión estatal y de gestión privada de cada jurisdicción, que estará a cargo del Ministerio de Cultura y Educación de la Nación. La Red Federal de Información Educativa En octubre de 1993 se realizó la I Reunión Nacional de la Red Federal de Información Educativa, creada en el curso de ese año, con el objeto de establecer el plan de trabajo para el bienio siguiente. En diciembre de 1995, la XXVª Asamblea Extraordinaria del Consejo Federal de Cultura y Educación, aprobó la Resolución Nº 48, por la cual se aprobaron los criterios y acciones para la implementación del Sistema Federal de Información Educativa. En lo inmediato, se acordó que el objetivo “es lograr mantener actualizada la base de información establecida a partir del Censo Nacional de Docentes y Establecimientos Educativos de 1994”. El Pacto Federal Educativo En una ceremonia realizada en la ciudad de San Juan, frente a la casa natal de Sarmiento, el 11 de setiembre de 1994, el presidente Menem, veintidós gobernadores de provincias y el intendente de la ciudad de Buenos Aires, firmaron Pacto Federal Educativo, en virtud del cual, el Estado nacional se comprometió a aportar 3.000 millones de pesos en infraestructura escolar, equipamiento y capacitación docente en los siguientes cinco años. Esos fondos serían destinados a financiar un máximo del 80% de los programas específicos acordados con cada provincia, en tanto que los gobiernos provinciales aportarían el 20% restante, con esos mismos fines. Además, el Ministerio de Educación de la Nación se comprometía a erradicar todas las escuelas precarias del país y reemplazarlas por construcciones dignas. Las provincias, a su vez, reorientarían sus inversiones educativas para hacer más eficiente la gestión e invertir los recursos ahorrados, en el mismo sistema educativo. La reorientación del gasto de las provincias tendería a fortalecer y mejorar la gestión educativa, acrecentar la autonomía de las unidades educativas, crear mecanismos de evaluación, mejorar la calidad de la formación docente y la infraestructura edilicia. Por otra parte, tanto el Estado nacional como los provinciales se comprometieron a elevar el nivel de escolarización de los niños de 5 a 14 años hasta un 100% y la de los adolescentes entre 15 y 17 años a un 70%. Asimismo, se obligaron a disminuir el índice de repitencia a un 50%, mejorar el rendimiento escolar y reducir el porcentaje de analfabetos. El Pacto Federal Educativo, junto con la Ley de Transferencia de los Servicios y la Ley Federal de Educación, constituyen el trípode que regula jurídicamente el proceso de transformación del sistema. La educación en la Constitución Nacional de 1994 En 1994 se reformó nuevamente la Constitución Nacional. El nuevo texto, aprobado por la Convención Nacional Constituyente reunida en la ciudad de Santa Fe, mantuvo lo dispuesto en el artículo 5º, sobre la responsabilidad de las provincias con respecto a la educación primaria; en el artículo 14º, en cuanto al derecho de enseñar y aprender; en el artículo 25º, sobre el ingreso de extranjeros que traigan por objeto introducir y enseñar las ciencias y las artes; y en el artículo 75º, inc. 18º, relativo a la facultad del Congreso para dictar planes de instrucción general y universitaria. Y se agregó, en este último artículo, un inciso, con el número 19º, por el cual se estableció que corresponde al Congreso: “Sancionar leyes de organización y de base de la educación que consoliden la unidad nacional respetando las particularidades provinciales y locales: que aseguren la responsabilidad indelegable del Estado, la participación de la familia y la sociedad, la promoción de los valores democráticos y la igualdad de oportunidades y posibilidades sin discriminación alguna; y que garanticen los principios de gratuidad y equidad de la educación pública estatal y la autonomía y autarquía de las universidades nacionales”. El Instituto Nacional de Educación Tecnológica Como consecuencia de la descentralización educativa dispuesta en la ley 24.049, sancionada, como vimos, en 1990, se completó la transferencia de las escuelas técnicas y agrotécnicas y de los centros de formación profesional, con lo que desapareció el Consejo Nacional de Educación Técnica. No obstante, la Ley Federal de Educación atribuyó competencias concretas al Ministerio de Cultura y Educación en este campo, por lo cual, por decreto 606 de 1995, se creó el Instituto Nacional de Educación Tecnológica (INET), con dependencia directa de la Secretaría de Programación y Evaluación Educativa, cuyo primer director fue Roberto Albergucci. Este nuevo organismo se propuso solucionar el problema del desempleo y el desafío educación-trabajo, para lo cual se ha creado el Consejo Nacional de Educación-Trabajo, que se integra con cinco representantes del Estado, designados por el Ministerio de Cultura y Educación; uno a propuesta del Ministerio de Economía y Obras y Servicios Públicos; uno a propuesta del Ministerio de Trabajo y Seguridad Social; y tres en representación del propio Ministerio. De esta manera quedan vinculadas las tres carteras en una acción común. Además, el sector empresario tiene cinco representantes, que deben garantizar la participación de los sectores industriales, agropecuarios y de servicios; y el sector de los trabajadores tiene también cinco representantes: dos por la Confederación General del Trabajo, uno por las entidades profesionales de técnicos y dos por profesionales de la educación, estatal y privada. Con carácter inmediato el INET se propuso la puesta en marcha de la Red Federal de Formación Técnico-Profesional, para desarrollar la formación técnico-profesional específica, articulada con los niveles y ciclos del nuevo sistema educativo, o sea, la Educación General Básica y el Polimodal, en todas las jurisdicciones En 1996 Albergucci fue reemplazado por el Lic. en Economía Martín Redrado, ex presidente de la Comisión Nacional de Valores, íntimamente vinculado con las actividades económicas y financieras, lo que demostró que se quería poner énfasis en la necesidad de abrir el sistema educativo a las necesidades empresarias y al mercado laboral. A tal efecto, se puso en marcha el Plan Nacional de Educación Tecnológica, para la capacitación en áreas como telecomunicaciones, transportes, informática, comunicación multimedial y seguridad e higiene de plantas industriales, entre otras; y se creó el Centro Nacional de Educación Tecnológica, formado por laboratorios de simulación que reproducen los procesos de la producción de bienes y servicios, y ofrecen cursos de entrenamiento, reentrenamiento y capacitación para alumnos del sistema educativo, docentes y trabajadores. Asimismo, se rediseñó la educación técnica, de acuerdo con los cambios operados y se inició un programa denominado Trayectos Técnicos Profesionales (TTP), con la participación de todos los sectores gremiales, empresarios y de trabajadores. En cuanto a Albergucci, fue designado director de Educación Media en la Provincia de Buenos Aires, donde tuvo a su cargo la puesta en marcha del nuevo ciclo polimodal, hasta su fallecimiento en 1999. El Censo Nacional de Docentes y Establecimientos Educativos Entre el 1º y el 15 de noviembre de 1994 se realizó en las 23 provincias y en la ciudad de Buenos Aires un Censo Nacional de Docentes y Establecimientos Educativos, que estuvo a cargo de la Red Federal de Información Educativa, y contó con el apoyo técnico del Instituto Nacional de Estadística y Censos (INDEC). Los resultados definitivos, difundidos en 1997, revelaron que el total de docentes era de 655.750, de los cuales 560.443 se encontraban en actividad. De ellos, 65.708 se desempeñaban en el nivel inicial; 295.488, en el nivel primario; 238.791, en el nivel medio; 43.921, en el nivel superior no universitario; y 5.531 en otros niveles. El 69,5% de los docentes desarrollaba actividades en el sector estatal, el 24,5 % en el sector privado y el resto en ambos sectores simultáneamente. En cuanto al total de alumnos, era de 8.890.679, de los cuales 1.009.610, correspondían al nivel inicial; 5.180.713, al nivel primario; 2.307.821, al nivel medio; 329.072, al nivel superior no universitario; y 63.463, a otros niveles. El total de edificios escolares era de 33.496; de establecimientos, 38.457; y de unidades educativas, 47.881. De los cuales correspondían 26.856 edificios al Estado y 6.640 al sector privado; 30.471 establecimientos eran estatales y 7.986, privados; y 36.799 eran unidades educativas de jurisdicción estatal y 11.082, privadas. Los Contenidos Básicos Comunes Por resolución Nº 39, del Consejo Federal de Educación, de diciembre de 1994, acordada en la XXIIª Asamblea Extraordinaria de ese organismo, se aprobaron en general losContenidos Básicos Comunes para el Nivel Inicial y la Educación General Básica, los cuales, de acuerdo con el texto de la resolución “serán la base para la adecuación y/o elaboración del diseño curricular que cada jurisdicción construirá a partir del año 1995”. Asimismo, se dispuso que estos contenidos periódicamente serán evaluados, “a efectos de introducir en ellos las modificaciones pertinentes”. Poco después, en marzo de 1995, al concluir una reunión del Episcopado Argentino, el presidente de la Conferencia Episcopal, cardenal Antonio Quarracino, dijo que se habían encontrado algunas fallas en los Contenidos Básicos Comunes. Al respecto, en uno de los documentos que circularon en la reunión, se señalaba que la dimensión espiritual de la persona humana, reconocida en forma unánime por el Congreso Pedagógico, estaba omitida en los contenidos y ello implicaba un reduccionismo antropológico. Posteriormente, en abril de 1995, el obispo de San Luis, Mons. Juan Rodolfo Laise, manifestó su preocupación porque la transformación educativa, a través de los Contenidos Básicos Comunes, “significa la destrucción total del hombre como tal, independientemente de su religión”. En consecuencia, advirtió que la Iglesia local no aplicaría dichos Contenidos en los colegios bajo dependencia del obispado. A su vez, la Universidad Católica de La Plata, en mayo de 1995 publicó un Informe sobre los CBC de la educación argentina, en el que se pronunció categóricamente, afirmando que: “Padecen de un marcado sesgo ideológico, y de un notable alejamiento de la realidad educativa y de sus verdaderas necesidades” 4. Ante estos requerimientos, el ministro de Educación, Jorge Rodríguez, expresó que existía una posibilidad concreta de que los Contenidos Básicos Comunes fueran modificados durante la siguiente reunión del Consejo Federal de Educación; hecho que efectivamente se llevó a cabo por resolución Nº 40, del 22 de junio siguiente, y provocó la renuncia de varios funcionarios del Ministerio que habían participado en su elaboración original, y que manifestaron su disconformidad con las modificaciones introducidas. El Instituto Nacional de Perfeccionamiento y Actualización Docente Por decreto 1709 del 26 de octubre de 1987, se creó, en el ámbito del Ministerio de Educación y Justicia, el Instituto Nacional de Perfeccionamiento y Actualización Docente(INPAD). Este organismo fue establecido “con el propósito de formular propuestas de perfeccionamiento y actualización, como así también coordinar y articular las ya existentes”. El INPAD funcionó a través de la acción de trece Centros, ubicados en la Capital Federal y diversas ciudades del interior del país que, en algunos casos, crearon subsedes en lugares distantes, para evitar el traslado de los docentes participantes. Los cursos, de carácter semipresencial, sobre adolescencia, enseñanza-aprendizaje y conocimiento y didáctica grupal, fueron coordinados por tutores, profesores de enseñanza media y superior, capacitados especialmente para esta tarea y contaron con una inscripción de más de diez mil alumnos. Como rector del Instituto se desempeñó Enrique Manson. El Instituto perduró hasta la organización de la Red Federal de Formación Docente Continua. La Red Federal de Formación Docente Continua En una Asamblea extraordinaria realizada en junio de 1994, el Consejo Federal de Cultura y Educación, con la presidencia del ministro del área, Ing. Rodríguez, aprobó la organización y puesta en marcha de la Red Federal de Formación Docente Continua, que permite la articulación, dentro de cada provincia y de las provincias entre sí. La Red está conformada por instituciones de gestión estatal y privada cuya responsabilidad primaria es la formación docente de grado, como así también por las organizaciones gubernamentales y no gubernamentales cuya actividad implica un aporte para la formación docente continua. El acuerdo logrado precisaba que los criterios de calidad que se establecían eran de cumplimiento obligatorio, pero gradual. La resolución se propuso, además, como objetivo, que las instituciones de formación docente fueran organismos de alta calidad académica, dedicadas no sólo a la docencia, sino también a la investigación. Como cabeza de la Red debía actuar el Ministerio de Educación, que se comprometió a asistir técnica y financieramente a cada provincia, a través de la Secretaría de Programación y Evaluación Educativa. El Mercosur Educativo El 12 de septiembre de 1991, el ministro de Cultura y Educación creó la Comisión Nacional Educativa, Científico-Tecnológica y Cultural para la Integración en el Mercosur, con el objeto de “preparar programas, organizar las actividades oficiales y conformar los grupos de trabajo necesarios para las actividades orientadas a satisfacer las tareas y obligaciones emergentes del Tratado del Mercosur”; y el 13 de diciembre siguiente, los ministros de Educación de la Argentina, Brasil, Uruguay y Paraguay, firmaron en la ciudad de Brasilia, en el marco del Tratado del Mercado Común del Sur (Mercosur) —suscripto en Asunción el 26 de marzo anterior—, un protocolo de intenciones, en el cual declararon: “1. Su compromiso histórico ante la voluntad integracionista de los Estados partes sobre la base de los principios fundamentales de democracia, igualdad y cooperación, manteniendo la identidad y libertad de los pueblos. 2. La necesidad de mejorar la calidad de los recursos humanos en el ámbito del Mercosur para lograr su desarrollo equilibrado en toda la región y en los diversos sectores. 3. La conveniencia de potenciar los programas de formación e intercambio de docentes, especialistas y alumnos con el objetivo de facilitar el conocimiento de la realidad que caracteriza a la Región y promover un mayor desarrollo humano, cultural, científico y tecnológico. 4. El interés de difundir el aprendizaje de los idiomas oficiales del Mercosur —español y portugués— a través de los sistemas educativos: formales, no formales e informales. 5. El propósito de favorecer la articulación, la equiparación y la convalidación de los estudios entre los diferentes sistemas educativos, en todos sus niveles y modalidades. 6. El compromiso de propiciar la creación, el desarrollo y la consolidación de sistemas de información, comunicación e investigación entre los Estados partes. 7. La necesidad de garantizar un nivel adecuado de escolarización que asegure una educación básica para todos, respetando las características culturales y lingü.sticas de los Estados partes. 8. La necesidad de propender a una mayor interacción en la relación educación-trabajo-empleo-, con el fin de mejorar la calidad de vida”. Para lograr los objetivos propuestos, los participantes consideraron imprescindible el desarrollo de programas educativos en las siguientes áreas: a) Formación de la conciencia ciudadana favorable al proceso de integración, b) Capacitación de los recursos humanos para contribuir al desarrollo, c) Armonización de los sistemas educativos. Y a tal efecto, resolvieron crear la Comisión de Ministros de Educación, como órgano responsable, integrada por los ministros de Educación de los países signatarios del Tratado de Asunción. Esta Comisión debía reunirse por lo menos una vez cada semestre y sería asistida permanentemente por un Comité Coordinador Regional. Reunidos nuevamente los ministros de Educación, en Buenos Aires, el 1º de junio de 1992, acordaron “aprobar el Plan Trienal para el Sector Educación en el Contexto del Mercosur, propuesto por el Comité Coordinador Regional [...]”. El Plan Trienal comprendía el objetivo de los gobiernos de promover la enseñanza del idioma español y del portugués en los países integrantes del Mercosur. En una reunión realizada luego en Las Leñas, Mendoza, se ratificó el Plan Trienal, que consta de tres programas: 1. Formación de la conciencia ciudadana favorable al proceso de integración. 2. Capacitación de recursos humanos para contribuir al desarrollo. 3. Compatibilización y armonización de los sistemas educativos. En la Primera Reunión Regional del Mercosur Educativo, realizada posteriormente en Salta, en junio de 1994, se consideraron las perspectivas de integración de los países que lo integran y se destacó la importancia de reducir las barreras idiomáticas que existen entre ellos. En el mes de noviembre siguiente tuvo lugar en Buenos Aires el Primer Congreso del Mercosur Educativo, en el cual, con el lema: “Integración-regionalización: el desafío del siglo en la educación”, se trataron los siguientes temas: 1. La educación de posgrado en el Mercosur 2. La educación en el escenario de la Unión Europea. 3. La cooperación internacional y la integración. 4. Los factores interactuantes en el proceso de integración. A fines del mismo año se llevó a cabo una nueva Reunión en Ouro Preto, Brasil, en la que se ratificaron los compromisos asumidos por los cuatro países, aunque no se pudo avanzar en nuevos acuerdos; pero en la Reunión subsiguiente, llevada a cabo en diciembre de 1995 en Montevideo, se acordó que los alumnos de las escuelas de nivel primario y secundario, que tuvieran aprobado el año escolar que cursan, podrían seguir sus estudios en cualquiera de los países que integran el Mercosur, sin necesidad de rendir ninguna equivalencia. En cuanto al nivel universitario, se aprobó que los egresados de los países del Mercosur, podrán realizar estudios de posgrado en cualquier otro de los países miembros, sin más requisito que la acreditación de su título de grado. Posteriormente, en diciembre de 1996 se aprobó el “Protocolo de integración educativa para la prosecución de estudios de posgrado en las universidades de los países miembros del Mercosur” y el “Protocolo de integración educativa para la formación de recursos humanos a nivel de posgrado entre los países miembros del Mercosur”; y en junio de 1997, el “Protocolo de admisión de títulos y grados universitarios para el ejercicio de actividades académicas en los Estados partes del Mercosur”. Normalización de las universidades nacionales El 13 de junio de 1984 se sancionó la ley 23.068, sobre normalización de las universidades nacionales, que estableció que hasta tanto se dictara la correspondiente ley de fondo, regiría el régimen provisorio contenido en el decreto 154, del 13 de diciembre de 1983, con algunas modificaciones introducidas por la misma ley. A tal efecto, se declararon de aplicación los estatutos universitarios vigentes al 29 de julio de 1966, “debiendo las universidades creadas con posterioridad a esa fecha adoptar, entre ellos, el que resulte más apropiado a sus fines”. Se establecieron también los casos en los que el Poder Ejecutivo Nacional podía intervenir las universidades nacionales: notorio incumplimiento de la ley; riesgo inminente de alteración del orden público; conflicto insoluble dentro de la universidad y grave conflicto de competencia con los poderes del Estado. En sendos artículos se enunciaron las facultades de los rectores y decanos normalizadores y del Consejo Superior Provisorio. Además, se reconoció un solo centro de estudiantes por facultad y una sola federación de centros por universidad, y a la Federación Universitaria Argentina “como órganos de representación de los estudiantes”. Un año y medio después, el 26 de diciembre de 1985, por decreto 2.461 del Poder Ejecutivo Nacional, se creó el Consejo Interuniversitario Nacional (CIN), al que podían adherir libremente las universidades nacionales, en ejercicio de su autonomía. El Consejo tendría como misión la coordinación de las políticas entre las instituciones universitarias y con los distintos niveles y jurisdicciones de la educación en el país. El reglamento del Consejo estableció que las reuniones debían realizarse en forma rotativa en las distintas universidades y que, en cada oportunidad, ejercería la presidencia el rector de la universidad local. El Colegio Universitario de Estudios Básicos de Buenos Aires El 14 de diciembre de 1988, el Consejo Superior de la Universidad de Buenos Aires aprobó la resolución Nº 3.421, por la cual reglamentó la estructura curricular y académica del Ciclo Básico Común, que “constituye el primer ciclo de los estudios universitarios y es requisito para el ingreso en el segundo ciclo a cursarse en las facultades”. Según el artículo 2º de dicha resolución: “El Ciclo tiene carácter formativo, con contenidos de nivel universitario estructurados en asignaturas de duración cuatrimestral. Su objetivo general es: a) desarrollar la formación básica del alumno proporcionándole los instrumentos conceptuales y metodológicos fundamentales para su formación posterior y b) promover la paulatina y flexible orientación del estudiante en la definición de su elección vocacional”. A los fines de completar el Ciclo Básico, los alumnos debían aprobar seis materias, dos de las cuales serían comunes y obligatorias para todas las carreras, dos serían comunes a una orientación y las dos restantes serían requeridas para una carrera o grupo de carreras (art. 3º). El currículo del Ciclo se organizaría en tres orientaciones: a) Ciencias Biológicas y de la Salud, b) Ciencias Exactas, Tecnología y Diseño, y c) Ciencias Sociales y Humanas. Luego de cuatro años de experiencia, el 16 de setiembre de 1992, el Consejo Superior de la Universidad de Buenos Aires aprobó la institucionalización del Ciclo Básico Común, que quedó convertido en el Colegio Universitario de Estudios Básicos. De acuerdo con lo previsto, las actividades académicas del Colegio se desarrollarían en forma descentralizada, en Centros Universitarios de Estudios Básicos, que funcionarían en las sedes en que hasta entonces funcionaba el Ciclo Básico Común. El gobierno del Colegio estaría a cargo de un Consejo Académico y un director. El primero, integrado por cuatro representantes de los profesores regulares del Colegio, cuatro representantes de los docentes auxiliares regulares, cuatro estudiantes representantes de los alumnos regulares y cuatro profesores regulares de las facultades de la Universidad designados por el Consejo Superior. En cuanto al director, sería nombrado por el Consejo Superior de la Universidad, entre los profesores regulares propuestos por el Consejo Académico y durarían cuatro años en sus funciones, asistiendo con voz y voto a las sesiones del Consejo Superior. La existencia de este régimen ha sido seriamente objetada por algunos miembros de la propia casa de estudios, quienes sostienen que atrasa en dos años la salida laboral de los egresados de la Universidad, por lo cual debería ser reemplazado por un examen de ingreso con las debidas garantías de imparcialidad y objetividad. Nuevas universidades nacionales y privadas En esta etapa se multiplicó el reconocimiento de nuevas universidades nacionales y privadas, que había quedado pendiente durante la vigencia de los gobiernos militares. En lo que se refiere a las universidades nacionales, en 1988 se creó la Universidad de Formosa; en 1989 se inauguraron, en el ámbito de la Provincia de Buenos Aires, las Universidades de La Matanza y de Quilmes; y en 1992, la de General San Martín; con sedes en las Provincias de Santa Cruz y Tierra del Fuego, se creó en 1994 la Universidad Federal de la Patagonia Austral, que tiene por base el Instituto Universitario de Río Gallegos; de ese mismo año data la Universidad de La Rioja; y en 1995, abrieron sus puertas la Universidad de General Sarmiento, la de Lanús y la de Tres de Febrero, las tres en la Provincia de Buenos Aires; y el mismo año se inauguró la de Villa María, en Córdoba. En cuanto a las universidades privadas, en 1985 se fundó la Universidad Notarial Argentina; en 1987, la Universidad CAECE (Centro de Altos Estudios en Ciencias Exactas); en 1989, la Universidad de la Marina Mercante; en 1990 reanudó su actividad la Universidad Bartolomé Mitre, de Olivos, Provincia de Buenos Aires, que había sido clausurada una década atrás por el gobierno militar. En el mismo año comenzó a funcionar en la ciudad de Buenos Aires la Universidad Maimónides, propiciada por la Fundación Científica Felipe Fiordellino, con las carreras de medicina y administración. Asimismo, también en 1990 se instalaron las universidades deConcepción del Uruguay, Blas Pascal y de Palermo. Al año siguiente, 1991, hicieron irrupción: la Universidad de San Andrés, promovida por la Asociación Escuela Escocesa San Andrés, que data —como vimos— de la época de Rosas; la Universidad Adventista del Plata, en Villa Libertador San Martín, Provincia de Entre Ríos, primera universidad confesional no católica del país, que se fundamentaba en el Colegio Adventista del Plata, fundado en 1898, y el sanatorio del mismo nombre, creado en 1906; la Universidad Austral, en Buenos Aires, auspiciada por la Asociación Civil de Estudios Superiores (ACES), que integran profesionales que pertenecen al Opus Dei o Sociedad Sacerdotal de la Santa Cruz; la Universidad de Ciencias Empresariales y Comerciales (UCES), creada en 1956 por la Asociación Dirigentes de Empresa; la Universidad FASTA (Fraternidades y Agrupaciones Santo Tomás de Aquino), en Mar del Plata y la Universidad Torcuato Di Tella. En 1992 fue reconocida la Universidad Centro Educacional Latinoamericano y en 1993, laUniversidad del Cine, creada por el director cinematográfico Manuel Antín, tras su paso por la dirección del Instituto Nacional de Cinematografía y la Universidad de la Cuenca del Plata. Un año después fue reconocida la Universidad Hebrea Argentina Bar Ilán,auspiciada por la Fundación Bar Ilán; la Universidad Atlántida Argentina y las Universidades del Congreso y de Flores, en la Capital Federal. En 1995, se habilitó en Córdoba la Universidad Empresarial Siglo XXI, impulsada por la Fundación de Empresas, entidad sucesora de la Fundación Siglo XXI, creada por el dirigente político radical Rodolfo Terragno; y en Buenos Aires, la Universidad Abierta Interamericana. El 11 de noviembre de 1993 el presidente Menem firmó un decreto de desregulación de las universidades privadas que anula la prohibición que existía desde 1973 y permite ampliar la oferta universitaria, mediante la supresión de excesivos recaudos del Estado. De esta manera, las universidades privadas fueron autorizadas a crear nuevas carreras, modificar los planes de estudio y reformar la estructura organizativa. Institutos Universitarios El 29 de abril de 1991, se inauguraron las actividades del Instituto Universitario del Ejército, del que dependen, como unidades académicas, el Colegio Militar de la Nación, la Escuela Superior de Guerra y la Escuela Superior Técnica. Este nuevo establecimiento educativo fue creado por resolución del Ministerio de Educación de la Nación, para lo cual se modificaron los planes de enseñanza, agregando a la instrucción militar una formación universitaria. De acuerdo con lo establecido, en la unidad académica Colegio Militar de la Nación, luego de cuatro años de estudios, y según la orientación elegida por el cadete, a su egreso como subteniente obtiene también los títulos, según la opción efectuada, de bachiller universitario en relaciones internacionales o bachiller universitario en ingeniería analista administrativo contable. Los bachilleres universitarios que luego cursan estudios en la unidad académica Escuela Superior de Guerra, además del título de oficial de Estado Mayor, obtienen el de licenciado en relaciones internacionales; y los que cursan en la unidad académica Escuela Superior Técnica, además del título de oficiales ingenieros militares, obtienen el de ingeniero en las doce especialidades a las que pueden optar. En cuanto a los oficiales de intendencia, con el título de bachiller analista-contable, pueden completar la carrera de contador, licenciado en administración o en economía en cualquier universidad estatal o privada. En el Instituto Universitario del Ejército se dictan también cursos de posgrado y de extensión, abiertos a profesionales universitarios, sobre conducción empresaria, docencia militar superior, geopolítica e inteligencia estratégica. Existen, además, los siguientes institutos universitarios nacionales: Aeronáutico, de Estudios Navales y Marítimos, de la Policía Federal y del Arte; y privados: Escuela Universitaria de Teología e Instituto Tecnológico de Buenos Aires (ITBA). La Ley de Educación Superior El 20 de julio de 1995 se sancionó la ley 24.521 de educación superior, comprensiva de todas las instituciones de formación superior, fueran universitarias o no universitarias, nacionales, provinciales o municipales, tanto estatales como privadas. De esta manera se unificó la legislación sobre todos los institutos de educación superior y se introdujeron algunas novedades en su funcionamiento particular y conjunto. En el artículo 3º de la ley se estableció que: “La Educación Superior tiene por finalidad proporcionar formación científica, profesional, humanística y técnica en el más alto nivel, contribuir a la preservación de la cultura nacional, promover la generación y desarrollo del conocimiento en todas sus formas, y desarrollar las actitudes y valores que requiere la formación de personas responsables, con conciencia ética y solidaria, reflexivas, críticas, capaces de mejorar la calidad de vida, consolidar el respeto al medio ambiente, a las instituciones de la República y a la vigencia del orden democrático”. Y en el artículo 4º se formulan los objetivos para alcanzar estos fines, entre los cuales sobresalen los tres primeros: “a) Formar científicos, profesionales y técnicos, que se caractericen por la solidez de su formación y por su compromiso con la sociedad de la que forman parte, b) Preparar para el ejercicio de la docencia en todos los niveles y modalidades del sistema educativo, c) Promover el desarrollo de la investigación y las creaciones artísticas, contribuyendo al desarrollo científico, tecnológico y culturad de la Nación”. De acuerdo con la ley, en su artículo 7º: “Para ingresar como alumno a las instituciones de nivel superior, se debe haber aprobado el nivel medio o el ciclo polimodal de enseñanza. Excepcionalmente, los mayores de 25 años que no reúnan esa condición, podrán ingresar siempre que demuestren, a través de las evaluaciones que las provincias, la Municipalidad de la Ciudad de Buenos Aires o las universidades en su caso establezcan, que tienen preparación y/o experiencia laboral acorde con los estudios que se proponen iniciar, así como aptitudes y conocimientos suficientes para cursarlos satisfactoriamente”. Se enumeran a continuación los derechos y obligaciones de los docentes y se dedica luego un título de la ley a la educación superior no universitaria, que introduce como novedad, en el artículo 22º, que: “Las instituciones de nivel superior no universitario que se creen o transformen, o las jurisdicciones a las que ellas pertenezcan, que acuerden con una o más universidades del país mecanismos de acreditación de sus carreras o programas de formación y capacitación, podrán denominarse colegios universitarios”. Y en el artículo 25-, que: “El Consejo Federal de Cultura y Educación acordará la adopción de criterios y bases comunes para la evaluación de las instituciones de educación superior no universitaria, en particular de aquéllas que ofrezcan estudios cuyos títulos habiliten para el ejercicio de actividades reguladas por el Estado, que pudieren comprometer de modo directo el interés público, estableciendo las condiciones y requisitos mínimos a los que tales instituciones se deberán ajustar”. En el artículo 26º se establece que: “La enseñanza superior universitaria estará a cargo de las universidades nacionales, de las universidades provinciales y privadas reconocidas por el Estado nacional y de los institutos universitarios estatales o privados reconocidos, todos los cuales integran el Sistema Universitario Nacional”. Y por el artículo 29º se les concede autonomía académica e institucional. Las universidades nacionales sólo pueden ser intervenidas por el Congreso de la Nación o, durante su receso, y ad referendum del mismo, por el Poder Ejecutivo Nacional (art. 30º). Además, la fuerza pública no puede ingresar en las universidades nacionales si no media orden escrita previa y fundada de juez competente o solicitud expresa de la autoridad universitaria (art. 31º). En el artículo 40- se dispone que: “Corresponde exclusivamente a las instituciones universitarias otorgar el título de grado de licenciado y títulos profesionales equivalentes, así como los títulos de posgrado de magister y doctor”. Por el artículo 46º se crea la Comisión Nacional de Evaluación y Acreditación Universitaria (CONEAU), como organismo descentralizado que funciona en jurisdicción del Ministerio de Cultura y Educación, integrado —según el artículo 47º— por 12 miembros, designados por el Poder Ejecutivo Nacional, de los cuales 3 deben ser por el Consejo Interuniversitario Nacional, 1 por el Consejo de Rectores de Universidades Privadas, 1 por la Academia Nacional de Educación, 3 por cada una de las Cámaras del Congreso de la Nación y 1 por el Ministerio de Cultura y Educación. En la primera integración de este organismo, el representante de la cartera educativa fue Emilio F. Mignone; de la Academia Nacional de Educación, Juan Carlos Aguila; del Consejo Interuniversitario Nacional, Ricardo R. Brazzi, Arturo López Dávalos y Juan C. Hidalgo; del Consejo de Rectores de las Universidades Privadas, el padre Aníbal E. Fosbery; del Senado de la Nación, Ernesto Villanueva, Gustavo F. Cirigliano y Adolfo Stubrin; y de la Cámara de Diputados de la Nación, Juan C. Pugliese, Víctor R. Nicoletti y Norberto Fernández Lamarra. En los años 1996 y 1997, la CONEAU analizó 35 expedientes y resolvió 16 presentaciones para el reconocimiento de nuevas universidades privadas, de las cuales sólo dos tuvieron dictamen favorable. En cuanto al sostenimiento y régimen económico-financiero, corresponde al Estado nacional, según lo determina el artículo 58º, asegurar el aporte financiero para el sostenimiento de las universidades nacionales, a las que, por el artículo 59º, se les otorga autarquía económico-financiera. Con respecto a las universidades privadas, deben constituirse, de acuerdo con el artículo 62º, sin fines de lucro, obteniendo personería jurídica como asociación civil o fundación. Dichas universidades deben ser autorizadas por decreto del Poder Ejecutivo Nacional, que admitirá su funcionamiento provisorio por un lapso de 6 años, previo informe favorable de la CONEAU. Cumplido este lapso, según el artículo 65º, el establecimiento puede solicitar el reconocimiento definitivo para operar como institución universitaria privada, que se otorga por decreto del Poder Ejecutivo Nacional, también previo informe de la CONEAU. En el artículo 70º se determina que: “Corresponde al Ministerio de Cultura y Educación la formulación de las políticas generales en materia universitaria, asegurando la participación de los órganos de coordinación y consulta previstos en la presente ley y respetando el régimen de autonomía establecido para las instituciones universitarias”. Los órganos aludidos son, según el artículo 71º, el Consejo de Universidades, el Consejo Interuniversitario Nacional, el Consejo de Rectores de Universidades Privadas y los Consejos Regionales de Planificación de la Educación Superior. Por un artículo complementario, se dispone, además, que: “La Universidad Tecnológica Nacional, en razón de su significación en la vida universitaria del país, conservará su denominación y categoría institucional actual”. En el mes de septiembre siguiente, por decreto 499 del Poder Ejecutivo Nacional, la ley fue reglamentada en sus aspectos generales y se dispuso la aplicación inmediata de todos los artículos que no hubieran sido diferidos o condicionados expresamente. Entre ellos, el que obligaba a las universidades a poner en marcha los mecanismos correspondientes para permitir, a partir de 1996, la inscripción de los mayores de 25 años de edad, que no hubieran finalizado sus estudios secundarios. Consejo de Universidades Como consecuencia de la puesta en marcha de la nueva Ley de Educación Superior, el 13 de noviembre de 1995 se constituyó el Consejo de Universidades, máximo organismo colegiado universitario, de carácter consultivo, que debe producir dictámenes vinculantes sobre incumbencias de títulos, cargas horarias de planes de estudios y contenidos básicos curriculares de las carreras. El organismo está presidido por el ministro de Cultura y Educación e integrado por el Comité Ejecutivo del Consejo Interuniversitario Nacional (CIN); por la Comisión Directiva del Consejo de Rectores de Universidades Privadas (CRUP); por un representante de cada Consejo Regional de Planificación de la Educación Superior —que debe ser rector de una institución universitaria— y por un representante del Consejo Federal de Educación. De acuerdo con sus atribuciones, el Ministerio de Cultura y Educación debe consultar necesariamente al Consejo de Universidades, para la determinación de los padrones y “estándares” de los procesos de acreditación de las carreras de grado y posgrado. Integración y funcionamiento de la CONEAU Por decreto 173, del 21 de febrero de 1996, se reglamentó la integración y funcionamiento de la CONEAU, como organismo descentralizado del Ministerio de Cultura y Educación de la Nación. En consecuencia, la CONEAU está integrada por doce miembros, que duran cuatro años y se renuevan por mitades cada dos. Los integrantes deben ser “personalidades de reconocida jerarquía en el campo académico, científico o de gestión institucional”. Las instituciones que nombran a tres miembros (Consejo Interuniversitario Nacional, Cámara de Diputados de la Nación y Senado de la Nación) deben procurar “que la propuesta se integre con especialistas de distintas áreas del conocimiento y vinculados a distintas regiones del país”. Todos los miembros de la CONEAU integran el Consejo Directivo, que designa por el término de un año al presidente y al vicepresidente. El Consejo sesiona con la mitad más uno de sus miembros y sus resoluciones requieren la aprobación de la mayoría absoluta de los presentes. El director ejecutivo y el personal de apoyo técnico y administrativo, deben ser designados por concurso. La CONEAU debe formar Comisiones Asesoras, que brinden opinión y recibir recomendaciones técnicas de los Comités de Pares. Corresponde a la CONEAU realizar las evaluaciones externas de las instituciones universitarias y acreditar los posgrados y las carreras profesionales reguladas por el Estado. Interviene, además, en el funcionamiento y autorización de nuevas universidades estatales y privadas. El Consejo Consultivo de Educación Pública de Gestión Privada Por Resolución 108, del 10 de febrero de 1997, el Ministerio de Cultura y Educación estableció el funcionamiento de una Unidad de Asistencia Técnica para la Educación Pública de Gestión Privada, en el ámbito de la estructura de la Secretaría de Programación y Evaluación Educativa; y por Resolución 109 de la misma fecha, se creó el Consejo Consultivo de Educación Pública de Gestión Privada “como órgano asesor constituido con representantes de las Asociaciones representativas de las instituciones educativas privadas con representación de base nacional”. El Consejo está presidido por el ministro de Cultura y Educación y actúa como presidente alterno el secretario de Programación y Evaluación Educativa. El Consejo se integra con doce representantes: seis de institutos confesionales y seis de institutos no confesionales, que se desempeñan con carácter ad-honorem y sus recomendaciones o propuestas no son vinculantes respecto de las decisiones del Ministerio de Cultura y Educación. La Academia Nacional de Educación Por iniciativa de los educadores Avelino J. Porto, Héctor Félix Bravo, Gilda Lamarque de Romero Brest, Antonio Salonia, Luis Ricardo Silva y Alfredo M. van Gelderen, el 22 de abril de 1984 quedó constituida la Academia de Educación, con el fin de “establecerse como un ámbito propicio para abordar la tarea de pensar y repensar la educación del país en todas sus manifestaciones y formas, con el más obstinado rigor, la mayor objetividad y un inquebrantable espíritu de compromiso y responsabilidad nacionales”. Además, la Academia se propuso funcionar como “agencia promotora de la creatividad y la innovación en materia educativa”. En la misma ocasión quedó constituido el primer Consejo de Administración, que se integró de esta manera: Presidente: Avelino J. Porto; vicepresidente: Gilda Lamarque de Romero Brest; secretario: Luis Ricardo Silva; tesorero: Alfredo M. van Gelderen; y vocales: Antonio Salonia y Héctor Félix Bravo. A partir de entonces se fueron incorporando formalmente sus miembros de número, entre los cuales, además de los nombrados, se puede citar a Juan Carlos Aguila, Oscar Oñativia, Fernando Storni S. J., Adelmo Montenegro, Mons. Guillermo Blanco, Luis Jorge Zanotti, Alberto Taquini, Fernando Martínez Paz, Gregorio Weimberg, Emilio F. Mignone, José Luis Cantini y Pedro J. Frías. Cinco años después, por resolución 107, del 22 de junio de 1989, el Ministerio de Educación y Justicia reconoció e incluyó en el régimen de Academias Nacionales del decreto-ley 4.362/55, a la Asociación Civil Academia de Educación que, por lo tanto, pasó a serAcademia Nacional de Educación. En ese momento se desempeñaba como ministro uno de los miembros de número de la Academia, el Prof. Salonia. Por decreto del Poder Ejecutivo Nacional del 26 de octubre siguiente, suscripto por el presidente Menem, quedó ratificada la resolución ministerial. La Academia realiza reuniones públicas y privadas, y edita periódicamente un Boletíninformativo. También ha publicado varias obras, entre las cuales deben mencionarse: Ideas y propuestas para la educación argentina, que reúne importantes contribuciones de sus miembros de número, y Pensar y repensar la educación. Incorporaciones. Presentaciones y Patronos. 1984-1990. Además, entre sus realizaciones, merece destacarse la edición de un disco láser, producido en CD-Rom, con la denominación de Legislación Educativa Nacional Argentina (LENA), que recopila toda la legislación educativa argentina, desde 1856 hasta la Ley Federal de Educación. Notas 1 Cfr. Jorge María Ramallo. Ante una nueva realidad educativa. Hacia la educación del siglo XXI. Buenos Aires, Sisemp, 1998. 2 Equipo Episcopal de Educación Católica. Educación y proyecto de vida. Buenos Aires, Oficina del Libro, 1985, pág. 6. 3 Ibídem, pág. 96. 4 Universidad Católica de La Plata. Informe sobre los CBC de la educación argentina. La Plata, 1995, pág. 69.

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